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Capítulo 4. Propuesta cuestionable.

La mañana se cernía sobre la mansión con un aire opresivo que reflejaba el estado de ánimo de Amelia. El recuerdo de su tía entre rejas la había despertado con un nudo en el estómago, una angustia que parecía no tener fin.

A pesar de la pesadez que sentía en el corazón, se levantó con determinación en busca de refugio en la rutina de sus tareas domésticas. El agua fría en su rostro no lograba disipar la sensación de vacío, pero al menos le proporcionaba un breve respiro.

Justo cuando intentaba ordenar sus pensamientos, se oyó abrir la puerta. Era Davis, el imponente guardia de seguridad de su jefe, quien se plantó frente a ella.

La presencia del hombre, con su mirada seria y su postura rígida, hizo que Amelia tragara saliva y se le helara la sangre en las venas.

—¿Qué hace aquí, señor? —preguntó Amelia con desconfianza.

Davis, con voz grave pero respetuosa, respondió:

—Buenos días, señorita Amelia. Perdone la molestia. Tengo un mensaje del señor Noah Koch.

—¿Un mensaje? ¿Qué tipo de mensaje? —preguntó Amelia extrañada.

—El señor Koch desea verla en su oficina.

—¿En su oficina? ¿Aquí, en la mansión?

—No, señorita. En la empresa. El señor Koch me ha ordenado que la lleve hasta allí.

—¿Llevarme? Pero necesito unos minutos para prepararme.

—Lo entiendo, señorita, pero el señor ha insistido en que sea ya. La esperaré abajo.

Davis asiente levemente y se retira, dejando a Amelia confundida y preocupada.

Amelia entra en la cocina y, con un suspiro, dice:

—Alma, tengo que ir a la empresa. El señor quiere verme.

—¿A la empresa? Davis me comentó algo, pero no sabía para qué. ¿Sabe para qué te ha llamado? —reaccionó Alma sorprendida.

—No tengo ni idea. Tengo miedo de que me vaya a despedir. Ya sabes cómo es el señor, siempre de mal humor.

—No digas eso, Amelia. Seguro que no es nada malo. Tal vez solo quiere hablar contigo de algo importante.

—Ojalá tengas razón. Pero con mi suerte...

—No pienses así. Todo va a salir bien, Amelia. Confía en mí. Además, voy a rezar para que todo vaya de maravilla. Ahora ve tranquila y con la cabeza alta.

Más tarde...

El trayecto hasta la empresa se le hizo eterno a Amelia. Cada segundo que pasaba, la ansiedad se apoderaba de ella más y más. Le sudaban las manos, resbaladizas y frías, y notaba un nudo en la garganta que le dificultaba la respiración.

El aire acondicionado del coche no lograba calmar el calor que sentía en el rostro ni el escalofrío que le recorría el cuerpo.

La imagen de Noah, con su mirada fría y su actitud implacable, no dejaba de repetirse en su mente, alimentando sus temores. Temía lo peor y se imaginaba mil escenarios posibles, todos ellos con su despido como desenlace.

—Ya estamos llegando, señorita —le dijo Davis mientras conducía.

Amelia asintió levemente, incapaz de hablar.

Una vez dentro del imponente edificio de la empresa, Amelia notó cómo un aire muy extraño le erizaba la piel, una sensación que se mezclaba con el sudor frío de sus manos.

Nerviosa, se pasó una mano por el cabello, intentando en vano aplacar el temblor que la invadía. A cada paso que daba, el eco de sus tacones resonaba en el pasillo, aumentando su ansiedad.

Davis, con su porte serio e imperturbable, la guiaba hacia la oficina de Noah. La puerta de madera oscura, con la placa dorada que rezaba «Noah Koch», se alzaba ante ella, un umbral que debía cruzar sin saber qué la esperaba al otro lado.

Al entrar en la oficina, Amelia se encontró con una escena que la puso aún más nerviosa. Noah estaba de pie, de espaldas a ella, contemplando el paisaje urbano a través del ventanal.

Su figura alta y erguida irradiaba una autoridad silenciosa que la hacía sentirse aún más pequeña e insignificante. Davis, fiel a las órdenes de su jefe, la dejó entrar y cerró la puerta tras ella, dejándola sola con él. Amelia se quedó paralizada, sintiéndose como un ratón asustado atrapado en la guarida de un león.

—Te he llamado a solas, Amelia, para hablar contigo. Tengo una propuesta que hacerte.

—No comprendo, señor —respondió Amelia, y se acercó con cautela.

—No tienes nada que comprender, muchacha.

Amelia se encogió de hombros, sin comprender aún las intenciones de su jefe. Se quedó en silencio.

—Necesito tu vientre para gestar unos embriones —fue Noah directo al grano.

—¿Qué cosa? —se espantó horrorizada.

—Te pagaré muy bien. Eres una joven fuerte y sé que podrás hacerlo.

—De ninguna manera, señor. Lo que me pide es absurdo.

—Desperdiciar una oportunidad así es lo absurdo. Piénsalo bien, Amelia. Podrías asegurar tu futuro y el de tu familia.

—No voy a vender mi cuerpo, señor. No puedo...

—Vamos, todos tenemos un precio, Amelia. Solo tienes que definir el tuyo.

—Prefiero morir de hambre antes que aceptar su propuesta.

—No seas patética. Tienes mucho que perder. Sé que tienes una tía presa y que vives con lo justo.

—Señor, no me hable así…

—Míralo de esta manera, me alquilas tu vientre y mañana mismo sacaré a tu tía de prisión. Tengo contactos en todas partes y los usaré para ayudarte. Es una oportunidad que no hallarás nunca, ni en tus peores pesadillas.

Amelia, dándole la espalda, se agarra la cabeza y grita:

—Ustedes los ricos, creen tener el mundo a sus pies y tratan a los demás como marionetas, como si no tuviéramos sentimientos.

—No seas ridícula. El dinero es poder y lo estoy poniendo a tu disposición para ayudarte. Muchos matarían por estar en tu lugar.

—No debí venir…

Amelia intenta salir corriendo, pero Noah la sujeta del brazo con fuerza.

—Piénsalo bien, Amelia. No se te dará la oportunidad dos veces.

Amelia se liberó del agarre de Noah con un movimiento brusco y una mirada llena de desprecio. Sin decir nada más, salió de la oficina a toda prisa, dejando atrás el ambiente cargado de tensión.

Corrió por los pasillos, sintiendo el corazón latiendo con fuerza en el pecho, hasta que finalmente salió del edificio. Afuera, respiró hondo tratando de calmarse, pero la imagen de Noah y su propuesta descabellada seguía grabada en su mente.

Entretanto, en la oficina, Noah se quedó de pie, mirando por la ventana, con la frustración reflejada en el rostro. Su deseo de ser padre, un anhelo que lo consumía, lo había llevado a hacer una propuesta a Amelia que sabía que era cuestionable desde el punto de vista moral. Pero para él, el fin justificaba los medios.

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