CAPÍTULO VII

Mientras se dirigía a la cocina, una sensación de cansancio increíble hizo que le temblaran las manos.

¿Merecía la pena? Tal vez sería mejor decírselo. Pero recordó el rostro arrugado y cansado de Sandra, los rasgos hundidos y el cuerpo joven y rígido contorsionado como una caricatura de una mujer vieja.

¿Podría soportar que la viese empeorar lentamente y...?

Deja de gimotear, se dijo a sí misma con furia mientras la campana anunciaba la llegada de nuevos clientes.

Viviría día a día y hora a hora. Hacía ya semanas que sabía que aquella sería la única manera de soportar los meses y los años venideros.

Le llevó a Jack su cuenco de sopa antes de volverse a la familia que se había sentado en una esquina al otro lado de la sala. Durante el tiempo que estuvo hablando con los dos niños y tomó nota a los padres, era consciente de que Jack tenía la mirada puesta m su nuca; aunque cuando se volvió y se encaminó a la cocina, estaba comiendo tranquilamente un panecillo y contemplando el paisaje por la ventana

-¿A qué hora sales de trabajar? -le preguntó con tono brusco y rostro inexpresivo cuando le sirvió la tortilla española recién hecha y una patata asada con guarnición de ensalada-. Necesitamos atar unos cuantos cabos sueltos para que las formalidades prosigan con fluidez. Eso es lo que quieres, ¿no? Librarte de mí lo antes posible.

Helen bajó los ojos rápidamente con tristeza. Si él supiera...Nunca lo había deseado o amado tanto como en aquellos momentos cuando se sentía sola y desolada ante el futuro.

-Acabo a las once -dijo suavemente-. Pero puedo verte mañana por la mañana, si quieres.

-Estaré esperándote fuera a las once.

Su tono no permitía discusión alguna y ella asintió, todavía sin mirarlo, antes de ir a refugiarse en la cocina humeante y en la franca normalidad de Arthur.

Durante el resto de la tarde y noche, trabajó como una autómata mientras sus pensamientos estaban en otra parte.

Cuando se casó con Jack Forbes, jamás pensó que no sería para siempre. Sus padres habían muerto en un accidente de coche cuando tenia cuatro años y a su hermana Sandra y a ella las habían enviado a hogares de parientes lejanos distintos; Sandra a las regiones remotas de Escocia y ella al corazón de Londres. No estaban muy compenetradas, pues la diferencia de ocho años parecía insuperable debido a los celos que Sandra sentía por su hermosa hermana pequeña. Sin embargo, Helen recordaba haber llorado tanto por su hermana mayor como por sus padres en otro tiempo.

Hasta que no cumplió los dieciséis no supo que Sandra había rechazado voluntariamente estar en contacto con ella durante los años transcurridos, y tras una chocante visita a casa de su hermana, ya casada, en la que le había dado, literalmente, con la puerta en las narices, se propuso desterrar a Sandra de su vida. Pero... no había sido tan fácil. Sandra era su único familiar cercano; por sus venas corría la misma sangre y ella había querido, necesitado de su amor.

¡Qué débil y tonta fui!, pensó Helen solemnemente mientras servía con una sonrisa un bistec y un pastel de carne caseros a una menuda pareja de japoneses cargados con tres cámaras de fotos. ¡Y cómo había pagado ese sentimiento de debilidad que le iba pisando los talones! ¿No era una hermana que apenas había visto en su vida, después de todo?

Los tíos un tanto ancianos con los que había crecido le habían hecho sentir ansiosa e insegura. Se dio cuenta tiempo después, tras largas y profundas conversaciones con Jack en las que había destapado todas sus dudas y temores. Le habían enseñado que era indigna y desobediente, que su belleza era de algún modo vergonzosa y, aunque algo en su interior se había rebelado siempre contra aquella severa lógica, parte del veneno había hecho efecto.

Pero Jack había sacado a la luz todas las llagas, y las había limpiado con el líquido purificador de la razón. Y, gracias a aquello, se había sentido lo suficientemente fuerte como para intentar de ver a Sandra otra vez. Y lo que había visto y oído la había a aterrorizado.

Ya basta, Helen, se dijo al tiempo que miraba por la ventana, a la oscuridad de la noche. Una hora más y necesitarás todo tu ingenio para hablar con Jack . Algunas tazas de café negro cargado y... ¡basta de lamentaciones!

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