Amelia se quedó paralizada en la puerta, observando la escena frente a ella. La habitación era un caos, con objetos esparcidos por el suelo y la cama revuelta. Pero lo que más la impactó fue la mirada de Sergio, una mezcla de sorpresa, dolor y algo más que no pudo descifrar.Por un momento, ninguno de los dos habló. El silencio era pesado, cargado de emociones no dichas y tensión palpable.Finalmente, Amelia dio un paso adelante, cerrando la puerta suavemente detrás de ella.—Sergio... —comenzó, su voz suave pero firme. —¿Qué está pasando?Sergio la miró, sus ojos brillando con una mezcla de emociones que Amelia no pudo descifrar completamente. Había dolor, rabia, y algo más... ¿Vergüenza? —¿Qué haces aquí, Amelia? —preguntó Sergio, su voz ronca y cansada. —¿Vienes a regodearte de mí miseria y a lanzarme en la cara tu buena fortuna y felicidad?Amelia negó con la cabeza, dando otro paso hacia él. —Sabes que no es así. Vine porque me preocupo por ti, Sergio. Quería saber cómo estabas
Naomi esperó unos segundos después de tocar, su corazón latiendo con fuerza. Finalmente, escuchó la voz áspera de Sergio desde el interior.—Adelante, —gruñó.Ella abrió la puerta lentamente y entró, manteniendo una expresión neutral a pesar de la irritación que sentía.—Buenas tardes, señor Castillo, —dijo con voz calmada. —Soy Kenya, la enfermera que su madre contrató para cuidarlo.Sergio la miró con desdén, sus ojos recorriéndola de arriba abajo.—Así que tú eres la incompetente que mi madre eligió, —murmuró, pero ella solo suspiró y no le respondió nada—. Ahora no te quedes allí ¡Apúrate y pídele la maldita silla al enfermero para que me ayudes a sentarme! —espetó Sergio, con el mismo tono despectivo que había usado desde que Naomi entró en la habitación.Naomi asintió sin decir una palabra. Sabía que si respondía de la misma manera, la situación solo empeoraría. Se giró rápidamente y fue en busca de la silla de ruedas, ignorando el desprecio que sentía en la voz de Sergio. Al r
Sergio apretó los puños, luchando por mantener la calma. Sabía exactamente lo que intentaban hacer: aprovecharse de su debilidad para apartarlo del puesto de CEO. Habían estado esperando una oportunidad como esta, y ahora que él estaba postrado en una silla de ruedas, no perderían la ocasión de tratar de destituirlo.—¡Ni lo sueñen! —gruñó Sergio, sus ojos brillando con furia contenida—. La empresa sigue siendo mía y seguiré dirigiéndola desde donde sea necesario. —Creo que esa decisión debe tomarla la junta directiva, no tú —dijo uno de ellos.—Claro que es por tu tranquilidad —agregó Herbert, tratando de suavizar las palabras de su primo. —Qué considerados, primos —respondió Sergio, con una sonrisa falsa—. Pero no se preocupen. Aún puedo pensar y tomar decisiones, aunque no pueda caminar. No necesitan apresurarse a planear juntas o asambleas.Los primos se miraron entre sí, intentando disimular sus intenciones. Sin embargo, antes de que pudieran responder, Sergio añadió con un ton
Sergio la miró sorprendido por un momento, no acostumbrado a que alguien le hablara de esa manera. Por un instante quiso replicar, pero algo en la determinación de Naomi lo detuvo, por eso se quedó en silencio. Con un suspiro de derrota, extendió su brazo hacia ella.Naomi tomó su brazo con cuidado, examinando la herida. No era profunda, pero necesitaba atención de inmediata.Sergio, orgulloso, se mantuvo en un estado de resistencia, pero había algo en la determinación de ella que le hizo no protestar. Aunque le molestaba mucho tener que aceptar ayuda, la herida en su brazo le recordó que, a veces, no tenía más opción. Naomi lo ayudó a levantarse, lo sentó en la cama, luego tomó el botiquín, y se sentó a su lado, lo abrió y con movimientos ágiles, pero cuidadosos, comenzó a curar su herida.El aroma a champú y jabón de ella le llegó, invadiendo sus sentidos. Era un olor fresco que contrastaba con el caos en su mente, y, de manera inesperada, su estómago se contrajo, haciendo que su c
Alejandro mantuvo la mirada fija en Amelia, su mente trabajando a toda velocidad para encontrar una explicación convincente. No esperaba que lo descubriera tan pronto, y ahora enfrentaba la incómoda tarea de responder sus preguntas sin revelarle nada.Amelia por su parte, sintió que su corazón se aceleraba. La preocupación se transformó en un torrente de pensamientos confusos. “¿De qué estaba hablando? Alejandro ¿Qué estaba ocultando?” Esa pregunta resonó en su mente mientras intentaba discernir el tono de la conversación de Alejandro. La mirada de Amelia se endureció; su mente corría desbocada.—¿De qué no quieres que yo me entere? —insistió, su voz temblorosa, pero firme. No podía evitarlo, necesitaba respuestas.Alejandro se dio la vuelta, su expresión se tornó de sorpresa a una leve tensión.—Amelia, mi amor, no es lo que piensas —y por primera vez lo vio nervioso. —Entonces explícame, porque la forma en que hablas suena como si estuvieras ocultando algo importante —dijo ella, c
Naomi tomó un respiro profundo, tratando de mantener la calma. Sabía que debía manejar la situación con cautela, pues cualquier respuesta podía empeorar las cosas. Además, temía que al verlo se diera cuenta de que ese niño a quien se refería, era su hijo.Sergio la miró con una mezcla de determinación y desconfianza, como si estuviera esperando que ella dijera algo que confirmara sus sospechas.—No puedo hacer eso, Sergio —respondió, con suavidad pero con firmeza—. No es tan sencillo como simplemente traer a mi hijo y a mi madre aquí. Ellos necesitan estabilidad, y no quiero sacarlos de su entorno.Sergio frunció el ceño, claramente frustrado con su respuesta. No estaba acostumbrado a que alguien se negara a cumplir sus deseos. Se quedó en silencio, observándola como si tratara de entender sus verdaderas motivaciones.—¿Por qué no lo haces? —preguntó, su tono más frío—. Necesito una persona a tiempo completo. ¿Por qué te niegas? ¿Acaso tienes algo que esconder?Naomi sintió un nudo en
La suite estaba decorada de una manera que Amelia jamás había imaginado. Pétalos de rosas rojas cubrían el suelo, formando un camino que comenzaba desde la entrada y se extendía hasta el centro de la habitación, donde una alfombra de pétalos delineaba una trayectoria clara. A ambos lados del camino, estaban ubicados unos candelabros de cristal que emitían una luz suave, creando un ambiente cálido e íntimo. El aroma floral llenaba el aire, y una música suave se escuchaba de fondo, envolviéndola en una atmósfera de ensueño. Amelia dio unos pasos hacia adelante, sin poder evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas de emoción. Su corazón latió con fuerza, sintiendo una mezcla de asombro y felicidad cuando vio a Alejandro aparecer.Allí estaba él, vestido de manera impecable con un elegante traje negro. Su mirada reflejando una mezcla de nerviosismo y amor, y antes de que Amelia pudiera procesar lo que estaba pasando, Alejandro se arrodilló frente a ella, sosteniendo una pequeña caja de
Las manos de Alejandro recorrieron el cuerpo de Amelia con reverencia, como si estuviera adorando a una diosa. Ella se estremeció bajo su toque, dejando escapar un suave gemido que encendió aún más la pasión entre ambos. Sus labios se encontraron en un beso ardiente, transmitiendo todo el amor y el deseo que habían contenido durante tanto tiempo.Amelia se perdió en las sensaciones que Alejandro despertaba en ella. Cada caricia, cada beso, la hacía sentir más viva que nunca. Sus manos se enredaron en el cabello de él, atrayéndolo más cerca, ansiosa por sentir su piel contra la suya.—Te amo, Amelia —susurró Alejandro contra su cuello, su voz ronca por la emoción—. Eres todo para mí.Esas palabras tocaron lo más profundo del corazón de Amelia. Ella se permitió ser completamente vulnerable, entregándose por completo a Alejandro y al amor que sentía por él.Sus labios se encontraron en un beso ardiente, transmitiendo todo el amor y el deseo que sentían uno por el otro. El mundo fuera de