El laboratorio estaba impecable, decorado con elegancia. Samanta, radiante en un vestido blanco, recibió a los invitados junto a Alberto. Las copas tintineaban mientras el aroma de flores frescas llenaba el aire. —Gracias a todos por acompañarnos en este gran paso —dijo Samanta emocionada, sosteniendo el micrófono—. Este es solo el inicio de algo grande. Los aplausos estallaron. La pareja cortó el listón rojo mientras fotógrafos capturaban el momento. Samanta no podía evitar sentir orgullo; su sueño se hacía realidad. —Lo logramos —susurró Alberto, tomando su mano. Ella sonrió. El éxito apenas comenzaba. Samanta avanzaba entre los invitados, sonriendo de manera cordial mientras agradecía la presencia de cada uno. De repente, su expresión cambió al ver a su madre acercándose del brazo de Gustavo. —No esperaba verte aquí —dijo Samanta con frialdad. —No me invitaste, pero Gustavo quiso que lo acompañara —respondió la mujer, con una sonrisa indiferente. Samanta respiró hon
Samanta tomó su bolso con una sonrisa emocionada. —Voy a ver a Tatia. Quiero darle la noticia en persona. Alberto frunció el ceño y cruzó los brazos. —No me gusta que manejes ahora que estás embarazada. —No seas exagerado —rió ella — me siento perfectamente bien. —De todas formas, yo te llevo. Samanta negó con la cabeza. —¿Y qué pasa con la reunión en 19 minutos? No vas a hacer que perdamos a esos nuevos clientes, ¿verdad? Alberto suspiró, sabiendo que no tenía escapatoria. —Está bien, pero prométeme que irás con cuidado. —Lo prometo —respondió, poniéndose de puntillas para darle un beso rápido— Te amo. —Y yo a ti —murmuró Alberto mientras la veía salir, aunque la preocupación aún brillaba en sus ojos. Samanta conducía tranquilamente por la avenida, disfrutando del suave sonido del motor. De repente, un vehículo negri apareció bruscamente delante de su auto, cortándole el paso. —¡Dios mío! —exclamó mientras pisaba el freno a fondo. Las llantas chirriaron cont
Luego de cerrar el contrato con los nuevos clientes, Alberto se dirigía a donde su padre para contarle la gran noticia. Su corazón latía con felicidad: siempre había soñado con ser padre, ser tan bueno como su padre lo había sido con él. Estaba tan absorto en sus pensamientos que casi cruzó la calle con el semáforo en rojo, pero se detuvo a tiempo.Una llamada entrante lo sacó de su ensoñación. Era el detective a cargo de los delitos de Andrés.—Solo espero que Andrés pase mucho tiempo en la cárcel —pensó con amargura.—Alberto, lamento informarte que Andrés escapó mientras lo trasladaban al juicio.El aire se volvió denso a su alrededor. Alberto apretó el volante, intentando procesar la noticia. Agradeció al detective y siguió su camino hacia donde estaba su esposa.Pensó en llamar a Samanta, pero descartó la idea. No podía arriesgarse a que la noticia afectara su embarazo. En su lugar, marcó el número de Tatia.Al llegar a la casa de la chica, lo primero que notó fue la ausencia del
—¿Ahora qué pretendes? —pregunta Sara, exhausta tras tanto tiempo en esa casa.—Tendrás que esperar... ¿Por qué tu amado Gustavo no te ha buscado? Digo, llevas una semana aquí, y mis hombres no han reportado a nadie buscándote.El corazón de Sara se hundió por un momento, pero prefirió creer que era mentira. Gustavo le había demostrado que la amaba. Duró tanto tiempo en el extranjero, buscando la forma de enfrentar a Andrés, y ella estaba segura, que pronto el actuaría.—Gustavo es listo. Él me sacará de aquí —contestó con seguridad.—Mandaré a que te traigan algo de comer. Mejor siéntate a esperar a tu príncipe azul... pero te advierto: podrías cansarte —fue lo último que dijo Andrés antes de salir de la habitación.—¿Qué tienes para mí? —preguntó a su secretario, ya en el pasillo.—Tenemos a Roger. Está en el sótano.Una sonrisa se apoderó de los labios de Andrés. —Bien. Vamos —ordenó mientras caminaba a paso firme.Al llegar al sótano, Roger estaba encadenado a una silla. Sus ojos
—Te vas a casar en una semana. Samanta—Me quedó paralizada durante unos segundos, el matrimonio nunca paso por mi mente. —Padre, ¿De que estás hablando? —Te digo que te casarás. —No quiero casarme, soy muy joven. —No es lo que quieras, es lo que tiene que hacer por el bien de la familia, tiene que hacerlo, te recuerdo que fue tu culpa que nos encontremos en esta situación. Solo tuya. —Sus palabras son como antorcha que queman mi piel. Aún así sigo implorando. Con mis ojos llenos de lágrimas le pido. —Padre por favor, no estoy preparada para eso. —Eso no es asunto mío, te dije que te casas y lo haces, y no vuelvas decir nada más del tema. —Esta bien padre, lo haré. —Estas palabras pesan en mi garganta. —Me alegra que no te resista. Sabe que estamos en quiebra, tú más que nadie sabes el porque. —¿Qué se supone que haga ahora? —Vamos a conocer a tu suegro y futuro esposo. —¿Qué tiene esa familia de especial? —Son una familia de mucho dinero, creyeron en
Rosa—Estas hermosa querida. Samanta. —Gracias madre. Tengo la piel de gallina, estoy sudando frío. Me veo en el espejo para asegurarme de no estropear mi maquillaje, respiro profundo y pienso que todo pasará rápido. —Vamos Samanta, tú puedes, no pasará nada. —Digo esto en mi mente una y otra vez, hasta lograr tranquilizarme. Comienza a sonar la música, mi padre me espera con una gran sonrisa. —Te ves bellísima. —Gracias padre.—Hago una sonrisa amarga. Sacerdote—Estamos aquí para celebrar la unión de dos personas que se aman... Durante todo el tiempo que el sacerdote habló estaba ausente. Pensaba en como sería mi vida luego de salir de esto. Me iré lejos, nunca más volveré a este lugar, estaré lo más lejos de mis padres como me sea posible. Siento un pellizco y miro a mi lado. Es hora de realizar los votos. Luego de la boda las personas nos felicitan, no conozco a nadie en absoluto, más que a mis padres. Alberto—Tenemos que mantenernos juntos. Samanta—¿Tie
Camila. Esa noticia me cayó como balde de agua fría, ni en mi cinco sentido podría deducir eso. ¿Cómo paso eso? Solo me fui por 6 meses. —No entiendo Alberto, no sabía que tenías novia. Alberto. —Vamos a mi despacho, yo te explico... Andrea. —Hola señora, estoy aquí porque nunca me dijo que desea comer. Samanta. —Lo siento, ¿Puedes hacer una lasaña? por favor. —Por supuesto que sí. Camila. —Pero entonces, rompiste nuestra promesa. —Dice esto con una tristeza que cualquier hombre cae completamente rendido. —¿Qué promesa? —La que hicimos cuando estábamos en último año de secundaria. —Han pasado como diez años, no recuerdo de que promesas hablas. —Dijimos que nos casaríamos por amor. —Ya recuerdo, pero a veces las cosas no pasan como planeamos, pero no puedes decir nada de lo que hablamos aquí. —Sabes que soy una tumba, por algo somos los mejores amigos. Samanta. En lo que Andrea termina de hacer la lasaña, decido pasear por la casa, tengo q
Rob—Samanta, la razón por la que decidí llamarte, es porque sé que estuviste trabajando como modelo en Londres en los últimos dos años, aparte, estudiaste química cosmética en la universidad. Samanta. —Si, pero casi no recuerdo mucho de mí profesión. Rob—Descuida. Tú elegirás en dónde quieres pertenecer, si en el área de química o modelaje. Samanta—Prefiero el modelaje. —Excelente, puedes retirarte. Dagnes. —Señora Monroe que bueno que la veo, el desfile será en 3 días. —¿Por qué tan rápido? —Orden de su padre señora. —¿Que necesitas? —Debemos de ensayar. Por cierto, sabe donde está la señorita Laurence. —Con el señor Monroe me imagino. —No la vi pasando a la oficina del señor Monroe y tengo un ratico aquí. —No dónde el señor Rob. —Ahh. Se queda mirándome de una manera extraña. —¿Qué ocurre? —Nada, es solo que usted le dice señor a su esposo. —Ahh, eso, le sonrió de forma forzada y me voy. Alberto. —Camila no me gustó que trajeras a