CAPÍTULO V

Horas más tarde, tras una cena guisada por la estimable señora Cox de la que no había podido probar bocado, Helen estaba sentada en su habitación en la oscuridad de la noche, encarando las consecuencias de su encuentro con Jack .

Inconscientemente, había esperado que, cuando lo volviera a ver, se operaría el milagro y las cosas se arreglarían.

Era ridículo, como si un adulto persistiese en creer en papá Noel cuando la magia se había extinguido hacía años.

En total, había pasado nueve meses con él, tres como su esposa, y había sido el cielo en la tierra. Habla estado aterrada aquel primer día cuando, siendo una empleada relativamente nueva en la gran compañía de abastecimiento de comidas para la que trabajaba, la habían llamado para coordinar con la secretaria del gran hombre una cena formal que Jack iba a celebrar aquel fin de semana.

Se había aventurada al interior del monumental bloque de oficinas con las advertencias y consejos de sus compañeros pitándole en los oídos.

Cuesta mucho complacerlo, así que asegúrate de apuntar hasta el último detalle. Nunca tolera los fallos, repasa los puntos con su secretaria por lo menos, un par de veces para asegurarte de que los ha apuntado bien...

La lista había sido interminable y la había reducido a un manojo de nervios ante la puerta de la oficina de su secretaria, que era más lujosa que su propio y pequeño apartamento.

Llamó, pero la habitación estaba vacía. Mientras permanecía de pie en medio de la moqueta, que le llegaba hasta los tobillos, la cerradura de su maletín se rompió y los papeles de la compañía se desparramaron por el suelo.

Estaba a gatas recogiéndolos frenéticamente cuando oyó una voz masculina y serena en la entrada, y se quedó paralizada.

-¿La señorita Myatt? ¿De Abastecimiento a empresas?- inquirió.

Helen levantó la mirada de condenada a muerte a la figura lacónica y seria que se inclinaba y la escrutaba tranquilamente-.

Mi secretaria se encuentra indispuesta hoy, señorita Myatt; siento que tenga que hablar conmigo.

¿Lo sentía? Lo siguió sin fuerzas hasta su suntuosa oficina y dejó el maletín en el suelo, lo que hizo que se volviera a abrir y que los documentos se desperdigaran, repitiéndose el fracaso.

-Señorita Myatt, hoy no es su día...

Salió de detrás de su escritorio para ayudarla, mirándola con ojos oscuros y burlones al ver su desconsuelo.

Tiempo después le diría que se había enamorado de ella en aquel preciso instante. Fulminantemente, había dicho recorriendo con la mirada el suave y puro perfil de su rostro coronado por su masa de pelo rubio intenso.

Helen tenía veintiún años y era irremediablemente ingenua; Jack tenía treinta y cinco y era todo menos ingenuo.

Era un hombre de éxito, rabiosamente atractivo, con una conocida retahíla de aventuras a sus espaldas. Sin embargo, cuando le dijo que no se había enamorado antes, lo creyó. Se habían reído juntos, amado juntos... y ya todo se había terminado. Habían pasado la luna de miel buceando y haciendo parapente, y compartiendo cálidas noches de amor apasionado.

Pero, ¿cómo un hombre así, duro, dinámico, con un entusiasmo insaciable por la vida, podría con una mujer que estaría confinada en una silla de ruedas antes de los treinta, y en una cama de hospital cinco años después? ¿Incapaz de moverse, de respirar por sí misma?

Evocó la brutalidad desnuda del perfil médico sobre los efectos de la enfermedad que estaba latente en su cuerpo. Su mensaje de muerte viviente seguía siendo igual de difícil de aceptar. Le había parecido casi inhumano al leerlo por primera vez, pero ¿cuántas maneras había de dar noticias como aquélla? Su figura esbelta y pálida se retorció en las sombras de su habitación, bajo los rayos de luz de la luna que entraban par la ventana.

Había hecho bien dejando a Jack . Se quedó sin respiración en un sollozo de dolor; no había tenido elección.

Pero aquello no simplificaba las cosas, pensó casi con rabia mirando en tomo a la habitación en sombras.

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