Verónica acabo enloqueciendo, él con cientos de mujeres y yo viendo como los padres de mi amiga se hundían en el dolor tras la pérdida de su pequeña hija.
Suicidio… de eso se trataba y así acabo.
—No acepto su patético contrato —me negué.
—Señorita Watson.
—¡No! —le interrumpí. Un fuerte agarre por mi cuello domino el resto de mi cuerpo, el aroma de su perfume se hizo presente, mis piernas se debilitaron y fue entonces cuando entendí que me gustaba sentirme así.
Mis pálidas mejillas se sonrojaron, podía sentirlo detrás de mí, fuerte, imponente, posesivo, terco y dominante en todos los sentidos.
—No me gusta que me digan que no, señorita Watson —advirtió con voz ronca —así que le recomiendo que acepte escuchar mi oferta.
—¿Está acostumbrado a tratar a las damas así? Señor Green —le pregunte intentando zafarme de su agarre —para empezar le recomiendo que no me trate así, soy un maestro, no lo olvide y después de que aprenda a respetarme lo escucharé.
Alcancé a sentir como el agarre de su mano comenzaba a sentirse cada vez más ligero, sus ojos castaños ardían, de deseo, de ira, de que no podía conseguir lo que quería y por supuesto, de que no era sumisa como todas.
—Bueno, obedeceré tus órdenes mientras escuches mi oferta —contesto obediente. No podía creerlo, ¿ese era Gerald Green? El mismo hombre que me vio con desprecio hace tanto tiempo.
—Estoy escuchando, Sr. Green—respondí de mala gana, alejándome de él. Sentí que sus ojos me seguían por todas partes en la habitación en que estábamos y no parecían felices de verme tan «tranquilo», aunque claramente no lo estaba.
—El presente contrato señorita Watson, es uno de los mejores que podrá haber visto en su vida.
—Lo dudo Sr. Green —rodé los ojos —nada que tenga que ver con usted podría ser bueno.
Una sonrisa traviesa se extendió por su boca, revelando sus perfectos dientes blancos. Inclinó la cabeza hacia un lado dejando que su perfecto cabello negro se balanceara y dejando que un mechón cayera sobre su frente. Parecía arrogante, excesivo, un demonio vestido de hombre sexy con una camisa blanca de manga larga y pantalones de gabardina negra.
—Tiene mucha confianza, señorita Watson.
—Conozco el territorio desconocido, gracias a su buena reputación —guiñe un ojo.
—¿Conoces el contrato para ser mi compañía?
—¿Aquel en el que usas a las mujeres como te plazca? Las maltratas, las vuelves locas, las enamoras hasta que se entregan a ti y luego las tiras a la basura —escupí molesta —lo conozco más que bien.
—¿Podría preguntar cómo lo sabe?
—¿Qué cómo lo sé?
Afirmo con la cabeza mostrando un gesto de molestia.
—Lo sé por mi amiga Verónica —con calma me acerqué a la primera silla más cercana a mí y dejé que mi cuerpo cansado descansara en ella. Mis pies me estaban matando, esos tacones de aguja rojos no eran mis favoritos, pero me encantaba cómo se veían mi trasero y mi figura en ellos —ella me lo contó todo y vi cómo se perdía en el alcohol, las drogas y, por supuesto, los reemplazos para ti hasta que se suicidó.
—Verónica…
—¿No la recuerdas? —Arquee una ceja —ella a ti seguramente y el hecho de que no la recuerdes, no es algo que me tome por sorpresa.
—Parece molesta por eso, señorita Watson —cruzo los brazos dejando al descubierto sus músculos perfectamente marcados —lo común entre las damas es alegrarse porque otra no se interpone en su camino.
—Es común, si, entre las damas de bajo calibre con las que estás acostumbrado a tener citas nocturnas, señor Green.
Una risa traviesa salió de él.
—Señorita Watson, ¿es usted virgen? —llevo ambas manos a su cintura. Sentí un ardor en mis mejillas y pensamientos impuros recorriendo mi mente —lo pregunto por la forma en que habla y expresa su género.
—No es tu problema, ahora si no te importa, te agradecería mucho que salieras de mi salón de clases y me dejaras de todos modos, para irme a casa a descansar.
Decidí no continuar con la conversación absurda que este hombre planeaba tener conmigo. No valdría nada, solo se estaba burlando de mí, al final lo había hecho con todas las que le mostraban un poco de interés y seguro que yo no sería una de ellas.
Levanté mi cuerpo de esa silla, quería agarrar mi bolso e irme a casa. Pero ese hombre se interpuso en el camino. Su mano estaba de nuevo en mi cuello, podía sentir su respiración, su nariz rosando la mía, observe detenidamente sus hermosos ojos marrones en los que me veía reflejada por segunda vez y deseaba sus labios por primera vez.
—Es virgen, de hecho lo es y yo ya lo sabía, no tiene que hacer como que no sabe y mucho menos que mi comentario le enojo, señorita Watson.
—Suélteme —le advertí, moviéndome en la silla —si no lo haces, grito.
—Adelante, grita, realmente me encantaría escucharte hacerlo —una risita escapo de sus labios —me gustaría ser honesto, parece escuchas mejor ese grito en la cama que en el salón de clases. Es decir, amo lo prohibido, pero me llama más la atención la comodidad —me guiñó un ojo, enroscando uno de sus dedos en un mechón de mi cabello, soltándolo y alejándose de mi lado.
—Eres irritante —murmure.
—Lo sé, me lo dicen a menudo —soltó una carcajada —ahora, señorita Watson, comencemos con el contrato.
Me temblaban las piernas, ¿cómo podía este hombre hacerme sentir así? ¿Cómo podía dominarme de esa manera? Ningún hombre había logrado que me sintiera dominada, me gustaba que él lo hiciera, pero había ese odio dentro de mí.
Ese odio que no lo quería cerca, que lo veía como un imbécil, que odiaba la sola idea de ser suya, que le daba asco el sentimiento de aceptar el contrato para convertirse en una más.
—El contrato estipula las siguientes reglas:
1. Tendrás una tarjeta con dinero para gastar como quieras.
2. Vivirá conmigo y mi hijo en mi mansión.
3. Ya no hará más su trabajo como profesora.
4. No dirá una palabra sobre el documento que firmara o sus cláusulas.
5. No hay matrimonio.
6. Todas tus primeras veces me pertenecen.
7. Estará dispuesta a cumplir mis deseos sin importar que o cuáles sean.
Entonces, señorita Watson, ¡acepte el contrato!
Escuche atentamente cada cláusula del contrato, revise una a una las incluidas en el físico, pregunte mis dudas y escuche sus respuestas, cambie otras cláusulas distintas a las que dijo.Aparentemente no tenían derecho a ser cambiadas, pero había otras cincuenta que podía cambiar a mi favor.—Me gustaría aclararle algo claro, Sr. Green —dije, cruzando una pierna sobre la otra.—Entre mis primeras veces no entrará mi virginidad, eso lo guardo para alguien especial y no se trata de ti.Una gran carcajada salió de él.—¿Me estás diciendo que tendré que ganármela? —Pregunto con altivez y de mala gana —no encuentro agradable ese término, señorita Watson, sobre todo porque no me gusta limitarme en lo que me pertenece.—¡Yo no te pertenezco! —Antes de que pudiera terminar tomo mi mandíbula con fuerza, lo mire, no dejo de verme, estuvo firme cada segundo y eso me tenía con los nervios —¡detente de una vez por todas! ¿No conoce el respeto? Me irrita jodidamente.—Que boca, señorita —sonrió, al
Necesitaba hablar con ese hombre.Solicité un permiso en la escuela y fui a las instalaciones de su empresa. Miré por todas partes buscándolo como si estuviera loca y solo vi mujeres mirándome de mala gana, hombres extraños mirándome el trasero y sobre todo una chica rubia con un cuerpo perfectamente esculpido por los dioses mirándome de arriba abajo con mucho interés.Me acerque a ella y le pregunte:—Disculpe, ¿sabe usted donde está el Sr. Green?Ella muy amablemente respondió:—El Sr. Green está en una reunión importante.—¿Por casualidad sabe en qué momento está libre?—En media hora debería estar fuera.—Gracias, esperare hasta que salga.Corrí a los asientos más cercanos, esperé la media hora que me había indicado hasta que finalmente se abrieron las puertas de lo que se suponía que era su oficina. Para mi desgracia no vi nada agradable y no podía esperar nada diferente sabiendo de antemano cómo era.Era Gerald sin correa y con el pantalón medio abierto, la camisa medio abierta
Después de ese día vergonzoso en la oficina de Gerald, no quería pensar más en el contrato que me ofreció. Las clases me esperaban, estábamos al final de los exámenes y yo confiaba en que su hijo, el pequeño Carlos, aprobaría todas las materias para poder quedarme con él un año más. Tenía muchas ganas de seguir enseñando a todos estos pequeños. Pero algo dentro de mí surgió, una duda, un desánimo natural. Si aceptara el contrato de este hombre no podría seguir haciendo lo que amo. Sin pensar más en ese sufrimiento llegué al salón de clases, todos los niños me esperaban con una sonrisa en la cara. Lo mejor de la mañana, ver esas caritas sonrientes y aunque algunos estaban nerviosos, siempre me ocupé de esos pequeños inconvenientes. —Buenos días. —Buenos días, maestra Mili —respondieron todos a coro. —¿Están listos para las pruebas de hoy? —les pregunte dejando mi bolsa en una gaveta y sacando de otra la carpeta con las pruebas. El silencio se hizo presente... solo un rostro sobr
El tiempo de clase terminó y todos entregaron sus exámenes. Carlos se acercó y me entrego la suya, pensé en calificarlo de inmediato hasta que hablo.—Profe, se me pasó una pregunta porque no la sabía exactamente.Lo corregí como calificación máxima, no perjudicaría sus calificaciones perfectas por una pregunta dudosa.—No te preocupes —le entregué el examen —nota máxima, felicidades.El pequeño sonrió y salió del aula agradeciéndome y con una gran sonrisa.Durante el resto del día recibí mensajes de Gerald invitándome a cenar y algunas llamadas que no conteste.¿Qué le pasaría a él? Ese hombre nunca fue así y se está comportando de manera demasiado extraña para tener reuniones importantes a las que asistir.Decidí no darle más atención, estaba cansada, los tacones me estaban matando y quería tirarme en la cama. Además, tenía una charla pendiente con mi padre sobre el «cortejo» con Gerald, todavía no creía que hubiera cambiado y estaba segura de que no había cambiado.Aun así, quería
—No vas a salir así, ¿verdad?—Si —respondí de inmediato con una sonrisa pícara, si él iba a perturbar mi día, perturbaría el suyo y podría tomarlo como venganza por todos los malos momentos que me había hecho pasar.El siguió viéndome, parecía que me quería echar una sábana encima y me dispuse a sentarme en uno de los sofás, pero para mi desgracia, mi madre golpeó la mesa.—¡La cena estaba servida! —gritó mientras servía el último plato y Gerald fue el primero en levantarse.Mi padre y yo nos miramos perplejos por unos segundos, el hombre que gastaba grandes cantidades de dinero en platillos exóticos se levantaba rápidamente para ir a comer un platillo común y se veía mucho más emocionado que en un restaurante cinco estrellas.Ambos nos levantamos tras él y lo seguimos hasta la cocina, claro, mientras mi padre veía bien el camino, yo en cambio estaba viendo su redondo y firme trasero, ese pantalón negro lo resaltaba como Dios manda.Después de todo, nadie mencionó que no podías mirar
—Recuerdo lo que pasó el día que tomamos esta foto.Dejé escapar un suspiro de molestia. Sabía que sucedió, pero aún quería escucharlo de su boca, solo para no tener que hablar.—¿Qué paso ese día? —pregunté, desparramada sobre la cama como una estrella de mar.—Ese día tuve un juego y ganamos, Erika me dijo que me amaba y estuvimos juntos por primera vez, nos acompañaste en la foto para celebrar mi victoria.—Maldita sea, no conocía ese —pensé mientras me frotaba el estómago, sentí una especie de náuseas y estaba bastante seguro de que palidecí.—¿Estas bien?Dejó la foto en su lugar y fue directo hacia mí, maldije de mil maneras, no lo quería cerca de mí y tampoco quería saber más de Erika y él. Me bastó saber que guardaba la peor foto de mi vida sin saberlo y que ahora solo quería quemarla, era lo que más deseaba en este momento.—Te vez muy pálida —su mano llego a mi mejilla —¡Mili, estas fría! Debemos ir al hospital, te ves muy mal.—Estoy bien…—Te vez muy mal —note en su rostro
Ahí estaba sentada en mi cama llorando como tantas veces en la secundaria y por el mismo idiota. Solo estaba de espaldas, ni siquiera me veía la cara y yo tampoco quería que lo hiciera, nunca me gustó que me viera tal como estaba ahora, así que tratar de calmarme era imposible, pero tenía que hacerlo o intentarlo de todos modos. Gerald ignoró esa sombra que vio y se concentró en los sollozos de Mili, no podía pensar con claridad, le partía el corazón escucharla llorar. Esa no era la mujer que lo desafiaba, le plantaba cara, le decía cosas en la cara, mucho menos la que no le tenía miedo en absoluto. —Mili… Su voz es pesada, llena de arrepentimiento, su respiración es entrecortada, está nervioso por el continuo movimiento de su pierna y lo escucho tragar saliva. Todavía no se da cuenta, pero vuelve a decir mi nombre con un poco más de impaciencia, a lo que no respondo. —Mili… ¿quieres contestarme? Por favor, me estoy volviendo loco mientras te escuc
Gerald se llevó una mano a la mejilla, frunciendo el entrecejo y haciendo un gesto de dolor, trató de acercar la otra a mi rostro y pareció pensar en algo que lo detuvo.Estaba enojado, herido y claramente confundido, tragué saliva al verlo sentado junto a mí, con ambas manos en las rodillas mientras dejaba escapar un largo suspiro.No dije una sola palabra, no quería, sentía que en algún momento podría reaccionar como yo, lo sabía y sabía que en ese aspecto éramos muy parecidos.Mis lágrimas comenzaron a caer, no tenían control sobre mis sentimientos y obviamente estaban completamente fuera de control.Siempre fui segura de mi misma y de lo que quería para mí, pero desde que llegó Gerald, nuevamente tuve mis sentimientos en un caos total por breves momentos.Me volvía loca, me hacía querer tenerlo siempre a mi lado, decir que lo amaba y gritarlo a los cuatro vientos, pero nuevamente el odio me devolvía al presente, el rencor y el dolor de ver a Erika en cada frase que salía de su boc