El regreso a Milán fue tan relajado como el viaje mismo. Aunque el sol aún acariciaba con serenidad las calles de la ciudad, el regreso a la rutina diaria no parecía tan genial como había sido su viaje. Los tres días en ese sitio habían sido un descanso, un paréntesis en el tiempo que les había permitido escapar de las expectativas y presiones. Pero ahora, el frenesí citadino volvía a envolverlos, y como siempre, la realidad era implacable.Luciano y Gabriele no hablaron mucho entre sí, ambos sabían que, al volver, el mundo que los rodeaba no entendería lo que había pasado entre ellos. Aquel vínculo entrañable, esa complicidad que habían compartido en el viaje, seguía allí, pero no podía ser tan fácilmente revelado. La idea de exponer su relación a sus familias les resultaba aterradora, y aunque ambos sabían que algo había cambiado irrevocablemente entre ellos, la incertidumbre aún flotaba sobre sus cabezas.Gabriele sentía una carga que agobiaba su alma, una necesidad de compartir lo
A la semana siguiente, Gabriele llegó a la casa de Amalia emocionado, le encantaban las fiestas de cumpleaños, y hoy se celebraba una, la de su cuñado. Había sido una semana larga, llena de voces internas que lo habían mantenido ocupado, pero hoy no pensaba en nada de eso. Hoy era el cumpleaños de Alessandro, el esposo de su amada hermana, y eso significaba una fiesta, una oportunidad para relajarse y disfrutar de la compañía de su familia. Amalia se había esmerado con los preparativos, como siempre, y Gabriele estaba dispuesto a fundirse con la esencia festiva que tanto necesitaba.Al estacionar su coche en el garaje de la casa de Amalia, Gabriele respiró hondo, dejando que la brisa fresca de la tarde lo relajara un poco. Su mente estaba en un lugar mejor ahora, dejando atrás las preocupaciones recientes. Caminó hacia la puerta de entrada, las luces resplandecientes y los sonidos que invitaban al baile lo entusiasmaron desde el interior. Cuando entró, fue recibido con la calidez de si
El frío de la noche se filtraba por las rendijas del garaje de la casa de Amalia. La luz difusa se reflejaba sobre el capó del auto de Gabriele, quien ya tenía la mano en la llave, dispuesto a irse. Sentía que un nudo ardía en su corazón, los pensamientos revueltos y una mezcla insoportable de celos, tristeza y rabia.Había pasado toda la noche fingiendo que no le importaba ver a Luciano aparecer del brazo de Azzurra, fingiendo que no le interesaba las miradas, los comentarios, las sonrisas falsas, pero por dentro se estaba rompiendo.Giró la llave del auto, el motor rugió suave, iba a marcharse sin decir nada. Sin buscar una explicación, porque, si era sincero, no sabía si estaba preparado para escucharla.Entonces, escuchó unos pasos firmes y acelerados, de repente la puerta del garaje se abrió.—¡Gabriele! —La voz de Luciano cortó el aire como un golpe seco. — Espera, no te vayas así.Gabriele no se volteó. Solo apagó el motor y cerró los ojos con fuerza. —¿Para qué viniste? —pregu
Gabriele se encontraba en el apartamento de Luciano, sus cuerpos se habían acercado de manera casi inevitable, como si la distancia entre ellos fuera una línea borrosa e inexistente, el beso había comenzado con ternura, pero pronto se volvió más intenso, como si ambos intentaran traducir en ese contacto lo que las palabras no podían expresar.Pero de repente, Gabriele se apartó con delicadeza, colocando sus manos sobre el torso de Luciano para alejarlo un pocoLuciano, confundido, preguntó.—¿Qué pasa, Gabriele, por qué me apartaste?Gabriele lo miró con los ojos llenos de preocupación.—Luciano, hay algo que necesito decirte... pero no sé cómo hacerlo.—No te preocupes, puedes decirme lo que sea.—Amalia ya lo sabe, sabe todo sobre nosotros… sobre lo que hay entre tú y yo. —Soltó Gabriele algo asustado.Luciano se llevó las manos a la cabeza, incrédulo, como si el mundo acabara de tambalearse bajo sus pies. La mirada clavada en Gabriele con una mezcla de desilusionado y rabia.—¿Cómo
Dentro, en la oscuridad de su habitación, Gabriele se tumbó en la cama, la sensación de vacío se apoderó de él, la angustia en su corazón no le permitía relajarse. Quería dormir, olvidar por un momento lo sucedido, pero sabía que no podía.Al amanecer, el sol entró tímidamente por la ventana, pero el brillo no conseguía calentar su alma, pensó en Luciano. Pensó en todo lo que había dicho, todo lo que había hecho, y cómo lo había arruinado todo con su impulso. La preocupación por lo que podría pasar con Amalia seguía rondando su mente. Y lo más importante, ¿Luciano lograría perdonarlo?De repente, el teléfono vibró en la mesita de noche. Gabriele, con el pulso desbocado, vio el nombre de Luciano en la pantalla. Su respiración se detuvo por un segundo ante de responder.—Hola, Gabriele... —la voz de Luciano sonaba cansada, pero menos agresiva que la noche anterior. — Quiero que sepas que ya hablé con Amalia.La presión en el abdomen de Gabriele se hizo más fuerte, pero intentó no dejar
A la mañana siguiente Gabriele despertó con el cuerpo ligeramente adolorido, un resquicio de la noche anterior. Se estiró, aun sintiendo el eco de las caricias en su piel, el calor de sus cuerpos entrelazados, la electricidad que había circulado entre ellos en cada beso, en cada roce. La luz suave del amanecer entraba por la ventana, bañando la habitación en tonos cálidos.—¿Te gustaría desayunar? —la voz de Luciano lo sacó de su trance.Luciano estaba ahí, con una bata blanca que caía hermosamente sobre sus hombros. Su presencia era tan sobresaliente y cautivadora. Gabriele lo observó con detenimiento, cada línea de su figura tan perfecta, cada movimiento tan seguro y natural. Su rostro estaba iluminado por la luz suave de la mañana, pero eran sus ojos los que lo atrapaban.—Buenos días, señor Vaniccelli. Dime que hay en el menú —Dijo Gabriele en tono coqueto.—¿Café y huevos?—Me parece perfecto—Bello, siéntate —me dice señalando una silla.Gabriele asintió, dándole las gracias. A
El ambiente íntimo y acogedor, del restaurante se mezclaba con el tintinear de copas y el sonido de un jazz ligero, Gabriele jugueteaba con el tenedor entre los dedos mientras observaba a sus padres sentados frente a él. Su madre, deslumbrante como siempre, arreglaba con gesto distraído la servilleta sobre su regazo, mientras su padre, con el ceño levemente fruncido, le dirigía una mirada inquisitiva.—Roma sigue esperándote, Gabriele —dijo su madre en tono suave, aunque cargado de intención.—Y no puedes perder el impulso —añadió su padre, dando un sorbo a su vino. — La pintura requiere disciplina, dedicación constante. Un año fuera puede ser... peligroso para tu carrera.Gabriele sostuvo la mirada de ambos, sintiendo algo de culpa. No podía decirles la verdad, no podía explicarles que su corazón se había anclado a Luciano Vaniccelli, con un amor arrebatador que había cambiado sus prioridades de forma irreparable.—Lo he pensado mucho —comenzó, modulando su voz para sonar tranquilo.
La mañana llegó cargada de los rayos del sol, que se filtraba tímidamente entre los grandes ventanales del estudio de Gabriele, el lugar olía a óleo fresco, había pinceles de distintos tamaños que descansaban en un tarro de vidrio, y varias telas en proceso que cubrían las paredes como testigos presentes de su trabajo.Gabriele estaba sentado en un sillón cómodo junto a un ventanal, con un café entre las manos, mientras frente a él, en una silla cercana, Damián lo observaba con los codos apoyados en las rodillas y una expresión de seria curiosidad.—Así que... —empezó Damián, dejando flotar las palabras en el aire —¿te vas a quedar aquí, por él?Gabriele se llevó el café a los labios.—No es sólo por él —respondió después de un momento. —También es por mí.Se sentía aturdido, como si hubiese estado flotando en esa frontera borrosa entre el sueño y la vigilia toda la noche, pensando en Luciano, en su relación, en el reloj que seguía envuelto en una pequeña caja negra sobre su escritori