CAPÍTULO IV

El hoyo se hacía cada vez más y más profundo, pero no podía dejar que a John le tocase la peor parte cuando todo lo que había hecho era ofrecerle consuelo y refugio-. John es un amigo, nada más.

-Claro -replicó Jack . Abrió la puerta del coche y se puso en pie sobre la recia y vigorosa hierba-. Necesito algo de aire fresco, aquí dentro apesta.

-Lo digo en serio, Jack - dijo saliendo como una flecha del coche y hablando con desesperación-. Por favor, escúchame.

-¿Escucharte? -inquirió, girándose con tanta furia que Helen se echó para atrás, apoyándose en el capó del coche-.

Cielo, eres basura, ni más ni menos. Crees que tu amiguito tiene posibilidades de recibir una buena paliza, ¿verdad? ¡Qué razón tienes! Y no ha pasado un día durante estos tres meses en el que no haya deseado que tú fueses también un hombre para poder castigarte de la misma manera.

Pero... -añadió inspeccionándola con una sonrisa amarga-, hay más de una manera de desollar a una rata.

-Jack ...- dijo ahogándose casi por el terror-. ¿No puedes limitarte a concederme el divorcio y dejar las cosas como están?

-Tendrás tu divorcio.

Un par de grajos descendieron en picado desde una enorme encina junto a la carretera, y su graznido áspero y estridente estuvo a tono con el momento.

-¿Por qué, Helen?- preguntó mientras se giraba para mirarla de frente.

En su rostro apenas se vislumbraba el Jack que sólo ella había conocido, vulnerable, accesible, con una capacidad ilimitada para la ternura-. ¿Qué fue mal? Creí que todo era tan...- prosiguió, pero se interrumpió para volverse a mirar de nuevo las colinas-. Pero no te conocía, ¿verdad? Todo era fingido, absolutamente todo.

Amor mío. Al mirar su nuca dorada por el sol, Helen sabía que el futuro, con su promesa de una pesadilla viviente, no era nada comparado con la aguda agonía que estaba dominando su alma por completó.

Existida a partir de aquel día, pero no estaría viva realmente. Sin embargo, lo amaba demasiado como para arrastrarlo al infierno con ella. La olvidaría con el tiempo y habría innumerables mujeres más que dispuestas a ayudarlo.

Aquel dolor era demasiado intenso para las lágrimas, y se volvió ciegamente para mirar a lo lejos, a una minúscula granja de la que salía un penacho de humo que ascendía lentamente hacia el cielo.

-Es una de esas cosas que pasan -dijo rígidamente-. La vida es así...

-¿Helen? No habrá algo que no me cuentas, ¿verdad?

No se había dado cuenta de que se había vuelto y la estaba mirando. Caminó rápidamente sus facciones para ponerse la máscara adecuada.

-¿Es que no bastan los hechos? -dijo con voz tensa-. Tendrás que adiarme por lo que sabes, no hay nada más.

-Realmente no podía haber nada más, ¿a que no? -dijo con mordaz cinismo-. Sólo que por un momento...

Dejó de hablar bruscamente y le señaló el coche con un ademán violento.

-Entra, ya he tenido bastante.

No hablaron durante el viaje de vuelta; y al detenerse junto al pequeño restaurante de Arthur, se inclinó por delante de ella y le abrió fácilmente la puerta.

-Buenas noches, Helen -dijo con tono inexpresivo.

-Buenas noches.

Tuvo que emplear toda su fuerza de voluntad para alejarse. Abrió la puerta del restaurante sin mirar en tomo a ella y oyó cómo el coche arrancaba con un furioso estruendo. Apenas había atravesado la puerta de la cocina, cuando se desplomó a los pies de Arthur Kelly.

-¿Helen? -preguntó levantándola y llevándola al único taburete que había junto a la puerta de atrás, con el rostro arrugado tenso de preocupación-.

¿Qué demonios pasa, chica?

Le acariciaba las manos mientras hablaba, claramente desconcertado.

-Arthur, ¿puedo irme a casa?- preguntó. Pero no pudo hablar durante varios segundos y cuando lo hizo, su voz era un débil susurro-.

Me siento fatal.

-Eso parece -replicó. Se asomó a mirar a los clientes por el panel de cristal de la puerta de la cocina-. No te puedo llevar ahora mismo; llamaré a un taxi, ¿de acuerdo?

-No, por favor, no lo hagas -le contestó.

El servicio de taxi más cercano estaba en una pequeña población a varios kilómetros de distancia, y necesitaba estar sola en seguida-. Llegaré a casa en diez minutos, prefiero andar.

-Está bien, chica, como quieras – accedió frunciendo el ceño con preocupación-. Pero llámame cuando estés en casa, ¿eh? Sólo para hacer feliz a un viejo.

-Lo haré. Y te veré mañana, como siempre.

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