Samanta. Llegó a casa hecha un mar de lágrimas, Alberto no está en la casa, subo a la habitación en silencio y solo me quedo en la cama, pensando, ¿Cómo una persona es tan cruel de planear tal atrocidades? Hora más tardes veo la puerta abrirse, es claro que Alan ya le contó, porque su furia es evidente. —Te juro que no tendré piedad de ese infeliz. —Me dice apretando los dientes. Solo puedo lanzarme a sus brazos y llorar amargamente. Luego de llorar por sabe cuantas horas, me calmo y le cuento a mi esposo aquel suceso que me ocurrió cuando tenía quince años. Gracias a ese día, dure años sin poder acercarme a ningún hombre, tenía miedo incluso de solo verlos. —Lo que viviste es muy fuerte, y aún así estás aquí, luchando como toda una valiente. —Me contesta Alberto luego de escuchar la historia de como un hombre intento abusar de mí en mi propia fiesta de quince, de no ser por Tatia que llegó en el momento justo y lo golpeó en la cabeza, no se que habría sido de mí. Al desgraci
Alberto. —Diana acaba de fallecer. —Las palabras se repiten en mi mente una y otra vez. —¿Que ocurre? —Pregunta Samanta un poco asueñada aún. —La madre de Dagne falleció. Ambos salimos de la cama y nos vestimos, en el camino a la clínica le cuento a Samanta la historia de Diana, al llegar Dagne está sedada. —La noticia le dió muy duro, el doctor tuvo que ponerle un tranquilizante, estoy realizando todo el papeleo para que ella no sienta todo el peso. —Dice mi padre cuando llego frente a él. La mañana llegó de manera lenta, Samanta se quedó con Dagne. mientras mi padre y yo agilizamos los preparativos para el funeral. Mientras baja el ataúd, Dagne lloraba de manera desgarradora, repetía una y otra vez que no la abandonará. El corazón de Dagne se rompía con cada palada de tierra que caía sobre el ataúd. Sus manos temblaban al aferrarse al borde de su abrigo, como si pudiera sostenerse de algo para no desplomarse. El sonido seco de la tierra resonaba en su pecho, arra
Samanta. —Mamá, ¿Que haces aquí? —Le pregunto confundida. —Tu padre está en la cárcel. —Me contesta, haciendo que mi corazón se encogiera, no porque el desgenerado de Andrés está en la cárcel, sino porque ella viene a pedir ayuda por el. —¿y quiere que lo liberé o algo? —Digo con desdén. —No hija, vine a decirte que fue lo mejor que nos pasó, no sabes el calvario que eh vivido todos estos años con él. —Me alegra que seas libre, ¿y que haces aquí? —Pregunto intrigada. —Vine a visitarte, eres mi hija, y te quiero. Me quedo callada esperando que diga algo importante, pero no dice nada, solo se queda ahí parada, mirándome con cara de víctima. No creo en ninguna de sus palabras, ella solo me ha demostrado desprecio desde que tengo conocimiento. —¿Quien es mi padre? —La pregunta sale de manera directa, sin anestesia. —Pensé que Andrés, había hablado contigo. —Me dijo que le fuiste infiel. Pero es curioso, hoy conocí a Gustavo Morán, tu amante de juventud y negó s
—¿Qué dices? No digas bobadas, mujer. —responde apretando los dientes, su voz quebrada por la ira. —¿Bobadas?—replica ella con una risa amarga—¿Creíste que iba a quedarme de brazos cruzados después de ver cómo arruinaste mi vida? Me quitaste todo. La poca felicidad que tenía me la arrebataste. Lo mínimo que mereces es sufrir el odio de tu propia hija. —¡CÁLLATE! ¡ESTÁS DICIENDO MENTIRAS! —grita, golpeando los barrotes de la celda, su cuerpo temblando de furia. —¿Mentiras? —susurra ella con veneno—. Si Samanta fuera hija de Gustavo, ¿crees que habría permitido todo el daño que le hiciste? Solo dejé que le hicieras eso porque la odio tanto como te odio a ti, miserable bastardo. —PERRA— Grita el hombre con una furiosa inmensa. Antes de que ella pudiera reaccionar, Andrés extiende el brazo entre los barrotes y la agarra con fuerza del brazo. Su mirada desquiciada no deja espacio para la razón. Con un movimiento brusco, la arrastra hacia él. El sonido sordo del impacto retumba
Camila se sentó en el borde de la cama, con la mirada perdida en el vacío. Las paredes del elegante apartamento se sentían cada vez más estrechas, como si la aprisionaran. ¿Qué sentido tiene todo esto? pensó, mientras las lágrimas quemaban su rostro. Su padre estaba decepcionado, Alberto la odiaba, y el mundo que había construido se había desmoronado. Había luchado siempre para ser fuerte, para obtener lo que quería, pero ahora no quedaba nada. Ni amor, ni orgullo, ni propósito. Solo un abismo sin fin. Cerró los ojos, deseando desaparecer, porque incluso imaginar un mañana le resultaba insoportable. Camila tomó el teléfono con manos temblorosas. Su dedo dudó un segundo antes de presionar el botón de llamada. El tono de espera no llegó, solo un frío mensaje automático: "El número que marcó no está disponible." —No puede ser —murmuró, marcando de nuevo. El mismo resultado. Su pecho se apretó mientras navegaba rápidamente hacia las redes sociales. Buscó su perfil, pero la pantalla sol
El hospital estaba envuelto en el constante murmullo de pasos apresurados y voces cruzadas. El padre de Camila, con el rostro cansado y el corazón en vilo, se levantó al ver a la doctora acercarse. —¿Cómo está mi hija? —preguntó, con la voz quebrada por el miedo. La doctora lo miró con serenidad. —Está estable. Fue un cuadro grave, pero creemos que se va a recuperar con el tiempo y el cuidado adecuado. El padre dejó escapar un suspiro tembloroso. —Gracias, doctora. —Hizo una pausa antes de añadir con voz más firme—. Le pido un favor, por favor maneje esto con la mayor discreción posible. Yo... soy una figura pública, y mi hija también. No quiero que esto trascienda. La doctora asintió con comprensión. —Entiendo. Puede estar tranquilo, respetaremos su privacidad. Él asintió agradecido, consciente de que no solo estaba protegiendo su reputación, sino también el futuro frágil de Camila. Sentado en la fría sala de espera, el padre de Camila no dejaba de observar el reloj
El laboratorio estaba impecable, decorado con elegancia. Samanta, radiante en un vestido blanco, recibió a los invitados junto a Alberto. Las copas tintineaban mientras el aroma de flores frescas llenaba el aire. —Gracias a todos por acompañarnos en este gran paso —dijo Samanta emocionada, sosteniendo el micrófono—. Este es solo el inicio de algo grande. Los aplausos estallaron. La pareja cortó el listón rojo mientras fotógrafos capturaban el momento. Samanta no podía evitar sentir orgullo; su sueño se hacía realidad. —Lo logramos —susurró Alberto, tomando su mano. Ella sonrió. El éxito apenas comenzaba. Samanta avanzaba entre los invitados, sonriendo de manera cordial mientras agradecía la presencia de cada uno. De repente, su expresión cambió al ver a su madre acercándose del brazo de Gustavo. —No esperaba verte aquí —dijo Samanta con frialdad. —No me invitaste, pero Gustavo quiso que lo acompañara —respondió la mujer, con una sonrisa indiferente. Samanta respiró hon
Samanta tomó su bolso con una sonrisa emocionada. —Voy a ver a Tatia. Quiero darle la noticia en persona. Alberto frunció el ceño y cruzó los brazos. —No me gusta que manejes ahora que estás embarazada. —No seas exagerado —rió ella — me siento perfectamente bien. —De todas formas, yo te llevo. Samanta negó con la cabeza. —¿Y qué pasa con la reunión en 19 minutos? No vas a hacer que perdamos a esos nuevos clientes, ¿verdad? Alberto suspiró, sabiendo que no tenía escapatoria. —Está bien, pero prométeme que irás con cuidado. —Lo prometo —respondió, poniéndose de puntillas para darle un beso rápido— Te amo. —Y yo a ti —murmuró Alberto mientras la veía salir, aunque la preocupación aún brillaba en sus ojos. Samanta conducía tranquilamente por la avenida, disfrutando del suave sonido del motor. De repente, un vehículo negri apareció bruscamente delante de su auto, cortándole el paso. —¡Dios mío! —exclamó mientras pisaba el freno a fondo. Las llantas chirriaron cont