—No puedo creer que esto me esté pasando —dice Amelia desconcertada.
—¿Qué es lo que no puedes creer, Amelia? —le dice Noah mirándola con seriedad.
—Todo, señor. Simplemente todo. Es como si mi vida se hubiera puesto patas arriba en un instante.
—No seas dramática, Amelia. Solo tienes que gestar mis embriones, no es mucho trabajo y, de paso, te pagaré muy bien —le dice Noah con soberbia.
La pobre Amelia pone los ojos en blanco ante la arrogancia de su jefe.
—¡No puedo creer lo que estoy oyendo! Esto es una locura, señor. ¡No soy una incubadora!
—Vamos, Amelia, no seas exagerada. Es una gran oportunidad para ti. Piensa en el dinero y también saqué a tu tía de la cárcel, por si se te olvida, ya me debes un favor.
—Lo sé, pero no se trata del dinero. Se trata de mi cuerpo. No me puede alquilar como si fuera una máquina.
—No lo veas así. Es un favor mutuo. Yo te doy una buena suma y tú me das un hijo. Todos ganamos.
—No todos ganamos. Usted gana, señor. Yo pierdo mi dignidad y el control sobre mi propio cuerpo.
—Es suficiente drama, Amelia. Ya tenemos un trato. Vamos, para que me firmes el contrato de alquiler de vientre. Estás dudando demasiado. Yo ya he cumplido con parte del trato, espero que tú hagas lo mismo —dice Noah enfadado.
Amelia se encoge de hombros con timidez y responde:
—Lo siento, solo expreso mis sentimientos.
—Deja tus sentimientos para otro día. Sube al coche, vamos a la clínica de inseminación ya —advierte con autoridad.
Amelia se quedó boquiabierta, sintiendo cómo se le escapaba el aire de los pulmones. La idea de gestar el hijo de un completo desconocido, por mucho que fuera su jefe, le resultaba abrumadora. La invadió un torrente de emociones: incredulidad, miedo, confusión... ¿Cómo podía su jefe pedirle algo así?
Era como si su vida se hubiera convertido en una pesadilla surrealista, donde las reglas de la normalidad no se aplicaban. La realidad de lo que estaba a punto de hacer la golpeó con fuerza, dejándola sin palabras y tambaleante.
Mientras el coche avanzaba, Noah, impulsado por su desesperación de ser padre, sacó de su portafolio un documento meticulosamente redactado por su abogado. Solo faltaba que Amelia estampara su nombre y firma para que el acuerdo fuera vinculante. De esta manera, se aseguraría de que la joven cumpliera su palabra y la gestación subrogada se convertiría en un compromiso legal.
—¿Qué es? —preguntó Amelia con sumisión.
—Solo fírmalo —le espetó Noah.
Con una mirada de extrañeza y la mano temblorosa, Amelia estampó su firma en el acuerdo. Ya no había vuelta atrás. Se había convertido en la tan ansiada madre subrogada que Noah llevaba más de un año buscando para gestar sus embriones. Un escalofrío la recorrió al sellar su destino, un destino que la convertiría en el recipiente de una vida ajena.
—Muy bien, ahora vamos a la clínica —dice Noah con determinación.
—¿Y mi tía? —pregunta Amelia preocupada.
—No te preocupes, Davis la traerá en un rato estarás con ella —responde Noah con jactancia.
Mansión Noch.
—Amelia no llega... —dice Alma para sí misma mientras Mía se acerca al verla tan intranquila.
—¿Te pasa algo, Alma?
—Es Amelia. Todavía no ha llegado a casa. Hace rato que fue a la empresa a hablar con Noah.
—¿Y no te ha avisado de nada?
—No, nada. Empiezo a preocuparme.
—Eso está muy raro, ¿la has llamado al móvil?
—Sí, pero no me coge el teléfono. Es posible que lo tenga apagado.
—¿Y has intentado llamar a la empresa? Tal vez Noah sepa algo.
—No había pensado en eso. Voy a intentarlo ahora mismo.
—Deja, mejor llamo a Jack para ver qué me dice, ya sabes cómo es Noah.
—Tienes razón. Jack siempre sabe todo. Llámalo, por favor.
Mía llama enseguida a Jack:
—Hola, Jack... soy Mía. ¿No hay por casualidad una joven rubia en la oficina de Noah?
—No, Noah tampoco está.
—¿Cómo?
—Noah salió hace un par de horas. No sé dónde fue.
—¿Y no viste si estaba con él la joven de la que te hablé?
—Realmente no la vi, pero Amaloa sí, hasta vino a mi oficina a preguntarme con enfado quién era una tal Amelia. Posiblemente es la chica que mencionas.
—¿Quién es Amaloa?
—Bueno, querida, es una de las conquistas de tu hermanito.
—Gracias, Jack. Te tengo que colgar.
—Espera, Mía, quiero verte y hablar contigo.
—Ahora no, Jack. Hablamos luego.
Mía cuelga, dejando a Jack con la palabra en la boca.
—¿Y qué te dijo Jack? —pregunta Alma con desesperación.
—No dijo nada importante. Solo me dijo que Noah tampoco estaba allí.
—¿Estarán juntos?
—No lo sé...
Alma y Mía se miraron llenas de incertidumbre. El silencio en la sala se hizo denso, mientras la ausencia de Noah y Amelia se convertía en una pregunta sin respuesta. Ninguna de las dos imaginaba el giro inesperado que sus vidas estaban a punto de tomar, ajenas al encuentro que se estaba gestando lejos de sus ojos.
***
La puerta de la clínica de fertilidad se cerró tras ellos, poniendo fin a una etapa crucial en sus vidas. Amelia, la candidata perfecta según el doctor, llevaba consigo la esperanza de un nuevo comienzo. Noah, el hombre de semblante gélido, mostraba un tenue resquicio de calidez, un atisbo de humanidad que contrastaba con su habitual hostilidad. El eco de las palabras del médico aún resonaba en sus oídos, una promesa que había logrado desenterrar una emoción casi olvidada en el corazón de Noah.
—Vamos, Amelia, no has comido nada. Te invito a comer.
—¿Me está invitando? ¿Sin exigirme ni gritar? —preguntó Amelia sorprendida.
—Sí, te invito. Hoy es un día diferente. Aquí cerca hay un restaurante excelente, te va a gustar.
El silencio los acompañó durante el corto trayecto hasta el restaurante. A pesar de la cercanía, la reserva entre Noah y Amelia hacía que cada paso pareciera una eternidad. Se miraban de reojo, incómodos por la extrañeza de la situación. La actitud de Noah, tan diferente a su habitual hosquedad, desconcertaba a Amelia, y la presencia de ella, tan inesperada en su vida, incomodaba a Noah. Ambos sentían que algo había cambiado, pero aún no lograban descifrar qué era.
Amelia se detuvo frente al restaurante y no pudo evitar poner los ojos como platos. La fachada de mármol blanco brillaba bajo el sol, y las puertas de cristal reflejaban el elegante bullicio del interior. Nunca había visto un lugar así, tan lleno de luces centelleantes, manteles largos en las mesas y gente vestida con trajes impecables. Se sentía como si hubiera entrado en una película, un mundo donde los sueños se hacían realidad y la opulencia no conocía límites.—Guau, creo que no voy vestida para entrar en un lugar así —murmuró Amelia, sintiéndose diminuta bajo la mirada de los elegantes comensales.Noah la observó con seriedad, manteniendo una distancia prudente.—No te preocupes —dijo con voz firme—, nos sentaremos en una zona privada para que no te sientas tan expuesta.Amelia tragó saliva, abrumada por la opulencia que la rodeaba.—Está bien —respondió con un hilo de voz, sintiéndose fuera de lugar. Se sentó frente a Noah y, con la mirada directa, rompió el silencio que los ro
Aunque Amelia lo había aceptado por necesidad, Noah sentía un pinchazo de duda, como si ella aún se resistiera a lo que estaban a punto de hacer. Para liberar la tensión acumulada durante el día, se refugió en el baño, donde el agua caliente y las burbujas prometían aliviar su mente.Mientras se sumergía en la bañera, no podía evitar pensar en Amelia, en su mirada cautivadora y en su figura esbelta.Le asaltó una extraña sonrisa, una mezcla de anticipación y satisfacción. Sus deseos estaban a punto de hacerse realidad y, por alguna razón, esa idea lo complacía enormemente.Desde la trágica pérdida de su esposa, Noah se había encerrado en un caparazón de indiferencia, dejando que la ira y la antipatía se convirtieran en sus únicos compañeros.Pocas personas lograban siquiera rozar su coraza emocional, pero la llegada de Amelia lo había sacudido hasta lo más profundo. Su mera presencia desataba en él una tormenta de sensaciones que creía haber enterrado para siempre.«Puede ser pequeña,
Laredo (Texas).En la ajetreada terminal de Laredo, Amelia esperaba con el corazón apesadumbrado el tren que la llevaría a Boston. Su destino era la mansión de Noah Koch, un hombre poderoso e influyente, donde trabajaría gracias a la gestión de Alma, amiga de su tía Lucero.La injusta encarcelación de Lucero, que se ganaba la vida vendiendo comida en las calles, pesaba sobre Amelia como una losa. La pobreza las había marcado, y ahora, con el escaso dinero que le quedaba, solo podía permitirse un viaje en tren.Mientras esperaba, Amelia se sumía en sus tristes pensamientos, consciente de la dura realidad que enfrentaba, pero con la esperanza de que este nuevo trabajo le brindara la oportunidad de ayudar a su tía y cambiar su suerte.Con el corazón en un puño, Amelia subió apresurada al tren, aferrándose a su pequeño bolso y a una maleta de mano. Se sentía vulnerable y sola, pero la imagen de su tía Lucero, su único apoyo, la animaba. Estaba decidida a trabajar sin descanso para reunir
Horas después, cuando la tormenta amainó momentáneamente, Amelia llegó a la mansión Noch. Contempló la opulencia de la entrada con una mezcla de asombro y desconcierto, como si hubiera tropezado con un mundo completamente ajeno al suyo. La recibió Alma, una mujer de porte sencillo y mirada serena, que la invitó a pasar con una cálida sonrisa, disipando en parte la inquietud que sentía Amelia.—¡Ay, mi niña! Siento tu dolor como si fuera mío. Lucero... ¡Ay, Lucero! Éramos como hermanas en Laredo —se lamentó Alma, abrazándola con fuerza.—No lo puedo creer, Alma. Mi tía está en la cárcel. Es una injusticia.—Lo sé, mi niña, lo sé. El mundo está lleno de injusticias, especialmente para los que no tenemos dinero. Pero no te preocupes, encontraremos la forma de sacarla de ahí juntas.—¿Juntas? Pero ¿cómo? No tengo ni un centavo.—Tenemos algo muy valioso: la amistad. Lucero y yo nos conocemos desde niñas y ella siempre me ha portado bien conmigo. Ahora, es nuestro turno de ayudarla. Ya ver
Más tarde en el bar…—Noah, ¿de verdad eres feliz viviendo así?—Es lo que me tocó, Jack.—Eres joven y millonario, podrías volver a enamorarte. Sé que Sarah fue maravillosa, pero abre tu mente.—Deja de decir estupideces, Jack. He venido a tomar algo, no a que me dé sermones.—Lo siento, amigo. ¿Y encontraste a la mujer que te preste el vientre?—No, hoy he entrevistado a cinco y todas estaban locas. Conseguir un vientre para gestar a mi primogénito se ha vuelto una tarea titánica —suspiró Noah, frotándose la sien.Jack asintió con comprensión, aunque con un toque de ironía en la voz.—Ya veo, y eso que tienes todo el dinero del mundo y aun así no logras dar con la indicada. Debe de ser frustrante.Noah lo miró con el ceño fruncido, pero no respondió, consciente de que Jack tenía razón.—¿Y si adoptas? Cómo estás tan empecinado en ser padre.—Creo que a veces tu cerebro no te funciona. Para eso necesitas estar casado y, además, yo soy viudo. Jamás adoptaría, quiero un hijo de mi sang
La mañana se cernía sobre la mansión con un aire opresivo que reflejaba el estado de ánimo de Amelia. El recuerdo de su tía entre rejas la había despertado con un nudo en el estómago, una angustia que parecía no tener fin.A pesar de la pesadez que sentía en el corazón, se levantó con determinación en busca de refugio en la rutina de sus tareas domésticas. El agua fría en su rostro no lograba disipar la sensación de vacío, pero al menos le proporcionaba un breve respiro.Justo cuando intentaba ordenar sus pensamientos, se oyó abrir la puerta. Era Davis, el imponente guardia de seguridad de su jefe, quien se plantó frente a ella.La presencia del hombre, con su mirada seria y su postura rígida, hizo que Amelia tragara saliva y se le helara la sangre en las venas.—¿Qué hace aquí, señor? —preguntó Amelia con desconfianza.Davis, con voz grave pero respetuosa, respondió:—Buenos días, señorita Amelia. Perdone la molestia. Tengo un mensaje del señor Noah Koch.—¿Un mensaje? ¿Qué tipo de m
La frustración de Noah alcanzó su punto álgido. Golpeó el escritorio con furia, incapaz de comprender la negativa de Amelia. ¿Cómo era posible rechazar una oportunidad tan necesaria? La lógica se desvaneció ante la incredulidad, dejando solo un eco de ira y desconcierto.Amelia se detuvo frente al imponente edificio empresarial y recorrió con la mirada su fachada de cristal. De repente, el sonido agudo de su teléfono rompió el silencio y la devolvió a la realidad en medio de ese repiqueteo.—¿Erika? ¿Qué pasa?—Amelia, tengo noticias terribles. Se han llevado a tu tía. Está en el reclusorio femenino de Laredo.—¿Qué? ¿Por qué tan pronto?—No lo sé, no exactamente. Te llamé en cuanto me enteré. Lo siento mucho, amiga.La noticia fue como un maremoto que arrastró toda su esperanza. La imagen de su tía, una mujer de más de cincuenta años que la había criado con amor, encerrada en una prisión, la dejó paralizada. Se sintió culpable por su inacción, por no poder hacer nada para aliviar su