Capítulo 5

Leyna

Me dejé por lo que fuera que me guiará. Escuché su conversación y mi corazón empezó a palpitar tan de prisa que pensé que se me iba a detener en cualquier momento.

Le confesé de sopetón al verme descubierta ante él, se lo dije y no había vuelta atrás.

—Me enamoré de ti— volví a decir casi temblando.

—Deja de decir tonterías, Leyna. No olvides quién eres ni quien soy.

—Me enamoré de ti— lo volví a decir alzando ligeramente la voz. No sé, pero necesitaba que lo entendiera de una manera clara.

Este se aleja de mí y empieza a andar hacia la cocina, lo sigo—. Te oí, escuché lo que le estabas diciendo a Abel.

—No oíste nada, por qué no dije absolutamente nada.

Sonrío con amargura—. No me trates como niña. Te amo y esa es mi verdad, la única verdad que llevo callando desde hace tiempo.

—¡Estás diciendo tonterías!

—No lo son. Tengo claro las cosas y también veo lo que te asusta.

—Y sigues actuando como niña. Deja de hablar.

Su indiferencia me ponía mal el estómago.

—Eres la hermana de Volker. Eres una chica de diecisiete años y yo soy un hombre de treinta y uno. Entiende que lo que estás diciendo no tiene ni pies ni cabeza. Es surrealista.

—No te importó que fuera la hermana de tu amigo cuando tu deseo va en aumento, cuando tus ojos me gritan lo que tanto quieren que les dé.

—No sigas...— sale de la cocina y lo sigo detrás.

—Lo siento, pero no eres la clase de mujer con la que quiero estar, con la que me quiero dejar ver ante el mundo. Y yo no soy la clase de hombre que necesitas. Podría ser tu hermano mayor.

Alcé las cejas y mis pies me dijeron hasta aquí, no lo iba a seguir, aunque mi corazón me gritara que lo hiciera. Él quiere lastimarme con su indiferencia y yo no lo voy a dejar.

—Eres muy bonita. Sí, no lo niego, sin embargo, no vas a escuchar de mí lo que quieres porque lo que piensas es imposible. Respeto la amistad que tengo con Volker y la relación laboral que nos une.

—Y aun así te repito que no me importa nada, excepto lo que siento por ti. — No quiero entender lo que me estaba diciendo.

Baja su mirada y después este se acerca a mí—. No quiero lastimarte, no pretendo que me odies, pero debes olvidarte de esta absurda tontería.

Lo quiero tanto que temo que me saque de su vida y por eso no me queda de otra que aceptar y pedir disculpas—. Tienes razón. Es una tontería, lo siento.

Sin añadir más, este asiente y se aleja para meterse en su habitación. Juro que quería llorar, necesitaba hacerlo, pero no debía lastimarme, por lo que él quizás también sienta y no se atreva a decirlo como lo dije yo. A veces la edad no es el significado de madurez.

Me introduje en la habitación que ocupo temporalmente y me pierdo bajo la almohada y dejo que los pensamientos de lo ocurrido revuelvan mi cabeza. Era la única manera de rectificar de los errores y pensarlo varias veces me ayudará a saber en donde había fallado para que él reaccionara de esa manera, cuando había oído claramente cómo le decía a su hermano que me había colado en su mente.

— Se lo dije.

Al rato le escribo un mensaje a Amelia.

—¿No jodas?

—Lo jodí, pero bien. Y aun así sabes que no me arrepiento de lo que hago o digo. Siempre he seguido mi intuición y de esta forma será siempre, aunque eso signifique darme contra un muro.

Dicen que cuando te duele tanto el corazón decide retirarse, tirar la toalla y olvidar de ese presente y futuro incierto.

—Lo sé, eres única en tu carácter, y a todo esto. ¿Cómo estás? No quiero verte rota. Eres una chica increíble y tendrías a cualquiera a tu lado.

—A cualquiera, no. Porque a él no lo puedo tener. Dice que soy una niña y él un hombre de treinta y uno, que es imposible cualquier situación y ¿sabes qué?, no voy a rendirme tan fácilmente. Aunque no lo quiera reconocer, él sabe lo que siento y eso es lo importante.

Seguimos escribiendo por un buen rato por vía wasap y le conté todo lo que había escuchado.

A veces nos empeñamos que el destino es el mejor de los caminos y que cada día pudiera ser diferente, que algo podría cambiar esa mañana y que el mundo podría estar bajo mis pies con tan solo una sonrisa. Pero no fue así, después de mi gran confesión, Mario dejó de ser el mismo, apenas hablábamos y nuestra convivencia era rara, por no decir dura para ambos.

Me dio una llave de su casa y dejó de ir a recogerme al instituto. Salía de noche y no volvía hasta el día siguiente. Descansado y aparentemente recién follado.

Era una tortura para mí, pero lo toleraba. Era una chica con una gran paciencia, de hecho, siempre fui así.

Al tercer día de estar en su casa, aquella mañana había amanecido y decidí plantarle cara y pedirle que deje su indiferencia a un lado. Que no era una acosadora y que no piense que por el simple hecho de que lo amase pudiera huir de mí como si apestara.

—¡Buenos días! — ahí estaba con su traje azul marino y con una sofisticación innata. Su cabello bien estilizado y su perfume que inunda el salón, causaron un terrible escalofrío en mi ser.

—¡Hola! — alza ligeramente su vista del celular para mirarme.

—Podemos hablar.

—Tengo prisa, quizás en otro momento.

—Mario, por Dios, deja de castigarme con tu indiferencia. Solo quiero que sepas que no necesitas cambiar nada porque te dijera que...—me detiene.

—No me dijiste nada, así que no te preocupes, no cambié nada, solo que estos días voy cargado de trabajo.

El vello de los brazos se me erizó al ver que se acercó a mí—. Crees que eres el problema, ¿no? —Hago una pausa esperando que dijera algo, pero no contestó, así que volví a hablar—. No es así, Mario, tú eres la solución.

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