Alejandro y Amelia se miraron uno al otro sin poder contener esa expresión de preocupación en su mirada, se tomaron de las manos y dirigieron al cuarto de juego donde estaba Anaís jugando con Alexandre, sintiendo el corazón acelerado. Sabían que la conversación que estaban a punto de tener era muy importante para todos, y en cierta medida les preocupaba la reacción de la niña.Lo que había ocurrido recientemente con Manuela y sus primas había sido una situación difícil para Alejandro, la tormenta de emociones, las traiciones reveladas, lo habían dejado impactado.Ahora, su prioridad era Anaís, la pequeña que había adoptado como su hija, pero ahora por un giro de los acontecimientos, y a las manipulaciones de la que fue objeto resultaba ser de su propia sangre. Y por supuesto que a él le gustaba la idea de ser su padre biológico, estaba contento y orgulloso de la pequeña, sin embargo, no podía evitar sentirse triste al darse cuenta de que su pequeña debió vivir sola en un orfanato
Alejandro y Amelia se quedaron unos segundos más en silencio, aún sin saber que las palabras que habían intercambiado habían afectado profundamente al pequeño Alexandre. Mientras tanto, Anaís, se abrazó a su padre, ella se estaba feliz porque después de todo, era su papá y lo seguiría siendo, sin embargo, se dio cuenta por los movimientos de sus labios que estaban hablando de algo más y se quedó en silencio, mirándolos con una mezcla de confusión y curiosidad, y con el inmenso deseo de poder hablar y escuchar.Justo en ese momento, Esmeralda apareció en la puerta del cuarto de juegos, con un semblante de preocupación. Alejandro se levantó al verla y caminó hacia ella, sintiendo que era el momento adecuado para compartir la noticia que tanto había deseado darle.—Mamá —dijo Alejandro con una sonrisa que intentó esconder la tensión—, tienes una nieta.Esmeralda, que siempre había tenido un sexto sentido para detectar las emociones de sus hijos, esbozó una pequeña sonrisa, aunque en sus
Alejandro sintió que la sangre le hervía al escuchar las palabras de Marina. Con un tono gélido y controlado, respondió.—¿Tu nieto? ¿De qué estás hablando, Marina? Marina soltó una risa sarcástica. —No te hagas el tonto, Alejandro. Hablo de Alexandre, el hijo de Sergio, mi hijo. Acabo de enterarme de todo y vengo a llevármelo.Alejandro la miró fijamente, sin ceder a la provocación en su tono. Se mantuvo tranquilo, aunque la furia comenzó a hervir bajo su piel. Amelia, parada a su lado, sintió la tensión en el aire, pero sabía que era crucial mantener la calma.—No sé de qué estás hablando, Marina —respondió Alejandro con un tono firme—. Pero creo que estás equivocada, aquí no hay ningún nieto tuyo.Marina lo miró con una mezcla de incredulidad y desprecio, su rostro enrojecido por la furia. Avanzó un paso, acercándose más a él.—No intentes ocultarlo, Alejandro. Ya sé que denunciaste a Manuela y está detenida por todo lo que ocurrió en el pasado con este. Ella me llamó para pedir
Alejandro sintió que la paciencia se le agotaba. Respiró profundamente, tratando de mantener la calma antes de responder.—Abuelo, te equivocas —, dijo con voz firme, pero respetuosa. —Amelia no ha intrigado contra nadie. Fue Lisya quien cometió actos imperdonables contra nosotros. Ella misma lo confesó todo.Don Aurelio lo miró con incredulidad, su rostro enrojecido por la furia.—¡Imposible! Lisya jamás haría algo así. Ella me dijo que la involucraron, tú por creerle todo a esta —insistió colérico—, no te creí que fueses un hombre débil que se dejara llevar por una mujer como esta, pero parece que lo eres —gruñó con molestia.Alejandro sintió cómo la furia lo invadía, pero intentó mantener la calma, aunque su voz temblaba de rabia contenida.—¡Basta, abuelo! —exclamó Alejandro, dando un paso al frente, sin apartarse de Amelia—. No voy a permitir que nos hables de esa manera y mucho menos que ataques a mi mujer. Si no puedes respetarla, entonces no me dejas otra opción.Don Aurelio
Comenzaron a caminar hacia las escaleras, decidido a empezar los preparativos para mudarse. Sin embargo, antes de que pudieran llegar al primer escalón, la voz de don Aurelio los detuvo.—¡Esperen! —gritó desde lo alto de las escaleras, su rostro pálido y preocupado. —, Alejandro, hijo.Alejandro y Amelia se detuvieron en seco, intercambiando miradas de preocupación. —No se vayan… por favor, les prometo que no me voy a meter en sus vidas, y hablaré siempre con ustedes —pronunció en tono suplicante.Alejandro suspiró y miró a Amelia, apretando suavemente su mano.—Hablaremos después abuelo, en estos momentos no estoy de humor para conversar contigo —dijo con voz firme.Don Aurelio asintió, aunque la angustia en su rostro era evidente. Amelia miró a Alejandro, intentando leer en sus ojos si realmente era el momento de irse y dejar todo atrás.—Alejandro, no está bien dejarlo solo —susurró Amelia, con la mirada aún fija en el abuelo—. Mira su cara… está sufriendo.Alejandro suspiró pr
Anaís comenzó a sollozar más fuerte. Su pequeño cuerpo temblaba, no solo por el cansancio, sino por el miedo que ahora sentía. Alexandre, aunque agotado, la abrazó con fuerza, intentando transmitirle algo de seguridad.—Te protegeré —dijo Alexandre con el lenguaje de señas, aunque su propio miedo era evidente en sus gestos.Los truenos comenzaron a retumbar a lo lejos, y Alexandre levantó la vista hacia el cielo y aunque ella no escuchó sí pudo sentir como se estremeció la tierra. Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, y Alexandre supo que no tenían mucho tiempo antes de que una tormenta los alcanzara. Miró a su alrededor con desesperación, buscando algún refugio en el bosque.Finalmente, sus ojos se posaron en un viejo tronco de árbol caído, parcialmente hueco. Aunque no era un refugio ideal, serviría para protegerlos de la lluvia que comenzaba a caer con más fuerza.—Tienes que subir a mi espalda —señaló Alexandre con urgencia, moviendo sus manos rápidamente—. Tenemos que l
La carta temblaba entre las manos de Alejandro mientras caminaba apresurado por el pasillo. Su mente giró en torno a la idea de que Alexandre y Anaís se encontraban solos en medio de la tormenta. La furia del viento, los truenos se escuchaban cada vez más cercanos y las gotas de lluvia que golpeaban con fuerza aumentaban su desesperación.Entretanto, Esmeralda, con los ojos llenos de lágrimas, se aferró al brazo de Amelia.—Anaís… por favor, que esté bien, no sé qué haría si le pasara algo. Soy una irresponsable.Amelia la abrazó rápidamente y luego asintió, decidida.—Los encontraremos, Esmeralda. Los traeremos de vuelta.Alejandro comenzó a dar instrucciones con firmeza.—Naomi, infórmale a Berta que llame a todos los empleados, incluso los de seguridad que los espero en la sala.Mientras Naomi corrió para cumplir su orden, él comenzó a hacer llamadas por teléfono, y cuando bajó organizó en grupos para que buscaran a los niños por el jardín por y los alrededores de la casa. Y él dir
El ambiente en la casa estaba cargado de tensión, como si la tormenta que rugía fuera se hubiera colado en cada rincón, en cada respiro contenido. El repiqueteo incesante de la lluvia contra las ventanas y el rugido lejano de los truenos llenaban el espacio, pero lo que más asfixiaba era el silencio desesperado que envolvía a todos mientras observaban a Alexandre, inmóvil en el sofá, apenas respiraba.El pequeño siguió inconsciente, su piel pálida y el tono morado de su rostro eran señales evidentes de que algo terrible estaba ocurriendo. La angustia era palpable, colgando en el aire como un peso que ninguno podía soportar.Anaís se levantó del sofá, sus ojos llenos de miedo y lágrimas. Se acercó a su amigo, su pequeño cuerpo temblando, aunque ya no por el frío, sino por el miedo.Alejandro, con las manos temblorosas, se inclinó sobre Alexandre y colocó dos dedos sobre su cuello, buscando un pulso que no encontraba. El pánico comenzó a apoderarse de su rostro.—No está respirando —mu