CAPÍTULO III

Una vez dentro del coche, atravesó el pueblo rápidamente, dejando atrás la plaza empedrada del mercado, con su cruce y su iglesia del siglo trece, y su por la empinada colina situada enfrente.

Jack no volvió a hablar, concentrado como estaba en la estrecha y sinuosa carretera bordeada por viejos muros de piedra. Helen se arriesgó a mirar su perfil severo y atractivo.

Se le encogió el estómago al percibir su tez marcadamente morena, su nariz recta y la abundante de pelo castaño brillante. Cuánto lo amaba, nunca dejaría de hacerlo...

-Bien, ahora sabremos toda la verdad.

Se desvió de la carretera hasta una pequeña verja que daba a unos campos cercados por muros de piedra y salpicados de granjas, y a unas colinas onduladas que parecían prolongarse hasta el infinito

-Y te lo advierto- dijo volviéndose en su asienta. Le tomó la barbilla en la mano, girando su cabeza para que viese su severa mirada-.

Si me mientes lo sabré y te haré que lamentes haber nacido.

Quiero la verdad, por desagradable que sea. ¿Entendido?

Sí, lo había entendido perfectamente. Pero la verdad era lo único que no podría decirle nunca.

No podría soportar verse reflejar en aquel rostro amado la pena, la desesperación que sentiría por ella y por no poder arreglar algo que estaba completamente fuera de control.

-Si te ayuda a empezar, sé lo de John Davies -le dijo con voz fría e inexpresiva, y se volvió a mirar por la ventana el mundo iluminado por el sol-.

El detective privado que contraté para que te encontrara también averiguó lo de tu amigo. Desgraciadamente, no estaba cuando fui a verlo.

-¿Fuiste a casa de John? -preguntó débilmente-. Pero, ¿por qué...?

-¡No me vengas con ésas, Helen! ¿Cuándo empezó todo?

Le oyó rechinar los dientes de rabia y se esforzó en engranar sus pensamientos. ¿Pensaba que lo había abandonado por John? ¿El dulce y sencillo John, que había sido su amigo durante años?

-Recuerdo su nombre en la lista de invitados a la boda, pero no vino. Ahora entiendo por qué.

-No vino porque ha estado en España durante los últimos tres años -dijo Helen con voz tensa-. Está...

-Muerto cuando le ponga las manos encima -concluyó Jack ferozmente.

-John no tiene nada que ver con esto -dijo Helen-.

Me envió una postal hace unos meses con su nueva dirección y, cuando me fui, era el único lugar al que se me ocurrió ir. Ni siquiera pasé una noche con él.

Me puso en contacto con una señora del pueblo que aloja a huéspedes ocasionales...

-La señora Cox- declaró Jack con dureza-. Sí, ya lo sé. También sé que lo ves con bastante regularidad, así que haznos un favor a los dos y corta el rollo, Helen.

¿Tal vez debía dejarle pensar que lo había abandonado por John?

En la nota que le había dejado sólo decía que su matrimonio había sido un grave error y que, había decidido darlo por terminado; que no quería nada de él y que los trámites de divorcio empezarían inmediatamente.

Si pensase que lo había dejado por un amante, aquel golpe a su ego masculino seria indecible y definitivo. Y aquello debía ser definitivo.

-Mi relación con John no tiene nada que ver contigo -dijo suavemente-. Yo no...

-¡Claro que tiene que ver, m*****a sea! -dijo apretando los dientes-.

Me diste gato por liebre, cariño, y nadie, nadie hace eso. Cuando le ponga las manos en...

Se calló, pero la mirada de su rostro sombrío era letal.

–Esto es ridículo -dijo Helen con tanta calma como podía reunir con el corazón desbocado-. Hacerle daño a John no servirá de nada, nunca volveré...

-Nunca tendrás oportunidad de hacerlo- le interrumpió brutalmente-. Eres mercancía sucia y yo sólo tengo lo mejor -continuó.

Helen sabía que estaba descargándose a causa de su propia herida, pero oírle hablar así era una agonía, después de todo lo que habían compartido...-.

Cuando haya terminado con él no lo deseará ninguna otra mujer, te lo puedo prometer.

-Jack ...- empezó a decir, pero se interrumpió bruscamente. ¿Qué podía decir?

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