La noche pasó lenta entre sueños a medias y pensamientos que no daban tregua, a la mañana siguiente, Gabriele despertó con una mezcla de impaciencia y emoción, el sol se colaba entre las cortinas blancas, iluminando la habitación con una tibieza que parecía cómplice. Se levantó y caminó descalzo por el piso de madera, dejando que el frescor lo despertara del todo.Eligió con esmero la ropa para el encuentro, no quería parecer demasiado producido, pero tampoco muy casual, se decidió por una camiseta de color blanco, que dejaba ver lo necesario, sus delicados brazos y su hermosa piel dorada por el sol, unos jeans de color negro, que caían con soltura como si fueran parte de su andar tranquilo. Unas botas de cuero y un reloj sencillo completaban la escena. Su cabello revuelto de forma natural parecía haber sido acariciado por el viento más que por un peine, se veía encantador.Frente al espejo se observó un instante. había algo diferente en su mirada, un brillo, Un rastro de expectativa.
La tarde se disolvía en un color naranja, cuando Luciano y Gabriele salieron del café. El sol declinaba con lentitud, como si no quisiera abandonar el cielo todavía, caminaban juntos, sin decir demasiado, sus manos no se tocaban, pero sus cuerpos se acercaban con una atracción inevitable, como si el universo los empujara sutilmente hacia el centro de algo ineludible.Luciano se detuvo frente a un edificio que parecía como una joya tallada contra el cielo, imponente, con sus líneas sofisticadas de vidrio polarizado y acero cepillado, Luciano sin mirar a Gabriele, de repente pregunto con una voz embriagadora:—¿Quieres subir?Gabriele sintió cómo el estómago se le encogía, el deseo lo recorría como una corriente subterránea, pero sobre esa marea había algo más, pánico. Asintió, con una pequeña sonrisa, y lo siguió, Cruzó las puertas de vidrio como si el mundo al otro lado le perteneciera, el vestíbulo lo recibió con un susurro de piedra pulida, luz dorada filtrándose desde lámparas de cr
El sol entraba tímidamente por los grandes ventanales, filtrándose entre las cortinas de voile blanco, sus rayos de luz caían desde la lámpara de cristal y se deslizaban por las paredes tapizadas en terciopelo, donde el gris perla se escondía entre los pliegues como si jugara a la timidez, la cama amplia se alzaba en el centro de la habitación como un trono de una fantasía, vestida con sábanas que olían a cedro y sándalo, Gabriele abrió los ojos lentamente, aún aferrado al calor de los lienzos del sueño. La noche anterior volvió a él como una secuencia difusa, pero imborrable, fragmentos de caricias, suspiros entrecortados y la voz grave de Luciano susurrándole que todo estaba bien, que no tenía que temer. Todo había sido lento, íntimo, maravilloso, como una obra de arte construida con lujuria y adoración.Gabriele se giró en la cama con cautela, Luciano aún dormía, boca arriba, con una mano sobre el abdomen y bajo ella, se insinuaban los músculos tensos, definidos con natural bellez
El aire fresco de la mañana acarició la piel de Gabriele cuando el avión tocó tierra en el pequeño aeropuerto del pueblo, la vista desde las ventanillas era impresionante, colinas verdes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, su belleza lo dejaba sin palabras. El contraste con la agitada vida de la Milán era como un suspiro de alivio.—Ya casi llegamos —dijo Luciano con una sonrisa cómplice mientras desabrochaba su cinturón de seguridad, Gabriele lo miró y sintió una mezcla de emoción, todo en él, desde su risa hasta la calma con la que se movía, le transmitía la seguridad que tanto necesitaba. Por un momento, todo parecía estar en su lugar y la idea de estar en este pequeño rincón del mundo con Luciano, lejos de las presiones de la vida diaria, lo llenaba de una calma inesperada.El trayecto hasta la casa fue corto, unos veinte minutos por una carretera rodeada de montañas y árboles frondosos que se mecían al ritmo del viento, Gabriele no podía dejar de mirar el paisaje, tan
La tarde en Milán estaba bañada en una luz suave, perfecta para una boda de verano. Gabriele había regresado después de cuatro años en Roma, donde había dedicado su tiempo a estudiar arte, explorando y perfeccionando su pasión en la vibrante capital italiana. Caminaba entre los invitados, con una sonrisa brillante en su rostro mientras saludaba a familiares y amigos. Su hermana mayor, Amalia iba a casarse esa noche, y todo estaba preparado para un evento que sería recordado durante mucho tiempo. La decoración, las risas, el murmullo de las conversaciones, el tintineo de las copas de champán: todo parecía formar parte de una celebración perfecta.Pero en medio de todo eso, cuando Gabriele pasó cerca de un grupo de invitados, algo en su interior cambió. No fue el suave susurro de las conversaciones ni la música que llenaba el aire. Fue una mirada, una presencia que lo hizo detenerse en seco. En un rincón, entre las sombras de las columnas de mármol, los ojos de Gabriele se encontraron c
Esa noche, mientras la algarabía del baile llenaba el ambiente con risas y música, Gabriele se encontraba perdido en sus pensamientos. No podía apartar la imagen de Luciano Vannicelli de su mente: su mirada penetrante, su actitud distante y, sobre todo, la sensación de que algo en él era completamente inalcanzable.Recordaba claramente las últimas palabras de Luciano cuando, de forma abrupta, se despidió de él:"Disculpa, pero tengo que irme ya. Buenas noches."Esas palabras, tan frías, tan directas, retumbaban en su mente. Gabriele no entendía cómo un encuentro tan fugaz pudiera haberlo marcado de esa manera. ¿Qué había detrás de esa actitud reservada? ¿Por qué lo atraía tanto un hombre que claramente no deseaba ser atrapado?Con un suspiro profundo, se cruzó de brazos y miró hacia la puerta por donde Luciano había desaparecido. Sabía que lo que sentía no era solo una chispa pasajera; había algo más, algo más profundo que lo llamaba.Decidido a despejar sus pensamientos, Gabriele sac
Gabriele se encontraba sentado en la barra del bar, una copa tras otra, con la mirada perdida en la nada. El sonido de las conversaciones que llenaban el lugar parecía apagarse a su alrededor, y el líquido en su vaso se desvanecía con cada sorbo, sin que su mente pudiera encontrar un respiro. Estaba atrapado en un mar de pensamientos oscilantes que no sabía cómo controlar. La indiferencia de Luciano se mantenía como una terrible muralla entre ellos, algo que lo fastidiaba y lo dejaba deseando cruzarla, pero sin saber cómo.Damián, sentado a su lado, observaba en silencio la batalla interna de su amigo. Ya lo conocía bien; sabía que algo lo estaba quemando por dentro.—¿Te encuentras bien, Gabi? —preguntó Damián, sin necesidad de esperar una respuesta. Sabía que algo estaba mal.Gabriele no levantó la mirada, y en su voz, teñida de frustración, se notaba claramente que algo lo consumía.—¿Crees que Luciano es... gay? — De repente preguntó con una sutil vacilación en su voz.Damián fr
Gabriele y Damián salieron del bar, con la tensión de la noche aun colgando en el aire. Gabriele no dejaba de darle vueltas a lo ocurrido con Luciano, a la fría indiferencia que había mostrado, Cuando de repente, una voz los detuvo.—Gabriele, espera un momento. —dijo Luciano, con voz fuerte y cargada de autoridad.Gabriele y Damián se dieron vuelta, sorprendidos al ver a Luciano acercándose a ellos. Su expresión era tan impasible como siempre, pero había algo diferente en su actitud.—Gabriele, te llevaré a casa. No es seguro que te vayas asi. —Dijo, mirando a Gabriele de manera intensa.Damián levantó una ceja, desconcertado. Recordaba claramente cómo Luciano había ignorado antes a su amigo, no entendía por qué, de repente, se mostraba tan atento. Le lanzó una mirada a Gabriele, esperando su respuesta.—No quiero que me lleves —Respondió Gabriele con voz cortante, había una molestia evidente en sus palabras.Gabriele estaba claramente reticente, todavía herido por la frialdad de Lu