Chantal.Ella asintió y dejó que él la guiara hacia la habitación. Su corazón palpitaba con miedo, se le quería salir del pecho. Todo lo sucedido pasaba por su mente y todavía no lo podía creer. Tocaba su cuello mientras caminaba de un lado a otro sopesando las consecuencias que esto podría tener.—Déjame ver —pidió Dixon señalándole la piel—. Espero no deje marcas o juro que mato a ese infeliz —acarició la zona maltratada y rojiza.—No, por favor, no quiero más peleas —lo abrazó—. No quiero que nada malo te pase, que te vayas y me dejes sola.—Eso no va a pasar, mi amor, no se atreverá a hacer nada contra mí. Soy un Derricks, ¿recuerdas?Ella asintió, el calor proveniente de sus brazos la hacían sentir segura, en paz. El pálpito en su pecho se iba calmando, ese era un efecto que solo él podía generar en su mente. Le daba sosiego, ternura, amor, tantas cosas de las que nunca creyó encontrar en alguien ahora las tenía en el hombre del que se había enamorado.—Nunca me dejes —murmuró co
Dixon.Observaba la pared decorada con mariposas. Recordó el momento en el que preparó el detalle para ella. Aún teniendo el pesar de que tal vez Chantal nunca lo llegaría a ver, era una forma de marcar esa pequeña oficina como su propiedad, así como ella era dueña de su corazón. También lo había hecho por él, porque al contemplar esas alas blancas en relieve le recordarían a ella, a la primera vez que notó su fascinación por esos insectos y la primera vez que él se percató que la chica que debía odiar lo atraía sin remedio.Ahora esperaba por ella, como tantas veces lo había hecho. Aguardaba impaciente, enojado con esa Robinson que se había empeñado en mantenerlo alejado los últimos dos días poniendo excusas que ni ella se creía. Algo le ocurría, y él ya estaba harto de esperar a que decidiera encararlo. Su paciencia se agotaba de tanto esperar, de pretender que un día Chantal se atrevería a aceptar lo que sentía, que estaría dispuesta a superar sus miedos como él lo había hecho. La
Dixon.—¡Dixon, Chantal, los estaba buscando! —exclamó Derek con tono nervioso.—¿Qué sucede, hermano? —cuestionó ante el estado de ansiedad del rubio.—Es mamá... está aquí, en mi oficina.—¿Judith? —dirigió su mirada a la rizada que palideció al instante— ¿Qué es lo que quiere?—Ha venido a hablar con ustedes.Quedó pensativo por un momento, sopesando las razones que tendría su madre para venir exclusivamente a charlar con ambos. No podía ser nada bueno, de ella hacia él nunca habían salido cosas gratificantes, solo decepciones y disputas; en esta ocasión no podría ser diferente.—Bien —entrelazó sus dedos con los de Chantal y tiró de ella para echar a andar.—Dixon... —farfulló ella.—No te voy a dejar caer, tranquila —afirmó su agarre.Judith estaba sentada en la silla principal, ojeaba uno de los números de la revista, y al percatarse de la entrada de ambos levantó la vista. Su porte elegante abarcó el lugar. Los ojos con un brillo imponente toparon con los de él. Dixon le sostuv
Dixon.Sus cuerpos desnudos se enredaban sobre las sábanas grises, los gemidos ahogados a besos candentes desterraban el silencio de la habitación. Quería palpar cada espacio de su piel, recorrer los poros erizados que sucumbían ante el éxtasis. Las piernas temblorosas se aferraron a sus caderas a la vez que ella decía su nombre como quien reafirma el mayor de los placeres. La electricidad le recorrió el cuerpo al escuchar su voz, sus movimientos se hicieron más fuertes y profundos, haciéndolo soltar bufidos de gozo. Atrapó sus rizos en un puño tirando de ellos mientras el corrientazo amenazaba con romper en su dureza.—Mírame —le exigió en un murmullo.Ella abrió sus ojos y los conectó con los de él. Quería que esos abismos negros contemplaran su deseo, el brillo lascivo y genuino en su azul; ese que era solo por ella. La gloria fluyó como un descargue cargado de placer que lo hizo enterrarse más en la unión de ambos. Besó sus labios con premura, sellando lo mucho que disfrutaba cada
Dixon.Sonoros pasos se escucharon a su derecha, haciendo que todos se giraran a la mujer que se movía con gracia de diosa sobre el piso pulido. Lidia llegó a ellos con una hermosa sonrisa. Se fijó en cada uno antes de saludar deteniéndose más de lo debido en contemplar a la rizada,cosa que dejó claro a Dixon que ella sabía quién era su novia y el apellido que cargaba.—Bienvenidos, pensaba que no iban a venir, ya estaba preocupada. Tú debes ser Derek —dijo al rubio—, en un placer conocerte.—Igualmente —respondió él con resequedad reparándola—, ella es Anne Brown, mi novia.—Un gusto —extendió su mano para saludar a la rubia quien imitó la acción.Dixon percibió el nerviosismo en Chantal cuando Lidia volvió a reparar en ella. Se aferró más a sus dedos, por lo que él le pasó el brazo sobre los hombros de forma protectora.—Ella es Chantal Robinson, mi novia.La mujer asintió intentando disimular una muequilla de desagrado que todos notaron. Él le dio una mirada con tintes gélidos deja
ChantalEl vestido de color rosa pálido se ajustaba a su cintura y caía holgado hasta las rodillas. Se aplicó labial para terminar su maquillaje, pero la sombra de la tristeza era lo que más se asomaba en su rostro. Pasaron varias horas y Dixon solo había venido a tomar su traje y explicarle que tendría que asumir el papel de padrino junto a Maggi. Debía estar en el altar con su padre, el cual no había dejado de beber desde que ambos hablaron. Él le contó todo lo que Daniel dijo, sin embargo, no se sentía feliz al respecto.Percibía que nadie en esa familia la quería cerca de Dixon, no la creían digna, o al menos así se sentía ella. Suspiró y se dio un último vistazo al espejo. Se veía bien, pero su complemento faltaba.Asistiría junto a Anne y Derek, que ya esperaban en el recibidor de la mansión. El rubio no estaba mucho mejor que ella, pero de igual forma le ofreció su brazo con una agradable sonrisa.Fueron al jardín principal. La tarde comenzaba a caer, pronto el cielo dibujaría
Chantal.Caminaron por el amplio jardín hasta llegar al lado de una fuente. Dixon se puso frente a ella y comenzó a buscar dentro del bolsillo de su pantalón.—Quería dártelo antes, pero con todo esto no tuve oportunidad —sacó la pulsera de mariposas y tomó su muñeca para colocársela—. Solo se ve hermosa en ti.Chantal la admiró, los dijes resplandecían con los destellos que brindaban las luces del atardecer. Entonces, recordó a su abuela, y la esfera traslúcida que le había obsequiado junto a sus palabras:«... Todos necesitamos ese algo que nos haga brillar mi niña, recuerda, a esta vida venimos en una mitad, y nos dedicamos sin quererlo a buscar la otra que nos falta...»Chantal sonrió, par de lágrimas corrieron por sus mejillas. La había derribado, él, con todos sus defectos y virtudes, con esa maravillosa forma de quererla y de demostrarle lo que sentía. Dixon había echado su muralla abajo, la había estado agrietando desde ese momento en el que chocaron y su azul se acon el negr
Epílogo.Tres años después.Chantal.Con la sábana de satén blanco cubrió su cuerpo desnudo, salió de la cama arrastrándola por todo el suelo alfombrado. Abrió la puerta de cristal transparente e inhaló el aroma de las rosas rojas que recién abrían en el balcón. Era un panorama perfecto, la Torre Eiffel resaltaba en el ambiente parisino. El clima tibio le recorría la piel, y la hacía sentirse de manera exquisita. Habían llegado la noche anterior, Dixon prácticamente la secuestró del centro de desintoxicación donde hacía sus pasantías. Ese año se graduaría y comenzaría a ejercer como Psicóloga junto al Doctor Garcés, para ayudar a personas como su madre, a salir del horrible abismo que era depender de las adicciones. Se sentía feliz, realizada, había vencido gran parte de sus miedos, y aunque todo su camino en los últimos años no había sido fácil, recorrerlo junto a Dixon, fue la fuerza necesaria que necesitaba para vencer las dificultades.Sus familias seguían en conflicto, pero apren