Capítulo 8. Silencio.

Aunque Amelia lo había aceptado por necesidad, Noah sentía un pinchazo de duda, como si ella aún se resistiera a lo que estaban a punto de hacer. Para liberar la tensión acumulada durante el día, se refugió en el baño, donde el agua caliente y las burbujas prometían aliviar su mente.

Mientras se sumergía en la bañera, no podía evitar pensar en Amelia, en su mirada cautivadora y en su figura esbelta.

Le asaltó una extraña sonrisa, una mezcla de anticipación y satisfacción. Sus deseos estaban a punto de hacerse realidad y, por alguna razón, esa idea lo complacía enormemente.

Desde la trágica pérdida de su esposa, Noah se había encerrado en un caparazón de indiferencia, dejando que la ira y la antipatía se convirtieran en sus únicos compañeros.

Pocas personas lograban siquiera rozar su coraza emocional, pero la llegada de Amelia lo había sacudido hasta lo más profundo. Su mera presencia desataba en él una tormenta de sensaciones que creía haber enterrado para siempre.

«Puede ser pequeña,
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