CAPÍTULO II

Acababa de colocar dos cuencos de sopa humeante y una cesta de panecillos recién hechos frente a la joven pareja que los había pedido, cuando la vieja y tradicional campana de la puerta de entrada anunció la llegada de otra persona.

-Hola, Helen -dijo con voz suave, demasiado suave.

Sus ojos entornados eran devastadores.

-Jack ...

Mientras palidecía fue consciente de la punzada de alegría que sintió al volverlo a ver. Después, a medida que le invadía el honor de la situación, pensó que se iba a desmayar.

Fue obvio que él pensó lo mismo, porque se movió rápidamente y la obligó a sentarse, diciéndole con voz áspera:

-No pongas esa cara de sorpresa. Sabías que te encontraría algún día; sólo era cuestión de tiempo.

-Jack ...

-El mismo- replicó, mirando implacablemente los ojos azules y aturdidos con sus brillantes ojos negras. Su rostro era duro como el granito, igual que en el sueño. El sueño... Había sido un aviso-. Ahora, levántate.

-¿Qué?

-He dicho que te levantes.

Su mirada la habría aterrorizado de no ser porque no sentía nada, pero entonces oyó a la joven pareja moverse detrás de ella y vio al hombre aparecer a su lado.

-¡Oiga! -exclamó. No podía tener más de veintiún años y era evidente que estaba muerto de miedo-. ¿Ocurre algo, señorita? ¿Llamo a alguien?

-No...

Su voz se apagó cuando el gruñido grave de Jack irrumpió en la tensión del ambiente.

-No interfieras en cosas que no te conciernen, hijo- dijo sin mirar al joven. Sus ojos no se habían apartado del rostro de Helen desde que había entrado en el restaurante.

-Mire, no creo que quiera hablar con usted...

Jack lo dejó sin habla con sólo dirigir toda la fuerza de aquella maligna mirada a su pálido rostro, y Helen sintió admiración por el chico por no poner pies en polvorosa.

-Vete a sentarte donde estabas. O te sentaré yo.

-¡Déjalo!- exclamó Helen, levantándose de golpe. Vio la mirada de terror en el rostro del joven y, súbitamente, la calma inmóvil que la invadía se transformó en furia-.

No lo intimides.

-¿Que no lo intimide?

El colosal cuerpo de Jack se puso rígido. Helen se volvió al joven.

-No pasa nada, de verdad. Por favor, váyase y coma.

-¿Está segura?- preguntó. El alivio combatía con el orgullo masculino, pero el alivio venció y se escabulló.

-¿Qué quieres, Jack ?

Helen tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara.

Sobrepasaba el metro ochenta de estatura y Helen, a su lado, parecía pequeña pese a su metro sesenta. Pero, con las alpargatas que llevaba puestas para trabajar, daba la impresión de que era todavía más alto.

-Sabes exactamente lo que quiero, así que no intentes hacerte la tonta. ¿Vas a salir de aquí conmigo voluntariamente o tengo que sacarte yo?

-No puedo irme sin más, trabajo aquí...

-Claro que puedes, Helen. Y eso es exactamente lo que vas a hacer.

-No voy a volver, Jack ...

-¿Quién te lo ha pedido?- inquirió con aspecto lúgubre-. ¿No creerás que quiero que vuelvas después de lo que has hecho?

Sería el hombre más tonto del mundo- le dijo.

Algo se agitó en sus ojos mientras hablaba, y su voz se volvió más áspera-.

Pero quiero que hablemos y quiero saber dónde está, ¿me entiendes? Vais a aprender una lección que nunca olvidaréis.

-¿Dónde está? -repitió Helen vagamente-. ¿Quién?

-Te lo advertí, Helen, no juegues conmigo -dijo agarrándola del brazo con la presión de un tomo. Helen volvió a oír como la pareja se movía-. Ya he aguantado bastante.

Su rostro sombrío estaba mareado con la implacable determinación que le había llevado, de ser el segundo hijo de un ingeniero de minas estadounidense, a convertirse en millonario a la edad de treinta y cinco, cuando lo conoció por primera vez hacía un año.

Tendría que hablar con él y, cuanto antes lo hiciera, mejor.

-Le preguntaré a Arthur si puedo irme un rato...

Es mi jefe, está ahí dentro- dijo señalando vagamente la puerta de la cocina.

-Hazlo- le ordenó soltándole el brazo-.

Te daré exactamente sesenta segundos.

Cincuenta y nueve segundos más tarde, al salir con Jack del cálido restaurante a la antigua y sinuosa calle del pueblo, inspiró profundamente el aire puro del condado de York antes de seguirle hasta el coche.

-¿No podríamos andar simplemente?- preguntó con voz nerviosa cuando llegaron junto al coche deportivo aerodinámico que estaba agazapado en la calle gris-. Preferiría...

-Tus preferencias no me interesan- dijo Jack fríamente mientras le abría la puerta-.

Harás lo que se te dice.

Nunca había usado ese tono con ella y, de repente, se rebeló contra su arrogante autoridad.

-No puedes darme órdenes así, Jack - le dijo tratando de mantener la voz firme y serena-. He presentado una petición de divorcio, como sabes; no tienes derecho...

-¡Malditos sean mis derechos! -exclamó con una voz de rabia virulenta-. Nunca he dejado que mis derechos, interfieran en lo que quiero.

Afortunadamente, no te quiero a ti, Helen. El único sentimiento que me inspiras es asco y desprecio. ¿Lo entiendes?

Ella se lo había buscado y no podía culparlo.

-Entonces por qué... -empezó a decir, pero su voz se cascó y tragó saliva antes de volverlo a intentar-. ¿Por qué me has buscado?

-Porque, lo quieras o no, sigues siendo mi mujer y no voy a permitir que me dejes sin darme ninguna explicación, m*****a sea. También está el pequeño asunto del justo castigo- le dijo mirándola con sus severos ojos negros-.

Así que entra en el coche, Helen, y mantén esa hermosa y mentirosa boca cerrada.

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