Chantal.—Ahora eres tú la que está actuando extraño —la tomó de la barbilla para verla a los ojos.—Estoy cansada, es todo.—Sabes, tengo la solución perfecta para ese mal —acarició su labio inferior con el pulgar.—No tengo idea cuál podría ser —ella pasó la lengua por su dedo sin dejar de verle.Dixon sonrió de lado y sin darle tiempo a reaccionar la tomó en brazos. Ella soltó una carcajada mientras la llevaba a su habitación como si no pesara nada. La dejó acostada sobre su cama de sábanas grises y comenzó a quitarle los zapatos. Se despojó de su chaqueta y luego de la camisa dando a Chantal un espectáculo que le aceleraba la respiración. Tuvo un impulso de ponerse de pie, pero él no se lo permitió colocándose encima de ella. Comenzó a recorrer su cuello con la punta de su nariz, absorbiendo su aroma, erizando la piel con cada caricia. Una de sus manos se coló por dentro de su ropa; dibujaba figuras con la punta de los dedos entre los pechos desnudos. —¿Qué te he dicho de salir s
Chantal.Las lágrimas rodaban por las mejillas de Chantal, no las podía contener; no ahora que sabía que lo que le inundaba el pecho podía ir más allá del querer. Estar enamorada implicaba mucho, tenía como riesgo llegar a amar. Ese estado de limerencia era un peligro, más cuando el principal responsable estaba dispuesto a todo por ella. Él besaba su barbilla con ternura, aún encima de ella, extasiado por el descargue previo. Envuelto en las caricias que dedicaba a su piel, Dixon notó su aflicción y no tardó en reincorporarse.—¿Qué sucede, Chantal? —preguntó asustado— ¿Te hice daño?, ¿fui muy brusco contigo?Ella negó intentando contenerse, pero lo que le abarcaba el corazón era muy grande. Él limpió su rostro ante el derrame de emociones que a ella le era imposible emitir. —Dime qué pasa entonces —ella negó—, ¿te puedo ayudar? —volvió a negar—, por favor, Chantal, debes confiar en mí. Yo soy tu pilar y tú el mío.Aquellas palabras la hicieron descomponerse más. Él era todo lo que q
Chantal.Salió del cuarto y comenzó a buscar a Dixon por todo el desolado apartamento. Lo encontró en la cocina. Traía un delantal embarrado de lo que parecía ser una salsa. Su cabello estaba desordenado, picaba verduras con extrema concentración. Chantal rio ante la escena, captando su atención. Él arqueó una ceja.—¿Qué es tan gracioso, bola de pelos?—Definitivamente el arte culinario no es lo tuyo —señaló el lugar hecho un desastre con utensilios regados por todos lados.—No, lo mío más bien es comer —le recorrió el cuerpo con la vista—, pero se hace lo que se puede.—¿Quieres que te ayude? Intentó cambiar el tema, ya que la mirada de él la hacía pensar en otras cosas.—No, eres mi invitada, hoy tendrás el honor de que un Derricks cocine para ti —guiño un ojo y le indicó que tomara asiento en la mesa de cetro.Era el único lugar que relucía, estaba preparada con una vajilla blanca y copas para dos personas. Se notaba su esfuerzo. En el lado de ella había una rosa roja que resalta
Chantal.La acurrucaba contra su pecho mientras la escuchaba llorar y lamentarse con palabras entrecortadas. Acariciaba su cabello lacio y miraba a Anne que se movía con desespero de una punta de la habitación a la otra. No sabía qué había pasado y temía que al preguntar Amber se pusiera peor de lo que estaba. Pasaron los minutos, la castaña se fue calmando, respiraba más lento y había parado de hablar.—Voy por un vaso con agua —dijo su hermana y salió con prisas de la habitación. Chantal asintió, volvió su atención a Amber que se intentaba incorporar. Tenía los párpados hinchados, las mejillas estaban rojas y tocaba su pecho como si le hubieran arrancado algo dentro de este. También tenía heridas en las manos y en el costado derecho de su barbilla; eran semejantes a arañazos. Se puso de pie y la rizada la imitó. Buscó unas toallas de papel y comenzó a limpiar su nariz haciendo ruidos a la par de los sollozos que no podía contener. Anne regresó con el agua y se la extendió, esta la
Chantal.—¿Estará bien?—Sí, lo estará, le dije todo lo que tenía que escuchar para que acabara de reaccionar de una vez. Sabía que ese tipo no valía un centavo.—¿Y si lo perdona? —Pues ya me encargaré de darle yo unas cuantas cachetadas. Las Brown no somos de andar de cornudas ni bajando la cabeza como sumisas, así que no tienes de qué preocuparte. Sé que ella se ilusiona con facilidad y ve todo color de rosas, pero cuando la bajan de su nube se transforma... créeme que esa reacción es la que más me preocupa.La rubia sabía como lidiar con su hermana, cosa que aliviaba a Chantal, ya que por más desavenencias que existieran entre ellas ninguna dejaría a la otra a la deriva. Eso también se cumplía con ella; las había tenido como apoyo toda su vida en los peores momentos, por lo que su deber era estar para su amiga ahora que la necesitaba.Los próximos días Anne y ella los habían pasado junto a Amber, echando a un lado parte de sus rutinas para hacerle compañía. Superar el engaño del
Chantal.Quedó paralizada en el lugar. Los hombros del hombre frente a ella subían y bajaban a ritmo frenético. Buscaba por toda la sala como animal rabioso, capaz de despedazar lo que se le pusiera por delante. Ella sintió un escalofrío recorrele el cuerpo, erizando su columna vertebral en son de advertencia. Él giró hacia ella, el tinte endemoniado en la mirada de James la asustó.—¡Dime donde está Amber! —gritó él dejando el aire bañado de su aliento etílico. Apestaba a alcohol—. Se está escondiendo, ¿no?.—Ella no se encuentra, salió hace más de media hora.—¡No me mientas, ricitos! ¡Esa perra rompió el parabrisas de mi auto y lo va a tener que pagar!Chantal lo miró con asombro, ahora ciertos detalles en la actitud de su amiga tomaban sentido. Amber estaba loca, cómo podía haber hecho algo así, más a alguien como ex, que no era la mejor de las personas.—Yo no sé de lo que hablas. Ella no está, así que te pido que te marches —le señaló la puerta aún abierta y él sonrió.—¡¿Ah, n
Chantal.Ella asintió y dejó que él la guiara hacia la habitación. Su corazón palpitaba con miedo, se le quería salir del pecho. Todo lo sucedido pasaba por su mente y todavía no lo podía creer. Tocaba su cuello mientras caminaba de un lado a otro sopesando las consecuencias que esto podría tener.—Déjame ver —pidió Dixon señalándole la piel—. Espero no deje marcas o juro que mato a ese infeliz —acarició la zona maltratada y rojiza.—No, por favor, no quiero más peleas —lo abrazó—. No quiero que nada malo te pase, que te vayas y me dejes sola.—Eso no va a pasar, mi amor, no se atreverá a hacer nada contra mí. Soy un Derricks, ¿recuerdas?Ella asintió, el calor proveniente de sus brazos la hacían sentir segura, en paz. El pálpito en su pecho se iba calmando, ese era un efecto que solo él podía generar en su mente. Le daba sosiego, ternura, amor, tantas cosas de las que nunca creyó encontrar en alguien ahora las tenía en el hombre del que se había enamorado.—Nunca me dejes —murmuró co
Dixon.Observaba la pared decorada con mariposas. Recordó el momento en el que preparó el detalle para ella. Aún teniendo el pesar de que tal vez Chantal nunca lo llegaría a ver, era una forma de marcar esa pequeña oficina como su propiedad, así como ella era dueña de su corazón. También lo había hecho por él, porque al contemplar esas alas blancas en relieve le recordarían a ella, a la primera vez que notó su fascinación por esos insectos y la primera vez que él se percató que la chica que debía odiar lo atraía sin remedio.Ahora esperaba por ella, como tantas veces lo había hecho. Aguardaba impaciente, enojado con esa Robinson que se había empeñado en mantenerlo alejado los últimos dos días poniendo excusas que ni ella se creía. Algo le ocurría, y él ya estaba harto de esperar a que decidiera encararlo. Su paciencia se agotaba de tanto esperar, de pretender que un día Chantal se atrevería a aceptar lo que sentía, que estaría dispuesta a superar sus miedos como él lo había hecho. La