La frustración de Noah alcanzó su punto álgido. Golpeó el escritorio con furia, incapaz de comprender la negativa de Amelia. ¿Cómo era posible rechazar una oportunidad tan necesaria? La lógica se desvaneció ante la incredulidad, dejando solo un eco de ira y desconcierto.
Amelia se detuvo frente al imponente edificio empresarial y recorrió con la mirada su fachada de cristal. De repente, el sonido agudo de su teléfono rompió el silencio y la devolvió a la realidad en medio de ese repiqueteo.
—¿Erika? ¿Qué pasa?
—Amelia, tengo noticias terribles. Se han llevado a tu tía. Está en el reclusorio femenino de Laredo.
—¿Qué? ¿Por qué tan pronto?
—No lo sé, no exactamente. Te llamé en cuanto me enteré. Lo siento mucho, amiga.
La noticia fue como un maremoto que arrastró toda su esperanza. La imagen de su tía, una mujer de más de cincuenta años que la había criado con amor, encerrada en una prisión, la dejó paralizada. Se sintió culpable por su inacción, por no poder hacer nada para aliviar su sufrimiento, ya que para ella había sido como una madre. La impotencia la invadió y una lágrima solitaria rodó por su mejilla, reflejo de la profunda tristeza y frustración que sentía.
Amelia, con el corazón latiendo a mil por hora, irrumpió de nuevo en la empresa y se dirigió a la oficina de Noah. La secretaria, alarmada, intentó detenerla:
—Señorita, no puede pasar.
Conocía el temperamento de Noah y temía las consecuencias de la interrupción.
Ignorando las advertencias de la secretaria, Amelia abrió la puerta de la oficina de Noah de un solo golpe. Noah, que estaba absorto en la firma de documentos, levantó la vista sorprendido al verla. Por un instante, sus ojos se encontraron con los de Amelia, y Noah notó la profunda tristeza que nublaba su mirada.
—Señor... —balbuceó Amelia.
—¡Cristina, retírese! —le dijo a su secretaria.
—Sí, señor.
—Necesito su ayuda. Es urgente... —musitó entre lágrimas.
—¿Qué ha pasado?
—Acepto gestar sus embriones.
A pesar de su intento por mantener la compostura, la sorpresa de Noah era evidente, aunque logró ocultarla tras una máscara de frialdad. Mientras tanto, Amelia, abrumada por la situación, se sumió en su sufrimiento, con la mirada fija en el suelo y luchando por no derramar lágrimas. Un leve gimoteo escapó de sus labios, revelando la fragilidad que intentaba ocultar.
—Por favor, se lo suplico, ayúdeme, señor.
Noah la miró con firmeza, alzando una ceja.
—¿Dónde quedó la soberbia, muchachita?
—Perdóneme, pero necesito su ayuda. Si quiere, se lo pido de rodillas.
Noah cede un poco ante su desesperación.
—Basta, Amelia. No hace falta llegar a tanto.
Noah le toma el brazo y la guía hasta una silla.
—Siéntate. Ahora explícame, ¿qué fue lo que te pasó?
—A mi tía la llevaron hace rato al reclusorio.
—¿Qué? ¿Cómo pasó?
—No lo sé, solo sé que está ahí y necesito sacarla de ese horrible lugar.
—Dame unos minutos...
Noah marca un número en su teléfono.
—Gobernador, necesito un favor de inmediato.
—¿Noah? ¿Qué clase de favor?
—Necesito que libere a una mujer del reclusorio femenil de Laredo. Su nombre es... —mira a Amelia, quien le dice el nombre de su tía—. Lucero Gutiérrez.
—Noah, esto es inusual... —advierte el gobernador de Laredo dudando.
—No tengo tiempo para explicaciones. Solo necesito que lo haga. Ahora.
—Entendido, Noah. Daré la orden de inmediato.
—Asegúrese de que la liberen sin demora y sin preguntas.
—Así se hará. ¿Necesitas algo más?
—No, eso es todo. Gracias, gobernador.
Sin apartar la vista de Amelia, Noah toma su teléfono y marca otro número.
—Davis, necesito que te encargues de un asunto.
—Dígame, señor.
—Envía a alguien ahora mismo a Laredo. Quiero que vayan al reclusorio femenino y traigan a la señora Lucero Gutiérrez en mi avión privado hasta Boston. Rápido, Davis.
—Entendido, señor. Me pongo en marcha inmediatamente.
Noah se acerca a Amelia con una sonrisa cínica.
—¿Sigues pensando que el dinero no es necesario?
Amelia se queda muda, incapaz de articular palabra.
Noah esbozó una breve y burlona risa, y en su cabeza resonó un eco de triunfo que subrayaba la ironía de la situación. Amelia, muda y paralizada, comprendió la magnitud de su compromiso.
Se había enredado en una trama de consecuencias inevitables. Ahora, debía cumplir su parte del trato: dejar que su vientre gestase los embriones de Noah. De un momento a otro, el destino la había transformado en la madre subrogada de su jefe, un giro inesperado que la sumergía en un laberinto de incertidumbre y temor.
Los ojos de Noah se posaron sobre Amelia, una mirada que pretendía ser discreta, pero que la escrutaba con una intensidad palpable. Registró sus gestos y notó un pequeño temblor en su postura, como si intentara descifrar un código oculto en su fragilidad.
Amelia notaba la presión de esa mirada, una sensación extraña que la hacía sentirse expuesta y vulnerable. No sabía que, en ese preciso instante, su realidad estaba a punto de cambiar y que la evaluación silenciosa de Noah era el preludio de un nuevo capítulo en su vida.
—¿Crees en los milagros, Amelia?
—¿Milagros? Claro, como que mi tía salió de la cárcel por arte de magia —respondió con firmeza, volviendo en sí.
Noah suspiró, cargado de alivio y resignación. Ante la respuesta cortante de Amelia, no pudo evitar recordarle la dura realidad que les rodeaba:
—El dinero y el poder hacen magia, Amelia, no lo olvides.
Sus palabras, pronunciadas con una frialdad que contrastaba con su actitud anterior, dejaron en el aire una sensación de amarga verdad. En ese mundo, los milagros no dependían de la fe, sino del poder adquisitivo.
De repente, la puerta se abrió de golpe y apareció la figura de una mujer morena que irradiaba una presencia magnética. Sus ojos color miel brillaban con una intensidad cautivadora y sus pronunciadas curvas delineaban una silueta que no dejaba nada a la imaginación.
—¿Qué haces aquí, Amaloa? ¿Quién te ha dejado entrar?
—No estaba tu secretaria. ¿Desde cuándo tengo que anunciarme para entrar? ¿Y tú quién eres? —pregunta Amaloa molesta al ver a Amelia.
—Vete de aquí, Amaloa. No estoy para tus tonterías.
—Ahora menos me voy, hasta que no digas quién es la joven —dice Amaloa mirándola con desprecio.
—Como quieras. Te puedes quedar. Nosotros nos vamos. Ven conmigo, Amelia —le dijo Noah con ironía.
Noah toma de la mano a Amelia y se dirige a la puerta. Amaloa se queda atónita, conteniendo la rabia.
—Amelia...
Amaloa susurra el nombre, sorprendida y curiosa a la vez.
Amaloa irrumpió en la oficina de Jack como un tornado, con el rostro enrojecido y los ojos lanzando chispas. La puerta se cerró de golpe tras ella, rechinando en el silencio habitual del despacho. Sin mediar palabra, se plantó frente al escritorio de Jack, con la respiración agitada y el ceño fruncido, dispuesta a descargar toda su furia.
—¡Jack! ¿Quién demonios es Amelia? ¿Qué significa en la vida de Noah?
Jack levantó la vista serenamente y le dijo:
—Amaloa, cálmate. No tengo ni idea de quién es.
—¡No me mientas! Seguro que sabes algo. Noah es tu mejor amigo.
—Te aseguro que no sé nada.
—No puedo creer que esto me esté pasando —dice Amelia desconcertada.—¿Qué es lo que no puedes creer, Amelia? —le dice Noah mirándola con seriedad.—Todo, señor. Simplemente todo. Es como si mi vida se hubiera puesto patas arriba en un instante.—No seas dramática, Amelia. Solo tienes que gestar mis embriones, no es mucho trabajo y, de paso, te pagaré muy bien —le dice Noah con soberbia.La pobre Amelia pone los ojos en blanco ante la arrogancia de su jefe.—¡No puedo creer lo que estoy oyendo! Esto es una locura, señor. ¡No soy una incubadora!—Vamos, Amelia, no seas exagerada. Es una gran oportunidad para ti. Piensa en el dinero y también saqué a tu tía de la cárcel, por si se te olvida, ya me debes un favor.—Lo sé, pero no se trata del dinero. Se trata de mi cuerpo. No me puede alquilar como si fuera una máquina.—No lo veas así. Es un favor mutuo. Yo te doy una buena suma y tú me das un hijo. Todos ganamos.—No todos ganamos. Usted gana, señor. Yo pierdo mi dignidad y el control
Amelia se detuvo frente al restaurante y no pudo evitar poner los ojos como platos. La fachada de mármol blanco brillaba bajo el sol, y las puertas de cristal reflejaban el elegante bullicio del interior. Nunca había visto un lugar así, tan lleno de luces centelleantes, manteles largos en las mesas y gente vestida con trajes impecables. Se sentía como si hubiera entrado en una película, un mundo donde los sueños se hacían realidad y la opulencia no conocía límites.—Guau, creo que no voy vestida para entrar en un lugar así —murmuró Amelia, sintiéndose diminuta bajo la mirada de los elegantes comensales.Noah la observó con seriedad, manteniendo una distancia prudente.—No te preocupes —dijo con voz firme—, nos sentaremos en una zona privada para que no te sientas tan expuesta.Amelia tragó saliva, abrumada por la opulencia que la rodeaba.—Está bien —respondió con un hilo de voz, sintiéndose fuera de lugar. Se sentó frente a Noah y, con la mirada directa, rompió el silencio que los ro
Aunque Amelia lo había aceptado por necesidad, Noah sentía un pinchazo de duda, como si ella aún se resistiera a lo que estaban a punto de hacer. Para liberar la tensión acumulada durante el día, se refugió en el baño, donde el agua caliente y las burbujas prometían aliviar su mente.Mientras se sumergía en la bañera, no podía evitar pensar en Amelia, en su mirada cautivadora y en su figura esbelta.Le asaltó una extraña sonrisa, una mezcla de anticipación y satisfacción. Sus deseos estaban a punto de hacerse realidad y, por alguna razón, esa idea lo complacía enormemente.Desde la trágica pérdida de su esposa, Noah se había encerrado en un caparazón de indiferencia, dejando que la ira y la antipatía se convirtieran en sus únicos compañeros.Pocas personas lograban siquiera rozar su coraza emocional, pero la llegada de Amelia lo había sacudido hasta lo más profundo. Su mera presencia desataba en él una tormenta de sensaciones que creía haber enterrado para siempre.«Puede ser pequeña,
Al día siguiente, Erika, que acaba de llegar a Boston, se encuentra con Amelia, quien le describe con entusiasmo la ciudad y su nueva vida. Sin embargo, la alegría de Amelia se ve ensombrecida por la tristeza que le produce el trato de su jefe, lo que genera una expresión de preocupación en el rostro de Erika.—Ahora sí me vas a decir qué te sucede. Me tienes muy preocupada, en serio. ¡Habla ya, por favor!—Es muy difícil de explicar, Erika. Te lo diré, te lo prometo, pero ahora no puedo.—¿No puedes ahora? Amelia, me estás poniendo nerviosa. ¿Qué es tan grave que ni siquiera puedes hablar de ello?—Por favor, confía en mí. No es algo que pueda explicar así como así. Necesito tiempo para procesarlo y encontrar las palabras adecuadas.—Está bien, Amelia. Pero no tardes mucho, por favor. Necesito saber que estás bien.—Lo sé, Erika. Gracias por preocuparte. Te prometo que te lo contaré todo pronto.Pocos minutos después, Amelia y Davis se dirigieron a la clínica de fertilidad. Noah, lle
Amelia, que necesitaba urgentemente un nuevo empleo y que además quería alejarse de la insistente presencia de su tía, encontró una oportunidad inesperada en el restaurante de Enzo Lamar.Aún con la incertidumbre rondándole la cabeza sobre el reciente procedimiento de inseminación, del cual no esperaba resultados inmediatos, Amelia se presentó a la entrevista y, para sorpresa de ambos, Enzo la contrató sin dudarlo, quedando inmediatamente impresionado por su aplomo y disposición.Lo que sucedió al día siguiente superó todas las expectativas: Amelia se desenvolvió en el bullicioso ambiente del restaurante con una soltura asombrosa, como si realmente hubiera trabajado allí.Su capacidad para memorizar los intrincados menús y tomar los pedidos con una eficiencia y gracia innatas maravilló a Enzo y encantó a los comensales, quienes se sintieron instantáneamente cómodos y bien atendidos por su calidez y profesionalismo.En tan solo un día, Amelia no solo demostró ser una valiosa incorporac
—¡¿Se puede saber qué demonios haces trabajando aquí, Amelia?! —bramó Noah, cuya furia era palpable en el tono de su voz.Amelia sintió un escalofrío recorrer su espalda; conocía muy bien el temperamento irascible de Noah, sus repentinos estallidos que podían ser tan intensos como una tormenta.Sin embargo, a pesar del temor que le invadió, una chispa de rebeldía se encendió en su interior. Lo miró a los ojos desafiándolo:—Soy dueña de mi vida, señor, y tengo la libertad de hacer lo que me plazca. Y ya que no quiere que trabaje en su casa, pues he buscado otro empleo. ¿Cuál es el problema?—¡¿Cuál es el problema?! —repitió Noah con incredulidad, oscureciendo aún más su mirada—. Tenemos un trato, Amelia, un trato que al parecer te cuesta recordar. Hazme el favor de recoger tus cosas y ven conmigo ahora mismo.—No lo haré —replicó Amelia con firmeza, su voz temblaba ligeramente, pero su postura se mantenía erguida—. ¿Cómo diablos me ha encontrado? ¿Me ha estado siguiendo?—Eso es lo de
Laredo (Texas).En la ajetreada terminal de Laredo, Amelia esperaba con el corazón apesadumbrado el tren que la llevaría a Boston. Su destino era la mansión de Noah Koch, un hombre poderoso e influyente, donde trabajaría gracias a la gestión de Alma, amiga de su tía Lucero.La injusta encarcelación de Lucero, que se ganaba la vida vendiendo comida en las calles, pesaba sobre Amelia como una losa. La pobreza las había marcado, y ahora, con el escaso dinero que le quedaba, solo podía permitirse un viaje en tren.Mientras esperaba, Amelia se sumía en sus tristes pensamientos, consciente de la dura realidad que enfrentaba, pero con la esperanza de que este nuevo trabajo le brindara la oportunidad de ayudar a su tía y cambiar su suerte.Con el corazón en un puño, Amelia subió apresurada al tren, aferrándose a su pequeño bolso y a una maleta de mano. Se sentía vulnerable y sola, pero la imagen de su tía Lucero, su único apoyo, la animaba. Estaba decidida a trabajar sin descanso para reunir
Horas después, cuando la tormenta amainó momentáneamente, Amelia llegó a la mansión Noch. Contempló la opulencia de la entrada con una mezcla de asombro y desconcierto, como si hubiera tropezado con un mundo completamente ajeno al suyo. La recibió Alma, una mujer de porte sencillo y mirada serena, que la invitó a pasar con una cálida sonrisa, disipando en parte la inquietud que sentía Amelia.—¡Ay, mi niña! Siento tu dolor como si fuera mío. Lucero... ¡Ay, Lucero! Éramos como hermanas en Laredo —se lamentó Alma, abrazándola con fuerza.—No lo puedo creer, Alma. Mi tía está en la cárcel. Es una injusticia.—Lo sé, mi niña, lo sé. El mundo está lleno de injusticias, especialmente para los que no tenemos dinero. Pero no te preocupes, encontraremos la forma de sacarla de ahí juntas.—¿Juntas? Pero ¿cómo? No tengo ni un centavo.—Tenemos algo muy valioso: la amistad. Lucero y yo nos conocemos desde niñas y ella siempre me ha portado bien conmigo. Ahora, es nuestro turno de ayudarla. Ya ver