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Capitulo 01.| Una vida sin rumbo.

POV: ARIANNA.

[Sábado...]

Desperté con sobresalto en la madrugada, estaba plenamente consciente de que no había sido una pesadilla, miré el reloj al lado de mi cama y suspiré al ver que no eran más de las dos de la madrugada, encendí la luz de la lámpara y me recosté sobre la almohada con la mirada fija en el techo de la habitación.

Me esforcé por leer la carta al menos unas diez veces o quizás fueron más, lo hice de arriba abajo, izquierda a derecha y frase por frase, no había forma en que esto fuese una broma.

Siempre me sentí afortunada por llevar una vida tranquila y feliz junto a mí "perfecto" esposo, pues me había casado llena de ilusiones con Uriel a los veintiun años, claro que él era mayor que yo por tres años pero para ese entonces juraba que ambos veríamos crecer a nuestros nietos y finalmente moriría a su lado.

En trece años de matrimonio nuestra relación fue sólida, era un esposo amoroso, detallista y sobretodo era buen padre, tenemos tres preciosos hijos, somos una familia unida.

"Bueno, lo eramos" Yo ya ni se que pensar. No puedo creer lo ingenua que fuí, ví las señales desde hace mucho y preferí hacerme de la vista gorda.

— !Mamá! — Mi hijo mayor, Milan llama a mí puerta, pero estoy tan concentrada en mis pensamientos que no respondí a su llamado.

— ¡Mamá! — Volvió a llamar.

— ¿Que sucede? — Respondí con un tono impaciente y sufrido.

— Son las siete de la mañana y no te has levantado ¿Te sucede algo? — Era un adolescente en pleno crecimiento y los matices suaves de su voz estaban cambiando a un tono más grave.

— ¿Las siete? — Eso era imposible, no hace mucho eran las dos de la madrugada.

¿Tan rápido han pasado las horas? Y, como si estuviese en piloto automático me levanté para comenzar el día, los niños debían ir al colegio y yo... Pues debía comenzar mí día a día cómo encargada del hogar.

"Doy asco, lo sé. Se muy bien en que clase de mujer me he convertido".

Cuando Uriel me sugirió amablemente renunciar a mi trabajo para quedarme en nuestra casa y criar a nuestros hijos, no lo ví mal. Pensé que nadie más podría educar mejor a mis hijos que yo, igual era muy afortunada y no podía quejarme pues con Uriel nunca me faltaría nada.

— Mami, mami ¿Dónde guardaste mí maqueta del sistema solar? — Preguntó Julieta mientras que guardaba su merienda en la lonchera. Era la hija del medio y la más sensata, hace poco menos de un año se había quitado el hábito de comer carne, pensé que sería un interés pasajero pero hasta ahora no había notado en ella ansias por cambiar de parecer.

— Está en el armario del fondo hija.

— ¡Ma! Después de las prácticas de hoy, los chicos y yo iremos por unas hamburguesas, la madre de Adam irá, así que no debes preocuparte. — Asentí sin preguntar mucho, el Rugby era una de las aficiones que habia cultivado Uriel en Milan desde que tenía cinco años, al principio estuvo muy atento y pendiente de todo pero después de un tiempo todo el trabajo recayó sobre mí y bueno...

Es agotador, para ser sincera, Milan es un niño un tanto peculiar, el Rugby era lo único que le interesaba, hasta hace unas semanas que lo descubrí tocandose en la duche y supe lo muy interesado que está en el sexo opuesto. Además, de que encontré fotos de su niñera en uno de sus cajones, algo que me abrumó por completo, no sabía que hacer o decir. Consideré que era un asunto de varones y tenía pensado dejarle este tema a su padre cuando regresara de viaje, pero por como pintan las cosas no lo creo posible.

— Pasaré por ti a las 7, ni más ni menos cariño. — Terminé de organizar mí mañana en silencio, llevé a los chicos al colegio y a mí pequeña Ginebra, mí hija menor, la dejé en la guardería.

El silencio no era algo espontáneo en mí, yo era más una persona habladora, recuerdo que en una ocasión Uriel mencionó algo al respecto:

¿En serio, Arianna? ¿Es que nunca puedes cerrar la boca?

Fue un comentario impropio de su parte pero en ese momento se lo atribuí al cansancio, sin imaginarme todo lo que sucedía a mis espaldas.

Ahora que mis ojos fueron abiertos a través de esa carta me estaba sintiendo tan...

¿Cómo decirlo?

"Descentrada". Si, eso era.

Yo era una mujer centrada y estába orgullosa de mí capacidad para organizarme y hacer que todo funcionará tal como debía ser, podía afirmar que mí vida cotidiana era un enorme rompecabeza que se componía de piezas diminutas, las cuales podía encajar en su lugar a la perfección.

"Falta más leche en la nevera"

"Milan necesita un nuevo corte de cabello"

"Uriel tiene cita con el odontólogo"

"¿Quién cuidara de Ginebra el viernes durante las clases de poesia de Julieta?"

Sabía a la perfectamente dónde se ubica cada pieza en mí vida y como manejarla, pero ahora gracias a la carta me dí cuenta que soy la típica madre del conjunto residencial...

Si, esa que nunca habla de sus problemas ya que no hace más que sonreír, la que siempre puede con todo y sabe que responder en las situaciones incómodas, pero lo más chistoso de todo es que también soy esa ama de casa a la que su maldito marido lleva años engañando con otra mujer que de seguro es más joven y atractiva que yo.

La sensación de agobio me dificulta concentrarme en lo que estoy haciendo, incluso me impide respirar. Así que, me levanté para cambiar mi taza de café por una de vino.

¿¿Que haría ahora??

No podía cerrar la carta y fingir que nada pasó, la sensación latente de fragilidad no se marchó de mí, era bastante consciente de que aquella vida normal que creí tener se había esfumado en el momento que decidí abrir la fulana carta, ahora nada de lo que hiciera podría cambiar las cosas.

Unos golpes insistentes en mí puerta me hicieron olvidar mi situación por un par de minutos.

— ¡Ya voy! — Digo mientras me dirijo a la puerta, nuevamente tuve esa sensación de haber perdido completamente la noción del tiempo. — ¡Un momento carambas! — Grité.

— ¡Ay, gracias al cielo! Estás viva, me preocupe mucho cuándo no te ví ésta mañana en clases de yoga. ¿Que sucedió? ¿Estás enferma?

Traje algo de sopa para tí, es una receta buenísima para bajar la fiebre. — Ella era mí amiga Gina.

Habíamos ido juntas en el colegio y fuimos inseparables hasta llegar a la universidad, solo que yo abandoné mis estudios y mi trabajo en el momento que decidí casarme.

Ella por el contrario, si continúo y ahora tenía un excelente puesto de gerencia la cadena de hoteles más respetable de todo el país, también era madre soltera pues se divorcio hace más de cuatro años.

Debo admitir que en secreto siempre la critiqué por dejar al padre de su hijo, pero ahora comprendo que uno no entiende las batallas de otras personas hasta que le toca vivir las propias en crudo.

— Estoy bien Gina, solo me siento un poco cansada. — Sus enormes ojos castaños me estudiaron, al parecer no se lo creyó.

— ¿Que te sucede Ari, seguro que todo está bien.? — Pasó su vista por la botella de vino que accidentalmente dejé en la mesita del salón.

Ni siquiera tenía pensado mencionar la carta, era un tema inapropiado y tan personal que no seria capaz de mencionarlo, pero mis labios fueron más rápidos que mí mente y comenzaron a soltar toda la verdad de lo estaba sucediendo.

Solo veía la expresión indignada en el rostro de Gina, no se burló de mí, ni me echó en cara lo tonta y confiada que he sido con Uriel durante estos años, simplemente se quedó ahí conmigo escuchando cada palabra, después de un rato ya estaba compartiendo el vino junto a mí.

— No puedo creer que me he sacrificado por nada... — Exclamé con pesar.

— Eso no es cierto y lo sabes. — Me consoló.

— ¿Que es lo que voy hacer, Gina? Mi vida es una mentira... — Le pregunté angustiada ella suspiró y colocó su copa en la mesa.

— Cómo que: ¿Que vas hacer?

La respuesta es muy obvia, vas a dejarlo en la calle... Tomarás las acciones legales de su empresa y le darás su merecido. — Sus ojos adquirieron ese brillo extraño, como cuando éramos jóvenes y me convencía de hacer una locura.

— Ni siquiera sé nada sobre sus negocios o su trabajo. ¿Cómo tomaré algo que ni siquiera se de dónde salió?. — Respondí.

— Es por eso que regresaras esta carta a su lugar, la dejaras tal como estaba y no le dirás absolutamente nada a Uriel hasta descubrir todos sus secretos y cuando eso suceda darás la estocada final. — La miré con la boca abierta. Gina siempre ha sido una mujer fuerte y audaz pero esta no era una novela turca que consigues en los canales de paga, se trata de la vida real.

— No estoy segura Gina... — Ella suspiró profusamente.

— Ari. ¿Recuerdas cuando murió mi mamá?

— Por supuesto que lo recuerdo. — Tomé su mano, recordando que fue ese acontecimiento lamentable el que nos unió más.

— Todos llegaban a decirme que podía contar con ellos para lo que necesitara, pero sin pensarlo se fueron en el primer instante que pudieron, entonces llegaste tú...

— "Con cuatro sandwich de tomate, cebolla y pepinillos" — Repetimos al mismo tiempo y sonriendo mientras se formaba entre nosotras un recuerdo triste de aquella época.

— Era justo lo que necesitaba Arianna...

Alguien que "Estuviera" y se "Quedara". — Negué mientras salían mis lágrimas.

— No es lo mismo, nadie murió. — Contesté.

— Por supuesto que alguien murió...

Ese esposo abnegado, responsable y amoroso que cuidaba de su familia al estilo: "Yo soy el Macho, el cabecilla del hogar porque es mí deber"

Ese hombre perfecto murió.

Aunque en realidad Arianna, sabes bien que nunca existió. — Hubo un silencio largo mientras sonaba mí nariz y limpiaba mis lágrimas...

— Entonces... ¿Que tengo que hacer?. — Le dije y ella sonrió apenas escuchó las palabras salir de mí boca.

— Después planearemos que hacer, ahora tengo una mejor terapia para tí.

Se exactamente lo que necesitas... — Tomó mí brazo y me condujo hacía mí habitación.

— ¿Qué es lo que estás pensando Gina?, los niños ya deben estar por llegar. — Le reclamé un poco enojada al mirar cómo revisaba mí closet negando con su cabeza.

— No, hoy no hay niños...

Ten. — Me lanza el teléfono encima. — Llama a la niñera, esta noche debo asistir a un evento en el hotel dónde trabajo y tú serás mí acompañante.

— ¿¿¿Que??? Por supuesto que no... No puedo dejar a mis hijos solos. — Intenté levantarme para salir de la habitación ella me empujó.

— No dejaras a tus hijos solos, estarán con la niñera y claro que sí irás.

Disfrutaras de la vida por primera vez en mucho tiempo.

— No seguiré con está conversación me quedaré en "mí casa dónde es mí lu...." — Me quedé en silencio al darme cuenta la frase «sexista» que estuve apunto de completar.

Una frase que hundió a nuestro género durante años y por la cuál muchas mujeres habían luchado contra tanto prejuicios para salir adelante y aquí estaba yo como idiota a punto de repetirla.

— ¡Vamos! termina de decirlo. — Me animó Madison con una expresión de decepción.

Hice un gesto en negación.

— Está bien ¡Joder! Iremos, pero tendrás que prestarme algo de ropa. — Asintió de manera satisfactoria, la expresión de su rostro era cómo la de alguien que había ganado la lotería.

Horas después me encontraba mirándo mí reflejo al espejo, la mujer que me saludaba no se parecía en nada a lo que yo era, tomé mí teléfono y comencé a marcar de nuevo el número de mí casa para saber que mis hijos están bien.

— Ya basta cariño, ellos están bien.

Es la quinta llamada en menos de una hora, estás obsesionandote por algo que sucede a kilómetros de aquí y te vas a perder todas las cosas buenas que sucederán a tu alrededor. — Tomó el móvil y lo guardó en la pequeña bolsa que me había prestado. — Consideralo una intervención.— Suspiré y dejé de pensar en los sucesos de las últimas veinticuatro horas, no salía a un cóctel desde antes de tener a Ginebra y eso fue hace mas cinco años.

Tal vez Gina, tenga razón y esto es justo lo que necesito ahora, un par de copas, bailar y distraerme un poco con gente desconocida.

¿Que otra cosa puede suceder?

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