Chantal.Salió del cuarto y comenzó a buscar a Dixon por todo el desolado apartamento. Lo encontró en la cocina. Traía un delantal embarrado de lo que parecía ser una salsa. Su cabello estaba desordenado, picaba verduras con extrema concentración. Chantal rio ante la escena, captando su atención. Él arqueó una ceja.—¿Qué es tan gracioso, bola de pelos?—Definitivamente el arte culinario no es lo tuyo —señaló el lugar hecho un desastre con utensilios regados por todos lados.—No, lo mío más bien es comer —le recorrió el cuerpo con la vista—, pero se hace lo que se puede.—¿Quieres que te ayude? Intentó cambiar el tema, ya que la mirada de él la hacía pensar en otras cosas.—No, eres mi invitada, hoy tendrás el honor de que un Derricks cocine para ti —guiño un ojo y le indicó que tomara asiento en la mesa de cetro.Era el único lugar que relucía, estaba preparada con una vajilla blanca y copas para dos personas. Se notaba su esfuerzo. En el lado de ella había una rosa roja que resalta
Chantal.La acurrucaba contra su pecho mientras la escuchaba llorar y lamentarse con palabras entrecortadas. Acariciaba su cabello lacio y miraba a Anne que se movía con desespero de una punta de la habitación a la otra. No sabía qué había pasado y temía que al preguntar Amber se pusiera peor de lo que estaba. Pasaron los minutos, la castaña se fue calmando, respiraba más lento y había parado de hablar.—Voy por un vaso con agua —dijo su hermana y salió con prisas de la habitación. Chantal asintió, volvió su atención a Amber que se intentaba incorporar. Tenía los párpados hinchados, las mejillas estaban rojas y tocaba su pecho como si le hubieran arrancado algo dentro de este. También tenía heridas en las manos y en el costado derecho de su barbilla; eran semejantes a arañazos. Se puso de pie y la rizada la imitó. Buscó unas toallas de papel y comenzó a limpiar su nariz haciendo ruidos a la par de los sollozos que no podía contener. Anne regresó con el agua y se la extendió, esta la
Chantal.—¿Estará bien?—Sí, lo estará, le dije todo lo que tenía que escuchar para que acabara de reaccionar de una vez. Sabía que ese tipo no valía un centavo.—¿Y si lo perdona? —Pues ya me encargaré de darle yo unas cuantas cachetadas. Las Brown no somos de andar de cornudas ni bajando la cabeza como sumisas, así que no tienes de qué preocuparte. Sé que ella se ilusiona con facilidad y ve todo color de rosas, pero cuando la bajan de su nube se transforma... créeme que esa reacción es la que más me preocupa.La rubia sabía como lidiar con su hermana, cosa que aliviaba a Chantal, ya que por más desavenencias que existieran entre ellas ninguna dejaría a la otra a la deriva. Eso también se cumplía con ella; las había tenido como apoyo toda su vida en los peores momentos, por lo que su deber era estar para su amiga ahora que la necesitaba.Los próximos días Anne y ella los habían pasado junto a Amber, echando a un lado parte de sus rutinas para hacerle compañía. Superar el engaño del
Chantal.Quedó paralizada en el lugar. Los hombros del hombre frente a ella subían y bajaban a ritmo frenético. Buscaba por toda la sala como animal rabioso, capaz de despedazar lo que se le pusiera por delante. Ella sintió un escalofrío recorrele el cuerpo, erizando su columna vertebral en son de advertencia. Él giró hacia ella, el tinte endemoniado en la mirada de James la asustó.—¡Dime donde está Amber! —gritó él dejando el aire bañado de su aliento etílico. Apestaba a alcohol—. Se está escondiendo, ¿no?.—Ella no se encuentra, salió hace más de media hora.—¡No me mientas, ricitos! ¡Esa perra rompió el parabrisas de mi auto y lo va a tener que pagar!Chantal lo miró con asombro, ahora ciertos detalles en la actitud de su amiga tomaban sentido. Amber estaba loca, cómo podía haber hecho algo así, más a alguien como ex, que no era la mejor de las personas.—Yo no sé de lo que hablas. Ella no está, así que te pido que te marches —le señaló la puerta aún abierta y él sonrió.—¡¿Ah, n
Chantal.Ella asintió y dejó que él la guiara hacia la habitación. Su corazón palpitaba con miedo, se le quería salir del pecho. Todo lo sucedido pasaba por su mente y todavía no lo podía creer. Tocaba su cuello mientras caminaba de un lado a otro sopesando las consecuencias que esto podría tener.—Déjame ver —pidió Dixon señalándole la piel—. Espero no deje marcas o juro que mato a ese infeliz —acarició la zona maltratada y rojiza.—No, por favor, no quiero más peleas —lo abrazó—. No quiero que nada malo te pase, que te vayas y me dejes sola.—Eso no va a pasar, mi amor, no se atreverá a hacer nada contra mí. Soy un Derricks, ¿recuerdas?Ella asintió, el calor proveniente de sus brazos la hacían sentir segura, en paz. El pálpito en su pecho se iba calmando, ese era un efecto que solo él podía generar en su mente. Le daba sosiego, ternura, amor, tantas cosas de las que nunca creyó encontrar en alguien ahora las tenía en el hombre del que se había enamorado.—Nunca me dejes —murmuró co
Dixon.Observaba la pared decorada con mariposas. Recordó el momento en el que preparó el detalle para ella. Aún teniendo el pesar de que tal vez Chantal nunca lo llegaría a ver, era una forma de marcar esa pequeña oficina como su propiedad, así como ella era dueña de su corazón. También lo había hecho por él, porque al contemplar esas alas blancas en relieve le recordarían a ella, a la primera vez que notó su fascinación por esos insectos y la primera vez que él se percató que la chica que debía odiar lo atraía sin remedio.Ahora esperaba por ella, como tantas veces lo había hecho. Aguardaba impaciente, enojado con esa Robinson que se había empeñado en mantenerlo alejado los últimos dos días poniendo excusas que ni ella se creía. Algo le ocurría, y él ya estaba harto de esperar a que decidiera encararlo. Su paciencia se agotaba de tanto esperar, de pretender que un día Chantal se atrevería a aceptar lo que sentía, que estaría dispuesta a superar sus miedos como él lo había hecho. La
Dixon.—¡Dixon, Chantal, los estaba buscando! —exclamó Derek con tono nervioso.—¿Qué sucede, hermano? —cuestionó ante el estado de ansiedad del rubio.—Es mamá... está aquí, en mi oficina.—¿Judith? —dirigió su mirada a la rizada que palideció al instante— ¿Qué es lo que quiere?—Ha venido a hablar con ustedes.Quedó pensativo por un momento, sopesando las razones que tendría su madre para venir exclusivamente a charlar con ambos. No podía ser nada bueno, de ella hacia él nunca habían salido cosas gratificantes, solo decepciones y disputas; en esta ocasión no podría ser diferente.—Bien —entrelazó sus dedos con los de Chantal y tiró de ella para echar a andar.—Dixon... —farfulló ella.—No te voy a dejar caer, tranquila —afirmó su agarre.Judith estaba sentada en la silla principal, ojeaba uno de los números de la revista, y al percatarse de la entrada de ambos levantó la vista. Su porte elegante abarcó el lugar. Los ojos con un brillo imponente toparon con los de él. Dixon le sostuv
Dixon.Sus cuerpos desnudos se enredaban sobre las sábanas grises, los gemidos ahogados a besos candentes desterraban el silencio de la habitación. Quería palpar cada espacio de su piel, recorrer los poros erizados que sucumbían ante el éxtasis. Las piernas temblorosas se aferraron a sus caderas a la vez que ella decía su nombre como quien reafirma el mayor de los placeres. La electricidad le recorrió el cuerpo al escuchar su voz, sus movimientos se hicieron más fuertes y profundos, haciéndolo soltar bufidos de gozo. Atrapó sus rizos en un puño tirando de ellos mientras el corrientazo amenazaba con romper en su dureza.—Mírame —le exigió en un murmullo.Ella abrió sus ojos y los conectó con los de él. Quería que esos abismos negros contemplaran su deseo, el brillo lascivo y genuino en su azul; ese que era solo por ella. La gloria fluyó como un descargue cargado de placer que lo hizo enterrarse más en la unión de ambos. Besó sus labios con premura, sellando lo mucho que disfrutaba cada