La mujer vio a Alejandro entrando a la habitación y por eso no dudó en ir tras él. Por su parte, Naomi escuchó la voz de Marina resonar con firmeza en la habitación, y una ola de pánico la envolvió. Su cuerpo tembló mientras intentaba tomar una decisión: salir o quedarse oculta. No sabía qué hacer, pero luego decidió que lo mejor era que no la viera y mantenerse oculta. Sin embargo, necesitaba saber que diría Alejandro ante las palabras de Marina. Con la respiración contenida, entreabrió la puerta poco a poco, asomándose lo suficiente para observar sin ser vista.Marina se encontraba de pie, al lado de la cama de Alexandre, con los ojos fijos en el rostro del pequeño. Su expresión estaba marcada por una mezcla de sorpresa, certeza y algo parecido a la furia. Alejandro, de pie al otro lado de la cama, tenía el ceño fruncido, pero no había dicho nada. El silencio en la habitación se hizo insoportablemente pesado.—Te lo dije, Alejandro —dijo Marina, esta vez más suave, aunque su tono s
El pequeño Alexandre estaba más almado después de la visita de Marina, y como estaba más tranquilo, preguntó por Anaís.—¿Por qué no vino Anaís a visitarme? ¿Está bien? —interrogó sin dejar de mirar de Alejandro a Amelia, cuando se recordó.—Si está muy bien, lo que le pasó en su pie fue solo un esguince que lo atendieron allí mismo en la casa, y debe guardar reposo por unos días, pero te mando saludo y desea que te mejores pronto para que regreses a casa.El pequeño Alexandre sonrió al escuchar que Anaís estaba bien, aunque una sombra de preocupación cruzó su rostro.—Me alegro de que esté bien, —dijo suavemente. —Fue mi culpa que se lastimara. No debí haber huido así, pero es que creí que no me querían.Alejandro le acarició el cabello con ternura.—No te culpes, pequeño. Lo importante es que ambos están a salvo ahora. Y nunca se te olvide que en la casa te amamos muchísimo.—¿Cuándo podré verla? —preguntó Alexandre con anhelo en su voz.—Cuando te den de alta la ves —manifestó Alej
Amelia se quedó paralizada en la puerta, observando la escena frente a ella. La habitación era un caos, con objetos esparcidos por el suelo y la cama revuelta. Pero lo que más la impactó fue la mirada de Sergio, una mezcla de sorpresa, dolor y algo más que no pudo descifrar.Por un momento, ninguno de los dos habló. El silencio era pesado, cargado de emociones no dichas y tensión palpable.Finalmente, Amelia dio un paso adelante, cerrando la puerta suavemente detrás de ella.—Sergio... —comenzó, su voz suave pero firme. —¿Qué está pasando?Sergio la miró, sus ojos brillando con una mezcla de emociones que Amelia no pudo descifrar completamente. Había dolor, rabia, y algo más... ¿Vergüenza? —¿Qué haces aquí, Amelia? —preguntó Sergio, su voz ronca y cansada. —¿Vienes a regodearte de mí miseria y a lanzarme en la cara tu buena fortuna y felicidad?Amelia negó con la cabeza, dando otro paso hacia él. —Sabes que no es así. Vine porque me preocupo por ti, Sergio. Quería saber cómo estabas
Naomi esperó unos segundos después de tocar, su corazón latiendo con fuerza. Finalmente, escuchó la voz áspera de Sergio desde el interior.—Adelante, —gruñó.Ella abrió la puerta lentamente y entró, manteniendo una expresión neutral a pesar de la irritación que sentía.—Buenas tardes, señor Castillo, —dijo con voz calmada. —Soy Kenya, la enfermera que su madre contrató para cuidarlo.Sergio la miró con desdén, sus ojos recorriéndola de arriba abajo.—Así que tú eres la incompetente que mi madre eligió, —murmuró, pero ella solo suspiró y no le respondió nada—. Ahora no te quedes allí ¡Apúrate y pídele la maldita silla al enfermero para que me ayudes a sentarme! —espetó Sergio, con el mismo tono despectivo que había usado desde que Naomi entró en la habitación.Naomi asintió sin decir una palabra. Sabía que si respondía de la misma manera, la situación solo empeoraría. Se giró rápidamente y fue en busca de la silla de ruedas, ignorando el desprecio que sentía en la voz de Sergio. Al r
Sergio apretó los puños, luchando por mantener la calma. Sabía exactamente lo que intentaban hacer: aprovecharse de su debilidad para apartarlo del puesto de CEO. Habían estado esperando una oportunidad como esta, y ahora que él estaba postrado en una silla de ruedas, no perderían la ocasión de tratar de destituirlo.—¡Ni lo sueñen! —gruñó Sergio, sus ojos brillando con furia contenida—. La empresa sigue siendo mía y seguiré dirigiéndola desde donde sea necesario. —Creo que esa decisión debe tomarla la junta directiva, no tú —dijo uno de ellos.—Claro que es por tu tranquilidad —agregó Herbert, tratando de suavizar las palabras de su primo. —Qué considerados, primos —respondió Sergio, con una sonrisa falsa—. Pero no se preocupen. Aún puedo pensar y tomar decisiones, aunque no pueda caminar. No necesitan apresurarse a planear juntas o asambleas.Los primos se miraron entre sí, intentando disimular sus intenciones. Sin embargo, antes de que pudieran responder, Sergio añadió con un ton
Sergio la miró sorprendido por un momento, no acostumbrado a que alguien le hablara de esa manera. Por un instante quiso replicar, pero algo en la determinación de Naomi lo detuvo, por eso se quedó en silencio. Con un suspiro de derrota, extendió su brazo hacia ella.Naomi tomó su brazo con cuidado, examinando la herida. No era profunda, pero necesitaba atención de inmediata.Sergio, orgulloso, se mantuvo en un estado de resistencia, pero había algo en la determinación de ella que le hizo no protestar. Aunque le molestaba mucho tener que aceptar ayuda, la herida en su brazo le recordó que, a veces, no tenía más opción. Naomi lo ayudó a levantarse, lo sentó en la cama, luego tomó el botiquín, y se sentó a su lado, lo abrió y con movimientos ágiles, pero cuidadosos, comenzó a curar su herida.El aroma a champú y jabón de ella le llegó, invadiendo sus sentidos. Era un olor fresco que contrastaba con el caos en su mente, y, de manera inesperada, su estómago se contrajo, haciendo que su c
Alejandro mantuvo la mirada fija en Amelia, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una explicación convincente. No esperaba que lo descubriera tan pronto, y ahora enfrentaba la incómoda tarea de responder sus preguntas sin revelarle nada.Amelia por su parte, sintió que su corazón se aceleraba. La preocupación se transformó en un torrente de pensamientos confusos. “¿De qué estaba hablando? Alejandro ¿Qué estaba ocultando?” Esa pregunta resonó en su mente mientras intentaba discernir el tono de la conversación de Alejandro. La mirada de Amelia se endureció; su mente corría desbocada.—¿De qué no quieres que yo me entere? —insistió, su voz temblorosa, pero firme. No podía evitarlo, necesitaba respuestas.Alejandro se dio la vuelta, su expresión se tornó de sorpresa a una leve tensión.—Amelia, mi amor, no es lo que piensas —y por primera vez lo vio nervioso. —Entonces explícame, porque la forma en que hablas suena como si estuvieras ocultando algo importante —dijo ella, c
Naomi tomó un respiro profundo, tratando de mantener la calma. Sabía que debía manejar la situación con cautela, pues cualquier respuesta podía empeorar las cosas. Además, temía que al verlo se diera cuenta de que ese niño a quien se refería, era su hijo.Sergio la miró con una mezcla de determinación y desconfianza, como si estuviera esperando que ella dijera algo que confirmara sus sospechas.—No puedo hacer eso, Sergio —respondió, con suavidad pero con firmeza—. No es tan sencillo como simplemente traer a mi hijo y a mi madre aquí. Ellos necesitan estabilidad, y no quiero sacarlos de su entorno.Sergio frunció el ceño, claramente frustrado con su respuesta. No estaba acostumbrado a que alguien se negara a cumplir sus deseos. Se quedó en silencio, observándola como si tratara de entender sus verdaderas motivaciones.—¿Por qué no lo haces? —preguntó, su tono más frío—. Necesito una persona a tiempo completo. ¿Por qué te niegas? ¿Acaso tienes algo que esconder?Naomi sintió un nudo en