Gaia abrió los ojos despacio, exhalando por lo bajo un gemido de dolor. Sentía como si su piel estuviera envuelta en brasas, estaba débil y somnolienta, pero algo la impulsaba a despertar, a atravesar aquella muralla de sombras. Pasaron algunos instantes antes de que se acostumbrara a la poca luz que entraba a través de las persianas cerradas, y entonces miró alrededor.
Estaba en un hospital, podía reconocer los equipos médicos, la cama Fowler, la bata que se le pegaba a la piel desnuda… pero eso era lo único que podía reconocer. Bueno, no lo único, también estaba aquel hombre. No tenía idea de cómo se llamaba y sentía que lo conocía más de sus sueños que de su realidad, pero si de algo estaba completamente segura era de que era la única persona a la que podía recordar.
Una tormenta de sombras, bulliciosa y oscura, que llegaba del rugido de las olas y de sus propios gritos la hizo recogerse sobre sí misma, cerrando las manos en puños antes de darse cuenta de que una de ellas no estaba vacía.
Alessandro reaccionó como un resorte y de inmediato todo el sueño que tenía pareció desvanecerse.
— ¿Te sientes mal? — increpó a Gaia con ansiedad— ¿Dónde te duele?
No estaba seguro exactamente de por qué aquella mujer le causaba tal inquietud, pero cuando ella sostuvo su mirada con esos ojos profundos como un amanecer, comprendió que tendría que hacer un acopio de voluntad para continuar en un mundo donde ella no estuviera presente.
Gaia no contestó, su mirada vagaba entre los equipos, la aguja del suero que tenía insertada en el brazo y el rostro de Alessandro, como si no pudiera comprender todo lo que estaba ocurriendo. Él entrelazó los dedos con los suyos y la escuchó suspirar con alivio.
— Mi nombre es Alessandro, estás en el hospital de St. Florent. ¿Recuerdas el naufragio?
Gaia arrugó el entrecejo y parecía que aquel mínimo gesto le causaba dolor, luego negó levemente con la cabeza. No, no recordaba el naufragio, no recordaba nada de su vida anterior a las olas, la sed y el miedo. Sintió que la angustia se le arremolinaba en el medio del pecho, haciéndole un nudo en la garganta, comenzó a temblar como una hoja expuesta al viento y copiosas lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
— Niña, no llores. — murmuró Alessandro limpiándolas con el dorso de los dedos, Todo está bien, todo va a estar bien, Gaia. Descansa, necesitas descansar, voy a llamar a Jasp…
Pero no pudo terminar, ella se aferró a su mano como si fuera su última oportunidad de supervivencia.
— ¡Queda…! — el murmullo de su voz fue una caricia para sus oídos — Tú, queda.
Alessandro se aferró al borde de la cama para no temblar, no pensaba ir lejos, pero ella no parecía dispuesta a soltarlo por nada del mundo. Apretó entonces el botón en la cabecera de la cama y una enfermera pequeña y rolliza, de ojillos cansados, atravesó la puerta unos minutos después y sonrió al ver a la paciente despierta.
— ¿Puede pedirle al doctor Holdder que venga, por favor? — solicitó el italiano con voz serena.
— Por supuesto.
La habitación estaba todavía en semipenumbras cuando Jasper entró, tenía ojeras pronunciadas y el cabello revuelto como si hubiera tenido una noche muy difícil.
— ¿Han traído otra ola de heridos, verdad?
— Sí, — confirmó Jasper pasándose las manos por el cabello— han llegado más de treinta después de la medianoche. Once están en estado de gravedad, los quirófanos no alcanzan y las camas tampoco, y me temo que la mayoría tiene lesiones más severas que la deshidratación.
Señaló a Gaia y sonrió con aquella luz angelical que podía tranquilizar a cualquier paciente.
— Me alegra que hayas despertado. Vas a sentirte débil todavía por algunos días pero te sentirás mejor en cuanto tu familia esté aquí, contigo. ¿Puedes decirme tu nombre completo?
Le tomó el pulso y le examinó los ojos con su diminuta linterna mientras esperaba la respuesta, pero la respuesta no llegó.
— Gaia — intervino Alessandro— Se llama Gaia.
— Gaia — repitió Jasper mientras lo apuntaba— es un nombre hermoso. ¿Puedes decirme tu apellido, Gaia?
La muchacha apretó los labios y su mirada se humedeció de repente. Podía comprender la pregunta, pero no podía contestarla, ni siquiera reconocía aquel nombre por el que la llamaban.
— Comprendo que estés asustada, querida. Has pasado varios días en el mar, y es difícil despertar entre extraños en la cama de un hospital, pero necesitamos buscar a tu familia. ¿Hay algún número de teléfono al que podamos llamar, algún nombre que puedas darnos?
Gaia levantó los ojos despacio y señaló con gesto tembloroso al hombre que tenía al lado.
— Alessandro…
— ¿Qué, yo…? — el italiano no entendía absolutamente nada pero intentó comprender cuando la vio llevarse una mano al pecho.
— Alessandro… protege… tú… — luego negó con vehemencia — no, no, no… protege… mí.
Aquella desordenada forma de comunicación hizo que Jasper arrugara el entrecejo.
— Gaia, — Jasper se acercó despacio — ¿recuerdas quién más estaba contigo anoche?
Los ojos de la chica se iluminaron, sí, recordaba a alguien más, sabía lo que era, sabía que la había encontrado junto a Alessandro, sencillamente no encontraba la palabra para expresarlo, para definirlo, hasta que hizo el sonido más parecido que encontró.
— ¡Guau, guau, guau! — imitó llevándose las manitas cerradas bajo la barbilla.
Jasper asintió por un largo segundo y luego le habló a su amigo.
— Alessandro, sal conmigo un minuto, por favor.
No era una petición y eso puso a DiSávallo en alerta en un segundo, sin embargo seguir al doctor resultó más difícil de lo que esperaba. Gaia se aferró a su mano y nuevas lágrimas comenzaron a surcarle las mejillas.
— No… queda… — cerró los ojos y batalló para recordar cómo debía decir lo que quería — favor, queda.
— Por favor, quédate. — la corrigió Jasper con suavidad y luego la instó a repetirlo despacio.
— Por… favor… queda—te… — repitió Gaia sin apartar los ojos de Alessandro y este sintió que las rodillas le flaqueaban.
— Gaia, todo está bien. Alessandro no va a irse a ningún lugar, solo saldremos de la habitación a conversar. Puedes verlo a través del cristal. ¿Ves?
Descorrió las persianas y el pasillo exterior, lleno de personas corriendo y médicos dando órdenes apareció ante su vista.
— Voy a estar aquí mismo. — le aseguró Alessandro desprendiéndose de sus dedos con tanta ansiedad como lo hacía ella.
Antes de que pudiera preguntarle por qué demonios hablaba de aquella forma, el médico lo asaltó con otra pregunta:
— ¿Te ha dicho ella su nombre?
— No, lo he visto en su brazalete. ¿Por qué habla así Jasper?
El médico se pasó la mano sobre la nariz y la boca dándole vueltas a aquel diagnóstico.
— Hay que hacerle algunas pruebas, una resonancia y una evaluación psicológica. Llamaré a un colega para que me ayude.
— Un momento. — lo detuvo Alessandro — ¿Evaluación psicológica? ¿Para qué?
— No sería correcto dar un diagnóstico apresurado. Mientras tanto ocupa tu cabeza, llama al encargado de contactar a las familias y averigua si hay alguien con ese nombre en el manifiesto de pasajeros. Necesitamos los números de contacto de su familia y me temo que ella sola no va a recordar.
— ¿A qué te refieres?
— DiSávallo, son las cuatro y treinta de la madrugada, a las seis tendré una respuesta para ti. Ahora haz lo que te digo y déjame trabajar.
Alessandro no era el tipo de hombre que acatara bien las órdenes, pero al menos era lo suficientemente frío como para comprender el estado en que estaba aquel hospital, y sabía que si quería resultados rápidos tendría que darle espacio a Jasper. Le tomó alrededor de quince minutos localizar al encargado del manifiesto en el hospital y darle el trabajo de encontrar a la familia de Gaia, aunque no supiera su apellido no debía haber muchas mujeres con ese nombre en el barco. Después fue, como todo un caballero andante, a apostarse frente al cubículo de Gaia hasta que vio a un médico de cabello cano y lentes caídos entrar y saludar a Jasper.
La muchacha se veía despierta y ansiosa, la deshidratación había remitido un poco a lo largo de la noche pero la angustia solo había crecido, y la resonancia no había ayudado precisamente a tranquilizarla. La vio responder con gesto ausente a las preguntas del psicólogo mientras su mirada vagaba fuera del cristal, buscándolo siempre.
— ¿Tuviste suerte con la ubicación de sus familiares? — inquirió Jasper saliendo de la habitación.
Alessandro negó con la cabeza, silenciosamente. Apenas despuntara el alba iría a ver a Ethan Blake, era uno de los mejores especialistas en control de daños y manejo de familias en situaciones de desastre y estaba en el puesto de mando central. Si alguien podía hacer algo era él.
Al otro lado del cristal el viejo doctor le dio algunas palmadas afectuosas en el hombro a Gaia y salió con semblante preocupado.
— Me temo, Jasper, que tu diagnóstico fue acertado. — confirmó — Está en un estado de fuga.
— ¿Estado de fuga? ¿Qué significa eso?
Y el rostro de Alessandro se petrificó ante la respuesta.
— Significa que lo único que recuerda es el mar, y a los únicos que reconoce son a ti y a Jo—Jo.
Alessandro clavó los ojos en Gaia a través del cristal, y ella le respondió con una mirada inteligente aunque un poco perdida.— ¿Puedes explicarte mejor? — le pidió a Jasper.— Quise hacerle una resonancia para asegurarme de que no hubiera ningún traumatismo físico, y la buena noticia es que su cuerpo no sufrió lesiones, pero en cuanto escuché cómo hablaba me di cuenta de que algo no iba bien.
— ¿Tienes hambre?Era una pregunta un poco tonta pero al menos servía para romper el incómodo silencio que se había creado en el trayecto a casa; incómodo solo para Alessandro, porque Gaia parecía fascinada por las luces de la ciudad y por aquella carretera que bordeaba el golfo.&md
Gaia tragó saliva cuando el auto deportivo se detuvo frente al Centro de Conferencias, que en aquel momento fungía como sede de operaciones para la respuesta al naufragio del crucero. El edificio de ocho pisos bullía como un nido de avispas, y cientos de personas recorrían los pasillos. Sentía una extraña necesidad de asir la mano de Alessandro y salir de Alessandro y salir corriendo de allí, pero él tenía una vida con la que no podía interferir y su decisión había sido clara.—Blake es un experto en manejo de desastres. — había dicho — Estoy seguro de que a p
— Te prometo que vas a estar bien. — fue lo único que se le ocurrió decir antes de abandonar la habitación.Gaia iba a caer rendida después de doce horas sentada en una silla y como Jo—Jo le estaba haciendo compañía, Alessandro por fin pudo relajarse. Posiblemente fuera una estupidez tenerla en casa, pero a pesar de todas sus reservas, no tenía corazón para dejarla desprotegida.Se sirvió un vaso de whisky y salió a
Podía hacer todo el esfuerzo del mundo, intentar recordar todas las horribles consecuencias de lo que estaba a punto de hacer, y ni aun así habría logrado salir de aquella locura que le quemaba las venas al sentir a Gaia correrse entre sus dedos. Iba a repetir la historia, iba a arriesgar su corazón, iba a salir destrozado de todo aquello a menos… a menos que se obligara a convertirlo en otra cosa. ¡Y tenía que hacerlo porque detenerse no era una opción! Alessandro no durmió esa noche, al parecer era peor estar sin Gaia que vigilarle el sueño. Sobre la una de la madrugada la sintió salir, rastreó cada uno de sus pasos y esperó, esperó a que Jo—Jo la trajera a salvo, esperó hasta que la vio entrar tan mojada y dormida como siempre, pero ni sabiéndola en casa pudo descansar. Había algo en todo lo que Gaia hacía y decía que era intrínsecamente verdadero, persCAPÍTULO 10
Una, dos, tres, cuatro semanas, que a Alessandro le parecieron minutos. Minutos tortuosos y agonizantes de tenerla cerca viendo cómo crecía, cómo conseguía dominar casi completamente el idioma, cómo aprendía y sonreía y se divertía y no hacía caso de los coqueteos de sus desvergonzados amigos, en especial de Jasper, que por alguna razón ahora pasaba a visitarlo más de la cuenta y no sabía si era por Gaia o por… ¡pero por supuesto que era por Gaia si no le quitaba los ojos de enc…!— ¡Ale,
— ¿Pero qué se ha creído…? — Alessandro había entendido perfectamente la insinuación, y decir que estaba celoso era poco, aunque esa no era la palabra con la que se hubiera descrito a sí mismo.— Cálmate. — lo regañó Gaia cuando lo sintió moverse debajo de ella — Tu “pequeño monst