Más tarde en el bar…
—Noah, ¿de verdad eres feliz viviendo así?
—Es lo que me tocó, Jack.
—Eres joven y millonario, podrías volver a enamorarte. Sé que Sarah fue maravillosa, pero abre tu mente.
—Deja de decir estupideces, Jack. He venido a tomar algo, no a que me dé sermones.
—Lo siento, amigo. ¿Y encontraste a la mujer que te preste el vientre?
—No, hoy he entrevistado a cinco y todas estaban locas. Conseguir un vientre para gestar a mi primogénito se ha vuelto una tarea titánica —suspiró Noah, frotándose la sien.
Jack asintió con comprensión, aunque con un toque de ironía en la voz.
—Ya veo, y eso que tienes todo el dinero del mundo y aun así no logras dar con la indicada. Debe de ser frustrante.
Noah lo miró con el ceño fruncido, pero no respondió, consciente de que Jack tenía razón.
—¿Y si adoptas? Cómo estás tan empecinado en ser padre.
—Creo que a veces tu cerebro no te funciona. Para eso necesitas estar casado y, además, yo soy viudo. Jamás adoptaría, quiero un hijo de mi sangre. ¿Es difícil entenderlo?
—Ya relájate, mejor brindemos.
—Mejor —susurra Noah y lo mira de reojos.
Noah se sumergió en sus pensamientos y recordó lo difícil que había sido su camino. La gente lo veía como un hombre afortunado, con el mundo a sus pies gracias a su fortuna. Sin embargo, el dinero no podía llenar el vacío que Sarah había dejado ni parecía allanar el camino hacia la paternidad que tanto deseaba. La ironía lo golpeó con fuerza: tener todo el dinero del mundo y sentirse impotente ante las dos cosas que más deseaba.
Amelia se había volcado de lleno en sus responsabilidades, trabajando sin descanso. A pesar del agotamiento, se esforzaba por cumplir con sus tareas, aunque sus ojos enrojecidos delataban las lágrimas que había derramado por su tía. La impotencia la invadía al sentirse tan lejos y sin poder ofrecerle la ayuda que tanto necesitaba.
De pronto, recibió una llamada de su amiga:
—Amelia, querida, espero que estés bien...
—Erika, por favor, dime, ¿cómo está mi tía Lucero?
—Tranquilízate, cariño, pero no tengo buenas noticias. Quieren trasladar a tu tía al reclusorio femenino, lo siento.
—¡No puede ser! ¡Ayúdala, Erika, haz algo! Pediré un préstamo a mi jefa, pero, por favor, que no la trasladen. Me quiero morir.
—¡De ninguna manera! No vuelvas a repetir eso, Amelia. ¿Me has oído?
—¡No tengo ni un centavo para ayudar a mi tía! ¡Maldita pobreza! ¿Por qué los pobres sufrimos tanto? ¡No es justo!
—Tranquila, Amelia, tranquila. Lo sé, es muy difícil, pero no te rindas. Vamos a encontrar una solución, ya verás.
—Debo de hallar ese dinero a como dé lugar.
—Trata de calmarte, cariño. Te llamo de nuevo en la noche, sigue trabajando.
Presa de la desesperación, Amelia se desplomó contra la fría pared del baño. Sus pesares la abrumaban, creando una carga más pesada de lo que nadie podría imaginar. La sombra de la injusticia se cernía sobre su tía, quien permanecía recluida, incapaz de pagar la fianza.
El inminente traslado a una prisión de mujeres, sin haber cometido un delito grave, era una sentencia que Amelia no podía soportar. La impotencia la ahogaba, mientras luchaba contra la realidad de un sistema que parecía ensañarse con los más vulnerables.
De repente, unos golpes insistentes en la puerta del baño la arrancaron de su espiral de angustia. Con un rápido movimiento, se secó las lágrimas que resbalaban por sus mejillas, intentando recomponerse antes de enfrentar lo que fuera que la esperaba al otro lado.
—Amelia, ¡apúrate! El señor está por llegar y hay que empezar con la cena —dijo Vilma la otra chica de servicio.
—Sí, ya voy.
—¿Te pasa algo? Te veo rara.
—No, solo estoy cansada, vamos.
El sonido del timbre resonó en la mansión, anunciando la llegada de Noah. Amelia, con el corazón latiendo velozmente, abrió la puerta. El contacto visual fue instantáneo. Los ojos de Amelia se encontraron con la imponente presencia de Noah, un hombre cuya seriedad y porte la dejaron sin aliento. A pesar de estar trabajando en la mansión, este era su primer encuentro directo con su jefe. La figura de Noah se imponía, emanando una autoridad silenciosa que la dejó momentáneamente paralizada.
—¿Y quién eres tú? —preguntó con brusquedad.
—Yo... —balbuceó Amelia.
De pronto, Mía Interrumpiendo, llega junto a tiempo:
—¡Noah! No seas tan grosero. Ella es Amelia, la nueva chica del servicio.
—Llévame un café bien cargado a la habitación, rápido —dijo ignorando por completo el comentario de su hermana.
—Sí, señor —asintió Amelia rápidamente.
Mientras Amelia se dirige a la cocina por el café, su hermana le reclama.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué siempre eres tan maleducado?
—No estoy para tus regaños, Mía. Me duele la cabeza. ¿Quién es ella? ¿De dónde viene?
—Es Amelia, la nueva sirvienta. Seguro que lo has olvidado, como casi nunca estás en casa, y cuando estás, te encierras.
—Quiero mi café en menos de cinco minutos — dijo Noah y sube a su habitación, dejando a Mía parada al pie de la escalera.
Minutos más tarde, Amelia Toca la puerta, con el café en la mano.
—¡Pasa! —grita Noah despectivamente.
Amelia entra con el café y se queda allí parada y él reacciona diciendo:
—Déjalo ahí y vete.
Amelia salió de la habitación con el corazón latiendo a mil por hora. La mirada de Noah la había dejado perpleja, una mezcla de desprecio que no lograba descifrar.
Noah, con el ceño fruncido, tomó su celular y marcó el número de Davis, su jefe de seguridad. Aún en la mansión, Davis respondió de inmediato.
—Sube a mi habitación ahora —ordenó Noah con rudeza, colgando sin esperar respuesta.
Davis subió las escaleras a toda velocidad, como si obedeciera a un resorte. Al llegar a la puerta de la habitación de Noah, entró sin dudarlo, encontrando a su jefe esperándolo con una expresión seria.
—¿Qué se le ofrece, señor?
—Quiero que averigües todo sobre Amelia, la nueva sirvienta.
—¿Todo, señor?
—Todo. Tienes pocas horas, para hacerlo.
—Entendido, señor.
Al ver a Davis marcharse, Noah se sumergió en sus pensamientos, enfocándose en la imagen de Amelia. A pesar de su uniforme de sirvienta, la joven irradiaba una belleza fresca y una vitalidad que capturó su atención. Una idea comenzó a formarse en su mente, una posibilidad que lo intrigaba y que podría resolver su mayor problema.
La mañana se cernía sobre la mansión con un aire opresivo que reflejaba el estado de ánimo de Amelia. El recuerdo de su tía entre rejas la había despertado con un nudo en el estómago, una angustia que parecía no tener fin.A pesar de la pesadez que sentía en el corazón, se levantó con determinación en busca de refugio en la rutina de sus tareas domésticas. El agua fría en su rostro no lograba disipar la sensación de vacío, pero al menos le proporcionaba un breve respiro.Justo cuando intentaba ordenar sus pensamientos, se oyó abrir la puerta. Era Davis, el imponente guardia de seguridad de su jefe, quien se plantó frente a ella.La presencia del hombre, con su mirada seria y su postura rígida, hizo que Amelia tragara saliva y se le helara la sangre en las venas.—¿Qué hace aquí, señor? —preguntó Amelia con desconfianza.Davis, con voz grave pero respetuosa, respondió:—Buenos días, señorita Amelia. Perdone la molestia. Tengo un mensaje del señor Noah Koch.—¿Un mensaje? ¿Qué tipo de m
La frustración de Noah alcanzó su punto álgido. Golpeó el escritorio con furia, incapaz de comprender la negativa de Amelia. ¿Cómo era posible rechazar una oportunidad tan necesaria? La lógica se desvaneció ante la incredulidad, dejando solo un eco de ira y desconcierto.Amelia se detuvo frente al imponente edificio empresarial y recorrió con la mirada su fachada de cristal. De repente, el sonido agudo de su teléfono rompió el silencio y la devolvió a la realidad en medio de ese repiqueteo.—¿Erika? ¿Qué pasa?—Amelia, tengo noticias terribles. Se han llevado a tu tía. Está en el reclusorio femenino de Laredo.—¿Qué? ¿Por qué tan pronto?—No lo sé, no exactamente. Te llamé en cuanto me enteré. Lo siento mucho, amiga.La noticia fue como un maremoto que arrastró toda su esperanza. La imagen de su tía, una mujer de más de cincuenta años que la había criado con amor, encerrada en una prisión, la dejó paralizada. Se sintió culpable por su inacción, por no poder hacer nada para aliviar su
—No puedo creer que esto me esté pasando —dice Amelia desconcertada.—¿Qué es lo que no puedes creer, Amelia? —le dice Noah mirándola con seriedad.—Todo, señor. Simplemente todo. Es como si mi vida se hubiera puesto patas arriba en un instante.—No seas dramática, Amelia. Solo tienes que gestar mis embriones, no es mucho trabajo y, de paso, te pagaré muy bien —le dice Noah con soberbia.La pobre Amelia pone los ojos en blanco ante la arrogancia de su jefe.—¡No puedo creer lo que estoy oyendo! Esto es una locura, señor. ¡No soy una incubadora!—Vamos, Amelia, no seas exagerada. Es una gran oportunidad para ti. Piensa en el dinero y también saqué a tu tía de la cárcel, por si se te olvida, ya me debes un favor.—Lo sé, pero no se trata del dinero. Se trata de mi cuerpo. No me puede alquilar como si fuera una máquina.—No lo veas así. Es un favor mutuo. Yo te doy una buena suma y tú me das un hijo. Todos ganamos.—No todos ganamos. Usted gana, señor. Yo pierdo mi dignidad y el control
Amelia se detuvo frente al restaurante y no pudo evitar poner los ojos como platos. La fachada de mármol blanco brillaba bajo el sol, y las puertas de cristal reflejaban el elegante bullicio del interior. Nunca había visto un lugar así, tan lleno de luces centelleantes, manteles largos en las mesas y gente vestida con trajes impecables. Se sentía como si hubiera entrado en una película, un mundo donde los sueños se hacían realidad y la opulencia no conocía límites.—Guau, creo que no voy vestida para entrar en un lugar así —murmuró Amelia, sintiéndose diminuta bajo la mirada de los elegantes comensales.Noah la observó con seriedad, manteniendo una distancia prudente.—No te preocupes —dijo con voz firme—, nos sentaremos en una zona privada para que no te sientas tan expuesta.Amelia tragó saliva, abrumada por la opulencia que la rodeaba.—Está bien —respondió con un hilo de voz, sintiéndose fuera de lugar. Se sentó frente a Noah y, con la mirada directa, rompió el silencio que los ro
Aunque Amelia lo había aceptado por necesidad, Noah sentía un pinchazo de duda, como si ella aún se resistiera a lo que estaban a punto de hacer. Para liberar la tensión acumulada durante el día, se refugió en el baño, donde el agua caliente y las burbujas prometían aliviar su mente.Mientras se sumergía en la bañera, no podía evitar pensar en Amelia, en su mirada cautivadora y en su figura esbelta.Le asaltó una extraña sonrisa, una mezcla de anticipación y satisfacción. Sus deseos estaban a punto de hacerse realidad y, por alguna razón, esa idea lo complacía enormemente.Desde la trágica pérdida de su esposa, Noah se había encerrado en un caparazón de indiferencia, dejando que la ira y la antipatía se convirtieran en sus únicos compañeros.Pocas personas lograban siquiera rozar su coraza emocional, pero la llegada de Amelia lo había sacudido hasta lo más profundo. Su mera presencia desataba en él una tormenta de sensaciones que creía haber enterrado para siempre.«Puede ser pequeña,
Laredo (Texas).En la ajetreada terminal de Laredo, Amelia esperaba con el corazón apesadumbrado el tren que la llevaría a Boston. Su destino era la mansión de Noah Koch, un hombre poderoso e influyente, donde trabajaría gracias a la gestión de Alma, amiga de su tía Lucero.La injusta encarcelación de Lucero, que se ganaba la vida vendiendo comida en las calles, pesaba sobre Amelia como una losa. La pobreza las había marcado, y ahora, con el escaso dinero que le quedaba, solo podía permitirse un viaje en tren.Mientras esperaba, Amelia se sumía en sus tristes pensamientos, consciente de la dura realidad que enfrentaba, pero con la esperanza de que este nuevo trabajo le brindara la oportunidad de ayudar a su tía y cambiar su suerte.Con el corazón en un puño, Amelia subió apresurada al tren, aferrándose a su pequeño bolso y a una maleta de mano. Se sentía vulnerable y sola, pero la imagen de su tía Lucero, su único apoyo, la animaba. Estaba decidida a trabajar sin descanso para reunir
Horas después, cuando la tormenta amainó momentáneamente, Amelia llegó a la mansión Noch. Contempló la opulencia de la entrada con una mezcla de asombro y desconcierto, como si hubiera tropezado con un mundo completamente ajeno al suyo. La recibió Alma, una mujer de porte sencillo y mirada serena, que la invitó a pasar con una cálida sonrisa, disipando en parte la inquietud que sentía Amelia.—¡Ay, mi niña! Siento tu dolor como si fuera mío. Lucero... ¡Ay, Lucero! Éramos como hermanas en Laredo —se lamentó Alma, abrazándola con fuerza.—No lo puedo creer, Alma. Mi tía está en la cárcel. Es una injusticia.—Lo sé, mi niña, lo sé. El mundo está lleno de injusticias, especialmente para los que no tenemos dinero. Pero no te preocupes, encontraremos la forma de sacarla de ahí juntas.—¿Juntas? Pero ¿cómo? No tengo ni un centavo.—Tenemos algo muy valioso: la amistad. Lucero y yo nos conocemos desde niñas y ella siempre me ha portado bien conmigo. Ahora, es nuestro turno de ayudarla. Ya ver