Esa noche, mientras la algarabía del baile llenaba el ambiente con risas y música, Gabriele se encontraba perdido en sus pensamientos. No podía apartar la imagen de Luciano Vannicelli de su mente: su mirada penetrante, su actitud distante y, sobre todo, la sensación de que algo en él era completamente inalcanzable.
Recordaba claramente las últimas palabras de Luciano cuando, de forma abrupta, se despidió de él:
"Disculpa, pero tengo que irme ya. Buenas noches."
Esas palabras, tan frías, tan directas, retumbaban en su mente. Gabriele no entendía cómo un encuentro tan fugaz pudiera haberlo marcado de esa manera. ¿Qué había detrás de esa actitud reservada? ¿Por qué lo atraía tanto un hombre que claramente no deseaba ser atrapado?
Con un suspiro profundo, se cruzó de brazos y miró hacia la puerta por donde Luciano había desaparecido. Sabía que lo que sentía no era solo una chispa pasajera; había algo más, algo más profundo que lo llamaba.
Decidido a despejar sus pensamientos, Gabriele sacó su teléfono y marcó el número de Damián.
Damián Parisi, el mejor amigo de Gabriele, era un joven de 26 años con una actitud despreocupada y una energía contagiosa. Dueño de una belleza llamativa, vanidoso por naturaleza y apasionado por los viajes.
—Damián, ¿Qué haces esta noche?—dijo Gabriele, tratando de sonar relajado.
—No mucho. Tienes algún plan interesante o solo quieres arrastrarme a otra de tus locuras?—Respondió Damián al otro lado de la línea.
—Tal vez ambas. Vamos a un bar, necesito despejarme un poco.
—¿Un bar? ¿Solo a tomar algo o hay algún motivo oculto detrás de esta invitación?
—¿Desde cuándo necesito un motivo para salir contigo?—Respondió Gabriele entre risas.
—Está bien, me convenciste. Nos vemos en media hora. ¿te parece bien el bar de siempre?.
—Sí, perfecto. En media hora, ahí te veo.
Gabriele colgó, se tomó unos minutos más en el salón, observando la alegre celebración que lo rodeaba. Luego, decidido, se alejó del lugar y se dirigió hacia el bar.
Al entrar, la última persona que esperaba encontrar allí, era precisamente a Luciano. Allí estaba, sentado en una mesa apartada, sosteniendo una copa en la mano, acompañado de una hermosa mujer. Su presencia era inconfundible, y por un instante, el ruido del lugar se desvaneció a su alrededor, como si todo el mundo se desintegrara, dejándolo a él como el único foco de atención.
Gabriele sintió una sacudida de sensaciones al verlo. Su corazón comenzó a latir más rápido, y, aunque no lo había planeado, sus pies lo guiaron hacia la mesa de Luciano.
—Hola, no esperaba verte de nuevo. —dijo Gabriele, mientras se acercaba, un tanto nervioso.
Luciano levantó la mirada y lo reconoció al instante, sus ojos penetrantes fijándose en él con esa calma característica.
—¿Gabriele, ¿verdad? — Su voz era grave, impregnada de una fascinación irresistible.
Gabriele intento mantener su compostura. El ambiente estaba cargado de una energía extraña. Cuando se saludaron, sus manos se rozaron brevemente, y Gabriele sintió como si un choque de energía hubiera atravesado su cuerpo. Fue tan fuerte que instintivamente retiró su mano, sonrojándose por la vergüenza.
—Perdón —murmuró Gabriele, sintiendo que su rostro ardía.
Luciano lo miró intensamente, sin mostrar ninguna emoción.
—No hay necesidad de disculparse —dijo con una leve sonrisa, pero sin mostrar demasiada emoción en su rostro—. Es curioso encontrarnos de nuevo, ¿no?
Gabriele asintió, aunque no podía dejar de sentir que había algo extraño en la atmósfera. La tensión entre ellos era evidente.
—Sí… curioso.
—Otra coincidencia. —respondió Luciano.
Luciano levantó su copa lentamente, sus dedos rozaron el cristal con una suavidad que parecía deliberada. Llevó el borde hacia sus labios con una precisión casi como un ritual, y al beber, sus ojos se entrecerraron sutilmente, fijándose en Gabriele con una intensidad que parecía desafiar el tiempo, como si en ese simple gesto estuviera evaluando algo mucho más profundo. Gabriele intentó no ceder al nerviosismo, pero la forma en que Luciano lo miraba, lo desconcertaba. Sabía que estaba ante un hombre que no era fácil de leer, pero eso solo aumentaba su interés.
—Luciano, ¿dónde conociste a este chico tan encantador? —preguntó la mujer que estaba a su lado, mirando a Gabriele con curiosidad.
De repente, Gabriele se percató de la presencia de la mujer y, con una leve inclinación de cabeza, la saludó. Ella respondió con voz coqueta y se presentó con elegancia:
—Azzurra Zaharie.
Al escuchar su nombre, una punzada recorrió el corazón de Gabriele. Algo extraño se despertó en él al imaginar que esa mujer tan hermosa, pudiera ser la pareja de Luciano.
Luciano seguía mirando con interés a Gabriele, su mirada era ardiente.
De repente, Gabriele sintió que alguien lo rodeaba por detrás. Al girarse, encontró a Damián, quien había llegado al bar sin que él lo notara. Con una sonrisa traviesa, Damián lo abrazó rápidamente y con un brillo de diversión en los ojos, le susurró al oído:
—Hoy voy a beber hasta perder la cabeza. ¿Te unes y dejamos que la noche nos lleve?
Gabriele, sorprendido por la repentina aparición de Damián, no pudo evitar sonreír. Se giró un poco hacia él, y susurrándole con una mezcla de diversión, respondió:
—Sí, acepto. Esta noche parece ser una de esas en las que no podemos decir que no.
Luciano observó con creciente incomodidad cómo Damián se acercaba a Gabriele. Su rostro, que hasta entonces había mantenido una expresión tranquila, comenzó a endurecerse. La presencia de Damián, tan repentina y desmedida, parecía molestarle.
—¿Un amigo? — preguntó Luciano con un tono que intentaba sonar casual, pero cuya frialdad era imposible de ocultar. Sus ojos se entrecerraron mientras evaluaba a Damián con una mirada fulminante, casi despectiva. La tensión en el aire creció, como si la atmósfera misma se hubiera enfriado.
Gabriele notó el cambio.
—Si, él es Damián, mi mejor amigo —dijo, buscando aliviar la incomodidad que se había instalado entre ellos. Su voz vibró ligeramente.
Luciano guardó silencio, su mirada era indiferente, mientras Azzurra, en cambio, sonrió cordialmente y los invitó a unirse a su mesa.
—¿Por qué no se quedan con nosotros? —dijo.
—No es necesario —contesto rápidamente Luciano, levantando ligeramente la mano como para detener cualquier intento de conversación.
Gabriele lo miró, algo desconcertado, pero decidió no insistir. Sin embargo, la incomodidad se sentía en el lugar.
Nos retiramos entonces —respondió Gabriele, intentó ocultar su frustración, pero la sensación de ser rechazado de esa manera no pasaba desapercibida.
Luciano, manteniendo su postura indiferente apenas dirigió una mirada a Gabriele antes de volver a tomar su copa. Era imposible no notar la tensión en el ambiente, la atracción que ambos sentían, aunque Luciano hacía todo lo posible por ignorarla. Sabía muy bien lo que despertaba en él Gabriele, y sin embargo, el temor a lo que esa conexión podría significar lo mantenía alejado, como si temiera que, al acercarse más, perdería el control sobre algo que no podía manejar.
Para reforzar su aparente indiferencia, Luciano intentó mostrar una cercanía más íntima con Azzura. La usaba como un escudo, con un claro mensaje para Gabriele de que no tenía interés en él, de que su atención estaba centrada en otro lugar. Cada gesto, cada sonrisa dirigida a ella, era una declaración silenciosa de lo que intentaba ocultar con tanto esfuerzo.
La imagen de Luciano junto a esa mujer golpeó a Gabriele con una intensidad que no esperaba, despertando en él una oleada de celos y una amarga sensación de rechazo. La actitud fría de Luciano, tan obvia, le afecto más de lo que imaginaba. Cada gesto, cada mirada que Luciano le dedicaba a ella, le atravesaba el corazón como una flecha.
Gabriele se encontraba sentado en la barra del bar, una copa tras otra, con la mirada perdida en la nada. El sonido de las conversaciones que llenaban el lugar parecía apagarse a su alrededor, y el líquido en su vaso se desvanecía con cada sorbo, sin que su mente pudiera encontrar un respiro. Estaba atrapado en un mar de pensamientos oscilantes que no sabía cómo controlar. La indiferencia de Luciano se mantenía como una terrible muralla entre ellos, algo que lo fastidiaba y lo dejaba deseando cruzarla, pero sin saber cómo.Damián, sentado a su lado, observaba en silencio la batalla interna de su amigo. Ya lo conocía bien; sabía que algo lo estaba quemando por dentro.—¿Te encuentras bien, Gabi? —preguntó Damián, sin necesidad de esperar una respuesta. Sabía que algo estaba mal.Gabriele no levantó la mirada, y en su voz, teñida de frustración, se notaba claramente que algo lo consumía.—¿Crees que Luciano es... gay? — De repente preguntó con una sutil vacilación en su voz.Damián fr
Gabriele y Damián salieron del bar, con la tensión de la noche aun colgando en el aire. Gabriele no dejaba de darle vueltas a lo ocurrido con Luciano, a la fría indiferencia que había mostrado, Cuando de repente, una voz los detuvo.—Gabriele, espera un momento. —dijo Luciano, con voz fuerte y cargada de autoridad.Gabriele y Damián se dieron vuelta, sorprendidos al ver a Luciano acercándose a ellos. Su expresión era tan impasible como siempre, pero había algo diferente en su actitud.—Gabriele, te llevaré a casa. No es seguro que te vayas asi. —Dijo, mirando a Gabriele de manera intensa.Damián levantó una ceja, desconcertado. Recordaba claramente cómo Luciano había ignorado antes a su amigo, no entendía por qué, de repente, se mostraba tan atento. Le lanzó una mirada a Gabriele, esperando su respuesta.—No quiero que me lleves —Respondió Gabriele con voz cortante, había una molestia evidente en sus palabras.Gabriele estaba claramente reticente, todavía herido por la frialdad de Lu
De regreso a casa, Gabriele, atrapado por una mezcla de nerviosismo y desbordante emoción, decide finalmente preguntarle a Luciano algo que ha estado guardando en su interior.—¿Alguna vez has sentido una atracción especial por un hombre? —Preguntó Gabriele, con un titubeo en su voz, mientras sus ojos buscaban en los de Luciano una pista, una señal que lo guiara a entender lo que él mismo no lograba comprender.Luciano permaneció en silencio, con un rostro inexpresivo. Al principio, Gabriele pensó que quizá no había escuchado bien, o que Luciano necesitaba unos segundos para procesar la pregunta, pero conforme los segundos se alargaban, la falta de una respuesta se volvió más clara. Era como si la pregunta de Gabriele no tuviera el menor impacto sobre él.¿No tienes nada que decir? —Gabriele murmuró, casi en un susurro.Luciano lo miró fijamente, sus ojos eran tan intensos como siempre.—Nada que decir, Gabriele. —Finalmente, su voz salió sin emoción alguna.La respuesta de Luciano y
Con los días transcurriendo, Gabriele se encerró en su estudio, perdiéndose en el lienzo. Sin embargo, algo irónico comienza a suceder: Luciano no deja de aparecer en sus pinturas. A pesar de su esfuerzo por no pensar en él, su rostro sigue surgiendo en cada trazo, en cada pincelada. Gabriele se siente atónito, incluso algo alarmado por el grado de obsesión que comienza a desarrollar por este hombre. Siente que está cruzando una línea peligrosa, la sola idea de estar enamorado le aterra, y se pregunta si está perdiendo el control de su corazón y de su mente.Esa misma noche, Gabriele sintió el impulso de salir de su aislamiento, como si el peso de sus cavilaciones lo estuvieran asfixiando. Decidió reunirse con algunos amigos y dirigirse a un restaurante, buscando desconectarse de la tempestad emocional que lo consumía.Pero al llegar, algo lo detuvo en seco. Justo ahí, en una mesa cercana, estaba Luciano. Su presencia lo golpeó como un relámpago, Gabriele sintió un cambio inmediato e
Una semana después, el curador de arte visitó el estudio de Gabriele para ver su trabajo de cerca. Al observar los cuadros, se muestra visiblemente impresionado por su talento, destacando lo único y maravilloso de su estilo, examina con atención cada obra analizando meticulosamente las técnicas y los detalles que lo hacen destacar. La pintura de Gabriele no sigue un patrón convencional; su estilo es profundamente personal, una fusión entre lo emocional y el realismo expresivo. En cada obra, hay una intensidad palpable que emana del lienzo, como si las emociones del artista se derramaran en cada trazo y cada color.— ¡Vaya! Este trabajo tiene algo tan… fascinante. Las capas, la textura. ¿Cómo logras este efecto tan profundo? Preguntó el curador. — Uso una técnica mixta que combina óleo y acrílico. Pienso que la mezcla de ambos les da una profundidad única a mis cuadros. Respondió Gabriele con una voz claramente emocionada.— Impresionante, estoy de acuerdo contigo, el óleo da esa se
Quince días después de aquel encuentro en el restaurante, la imagen de Luciano aún rondaba en la mente de Gabriele como una marca insistente en su cabeza que se negaba a desvanecerse. Por más que intentaba olvidarlo, su recuerdo se aferraba con la obstinación de una obsesión creciente.Esa tarde, su amigo Damián lo invitó a una exposición de fotografía. Gabriele aceptó sin expectativas buscando distraerse, pero el destino siempre caprichoso, tenía otros planes. Entre luces tenues y figuras atrapadas en el tiempo, sus ojos se encontraron inesperadamente con los de Luciano.Bastó un instante, un destello de reconocimiento rasgó el espacio, Iluminándolo con una tensión sofocante. Gabriele, atrapado entre el orgullo y un caos interior, apartó la mirada con rapidez, aferrándose a la ilusión de que, si no lo veía, tampoco tendría que enfrentarlo, fingió no haberlo visto. Fingió que su corazón no acababa de traicionarlo.Damián, ajeno a la tormenta interna de su amigo, continuaba hablando so
El restaurante estaba envuelto en un estilo elegante, con luces cálidas que acentuaban el rojo profundo del vino y el brillo dorado de los cubiertos. Gabriele cruzó la puerta con paso firme. Llevaba una camisa de lino perfectamente entallada, el cuello abierto justo lo suficiente para sugerir confianza. Su cabello, cuidadosamente peinado, y el leve aroma a vainilla y lavanda que lo envolvían, atrajeron más de una mirada. Pero él solo buscaba una.La encontró enseguida.Luciano estaba en una mesa junto al ventanal, con una copa de vino en la mano y la mirada anclada en ella, su expresión se congeló apenas lo vio, como si algo se le hubiera quedado atrapado en el pecho.Gabriele sonrió. Que guapo, pensó.—Llegas justo a tiempo —dijo Luciano, poniéndose de pie. Su voz sonaba un poco más baja de lo habitual.—Hoy estás… radiante.—Gracias —respondió Gabriele mientras se sentaba.Luciano llamó al camarero con un leve gesto y luego, sin dejar de observarlo, dijo:—Deberías probar los tagliol
La ciudad brillaba con luces intermitentes mientras el coche deslizaba su silueta por las avenidas nocturnas, como un susurro entre los edificios dormidos. Las farolas lanzaban destellos dorados sobre el parabrisas y los reflejos danzaban sobre el capó como fantasmas de un mundo que no les pertenecía. Afuera, la vida seguía su curso indiferente, pero dentro del coche, todo estaba en pausa, suspendido, expectante.El silencio entre ellos era complicado, pero no incómodo. Había algo en esa quietud que hablaba por sí sola, una tensión que no necesitaba palabras para existir. Luciano mantenía las manos firmes en el volante y de vez en cuando lanzaba miradas fugaces a Gabriele, como si necesitara asegurarse de que realmente estaba ahí, sentado a su lado después de todo lo dicho en la cena. Aún podía escuchar el eco de sus risas, disimuladas entre los platos vacíos, los brindis nerviosos, y las palabras que se esquivaban por miedo a decir demasiado.Gabriele miraba por la ventana, pero no ve