Capítulo 2. Mal carácter.

Horas después, cuando la tormenta amainó momentáneamente, Amelia llegó a la mansión Noch. Contempló la opulencia de la entrada con una mezcla de asombro y desconcierto, como si hubiera tropezado con un mundo completamente ajeno al suyo. La recibió Alma, una mujer de porte sencillo y mirada serena, que la invitó a pasar con una cálida sonrisa, disipando en parte la inquietud que sentía Amelia.

—¡Ay, mi niña! Siento tu dolor como si fuera mío. Lucero... ¡Ay, Lucero! Éramos como hermanas en Laredo —se lamentó Alma, abrazándola con fuerza.

—No lo puedo creer, Alma. Mi tía está en la cárcel. Es una injusticia.

—Lo sé, mi niña, lo sé. El mundo está lleno de injusticias, especialmente para los que no tenemos dinero. Pero no te preocupes, encontraremos la forma de sacarla de ahí juntas.

—¿Juntas? Pero ¿cómo? No tengo ni un centavo.

—Tenemos algo muy valioso: la amistad. Lucero y yo nos conocemos desde niñas y ella siempre me ha portado bien conmigo. Ahora, es nuestro turno de ayudarla. Ya verás, encontraremos el dinero, moveremos cielo y tierra si es necesario.

—Gracias, Alma. Eres una gran amiga.

—No hace falta que me agradezcas, Amelia. Ahora somos familia. Y en los momentos difíciles la familia se apoya mutuamente. Ahora ven, vamos a tomar un té y a pensar en un plan. Juntas encontraremos la manera de liberar a Lucero.

—¡Es ridículo! Vender comida... ¿Es eso un crimen? ¡La trataron como a una criminal! —dice Amelia con frustración.

—Lo sé, hija. Lo sé. Es la injusticia de este mundo. Pero no nos rendiremos.

—¡No lo haré! Haré lo que sea necesario para sacar a mi tía de ahí, ¡cualquier cosa!

—Así se habla.

Mientras esperaba a la señorita Mía Noch, Amelia recorrió la sala con cautela, sintiendo como si el suelo se hubiera derrumbado bajo sus pies. La riqueza del lugar contrastaba dolorosamente con la dura realidad de su tía. El recuerdo de Lucero, encarcelada injustamente, la sumió en una profunda angustia. Amelia se sentía abrumada, preguntándose cómo podría reunir las fuerzas necesarias para ayudar a su tía. La magnitud del problema parecía insuperable y la desesperación amenazaba con paralizarla.

—¡Hola! ¿Tú debes de ser Amelia? —dice Mía sonriente.

—Buenas tardes, señorita —le responde Amelia con la cabeza agachada.

—Por favor, levanta la cabeza. Aquí nadie muerde.

—Gracias. —responde Amelia, levantando la mirada y mostrando cierto nerviosismo.

—No tienes nada que agradecer. ¿Cómo estás?

—Bien.

—¡Mía, qué bueno que llegaste! Ella es Amelia, la sobrina de mi amiga —dice Alma al llegar.

—Es un gusto conocerte. Alma me ha hablado mucho de ti.

—El gusto es mío, señorita.

—¡Qué bueno que ya se conocen! Ahora podemos hablar con más calma —señaló Alma con una mirada compasiva.

Mientras tanto, Mía y Alma le explicaron a Amelia cuáles serían sus responsabilidades en la mansión. Le detallaron las tareas domésticas, el cuidado de algunas pertenencias de la familia Noch y la asistencia ocasional a eventos sociales. Le aseguraron que, aunque el trabajo sería exigente, también encontraría un ambiente de apoyo y comprensión.

Empresas Koch.

Noah, con el ceño fruncido y la mandíbula tensa, irradiaba frustración. La búsqueda del vientre de alquiler se estaba convirtiendo en una odisea interminable. Los embriones congelados, su futuro más preciado, esperaban en el laboratorio, pero la mujer capaz de gestarlos parecía desvanecerse entre las sombras.

La impaciencia lo consumía; cada día que pasaba era un paso más hacia la lentitud y la dificultad del proceso. Sentía que el tiempo se le escapaba de las manos y que su sueño podría desvanecerse.

Al salir de la sala de reuniones, Noah observó cómo el personal se dispersaba apresuradamente, retomando sus tareas con la precisión de maniquíes. Su presencia había transformado el ambiente en un campo minado de batalla.

Noah, antes un líder respetado, se había convertido en un tirano de carácter gélido, cuyas decisiones eran tan calculadas como implacables. El miedo se había instalado en los pasillos y cada movimiento del personal era una danza coreografiada para evitar su ira.

Noah observó cómo su secretaria entraba en su oficina y, antes de que ella pudiera presentarle su agenda, la interrumpió con una pregunta directa:

—¿Están listas las candidatas para el vientre de alquiler? Necesito resolverlo hoy mismo.

—Sí, señor. Llegarán cinco posibles candidatas esta tarde.

—Perfecto. Ahora retírate. Eso es todo.

La cortesía y la socialización se habían desvanecido del repertorio de Noah. Tras la pérdida de su esposa, levantó un muro infranqueable alrededor de su corazón y juró no volver a enamorarse. Ahora, las relaciones eran meras transacciones de placer. Mantenía encuentros fugaces con diversas mujeres, dejando claro desde el principio que sus encuentros eran puramente carnales, sin promesas ni ataduras. La idea de tener una compañera que lo controlara era una maldición para él; las mujeres eran objetos de deseo, nada más.

La puerta se abrió de golpe y su socio y mejor amigo, el único que parecía entender sus estados de ánimo, irrumpió en la oficina. Noah, sin siquiera levantar la vista, hizo un gesto de desdén para repeler la interrupción. Aunque la presencia de su amigo era bienvenida, no lograba disipar la espesa nube de frustración que lo envolvía.

—¿Por qué entras sin anunciarte? —cuestionó Noah con voz cortante.

—¿Y perderme la oportunidad de ver a mi amigo gruñón en su hábitat natural? ¡Jamás! —exclamó su amigo Jack con una sonrisa sardónica.

—Ve al grano, Jack. Tengo trabajo.

—¡Como siempre! Aquí tienes. Son documentos importantes que necesitan tu firma.

—¿Qué son? —preguntó Noah al coger los documentos.

—Contratos, informes... lo de siempre. Nada que no puedas manejar. Aparte del trabajo, ¿cómo van las cosas con el vientre de alquiler?

—Es como buscar una aguja en un pajar. Es increíblemente difícil.

—¿Hay alguna novedad?

—Hoy tengo citas con cinco posibles candidatas. Veremos si hay suerte.

—¿Por qué no lo haces de la manera tradicional? Te casas, tienes hijos... ¡Problema resuelto!

—¡Ni lo sueñes! No pienso volver a casarme —espeta Noah muy serio.

—Pero, Noah... —lo interrumpe Noah diciendo:

—Lo único que me importa es encontrar un vientre de alquiler para mis embriones. Es lo único que me queda de Sarah.

—¡Suerte con eso! ¿Quedamos para tomar algo más tarde?

—Claro.

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