Horas después, cuando la tormenta amainó momentáneamente, Amelia llegó a la mansión Noch. Contempló la opulencia de la entrada con una mezcla de asombro y desconcierto, como si hubiera tropezado con un mundo completamente ajeno al suyo. La recibió Alma, una mujer de porte sencillo y mirada serena, que la invitó a pasar con una cálida sonrisa, disipando en parte la inquietud que sentía Amelia.
—¡Ay, mi niña! Siento tu dolor como si fuera mío. Lucero... ¡Ay, Lucero! Éramos como hermanas en Laredo —se lamentó Alma, abrazándola con fuerza. —No lo puedo creer, Alma. Mi tía está en la cárcel. Es una injusticia. —Lo sé, mi niña, lo sé. El mundo está lleno de injusticias, especialmente para los que no tenemos dinero. Pero no te preocupes, encontraremos la forma de sacarla de ahí juntas. —¿Juntas? Pero ¿cómo? No tengo ni un centavo. —Tenemos algo muy valioso: la amistad. Lucero y yo nos conocemos desde niñas y ella siempre me ha portado bien conmigo. Ahora, es nuestro turno de ayudarla. Ya verás, encontraremos el dinero, moveremos cielo y tierra si es necesario. —Gracias, Alma. Eres una gran amiga. —No hace falta que me agradezcas, Amelia. Ahora somos familia. Y en los momentos difíciles la familia se apoya mutuamente. Ahora ven, vamos a tomar un té y a pensar en un plan. Juntas encontraremos la manera de liberar a Lucero. —¡Es ridículo! Vender comida... ¿Es eso un crimen? ¡La trataron como a una criminal! —dice Amelia con frustración. —Lo sé, hija. Lo sé. Es la injusticia de este mundo. Pero no nos rendiremos. —¡No lo haré! Haré lo que sea necesario para sacar a mi tía de ahí, ¡cualquier cosa! —Así se habla. Mientras esperaba a la señorita Mía Noch, Amelia recorrió la sala con cautela, sintiendo como si el suelo se hubiera derrumbado bajo sus pies. La riqueza del lugar contrastaba dolorosamente con la dura realidad de su tía. El recuerdo de Lucero, encarcelada injustamente, la sumió en una profunda angustia. Amelia se sentía abrumada, preguntándose cómo podría reunir las fuerzas necesarias para ayudar a su tía. La magnitud del problema parecía insuperable y la desesperación amenazaba con paralizarla. —¡Hola! ¿Tú debes de ser Amelia? —dice Mía sonriente. —Buenas tardes, señorita —le responde Amelia con la cabeza agachada. —Por favor, levanta la cabeza. Aquí nadie muerde. —Gracias. —responde Amelia, levantando la mirada y mostrando cierto nerviosismo. —No tienes nada que agradecer. ¿Cómo estás? —Bien. —¡Mía, qué bueno que llegaste! Ella es Amelia, la sobrina de mi amiga —dice Alma al llegar. —Es un gusto conocerte. Alma me ha hablado mucho de ti. —El gusto es mío, señorita. —¡Qué bueno que ya se conocen! Ahora podemos hablar con más calma —señaló Alma con una mirada compasiva. Mientras tanto, Mía y Alma le explicaron a Amelia cuáles serían sus responsabilidades en la mansión. Le detallaron las tareas domésticas, el cuidado de algunas pertenencias de la familia Noch y la asistencia ocasional a eventos sociales. Le aseguraron que, aunque el trabajo sería exigente, también encontraría un ambiente de apoyo y comprensión. Empresas Koch. Noah, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, irradiaba frustración. La búsqueda del vientre de alquiler se estaba convirtiendo en una odisea interminable. Los embriones congelados, su futuro más preciado, esperaban en el laboratorio, pero la mujer capaz de gestarlos parecía desvanecerse entre las sombras. La impaciencia lo consumía; cada día que pasaba era un paso más hacia la lentitud y la dificultad del proceso. Sentía que el tiempo se le escapaba de las manos y que su sueño podría desvanecerse. Al salir de la sala de reuniones, Noah observó cómo el personal se dispersaba apresuradamente, retomando sus tareas con la precisión de maniquíes. Su presencia había transformado el ambiente en un campo minado de batalla. Noah, antes un líder respetado, se había convertido en un tirano de carácter gélido, cuyas decisiones eran tan calculadas como implacables. El miedo se había instalado en los pasillos y cada movimiento del personal era una danza coreografiada para evitar su ira. Noah observó cómo su secretaria entraba en su oficina y, antes de que ella pudiera presentarle su agenda, la interrumpió con una pregunta directa: —¿Están listas las candidatas para el vientre de alquiler? Necesito resolverlo hoy mismo. —Sí, señor. Llegarán cinco posibles candidatas esta tarde. —Perfecto. Ahora retírate. Eso es todo. La cortesía y la socialización se habían desvanecido del repertorio de Noah. Tras la pérdida de su esposa, levantó un muro infranqueable alrededor de su corazón y juró no volver a enamorarse. Ahora, las relaciones eran meras transacciones de placer. Mantenía encuentros fugaces con diversas mujeres, dejando claro desde el principio que sus encuentros eran puramente carnales, sin promesas ni ataduras. La idea de tener una compañera que lo controlara era una maldición para él; las mujeres eran objetos de deseo, nada más. La puerta se abrió de golpe y su socio y mejor amigo, el único que parecía entender sus estados de ánimo, irrumpió en la oficina. Noah, sin siquiera levantar la vista, hizo un gesto de desdén para repeler la interrupción. Aunque la presencia de su amigo era bienvenida, no lograba disipar la espesa nube de frustración que lo envolvía. —¿Por qué entras sin anunciarte? —cuestionó Noah con voz cortante. —¿Y perderme la oportunidad de ver a mi amigo gruñón en su hábitat natural? ¡Jamás! —exclamó su amigo Jack con una sonrisa sardónica. —Ve al grano, Jack. Tengo trabajo. —¡Como siempre! Aquí tienes. Son documentos importantes que necesitan tu firma. —¿Qué son? —preguntó Noah al coger los documentos. —Contratos, informes... lo de siempre. Nada que no puedas manejar. Aparte del trabajo, ¿cómo van las cosas con el vientre de alquiler? —Es como buscar una aguja en un pajar. Es increíblemente difícil. —¿Hay alguna novedad? —Hoy tengo citas con cinco posibles candidatas. Veremos si hay suerte. —¿Por qué no lo haces de la manera tradicional? Te casas, tienes hijos... ¡Problema resuelto! —¡Ni lo sueñes! No pienso volver a casarme —espeta Noah muy serio. —Pero, Noah... —lo interrumpe Noah diciendo: —Lo único que me importa es encontrar un vientre de alquiler para mis embriones. Es lo único que me queda de Sarah. —¡Suerte con eso! ¿Quedamos para tomar algo más tarde? —Claro.Más tarde en el bar…—Noah, ¿de verdad eres feliz viviendo así?—Es lo que me tocó, Jack.—Eres joven y millonario, podrías volver a enamorarte. Sé que Sarah fue maravillosa, pero abre tu mente.—Deja de decir estupideces, Jack. He venido a tomar algo, no a que me dé sermones.—Lo siento, amigo. ¿Y encontraste a la mujer que te preste el vientre?—No, hoy he entrevistado a cinco y todas estaban locas. Conseguir un vientre para gestar a mi primogénito se ha vuelto una tarea titánica —suspiró Noah, frotándose la sien.Jack asintió con comprensión, aunque con un toque de ironía en la voz.—Ya veo, y eso que tienes todo el dinero del mundo y aun así no logras dar con la indicada. Debe de ser frustrante.Noah lo miró con el ceño fruncido, pero no respondió, consciente de que Jack tenía razón.—¿Y si adoptas? Cómo estás tan empecinado en ser padre.—Creo que a veces tu cerebro no te funciona. Para eso necesitas estar casado y, además, yo soy viudo. Jamás adoptaría, quiero un hijo de mi sang
La mañana se cernía sobre la mansión con un aire opresivo que reflejaba el estado de ánimo de Amelia. El recuerdo de su tía entre rejas la había despertado con un nudo en el estómago, una angustia que parecía no tener fin.A pesar de la pesadez que sentía en el corazón, se levantó con determinación en busca de refugio en la rutina de sus tareas domésticas. El agua fría en su rostro no lograba disipar la sensación de vacío, pero al menos le proporcionaba un breve respiro.Justo cuando intentaba ordenar sus pensamientos, se oyó abrir la puerta. Era Davis, el imponente guardia de seguridad de su jefe, quien se plantó frente a ella.La presencia del hombre, con su mirada seria y su postura rígida, hizo que Amelia tragara saliva y se le helara la sangre en las venas.—¿Qué hace aquí, señor? —preguntó Amelia con desconfianza.Davis, con voz grave pero respetuosa, respondió:—Buenos días, señorita Amelia. Perdone la molestia. Tengo un mensaje del señor Noah Koch.—¿Un mensaje? ¿Qué tipo de m
La frustración de Noah alcanzó su punto álgido. Golpeó el escritorio con furia, incapaz de comprender la negativa de Amelia. ¿Cómo era posible rechazar una oportunidad tan necesaria? La lógica se desvaneció ante la incredulidad, dejando solo un eco de ira y desconcierto.Amelia se detuvo frente al imponente edificio empresarial y recorrió con la mirada su fachada de cristal. De repente, el sonido agudo de su teléfono rompió el silencio y la devolvió a la realidad en medio de ese repiqueteo.—¿Erika? ¿Qué pasa?—Amelia, tengo noticias terribles. Se han llevado a tu tía. Está en el reclusorio femenino de Laredo.—¿Qué? ¿Por qué tan pronto?—No lo sé, no exactamente. Te llamé en cuanto me enteré. Lo siento mucho, amiga.La noticia fue como un maremoto que arrastró toda su esperanza. La imagen de su tía, una mujer de más de cincuenta años que la había criado con amor, encerrada en una prisión, la dejó paralizada. Se sintió culpable por su inacción, por no poder hacer nada para aliviar su
—No puedo creer que esto me esté pasando —dice Amelia desconcertada.—¿Qué es lo que no puedes creer, Amelia? —le dice Noah mirándola con seriedad.—Todo, señor. Simplemente todo. Es como si mi vida se hubiera puesto patas arriba en un instante.—No seas dramática, Amelia. Solo tienes que gestar mis embriones, no es mucho trabajo y, de paso, te pagaré muy bien —le dice Noah con soberbia.La pobre Amelia pone los ojos en blanco ante la arrogancia de su jefe.—¡No puedo creer lo que estoy oyendo! Esto es una locura, señor. ¡No soy una incubadora!—Vamos, Amelia, no seas exagerada. Es una gran oportunidad para ti. Piensa en el dinero y también saqué a tu tía de la cárcel, por si se te olvida, ya me debes un favor.—Lo sé, pero no se trata del dinero. Se trata de mi cuerpo. No me puede alquilar como si fuera una máquina.—No lo veas así. Es un favor mutuo. Yo te doy una buena suma y tú me das un hijo. Todos ganamos.—No todos ganamos. Usted gana, señor. Yo pierdo mi dignidad y el control
Amelia se detuvo frente al restaurante y no pudo evitar poner los ojos como platos. La fachada de mármol blanco brillaba bajo el sol, y las puertas de cristal reflejaban el elegante bullicio del interior. Nunca había visto un lugar así, tan lleno de luces centelleantes, manteles largos en las mesas y gente vestida con trajes impecables. Se sentía como si hubiera entrado en una película, un mundo donde los sueños se hacían realidad y la opulencia no conocía límites.—Guau, creo que no voy vestida para entrar en un lugar así —murmuró Amelia, sintiéndose diminuta bajo la mirada de los elegantes comensales.Noah la observó con seriedad, manteniendo una distancia prudente.—No te preocupes —dijo con voz firme—, nos sentaremos en una zona privada para que no te sientas tan expuesta.Amelia tragó saliva, abrumada por la opulencia que la rodeaba.—Está bien —respondió con un hilo de voz, sintiéndose fuera de lugar. Se sentó frente a Noah y, con la mirada directa, rompió el silencio que los ro
Aunque Amelia lo había aceptado por necesidad, Noah sentía un pinchazo de duda, como si ella aún se resistiera a lo que estaban a punto de hacer. Para liberar la tensión acumulada durante el día, se refugió en el baño, donde el agua caliente y las burbujas prometían aliviar su mente.Mientras se sumergía en la bañera, no podía evitar pensar en Amelia, en su mirada cautivadora y en su figura esbelta.Le asaltó una extraña sonrisa, una mezcla de anticipación y satisfacción. Sus deseos estaban a punto de hacerse realidad y, por alguna razón, esa idea lo complacía enormemente.Desde la trágica pérdida de su esposa, Noah se había encerrado en un caparazón de indiferencia, dejando que la ira y la antipatía se convirtieran en sus únicos compañeros.Pocas personas lograban siquiera rozar su coraza emocional, pero la llegada de Amelia lo había sacudido hasta lo más profundo. Su mera presencia desataba en él una tormenta de sensaciones que creía haber enterrado para siempre.«Puede ser pequeña,
Laredo (Texas).En la ajetreada terminal de Laredo, Amelia esperaba con el corazón apesadumbrado el tren que la llevaría a Boston. Su destino era la mansión de Noah Koch, un hombre poderoso e influyente, donde trabajaría gracias a la gestión de Alma, amiga de su tía Lucero.La injusta encarcelación de Lucero, que se ganaba la vida vendiendo comida en las calles, pesaba sobre Amelia como una losa. La pobreza las había marcado, y ahora, con el escaso dinero que le quedaba, solo podía permitirse un viaje en tren.Mientras esperaba, Amelia se sumía en sus tristes pensamientos, consciente de la dura realidad que enfrentaba, pero con la esperanza de que este nuevo trabajo le brindara la oportunidad de ayudar a su tía y cambiar su suerte.Con el corazón en un puño, Amelia subió apresurada al tren, aferrándose a su pequeño bolso y a una maleta de mano. Se sentía vulnerable y sola, pero la imagen de su tía Lucero, su único apoyo, la animaba. Estaba decidida a trabajar sin descanso para reunir