El ambiente en la casa estaba cargado de tensión, como si la tormenta que rugía fuera se hubiera colado en cada rincón, en cada respiro contenido. El repiqueteo incesante de la lluvia contra las ventanas y el rugido lejano de los truenos llenaban el espacio, pero lo que más asfixiaba era el silencio desesperado que envolvía a todos mientras observaban a Alexandre, inmóvil en el sofá, apenas respiraba.El pequeño siguió inconsciente, su piel pálida y el tono morado de su rostro eran señales evidentes de que algo terrible estaba ocurriendo. La angustia era palpable, colgando en el aire como un peso que ninguno podía soportar.Anaís se levantó del sofá, sus ojos llenos de miedo y lágrimas. Se acercó a su amigo, su pequeño cuerpo temblando, aunque ya no por el frío, sino por el miedo.Alejandro, con las manos temblorosas, se inclinó sobre Alexandre y colocó dos dedos sobre su cuello, buscando un pulso que no encontraba. El pánico comenzó a apoderarse de su rostro.—No está respirando —mu
Naomi se quedó estática, incapaz de moverse ni de articular palabra. La intensidad en los ojos de ese hombre la congelaba, pero lo que realmente la desconcertaba era algo más profundo. Ese rostro... era una versión adulta de su sobrino Alexandre. La misma estructura facial, la diferencia eran los ojos, los de su sobrino eran verdes, y los de este hombre eran gris plomo, se veían oscuros llenos de furia. ¿Cómo era posible que ese extraño se pareciera tanto? Pensó, sin embargo, la verdad surgió como un relámpago en su mente, la única explicación es que ese hombre fuera el padre de Alexandre, Sergio Castillo. Sus piernas temblaron como gelatina, pero en vez de salir corriendo de allí, la curiosidad por saber más le impidió huir. —Te hice una pregunta —gruñó el hombre, interrumpiendo sus pensamientos. Su tono no dejaba lugar a dudas de que no estaba acostumbrado a esperar respuestas.Naomi sacudió la cabeza ligeramente, saliendo de su estado de shock, y murmuró una disculpa torpe.—Lo
Naomi llegó a la sala de emergencias pediátricas, donde estaba su sobrino, con el corazón a punto de salirse de su pecho. Después de lo que acababa de vivir con Sergio Castillo y las mentiras que había dicho para conocerlo y proteger a Alexandre.La ansiedad y el miedo se mezclaron en su interior, haciendo que cada paso fuera más pesado que el anterior. Sintió un nudo en el estómago, y su mente no dejaba de repasar las palabras de Marina.“Mi hijo despertó hoy y más tardar mañana será dado de alta". El temor de que esa mujer pudiera convencer a Sergio para que pudiera reclamar a Alexandre como su hijo no la dejaba en paz.Cuando por fin llegó a la puerta de emergencia pediátrica donde había ingresado a Alexandre, respiró hondo y se obligó a serenarse. Al entrar, un médico salió a conversar con ella, con una expresión grave, aunque no desesperada.—¿Cómo se encuentra mi niño? —inquirió con una expresión de evidente angustia.—El niño está estable, pero ha desarrollado una neumonía —inf
La mujer vio a Alejandro entrando a la habitación y por eso no dudó en ir tras él. Por su parte, Naomi escuchó la voz de Marina resonar con firmeza en la habitación, y una ola de pánico la envolvió. Su cuerpo tembló mientras intentaba tomar una decisión: salir o quedarse oculta. No sabía qué hacer, pero luego decidió que lo mejor era que no la viera y mantenerse oculta. Sin embargo, necesitaba saber que diría Alejandro ante las palabras de Marina. Con la respiración contenida, entreabrió la puerta poco a poco, asomándose lo suficiente para observar sin ser vista.Marina se encontraba de pie, al lado de la cama de Alexandre, con los ojos fijos en el rostro del pequeño. Su expresión estaba marcada por una mezcla de sorpresa, certeza y algo parecido a la furia. Alejandro, de pie al otro lado de la cama, tenía el ceño fruncido, pero no había dicho nada. El silencio en la habitación se hizo insoportablemente pesado.—Te lo dije, Alejandro —dijo Marina, esta vez más suave, aunque su tono s
El pequeño Alexandre estaba más almado después de la visita de Marina, y como estaba más tranquilo, preguntó por Anaís.—¿Por qué no vino Anaís a visitarme? ¿Está bien? —interrogó sin dejar de mirar de Alejandro a Amelia, cuando se recordó.—Si está muy bien, lo que le pasó en su pie fue solo un esguince que lo atendieron allí mismo en la casa, y debe guardar reposo por unos días, pero te mando saludo y desea que te mejores pronto para que regreses a casa.El pequeño Alexandre sonrió al escuchar que Anaís estaba bien, aunque una sombra de preocupación cruzó su rostro.—Me alegro de que esté bien, —dijo suavemente. —Fue mi culpa que se lastimara. No debí haber huido así, pero es que creí que no me querían.Alejandro le acarició el cabello con ternura.—No te culpes, pequeño. Lo importante es que ambos están a salvo ahora. Y nunca se te olvide que en la casa te amamos muchísimo.—¿Cuándo podré verla? —preguntó Alexandre con anhelo en su voz.—Cuando te den de alta la ves —manifestó Alej
Amelia se quedó paralizada en la puerta, observando la escena frente a ella. La habitación era un caos, con objetos esparcidos por el suelo y la cama revuelta. Pero lo que más la impactó fue la mirada de Sergio, una mezcla de sorpresa, dolor y algo más que no pudo descifrar.Por un momento, ninguno de los dos habló. El silencio era pesado, cargado de emociones no dichas y tensión palpable.Finalmente, Amelia dio un paso adelante, cerrando la puerta suavemente detrás de ella.—Sergio... —comenzó, su voz suave pero firme. —¿Qué está pasando?Sergio la miró, sus ojos brillando con una mezcla de emociones que Amelia no pudo descifrar completamente. Había dolor, rabia, y algo más... ¿Vergüenza? —¿Qué haces aquí, Amelia? —preguntó Sergio, su voz ronca y cansada. —¿Vienes a regodearte de mí miseria y a lanzarme en la cara tu buena fortuna y felicidad?Amelia negó con la cabeza, dando otro paso hacia él. —Sabes que no es así. Vine porque me preocupo por ti, Sergio. Quería saber cómo estabas
Naomi esperó unos segundos después de tocar, su corazón latiendo con fuerza. Finalmente, escuchó la voz áspera de Sergio desde el interior.—Adelante, —gruñó.Ella abrió la puerta lentamente y entró, manteniendo una expresión neutral a pesar de la irritación que sentía.—Buenas tardes, señor Castillo, —dijo con voz calmada. —Soy Kenya, la enfermera que su madre contrató para cuidarlo.Sergio la miró con desdén, sus ojos recorriéndola de arriba abajo.—Así que tú eres la incompetente que mi madre eligió, —murmuró, pero ella solo suspiró y no le respondió nada—. Ahora no te quedes allí ¡Apúrate y pídele la maldita silla al enfermero para que me ayudes a sentarme! —espetó Sergio, con el mismo tono despectivo que había usado desde que Naomi entró en la habitación.Naomi asintió sin decir una palabra. Sabía que si respondía de la misma manera, la situación solo empeoraría. Se giró rápidamente y fue en busca de la silla de ruedas, ignorando el desprecio que sentía en la voz de Sergio. Al r
Sergio apretó los puños, luchando por mantener la calma. Sabía exactamente lo que intentaban hacer: aprovecharse de su debilidad para apartarlo del puesto de CEO. Habían estado esperando una oportunidad como esta, y ahora que él estaba postrado en una silla de ruedas, no perderían la ocasión de tratar de destituirlo.—¡Ni lo sueñen! —gruñó Sergio, sus ojos brillando con furia contenida—. La empresa sigue siendo mía y seguiré dirigiéndola desde donde sea necesario. —Creo que esa decisión debe tomarla la junta directiva, no tú —dijo uno de ellos.—Claro que es por tu tranquilidad —agregó Herbert, tratando de suavizar las palabras de su primo. —Qué considerados, primos —respondió Sergio, con una sonrisa falsa—. Pero no se preocupen. Aún puedo pensar y tomar decisiones, aunque no pueda caminar. No necesitan apresurarse a planear juntas o asambleas.Los primos se miraron entre sí, intentando disimular sus intenciones. Sin embargo, antes de que pudieran responder, Sergio añadió con un ton