Capítulo 3
Y en este momento, Diego, ya en un Rolls Royce, se dirigió al Hospital Santa Lucía.

Sonó el celular y Diego miró la pantalla para ver que era Leila.

Dado que ambos habían puesto fin a su relación, no era necesario que Diego atendiera la llamada.

Ring, ring...

Pero el tono de llamada seguía sonando y sonando, parecía la persona que llamaba estaba ansiosa.

Diego frunció el ceño y pulsó responder.

—¡Diego, entrégate inmediatamente!

¿Qué dijo así?

El comentario de Leila hizo que Diego se sintiera perdido.

—Ese anillo de diamante más precioso vale 5 millones, Diego, estás loco. Sé que hiciste todo esto para hacerme feliz.

—Pero ¿sabes que estás infringiendo la ley?

—Entrégate inmediatamente, antes de que sea demasiado tarde. No te preocupes, con nuestra influencia en Bandon, lucharé para que no te metan en la cárcel.

Leila se indignó y reprendió por celular.

Diego, sin embargo, lo entendió. ¿Ella pensó que había robado ese anillo de diamante?

—Puede que te equivoques; yo no he robado este anillo.

Como no quería dar demasiadas explicaciones, Diego lo mencionó como si nada.

Leila, sin embargo, dijo enojada: —Diego, ¿todavía quieres negarlo? El señor Doblado y los empleados del Grupo Jerano me lo han contado.

El tono acusador hizo que Diego sintiera escalofríos.

—Leila, ¿eso es lo que soy para ti? ¿No crees en mí, sino en un villano como César?

Leila paró y bajó el tono: —Lo siento, Diego, te pido disculpas si he herido tu orgullo.

—Pero lo que está en juego por eso anillo es mucho, el jefe detrás de Joyería El Mundo es un hombre al que incluso yo temo. ¿Sabes que ni siquiera yo puedo protegerte si haces esto?

¡Esta mujer seguía tan segura de sí misma!

Diego dijo fríamente: —¿Hasta ahora sigues pensando que lo robé?

—Olvídalo, si dices que lo robé, entonces que sea sí. Puedes llamar a la policía para que me arreste, o puedes ir a delatarme, no tengo miedo.

—Diego, ¿cómo...?

¡¡¡Él colgó!!!

Leila abrió ligeramente la boquita sonrosada, incapaz de creer que Diego tuviera la osadía de colgarle el celular.

Nunca le habría hecho esto antes.

Lo que era aún más indignante era que no apreciara sus buenas intenciones.

—¡Diego, tu naturaleza ha resultado ser tan paranoica! ¡No diferencias el bien y el mal!

—Pues nada, no tenía que haberme metido en donde no me llama, de todas formas, nuestra relación ha terminado, ¡no es asunto mío lo que vayas a hacer!

Murmurando un susurro, Leila decidió no preguntar nada más.

Se alegró de que la cancelación de su plan le hubiera mostrado la naturaleza de Diego.

—Leila, te lo dije, este Diego es un ladrón. Menos mal que su relación se ha acabado, si no, podrías haberte visto arrastrada por él. —César añadió con odio.

Leila solo se sintió molesta; en el pasado, siempre había guardado bien su temperamento.

Pero el comportamiento de Diego la decepcionó demasiado.

—Señor Doblado, ¿viniste por algo? —Leila cambió de tema.

César sonrió pero su cara hinchada le hacía querer gritar de dolor con cada palabra.

—Leila, ¿lo has olvidado? Esta noche es la fiesta de recaudación de fondos del Orfanato de Karisen. Hay muchas potencias en Bandon echando el ojo a esa tierra, ¡así que tenemos que prepararnos con antelación!

Hablando de negocios, Leila retomó la profesionalidad de una presidenta.

—Sí, esta parcela de tierra del Orfanato de Karisen es de gran valor. Así que debemos conseguirlo.

César sonrió congraciadamente: —Sabía que no lo dejarías pasar, y no te preocupes, mi familia apoyará plenamente el Grupo Jerano. Si unimos nuestras fuerzas, tendremos la victoria garantizada.

Ante esas palabras, en el rostro de Leila floreció una sonrisa, como una rosa floreciendo.

—¡En ese caso, gracias de antemano!

—Pero no mezclemos los asuntos, te devolveremos el favor en alguna oportunidad.

El corazón de César estaba eufórico ante haber hecho feliz a una bella mujer.

—Por cierto, Leila, te he traído un ramo de flores, tus rosas azules favoritas, ¡las flores son tan bonitas como tú!

Dicho esto, César sacó las rosas azules que habían sido cuidadosamente preparadas de antemano.

Sin embargo, solo para descubrir, tristemente, que el ramo había sido aplastado por él.

Los pétalos estaban manchados de la sangre que había salpicado la paliza de Diego, y era extraordinariamente repugnante.

—¡Ah! Esto...

César parecía tan avergonzado como si se hubiera desnudado en público.

Azucena se rio con avidez: —No pasa nada, solo son unos pétalos que se han caído. Si a Leila no le gusta, señor Doblado, démelo a mí, ¡que hace tiempo que nadie me regala flores!

La cara de César se crispó un par de veces, maldiciendo a Diego, el inútil...

Frente al Hospital Santa Lucía.

El Rolls-Royce se detuvo y Santiago, que conducía, volvió la cabeza y preguntó respetuosamente.

—Señor Larios, ¿necesita que haga algo? Con su asentimiento, puedo hacer que el Grupo Jerano quiebre de la noche a la mañana y desaparezca de Bandon a partir de ahora. ¡Vaya panda de hijo de putas!

Diego, sentado detrás, dijo con calma: —Aunque rompí con Leila, no soy un villano que toma represalias después de los hechos.

—Por cierto, Santiago, hoy en día eres por lo menos el hombre más rico de Bandon, así que cambia un poco las malas costumbres que tenías de tu época como gamberro, y no digas palabrotas cada vez al hablar.

Santiago sonrió. —Tiene razón, intentaré ser lo más civilizado posible. Pero es difícil llegar a un nivel como el suyo, señor Larios.

Diego negó con la cabeza, impotente, y esperó a que Santiago le abriera la puerta antes de salir del coche y entrar rápidamente en el Hospital Santa Lucía.

Actualmente era médico en este hospital.

Parpadeó rápidamente, pero la gente que pasaba por la entrada del hospital no estaba tranquila en ese momento.

—Oye, ¿no es Santiago Escamilla, el señor Santi, el hombre más rico de Bandon, el que sale de esa limusina?

—Joder, el hombre más rico de Bandon trotó para abrir la puerta a alguien, ¿quié es ese joven?

—Me suena un poco, ¡se parece al doctor Larios!

—Imposible, no digas tonterías, ¿un médico insignificante cómo podrá hacer que el hombre más rico le abra la puerta?

—Además, solo puede ser cierto heredero muy rico, aunque en Bandon, no parece que tengamos uno que pueda hacer que el señor Santi se agache...

Diego entró en el hospital, recién cambiado con su bata blanca.

Pablo Gallegos, médico del mismo departamento que él, se presentó en la puerta con malas intenciones.

—Oh, doctor Larios, ¿he oído que te ha dejado esa presidenta guapa?

Diego frunció el ceño, ¿cómo se había corrido tan rápido la voz de su asunto con Leila?

Pablo le miró y la sonrisa en su cara se hizo más evidente, adquiriendo un toque de burla.

—¿No lo sabes? Hace un momento el Grupo Jerano ha soltado un bombazo, anunciando la feliz noticia de la unión con el señor Iglesias.

—¿No es lo mismo que decirle a todo Bandon que te han echado? Lo siento, eh, yo soy bastante directo y me gusta decir las cosas como son, ¡así que no te ofendas!

Diego le miró con indiferencia: —En realidad, soy más directo que tú, así que si has terminado de hablar, ¿podrías irte a la mierda?

—Tú...

La cara de Pablo se hundió. —Diego, antes tenías a Leila que te protege, y aquí, en el Hospital Santa Lucía, nadie tiene nada que decir de ti.

—Pero entérate bien, ahora que te ha dejado, ¿quién eres tú para seguir ir de arrogante?

Diego enarcó una ceja: —Pablo, después de tanto hablar, solo intentas decir que estás celoso, ¿verdad?

La cara de Pablo se puso roja mientras resoplaba.

De hecho estaba celoso, y nunca había sido capaz de averiguar qué cualidades tenía el jodido Diego aparte de fingir ser noble todo el tiempo y su cara bonita.

Realmente no entendía por qué una presidenta guapa como Leila se fijó en ese inútil.

En ese momento, un gran número de guardaespaldas vestidos de negro irrumpieron repentinamente en el pasillo exterior.

—¡Abran paso, por favor, abran paso!

—¿Quién es el mejor médico de este hospital? ¡La señorita Milanés quiere pedirle un favor!
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