CAPÍTULO 1
Alessandro apagó la televisión de ochenta pulgadas y se dirigió a su habitación con un gesto de profundo agotamiento. Hacía más de cuarenta y ocho horas que no dormía y aun así tenía la sensación de que, por más que lo intentara, no lograría conciliar el sueño. Se dio una ducha larga y reconfortante, esperando que el agua caliente y el sonido del mar lo ayudaran a relajarse, y agradeció mentalmente a Fabio por haber construido aquella casa lejos del ruido de la ciudad.
St. Florent no era una de esas grandes urbes que no dormía, pero sus habitantes habían estado más activos de lo normal en los últimos días, ayudando a los sobrevivientes del naufragio del Imperial Princess. Decían que el gigantesco crucero había enviado sus primeras señales de auxilio pocas millas al sureste de Ile de la Giraglia, y nadie sabía cómo había logrado avanzar casi cuarenta millas náuticas para destrozarse finalmente en medio del golfo de St. Florent.
El barco, una monumental obra de ingeniería de trescientos sesenta metros de eslora e impulsado por ocho motores, llevaba a bordo la espantosa cantidad de seis mil ciento cuatro personas, entre pasajeros y tripulación, de los cuales apenas habían sido rescatados poco más de cuatro mil. El hecho se había convertido en una tragedia internacional; Italia, Francia y España habían sido los primeros en enviar ayuda, y gracias a eso se había logrado disminuir considerablemente el número de víctimas, pero después de dos días y del embate de las corrientes, eran más los cadáveres que la marea arrastraba hacia la orilla que las víctimas que lograban encontrar con vida.
Los puestos médicos St, Florent, Patrimonio, Barbaggio y Ville—di—Pietrabugno estaban saturados, y Alessandro no podía contar las veces que su helicóptero había recorrido el trayecto entre el sitio del accidente y el hospital de Bastia. La ayuda parecía llegar de todos lados, pero incluso así no era suficinte para asistir a los sobrevivientes.
Se comenzaba a hablar del naufragio del Imperial Princess como una de las tragedias más grandes en la historia de la navegación marítima, y STX Europe, su fabricante, tendría que prepararse para una demanda millonaria si llegaba a descubrirse que aquello no era producto de un error de la tripulación.
De cualquier manera, Alessandro había hecho lo posible también por ayudar. El Imperio Di Sávallo no sabía quedarse al margen en situaciones como aquella, pero el dinero no era suficiente, y el menor de los hombres del Imperio tenía por norma no dejar nada por hacer a otros mientras pudiera hacerlo él mismo.
A lo largo de sus vidas cada uno de sus cinco hermanos mayores había encontrado su vocación: Ian tenía su pasión por la fotografía, Fabio su bufete de tiburones del derecho, y Carlo su hospital. Marco se había dedicado siempre a manejar el Imperio y Ángelo había pasado de ser piloto de rally a convertirse en el presidente de la Productora Lancia.
Durante algún tiempo Alessandro se había dedicado casi por entero a la carrera de piloto de Ángelo, sin embargo había terminado por descubrir su propósito en la vida. En los últimos años su madre le había pedido que se encargara de la labor benéfica del Imperio, pero Alessandro no se había conformado solo con dirigirla. Asistir a cenas y firmar cheques podía ser un gesto encomiable para muchos, pero él era hombre, y sonreír toda la noche para donar unas decenas de miles de euros no lo hacía particularmente feliz. Prefería mandar el cheque directamente y emplear su tiempo en actividades más productivas.
Marco no tardó en darse cuenta de que a Alessandro se le daba bien aquello, que sus proyectos eran buenos y siempre tenía la seguridad de que aprovecharía al máximo el dinero que se donara. El menor de los Di Sávallo estaba seriamente comprometido con la ayuda humanitaria, y pronto pasó a implicarse en labores de mayor envergadura. Desde los seis meses que había pasado en Somalia, abriendo pozos de agua potable, hasta los centros de asistencia en la India para la protección de las mujeres contra el maltrato; su nombre había dejado de aparecer en los tabloides como el de un joven playboy para convertirse en la cara de la Fundación del Imperio.
Por fin había descubierto su vocación. En el último año había hecho todo lo necesario para prepararse para situaciones de crisis, y aquel empeño había rendido frutos. Su licencia de piloto de helicóptero le había tomado dos meses, y la capacitación para el salvamento marítimo otros cuatro, y luego Marco le había hecho un regalo que jamás olvidaría. El helicóptero S—76D, pintado en rojo y blanco, había participado ya junto a él en varias operaciones de rescate, pero ninguna tan desastrosa como el naufragio del Imperial Princess. Incluso Carlo, su hermano, había suspendido su luna de miel y se dividía entre las clínicas de St. Florent y Barbaggio para ayudar en la atención de los heridos.
Dos horas antes el supervisor de las maniobras de rescate había mandado a Alessandro a casa, a un descanso obligatorio de doce horas, porque él y su helicóptero apenas habían tenido receso durante dos días consecutivos.
Cerró la ducha con suavidad y se envolvió una toalla alrededor de las caderas mientras se sacudía el cabello mojado frente al espejo, pero aquel estado de momentánea paz fue interrumpido por un estridente ladrido de Jo—Jo. El enorme labrador de pelaje dorado rasguñó en la puerta del baño con ansiedad hasta que Alessandro lo dejó entrar.
— ¿Qué sucede muchacho? — preguntó inclinándose junto a él y acariciándole la cabeza.
Jo—Jo era tan experto en rescate y salvamento como el mismo piloto, hacía apenas tres horas se había lanzado al mar sin dudarlo y había ayudado a mantener a flote a una mujer hasta que el equipo pudiera subirla al helicóptero. Alessandro sabía que seguía agitado por todo el ejercicio, sin embargo le llamó la atención la forma en que pugnaba por salir de la habitación; algo importante debía suceder para que apuntara a la puerta con tanta insistencia. Se puso unos pantalones de dormir que tenía a mano y bajó las escaleras como una exhalación detrás de Jo—Jo.
El labrador se dirigió a la salida hacia la playa sin dudarlo un instante y se perdió en la oscuridad. Alessandro se detuvo y aguzó el oído, ya conocía el procedimiento: Jo—Jo olfateaba, buscaba, y en el momento que encontraba algo…
El aullido, largo y potente, le llegó en algunos segundos. Alargó el brazo para tomar la lámpara que siempre tenía colgada de la verja y siguió el sonido por la orilla de la playa. No había avanzado cincuenta metros cuando el reflejo de la luz en los ojos del animal le indicó el lugar, y entonces corrió, porque estaba seguro de que aquel bulto que el perro intentaba arrastrar fuera del mar era una persona.
Alessandro tuvo que meterse en el agua hasta las rodillas para alcanzar el cuerpo que la marea traía con su vaivén. Lo llevó a la orilla, sobre la arena húmeda, y le dio la vuelta rezando para no tener que encontrarse con un cadáver. La luz se reflejó intensa sobre aquel rostro y el italiano sintió que sus rodillas se doblaban bajo su cuerpo.
Sus ojos se ensombrecieron ante la visión de la mujer que tenía entre los brazos. Parecía una sirena, frágil y terrible, profunda y misteriosa como el mismo mar que se la había traído. Era hermosa, tan hermosa en medio de la oscuridad que parecía un mal presagio, como si el mar hubiera enviado a la tierra su fuerza de destrucción en forma de mujer.
Por algunos segundos dejó de ser un piloto de rescate y salvamento para ser solo un hombre, un hombre que admiraba la oscura belleza de una mujer, y un temor le atenazó el pecho como una maldición.
— ¡Dios, que no esté muerta! ¡Por favor, que no esté muerta!
Logró localizar su pulso en la garganta, estaba débil pero increíblemente respiraba todavía, aunque su pecho apenas parecía moverse.
— ¡Ey! — la llamó, dándole algunas palmadas en el rostro para hacerla reaccionar — Ey, despierta.
La mujer abrió los ojos como si estuviera saliendo de una pesadilla. Sus pupilas estaban dilatadas y vidriosas, y a la luz de la lámpara Alessandro descubrió que eran de un extraño color gris claro. Durante un inquietante segundo pudo ver el pánico arraigarse en el rostro femenino, pero ni con toda la adrenalina del mundo corriendo por sus venas hubiera logrado moverse, estaba deshidratada, lastimada y completamente sin fuerzas. Las lágrimas comenzaron a correr desde el borde de aquellos ojos y el italiano sintió pánico por primera vez en mucho tiempo.
— Tranquila. — intentó calmarla mientras le sostenía la nuca y le secaba las lágrimas con dedos nerviosos — Tranquila, ya estás a salvo… estás a salvo. ¿Ves?
Jo—Jo se había acostado junto a ella y lamía despacio una de sus manos.
— Pro… prote…ge. — murmuró con voz ahogada mientras se llevaba aquella mano al pecho.
— ¿Protege? — repitió Alessandro — ¿Qué quieres decir?
Pero no obtuvo respuesta, porque la poca luz que quedaba en la conciencia de aquella criatura se extinguió al instante. Sin lograr que reaccionara de nuevo, el hombre la levantó en brazos y echó a andar hacia la casa con ademán desesperado. Necesitaba ayuda, mucha… y justo en el momento en que la recostó en el sofá para examinarla su corazón se detuvo.
— ¡Necesito una ambulancia! — gritó al teléfono tres segundos después, mientras intentaba la reanimación más desesperada de su vida — Habla Alessandro Di Sávallo, necesito una ambulancia. ¡Ahora!
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CAPÍTULO 2
— ¿Crees que estará bien? — la voz de Alessandro sonaba menos agotada de lo que realmente estaba su cuerpo, pero esa era una característica de los hombres del Imperio: una fortaleza a prueba de desastres.
— Las primeras horas han sido críticas, pero ya está estable. — respondió el doctor poniendo una mano sobre su hombro — Estoy seguro de que hubiera muerto si no la hubieras encontrado cuando lo hiciste.
— Fue Jo—Jo quien la encontró. — contestó el italiano sin separar los ojos de la chica que dormía detrás del cristal de observación.
— Entonces recompensa bien a tu perro, un par de minutos más y todo su sistema habría fallado de manera fatal.
Alessandro suspiró llevándose dos dedos al puente de la nariz, reprimiendo el dolor de cabeza que lo atenazaba. El médico lo obligó a levantar la cabeza y le revisó las pupilas con una pequeña linterna antes de que pudiera impedirlo.
— Di Sávallo, — lo reconvino — necesitas descansar tú también. No aguantarás mucho si continúas sin dormir.
— Jasper, por favor, no voy a desmayarme. Recuerda que estoy acostumbrado a esto.
El doctor lo miró con severidad, era de los pocos que se permitía regañar a aquel Di Sávallo, quizás por superarlo en edad o porque una amistad de muchos años lo unía a su hermano Carlo.
— Puedo darte una larga explicación de por qué necesitas dormir, pero lo haré más rápido: llevas más de cuarenta y ocho horas sin descansar, o apagas tu cerebro voluntariamente o yo lo apagaré por ti… con un sedante, y déjame decirte que cuento con toda la aprobación de tu hermano.
Alessandro puso los ojos en blanco y luego hizo un gesto de aceptación.
— Está bien, es solo que no quería dejarla sola.
Jasper frunció el ceño. Era una completa desconocida, y sin embargo nunca había notado a Alessandro tan alterado como cuando lo había visto llegar en la ambulancia, prendido de la mano de aquella chica como si estuvieran atados por una cadena.
— Hay un sofá en su habitación. — accedió — Puedes quedarte con ella pero solo si me prometes que vas a dormir.
Tomó el siguiente suspiro como un asentimiento y le hizo una señal para que lo siguiera. El cuarto era impersonal, pero al menos estaba pintado de un cálido color crema. Jasper echó las persianas para que nadie pudiera ver el interior y luego acercó el liviano sofá a la cama de la enferma, algo le decía que Alessandro quería estar lo más cerca posible de ella.
— ¿Sabes su nombre? — preguntó como al descuido.
— No. No tengo idea de cómo se llama…
Y sin embargo había algo que lo había impulsado a permanecer a su lado. Alessandro deslizó una mano para atrapar la suya y sintió un escalofrío. Era esbelta y menuda, y cabía perfectamente en sus brazos. Tenía una piel color caramelo que, estaba seguro, no tenía nada que ver con el ataque del sol que probablemente habría sufrido en los últimos días. El cabello, negro y enmarañado por el agua y la sal que llevaban pegados, era tan largo que probablemente rozaría la línea de su trasero.
Se le antojaba una mujer terriblemente bella a pesar del estado en que se encontraba. ¿Era esa la razón por la cualno quería despegarse de su lado? Le vino a la memoria el color de sus ojos, grandes y aterrorizados, mientras le pedía protección. Recordó el gesto y la palabra. ¿Era eso lo que había hecho? ¿Pedir su protección?
— ¿De dónde crees que sea? — Jasper interrumpió sus cavilaciones.
— Sus facciones parecen muy clásicas, puras. Me arriesgaría a decir que probablemente es griega. — murmuró fascinado.
— Puede que tengas razón. ¿No tenía ninguna identificación… nada?
Alessandro negó mecánicamente, la chica solo llevaba un vestido blanco de seda que le llegaba por los tobillos, y debajo absolutamente nada. Parecía como si el mar hubiera echado a la orilla a una de sus ninfas, solo con la tela suficiente para cubrir su pudor.
— ¿Crees que sea una tripulante del Imperial Princess?
— Al principio creí que solo era una chica descuidada que había estado a punto de ahogarse, pero cuando la revisé… — Alessandro sintió que se estremecía y enlazó sus dedos — Enseguida noté los síntomas; la deshidratación, las quemaduras del sol… ha estado mucho tiempo en el agua.
Jasper hizo un gesto meditabundo, hacía años que Alessandro lo conocía y sabía que eso no era un buen presagio.
— Empezamos juntos el curso de rescate y salvamento, y aunque como médico ya tengo formada una opinión, me gustaría saber la tuya. — dijo por fin — Le he hecho una revisión exhaustiva, y casi me atrevería a asegurar que esta mujer ha estado sometida a condiciones extremas por más de dos días.
— Es imposible, significaría que estaba a la deriva mucho antes del naufragio del crucero. No, el Imperial Princess es la única explicación, solo está deshidratada como cualquier otra víctima del naufragio.
— No es solo la deshidratación, las quemaduras en su piel no son leves. Va a estar muy incómoda cuando despierte. — aseveró el médico — Además esta zona está bastante alejada del área del accidente.
Alessandro achicó los ojos. Sí, tenía que haber nadado y nadado con fuerza para evitar las corrientes que la habrían arrastrado fuera del golfo, hacia mares más abiertos.
— Es una chica valiente. — dijo en un susurro, sin darse cuenta de que estaba sonriendo como un idiota…
Pero Jasper sí lo notó, y empujó el sofá detrás de sus rodillas, obligándolo a sentarse.
— Ella va a estar bien. — aseguró dirigiéndose a la puerta — Ella va a estar bien, amigo. Descansa.
Apagó la luz y la habitación quedó sumida en una pacífica semipenumbra.
Alessandro repasó sus rasgos con el dorso de los dedos, como si quisiera reconocer cada centímetro de su rostro, y pensó que aquella mujer podía metamorfosearse en lo que quisiera. Podría ser madura y sofisticada si esa era su intención, pero tenía un aspecto tan joven que también era fácil imaginarla como una universitaria descocada a la que le encantaban las locuras. No lo sabría hasta que despertara: quién era, cómo era. Solo sabía que algo en ella lo impelía a quedarse.
Le acarició la garganta con suavidad, el hombro izquierdo, el brazo… hasta que sus dedos tropezaron con la pulsera de plata. No la había notado antes, era una joya delicada, sutil y de extremo buen gusto.
De la pulsera colgaban hermosas figuras con incrustaciones de pequeñas piedras preciosas: una diminuta locomotora, un avioncito, un caballo, un barco, un automóvil y un medallón en forma de corazón. Era la única pieza que no representaba graciosamente un medio de transporte, y Alessandro se aventuró a abrirla. Sabía que significaba una violación a su privacidad, pero quizás lo ayudara a saber algo sobre ella, quién era, a dónde pertenecía… sin embargo no estaba preparado para las palabras que contenía. La frase, grabada en el interior del corazón, rezaba:
“Para mi hermosa Gaia. Regresa pronto a mí. Con amor, L.V”
Alessandro retrocedió como si hubiera sido alcanzado por un rayo mientras recordaba un pequeño detalle que al parecer había pasado por alto: el Imperial Princess era un crucero para parejas. Pero no solo para parejas comunes, sino para matrimonios.
Aun contra su voluntad escrutó las finas manos en busca de una alianza, pero no la encontró. Quizás hubiera guardado sus anillos de casada en la caja fuerte de su camarote, quizás el sol hubiera borrado la marca de su uso, quizás… pero los quizás no importaban. Llevara o no su alianza, ningún soltero se había subido a aquel crucero y eso significaba que Gaia, aquella mujer por la que se sentía tan responsable sin saber por qué, se había quedado viuda en aquel naufragio, o tenía un esposo buscándola desesperadamente en algún lugar.
Se apartó de ella y se mesó los cabellos con una extraña frustración. Había hecho lo que tenía que hacer, y salvar su vida era lo que lo hacía sentirse responsable, pero nada más… nada más. En cuanto abriera los ojos y supiera que estaba bien, aceptaría su agradecimiento y seguiría con su vida.
— En mejor mantener la distancia. — murmuró recostándose en el sofá y cubriéndose los ojos con un brazo — Está casada, es mejor mantener la distancia.
El sueño le llegó de un solo golpe, y volvió a ver sus ojos, grises y profundos, llamándolo al mar.
Gaia abrió los ojos despacio, exhalando por lo bajo un gemido de dolor. Sentía como si su piel estuviera envuelta en brasas, estaba débil y somnolienta, pero algo la impulsaba a despertar, a atravesar aquella muralla de sombras. Pasaron algunos instantes antes de que se acostumbrara a la poca luz que entraba a través de las persianas cerradas, y entonces miró alrededor.Estaba en un hospital, podía reconocer los equipos médicos, la cama Fowler, la
Alessandro clavó los ojos en Gaia a través del cristal, y ella le respondió con una mirada inteligente aunque un poco perdida.— ¿Puedes explicarte mejor? — le pidió a Jasper.— Quise hacerle una resonancia para asegurarme de que no hubiera ningún traumatismo físico, y la buena noticia es que su cuerpo no sufrió lesiones, pero en cuanto escuché cómo hablaba me di cuenta de que algo no iba bien.
— ¿Tienes hambre?Era una pregunta un poco tonta pero al menos servía para romper el incómodo silencio que se había creado en el trayecto a casa; incómodo solo para Alessandro, porque Gaia parecía fascinada por las luces de la ciudad y por aquella carretera que bordeaba el golfo.&md
Gaia tragó saliva cuando el auto deportivo se detuvo frente al Centro de Conferencias, que en aquel momento fungía como sede de operaciones para la respuesta al naufragio del crucero. El edificio de ocho pisos bullía como un nido de avispas, y cientos de personas recorrían los pasillos. Sentía una extraña necesidad de asir la mano de Alessandro y salir de Alessandro y salir corriendo de allí, pero él tenía una vida con la que no podía interferir y su decisión había sido clara.—Blake es un experto en manejo de desastres. — había dicho — Estoy seguro de que a p
— Te prometo que vas a estar bien. — fue lo único que se le ocurrió decir antes de abandonar la habitación.Gaia iba a caer rendida después de doce horas sentada en una silla y como Jo—Jo le estaba haciendo compañía, Alessandro por fin pudo relajarse. Posiblemente fuera una estupidez tenerla en casa, pero a pesar de todas sus reservas, no tenía corazón para dejarla desprotegida.Se sirvió un vaso de whisky y salió a
Podía hacer todo el esfuerzo del mundo, intentar recordar todas las horribles consecuencias de lo que estaba a punto de hacer, y ni aun así habría logrado salir de aquella locura que le quemaba las venas al sentir a Gaia correrse entre sus dedos. Iba a repetir la historia, iba a arriesgar su corazón, iba a salir destrozado de todo aquello a menos… a menos que se obligara a convertirlo en otra cosa. ¡Y tenía que hacerlo porque detenerse no era una opción! Alessandro no durmió esa noche, al parecer era peor estar sin Gaia que vigilarle el sueño. Sobre la una de la madrugada la sintió salir, rastreó cada uno de sus pasos y esperó, esperó a que Jo—Jo la trajera a salvo, esperó hasta que la vio entrar tan mojada y dormida como siempre, pero ni sabiéndola en casa pudo descansar. Había algo en todo lo que Gaia hacía y decía que era intrínsecamente verdadero, persCAPÍTULO 10
Una, dos, tres, cuatro semanas, que a Alessandro le parecieron minutos. Minutos tortuosos y agonizantes de tenerla cerca viendo cómo crecía, cómo conseguía dominar casi completamente el idioma, cómo aprendía y sonreía y se divertía y no hacía caso de los coqueteos de sus desvergonzados amigos, en especial de Jasper, que por alguna razón ahora pasaba a visitarlo más de la cuenta y no sabía si era por Gaia o por… ¡pero por supuesto que era por Gaia si no le quitaba los ojos de enc…!— ¡Ale,