Una semana después, el cielo se teñía de tonos ámbar y anaranjados cuando Gabriele bajó de su coche frente a la casa de su hermana, Amalia. Llevaba una botella de vino en la mano, un regalo improvisado y en su rostro, el intento de disimular una emoción que le bailaba por dentro. Su corazón latía con un ritmo inesperado, como si supiera lo que lo esperaba al otro lado de la puerta.—¡Gabriele! —exclamó Amalia al recibirlo con un abrazo cálido. — Estás más flaco, ¿estás comiendo bien?—No seas exagerada —respondió él, sonriendo.Al entrar, no pasaron ni diez segundos antes de que lo viera, Luciano estaba ahí, de pie junto a Alessandro, sosteniendo una copa, vestido con elegancia casual, irradiando esa presencia enigmática que Gabriele conocía tan bien. Sus ojos se encontraron de inmediato y aunque Gabriele intentó mantener la compostura, la sonrisa que le nació fue inevitable. Sus mejillas se tiñeron de rojo mientras el recuerdo de su primer beso lo golpeaba como una ráfaga.—Hola Lucia
La noche llegaba a su fin, después de despedirse de Luciano Gabriele se encentraba incapaz de dormir, los recuerdos del beso en el auto invadían su mente en su cuarto, todo era un caos. No el tipo de caos que se ve, sino ese que se siente como una tormenta bajo la piel.Tendido en su cama con los ojos fijos en el techo, Gabriele se removía una y otra vez entre las sábanas, cerraba los ojos solo para volver a recordar los labios de Luciano, el roce de sus manos, el fuego suave pero imparable que se había encendido en ese beso.Se llevó una mano al pecho, le dolía, literalmente. Como si algo dentro de él se hubiera roto o quizás, como si algo hubiera nacido.—Me estoy enamorando… —susurró en la oscuridad.Una confesión sin testigos, que solo escuchó la soledad de su habitación, pero era real, irrefutable y muy abrumadora.La madrugada pasó lenta y cuando por fin llegó la mañana, el sol encontró a Gabriele sentado en su estudio, frente a un lienzo a medio terminar, tenía el pincel en la m
La respiración de Gabriele se volvía más rápida y errática mientras observa la galería que lo rodeaba, un lugar como un eco suave, apenas contenido por las paredes de mármol blanco y las luces doradas que iluminaban las obras. Gabriele recorría con la mirada cada rincón del salón, pero en realidad no estaba viendo nada, sentía cómo su corazón se agitaba como si cada golpe fuera una advertencia, estaba rodeado de su familia, de algunos viejos amigos, de curadores importantes y de artistas a los que había admirado durante años. Pero su mente, su cuerpo entero, solo podían concentrarse en una cosa, la ausencia de Luciano.El lugar era magnífico, techos altos, música tranquila, copas de vino en manos pulcras, sus cuadros colgaban entre otros tan impactantes como los suyos y, sin embargo sentía que no podía respirar. Había soñado con este momento desde que era un niño, exponer allí, entre los grandes, ser parte de ese mundo casi inaccesible. Pero ahora que estaba ocurriendo, sentía que alg
El restaurante se alzaba como un santuario del lujo discreto en una de las calles más elegantes de la ciudad, las luces colgaban del techo como luciérnagas cautivas, y la música de fondo era un piano solo de Chopin, que apenas rozaba el oído. La mesa larga, en el centro del salón reservado estaba rodeada por rostros que Gabriele conocía bien, su madre, su padre, Amalia, Alessandro, algunos amigos cercanos y por supuesto Luciano.Luciano sentado frente a él, hablaba con soltura, con esa naturalidad que a veces parecía tan distante, pero que en ese momento fluía con calidez y cercanía, Gabriele lo observaba de reojo mientras bebía de su copa, sintiendo que algo dentro de él se derretía lentamente. Su voz era segura, pausada, y cada vez que se dirigía a sus padres, lo hacía con respeto, pero sin perder esa chispa que lo volvía misterioso.—He estado pensando en una colaboración con el estudio que su familia dirige —dijo Luciano, mientras movía su copa entre los dedos. — Algo ambicioso, q
La tarde en Milán estaba bañada en una luz suave, perfecta para una boda de verano. Gabriele había regresado después de cuatro años en Roma, donde había dedicado su tiempo a estudiar arte, explorando y perfeccionando su pasión en la vibrante capital italiana. Caminaba entre los invitados, con una sonrisa brillante en su rostro mientras saludaba a familiares y amigos. Su hermana mayor, Amalia iba a casarse esa noche, y todo estaba preparado para un evento que sería recordado durante mucho tiempo. La decoración, las risas, el murmullo de las conversaciones, el tintineo de las copas de champán: todo parecía formar parte de una celebración perfecta.Pero en medio de todo eso, cuando Gabriele pasó cerca de un grupo de invitados, algo en su interior cambió. No fue el suave susurro de las conversaciones ni la música que llenaba el aire. Fue una mirada, una presencia que lo hizo detenerse en seco. En un rincón, entre las sombras de las columnas de mármol, los ojos de Gabriele se encontraron c
Esa noche, mientras la algarabía del baile llenaba el ambiente con risas y música, Gabriele se encontraba perdido en sus pensamientos. No podía apartar la imagen de Luciano Vannicelli de su mente: su mirada penetrante, su actitud distante y, sobre todo, la sensación de que algo en él era completamente inalcanzable.Recordaba claramente las últimas palabras de Luciano cuando, de forma abrupta, se despidió de él:"Disculpa, pero tengo que irme ya. Buenas noches."Esas palabras, tan frías, tan directas, retumbaban en su mente. Gabriele no entendía cómo un encuentro tan fugaz pudiera haberlo marcado de esa manera. ¿Qué había detrás de esa actitud reservada? ¿Por qué lo atraía tanto un hombre que claramente no deseaba ser atrapado?Con un suspiro profundo, se cruzó de brazos y miró hacia la puerta por donde Luciano había desaparecido. Sabía que lo que sentía no era solo una chispa pasajera; había algo más, algo más profundo que lo llamaba.Decidido a despejar sus pensamientos, Gabriele sac
Gabriele se encontraba sentado en la barra del bar, una copa tras otra, con la mirada perdida en la nada. El sonido de las conversaciones que llenaban el lugar parecía apagarse a su alrededor, y el líquido en su vaso se desvanecía con cada sorbo, sin que su mente pudiera encontrar un respiro. Estaba atrapado en un mar de pensamientos oscilantes que no sabía cómo controlar. La indiferencia de Luciano se mantenía como una terrible muralla entre ellos, algo que lo fastidiaba y lo dejaba deseando cruzarla, pero sin saber cómo.Damián, sentado a su lado, observaba en silencio la batalla interna de su amigo. Ya lo conocía bien; sabía que algo lo estaba quemando por dentro.—¿Te encuentras bien, Gabi? —preguntó Damián, sin necesidad de esperar una respuesta. Sabía que algo estaba mal.Gabriele no levantó la mirada, y en su voz, teñida de frustración, se notaba claramente que algo lo consumía.—¿Crees que Luciano es... gay? — De repente preguntó con una sutil vacilación en su voz.Damián fr
Gabriele y Damián salieron del bar, con la tensión de la noche aun colgando en el aire. Gabriele no dejaba de darle vueltas a lo ocurrido con Luciano, a la fría indiferencia que había mostrado, Cuando de repente, una voz los detuvo.—Gabriele, espera un momento. —dijo Luciano, con voz fuerte y cargada de autoridad.Gabriele y Damián se dieron vuelta, sorprendidos al ver a Luciano acercándose a ellos. Su expresión era tan impasible como siempre, pero había algo diferente en su actitud.—Gabriele, te llevaré a casa. No es seguro que te vayas asi. —Dijo, mirando a Gabriele de manera intensa.Damián levantó una ceja, desconcertado. Recordaba claramente cómo Luciano había ignorado antes a su amigo, no entendía por qué, de repente, se mostraba tan atento. Le lanzó una mirada a Gabriele, esperando su respuesta.—No quiero que me lleves —Respondió Gabriele con voz cortante, había una molestia evidente en sus palabras.Gabriele estaba claramente reticente, todavía herido por la frialdad de Lu