La mañana se cernía sobre la mansión con un aire opresivo que reflejaba el estado de ánimo de Amelia. El recuerdo de su tía entre rejas la había despertado con un nudo en el estómago, una angustia que parecía no tener fin.
A pesar de la pesadez que sentía en el corazón, se levantó con determinación en busca de refugio en la rutina de sus tareas domésticas. El agua fría en su rostro no lograba disipar la sensación de vacío, pero al menos le proporcionaba un breve respiro.
Justo cuando intentaba ordenar sus pensamientos, se oyó abrir la puerta. Era Davis, el imponente guardia de seguridad de su jefe, quien se plantó frente a ella.
La presencia del hombre, con su mirada seria y su postura rígida, hizo que Amelia tragara saliva y se le helara la sangre en las venas.
—¿Qué hace aquí, señor? —preguntó Amelia con desconfianza.
Davis, con voz grave pero respetuosa, respondió:
—Buenos días, señorita Amelia. Perdone la molestia. Tengo un mensaje del señor Noah Koch.
—¿Un mensaje? ¿Qué tipo de mensaje? —preguntó Amelia extrañada.
—El señor Koch desea verla en su oficina.
—¿En su oficina? ¿Aquí, en la mansión?
—No, señorita. En la empresa. El señor Koch me ha ordenado que la lleve hasta allí.
—¿Llevarme? Pero necesito unos minutos para prepararme.
—Lo entiendo, señorita, pero el señor ha insistido en que sea ya. La esperaré abajo.
Davis asiente levemente y se retira, dejando a Amelia confundida y preocupada.
Amelia entra en la cocina y, con un suspiro, dice:
—Alma, tengo que ir a la empresa. El señor quiere verme.
—¿A la empresa? Davis me comentó algo, pero no sabía para qué. ¿Sabe para qué te ha llamado? —reaccionó Alma sorprendida.
—No tengo ni idea. Tengo miedo de que me vaya a despedir. Ya sabes cómo es el señor, siempre de mal humor.
—No digas eso, Amelia. Seguro que no es nada malo. Tal vez solo quiere hablar contigo de algo importante.
—Ojalá tengas razón. Pero con mi suerte...
—No pienses así. Todo va a salir bien, Amelia. Confía en mí. Además, voy a rezar para que todo vaya de maravilla. Ahora ve tranquila y con la cabeza alta.
Más tarde...
El trayecto hasta la empresa se le hizo eterno a Amelia. Cada segundo que pasaba, la ansiedad se apoderaba de ella más y más. Le sudaban las manos, resbaladizas y frías, y notaba un nudo en la garganta que le dificultaba la respiración.
El aire acondicionado del coche no lograba calmar el calor que sentía en el rostro ni el escalofrío que le recorría el cuerpo.
La imagen de Noah, con su mirada fría y su actitud implacable, no dejaba de repetirse en su mente, alimentando sus temores. Temía lo peor y se imaginaba mil escenarios posibles, todos ellos con su despido como desenlace.
—Ya estamos llegando, señorita —le dijo Davis mientras conducía.
Amelia asintió levemente, incapaz de hablar.
Una vez dentro del imponente edificio de la empresa, Amelia notó cómo un aire muy extraño le erizaba la piel, una sensación que se mezclaba con el sudor frío de sus manos.
Nerviosa, se pasó una mano por el cabello, intentando en vano aplacar el temblor que la invadía. A cada paso que daba, el eco de sus tacones resonaba en el pasillo, aumentando su ansiedad.
Davis, con su porte serio e imperturbable, la guiaba hacia la oficina de Noah. La puerta de madera oscura, con la placa dorada que rezaba «Noah Koch», se alzaba ante ella, un umbral que debía cruzar sin saber qué la esperaba al otro lado.
Al entrar en la oficina, Amelia se encontró con una escena que la puso aún más nerviosa. Noah estaba de pie, de espaldas a ella, contemplando el paisaje urbano a través del ventanal.
Su figura alta y erguida irradiaba una autoridad silenciosa que la hacía sentirse aún más pequeña e insignificante. Davis, fiel a las órdenes de su jefe, la dejó entrar y cerró la puerta tras ella, dejándola sola con él. Amelia se quedó paralizada, sintiéndose como un ratón asustado atrapado en la guarida de un león.
—Te he llamado a solas, Amelia, para hablar contigo. Tengo una propuesta que hacerte.
—No comprendo, señor —respondió Amelia, y se acercó con cautela.
—No tienes nada que comprender, muchacha.
Amelia se encogió de hombros, sin comprender aún las intenciones de su jefe. Se quedó en silencio.
—Necesito tu vientre para gestar unos embriones —fue Noah directo al grano.
—¿Qué cosa? —se espantó horrorizada.
—Te pagaré muy bien. Eres una joven fuerte y sé que podrás hacerlo.
—De ninguna manera, señor. Lo que me pide es absurdo.
—Desperdiciar una oportunidad así es lo absurdo. Piénsalo bien, Amelia. Podrías asegurar tu futuro y el de tu familia.
—No voy a vender mi cuerpo, señor. No puedo...
—Vamos, todos tenemos un precio, Amelia. Solo tienes que definir el tuyo.
—Prefiero morir de hambre antes que aceptar su propuesta.
—No seas patética. Tienes mucho que perder. Sé que tienes una tía presa y que vives con lo justo.
—Señor, no me hable así…
—Míralo de esta manera, me alquilas tu vientre y mañana mismo sacaré a tu tía de prisión. Tengo contactos en todas partes y los usaré para ayudarte. Es una oportunidad que no hallarás nunca, ni en tus peores pesadillas.
Amelia, dándole la espalda, se agarra la cabeza y grita:
—Ustedes los ricos, creen tener el mundo a sus pies y tratan a los demás como marionetas, como si no tuviéramos sentimientos.
—No seas ridícula. El dinero es poder y lo estoy poniendo a tu disposición para ayudarte. Muchos matarían por estar en tu lugar.
—No debí venir…
Amelia intenta salir corriendo, pero Noah la sujeta del brazo con fuerza.
—Piénsalo bien, Amelia. No se te dará la oportunidad dos veces.
Amelia se liberó del agarre de Noah con un movimiento brusco y una mirada llena de desprecio. Sin decir nada más, salió de la oficina a toda prisa, dejando atrás el ambiente cargado de tensión.
Corrió por los pasillos, sintiendo el corazón latiendo con fuerza en el pecho, hasta que finalmente salió del edificio. Afuera, respiró hondo tratando de calmarse, pero la imagen de Noah y su propuesta descabellada seguía grabada en su mente.
Entretanto, en la oficina, Noah se quedó de pie, mirando por la ventana, con la frustración reflejada en el rostro. Su deseo de ser padre, un anhelo que lo consumía, lo había llevado a hacer una propuesta a Amelia que sabía que era cuestionable desde el punto de vista moral. Pero para él, el fin justificaba los medios.
La frustración de Noah alcanzó su punto álgido. Golpeó el escritorio con furia, incapaz de comprender la negativa de Amelia. ¿Cómo era posible rechazar una oportunidad tan necesaria? La lógica se desvaneció ante la incredulidad, dejando solo un eco de ira y desconcierto.Amelia se detuvo frente al imponente edificio empresarial y recorrió con la mirada su fachada de cristal. De repente, el sonido agudo de su teléfono rompió el silencio y la devolvió a la realidad en medio de ese repiqueteo.—¿Erika? ¿Qué pasa?—Amelia, tengo noticias terribles. Se han llevado a tu tía. Está en el reclusorio femenino de Laredo.—¿Qué? ¿Por qué tan pronto?—No lo sé, no exactamente. Te llamé en cuanto me enteré. Lo siento mucho, amiga.La noticia fue como un maremoto que arrastró toda su esperanza. La imagen de su tía, una mujer de más de cincuenta años que la había criado con amor, encerrada en una prisión, la dejó paralizada. Se sintió culpable por su inacción, por no poder hacer nada para aliviar su
—No puedo creer que esto me esté pasando —dice Amelia desconcertada.—¿Qué es lo que no puedes creer, Amelia? —le dice Noah mirándola con seriedad.—Todo, señor. Simplemente todo. Es como si mi vida se hubiera puesto patas arriba en un instante.—No seas dramática, Amelia. Solo tienes que gestar mis embriones, no es mucho trabajo y, de paso, te pagaré muy bien —le dice Noah con soberbia.La pobre Amelia pone los ojos en blanco ante la arrogancia de su jefe.—¡No puedo creer lo que estoy oyendo! Esto es una locura, señor. ¡No soy una incubadora!—Vamos, Amelia, no seas exagerada. Es una gran oportunidad para ti. Piensa en el dinero y también saqué a tu tía de la cárcel, por si se te olvida, ya me debes un favor.—Lo sé, pero no se trata del dinero. Se trata de mi cuerpo. No me puede alquilar como si fuera una máquina.—No lo veas así. Es un favor mutuo. Yo te doy una buena suma y tú me das un hijo. Todos ganamos.—No todos ganamos. Usted gana, señor. Yo pierdo mi dignidad y el control
Amelia se detuvo frente al restaurante y no pudo evitar poner los ojos como platos. La fachada de mármol blanco brillaba bajo el sol, y las puertas de cristal reflejaban el elegante bullicio del interior. Nunca había visto un lugar así, tan lleno de luces centelleantes, manteles largos en las mesas y gente vestida con trajes impecables. Se sentía como si hubiera entrado en una película, un mundo donde los sueños se hacían realidad y la opulencia no conocía límites.—Guau, creo que no voy vestida para entrar en un lugar así —murmuró Amelia, sintiéndose diminuta bajo la mirada de los elegantes comensales.Noah la observó con seriedad, manteniendo una distancia prudente.—No te preocupes —dijo con voz firme—, nos sentaremos en una zona privada para que no te sientas tan expuesta.Amelia tragó saliva, abrumada por la opulencia que la rodeaba.—Está bien —respondió con un hilo de voz, sintiéndose fuera de lugar. Se sentó frente a Noah y, con la mirada directa, rompió el silencio que los ro
Aunque Amelia lo había aceptado por necesidad, Noah sentía un pinchazo de duda, como si ella aún se resistiera a lo que estaban a punto de hacer. Para liberar la tensión acumulada durante el día, se refugió en el baño, donde el agua caliente y las burbujas prometían aliviar su mente.Mientras se sumergía en la bañera, no podía evitar pensar en Amelia, en su mirada cautivadora y en su figura esbelta.Le asaltó una extraña sonrisa, una mezcla de anticipación y satisfacción. Sus deseos estaban a punto de hacerse realidad y, por alguna razón, esa idea lo complacía enormemente.Desde la trágica pérdida de su esposa, Noah se había encerrado en un caparazón de indiferencia, dejando que la ira y la antipatía se convirtieran en sus únicos compañeros.Pocas personas lograban siquiera rozar su coraza emocional, pero la llegada de Amelia lo había sacudido hasta lo más profundo. Su mera presencia desataba en él una tormenta de sensaciones que creía haber enterrado para siempre.«Puede ser pequeña,
Laredo (Texas).En la ajetreada terminal de Laredo, Amelia esperaba con el corazón apesadumbrado el tren que la llevaría a Boston. Su destino era la mansión de Noah Koch, un hombre poderoso e influyente, donde trabajaría gracias a la gestión de Alma, amiga de su tía Lucero.La injusta encarcelación de Lucero, que se ganaba la vida vendiendo comida en las calles, pesaba sobre Amelia como una losa. La pobreza las había marcado, y ahora, con el escaso dinero que le quedaba, solo podía permitirse un viaje en tren.Mientras esperaba, Amelia se sumía en sus tristes pensamientos, consciente de la dura realidad que enfrentaba, pero con la esperanza de que este nuevo trabajo le brindara la oportunidad de ayudar a su tía y cambiar su suerte.Con el corazón en un puño, Amelia subió apresurada al tren, aferrándose a su pequeño bolso y a una maleta de mano. Se sentía vulnerable y sola, pero la imagen de su tía Lucero, su único apoyo, la animaba. Estaba decidida a trabajar sin descanso para reunir
Horas después, cuando la tormenta amainó momentáneamente, Amelia llegó a la mansión Noch. Contempló la opulencia de la entrada con una mezcla de asombro y desconcierto, como si hubiera tropezado con un mundo completamente ajeno al suyo. La recibió Alma, una mujer de porte sencillo y mirada serena, que la invitó a pasar con una cálida sonrisa, disipando en parte la inquietud que sentía Amelia.—¡Ay, mi niña! Siento tu dolor como si fuera mío. Lucero... ¡Ay, Lucero! Éramos como hermanas en Laredo —se lamentó Alma, abrazándola con fuerza.—No lo puedo creer, Alma. Mi tía está en la cárcel. Es una injusticia.—Lo sé, mi niña, lo sé. El mundo está lleno de injusticias, especialmente para los que no tenemos dinero. Pero no te preocupes, encontraremos la forma de sacarla de ahí juntas.—¿Juntas? Pero ¿cómo? No tengo ni un centavo.—Tenemos algo muy valioso: la amistad. Lucero y yo nos conocemos desde niñas y ella siempre me ha portado bien conmigo. Ahora, es nuestro turno de ayudarla. Ya ver
Más tarde en el bar…—Noah, ¿de verdad eres feliz viviendo así?—Es lo que me tocó, Jack.—Eres joven y millonario, podrías volver a enamorarte. Sé que Sarah fue maravillosa, pero abre tu mente.—Deja de decir estupideces, Jack. He venido a tomar algo, no a que me dé sermones.—Lo siento, amigo. ¿Y encontraste a la mujer que te preste el vientre?—No, hoy he entrevistado a cinco y todas estaban locas. Conseguir un vientre para gestar a mi primogénito se ha vuelto una tarea titánica —suspiró Noah, frotándose la sien.Jack asintió con comprensión, aunque con un toque de ironía en la voz.—Ya veo, y eso que tienes todo el dinero del mundo y aun así no logras dar con la indicada. Debe de ser frustrante.Noah lo miró con el ceño fruncido, pero no respondió, consciente de que Jack tenía razón.—¿Y si adoptas? Cómo estás tan empecinado en ser padre.—Creo que a veces tu cerebro no te funciona. Para eso necesitas estar casado y, además, yo soy viudo. Jamás adoptaría, quiero un hijo de mi sang