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Capítulo 5. El dinero es magia.

La frustración de Noah alcanzó su punto álgido. Golpeó el escritorio con furia, incapaz de comprender la negativa de Amelia. ¿Cómo era posible rechazar una oportunidad tan necesaria? La lógica se desvaneció ante la incredulidad, dejando solo un eco de ira y desconcierto.

Amelia se detuvo frente al imponente edificio empresarial y recorrió con la mirada su fachada de cristal. De repente, el sonido agudo de su teléfono rompió el silencio y la devolvió a la realidad en medio de ese repiqueteo.

—¿Erika? ¿Qué pasa?

—Amelia, tengo noticias terribles. Se han llevado a tu tía. Está en el reclusorio femenino de Laredo.

—¿Qué? ¿Por qué tan pronto?

—No lo sé, no exactamente. Te llamé en cuanto me enteré. Lo siento mucho, amiga.

La noticia fue como un maremoto que arrastró toda su esperanza. La imagen de su tía, una mujer de más de cincuenta años que la había criado con amor, encerrada en una prisión, la dejó paralizada. Se sintió culpable por su inacción, por no poder hacer nada para aliviar su sufrimiento, ya que para ella había sido como una madre. La impotencia la invadió y una lágrima solitaria rodó por su mejilla, reflejo de la profunda tristeza y frustración que sentía.

Amelia, con el corazón latiendo a mil por hora, irrumpió de nuevo en la empresa y se dirigió a la oficina de Noah. La secretaria, alarmada, intentó detenerla:

—Señorita, no puede pasar.

Conocía el temperamento de Noah y temía las consecuencias de la interrupción.

Ignorando las advertencias de la secretaria, Amelia abrió la puerta de la oficina de Noah de un solo golpe. Noah, que estaba absorto en la firma de documentos, levantó la vista sorprendido al verla. Por un instante, sus ojos se encontraron con los de Amelia, y Noah notó la profunda tristeza que nublaba su mirada.

—Señor... —balbuceó Amelia.

—¡Cristina, retírese! —le dijo a su secretaria.

—Sí, señor.

—Necesito su ayuda. Es urgente... —musitó entre lágrimas.

—¿Qué ha pasado?

—Acepto gestar sus embriones.

A pesar de su intento por mantener la compostura, la sorpresa de Noah era evidente, aunque logró ocultarla tras una máscara de frialdad. Mientras tanto, Amelia, abrumada por la situación, se sumió en su sufrimiento, con la mirada fija en el suelo y luchando por no derramar lágrimas. Un leve gimoteo escapó de sus labios, revelando la fragilidad que intentaba ocultar.

—Por favor, se lo suplico, ayúdeme, señor.

Noah la miró con firmeza, alzando una ceja.

—¿Dónde quedó la soberbia, muchachita?

—Perdóneme, pero necesito su ayuda. Si quiere, se lo pido de rodillas.

Noah cede un poco ante su desesperación.

—Basta, Amelia. No hace falta llegar a tanto.

Noah le toma el brazo y la guía hasta una silla.

—Siéntate. Ahora explícame, ¿qué fue lo que te pasó?

—A mi tía la llevaron hace rato al reclusorio.

—¿Qué? ¿Cómo pasó?

—No lo sé, solo sé que está ahí y necesito sacarla de ese horrible lugar.

—Dame unos minutos...

Noah marca un número en su teléfono.

—Gobernador, necesito un favor de inmediato.

—¿Noah? ¿Qué clase de favor?

—Necesito que libere a una mujer del reclusorio femenil de Laredo. Su nombre es... —mira a Amelia, quien le dice el nombre de su tía—. Lucero Gutiérrez.

—Noah, esto es inusual... —advierte el gobernador de Laredo dudando.

—No tengo tiempo para explicaciones. Solo necesito que lo haga. Ahora.

—Entendido, Noah. Daré la orden de inmediato.

—Asegúrese de que la liberen sin demora y sin preguntas.

—Así se hará. ¿Necesitas algo más?

—No, eso es todo. Gracias, gobernador.

Sin apartar la vista de Amelia, Noah toma su teléfono y marca otro número.

—Davis, necesito que te encargues de un asunto.

—Dígame, señor.

—Envía a alguien ahora mismo a Laredo. Quiero que vayan al reclusorio femenino y traigan a la señora Lucero Gutiérrez en mi avión privado hasta Boston. Rápido, Davis.

—Entendido, señor. Me pongo en marcha inmediatamente.

Noah se acerca a Amelia con una sonrisa cínica.

—¿Sigues pensando que el dinero no es necesario?

Amelia se queda muda, incapaz de articular palabra.

Noah esbozó una breve y burlona risa, y en su cabeza resonó un eco de triunfo que subrayaba la ironía de la situación. Amelia, muda y paralizada, comprendió la magnitud de su compromiso.

Se había enredado en una trama de consecuencias inevitables. Ahora, debía cumplir su parte del trato: dejar que su vientre gestase los embriones de Noah. De un momento a otro, el destino la había transformado en la madre subrogada de su jefe, un giro inesperado que la sumergía en un laberinto de incertidumbre y temor.

Los ojos de Noah se posaron sobre Amelia, una mirada que pretendía ser discreta, pero que la escrutaba con una intensidad palpable. Registró sus gestos y notó un pequeño temblor en su postura, como si intentara descifrar un código oculto en su fragilidad.

Amelia notaba la presión de esa mirada, una sensación extraña que la hacía sentirse expuesta y vulnerable. No sabía que, en ese preciso instante, su realidad estaba a punto de cambiar y que la evaluación silenciosa de Noah era el preludio de un nuevo capítulo en su vida.

—¿Crees en los milagros, Amelia?

—¿Milagros? Claro, como que mi tía salió de la cárcel por arte de magia —respondió con firmeza, volviendo en sí.

Noah suspiró, cargado de alivio y resignación. Ante la respuesta cortante de Amelia, no pudo evitar recordarle la dura realidad que les rodeaba:

—El dinero y el poder hacen magia, Amelia, no lo olvides.

Sus palabras, pronunciadas con una frialdad que contrastaba con su actitud anterior, dejaron en el aire una sensación de amarga verdad. En ese mundo, los milagros no dependían de la fe, sino del poder adquisitivo.

De repente, la puerta se abrió de golpe y apareció la figura de una mujer morena que irradiaba una presencia magnética. Sus ojos color miel brillaban con una intensidad cautivadora y sus pronunciadas curvas delineaban una silueta que no dejaba nada a la imaginación.

—¿Qué haces aquí, Amaloa? ¿Quién te ha dejado entrar?

—No estaba tu secretaria. ¿Desde cuándo tengo que anunciarme para entrar? ¿Y tú quién eres? —pregunta Amaloa molesta al ver a Amelia.

—Vete de aquí, Amaloa. No estoy para tus tonterías.

—Ahora menos me voy, hasta que no digas quién es la joven —dice Amaloa mirándola con desprecio.

—Como quieras. Te puedes quedar. Nosotros nos vamos. Ven conmigo, Amelia —le dijo Noah con ironía.

Noah toma de la mano a Amelia y se dirige a la puerta. Amaloa se queda atónita, conteniendo la rabia.

—Amelia...

Amaloa susurra el nombre, sorprendida y curiosa a la vez.

Amaloa irrumpió en la oficina de Jack como un tornado, con el rostro enrojecido y los ojos lanzando chispas. La puerta se cerró de golpe tras ella, rechinando en el silencio habitual del despacho. Sin mediar palabra, se plantó frente al escritorio de Jack, con la respiración agitada y el ceño fruncido, dispuesta a descargar toda su furia.

—¡Jack! ¿Quién demonios es Amelia? ¿Qué significa en la vida de Noah?

Jack levantó la vista serenamente y le dijo:

—Amaloa, cálmate. No tengo ni idea de quién es.

—¡No me mientas! Seguro que sabes algo. Noah es tu mejor amigo.

—Te aseguro que no sé nada.

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