Dentro, en la oscuridad de su habitación, Gabriele se tumbó en la cama, la sensación de vacío se apoderó de él, la angustia en su corazón no le permitía relajarse. Quería dormir, olvidar por un momento lo sucedido, pero sabía que no podía.Al amanecer, el sol entró tímidamente por la ventana, pero el brillo no conseguía calentar su alma, pensó en Luciano. Pensó en todo lo que había dicho, todo lo que había hecho, y cómo lo había arruinado todo con su impulso. La preocupación por lo que podría pasar con Amalia seguía rondando su mente. Y lo más importante, ¿Luciano lograría perdonarlo?De repente, el teléfono vibró en la mesita de noche. Gabriele, con el pulso desbocado, vio el nombre de Luciano en la pantalla. Su respiración se detuvo por un segundo ante de responder.—Hola, Gabriele... —la voz de Luciano sonaba cansada, pero menos agresiva que la noche anterior. — Quiero que sepas que ya hablé con Amalia.La presión en el abdomen de Gabriele se hizo más fuerte, pero intentó no dejar q
A la mañana siguiente Gabriele despertó con el cuerpo ligeramente adolorido, un resquicio de la noche anterior. Se estiró, aun sintiendo el eco de las caricias en su piel, el calor de sus cuerpos entrelazados, la electricidad que había circulado entre ellos en cada beso, en cada roce. La luz suave del amanecer entraba por la ventana, bañando la habitación en tonos cálidos.—¿Te gustaría desayunar? —la voz de Luciano lo sacó de su trance.Luciano estaba ahí, con una bata blanca que caía hermosamente sobre sus hombros. Su presencia era tan sobresaliente y cautivadora. Gabriele lo observó con detenimiento, cada línea de su figura tan perfecta, cada movimiento tan seguro y natural. Su rostro estaba iluminado por la luz suave de la mañana, pero eran sus ojos los que lo atrapaban.—Buenos días, señor Vaniccelli. Dime que hay en el menú —Dijo Gabriele en tono coqueto.—¿Café y huevos?—Me parece perfecto—Bello, siéntate.— Ordenó Luciano, señalando una silla.Gabriele asintió, dándole las gr
El ambiente íntimo y acogedor, del restaurante se mezclaba con el tintinear de copas y el sonido de un jazz ligero, Gabriele jugueteaba con el tenedor entre los dedos mientras observaba a sus padres sentados frente a él. Su madre, deslumbrante como siempre, arreglaba con gesto distraído la servilleta sobre su regazo, mientras su padre, con el ceño levemente fruncido, le dirigía una mirada inquisitiva.—Roma sigue esperándote, Gabriele —dijo su madre en tono suave, aunque cargado de intención.—Y no puedes perder el impulso —añadió su padre, dando un sorbo a su vino. — La pintura requiere disciplina, dedicación constante. Un año fuera puede ser... peligroso para tu carrera.Gabriele sostuvo la mirada de ambos, sintiendo algo de culpa. No podía decirles la verdad, no podía explicarles que su corazón se había anclado a Luciano Vaniccelli, con un amor arrebatador que había cambiado sus prioridades de forma irreparable.—Lo he pensado mucho —comenzó, modulando su voz para sonar tranquilo. —
La mañana llegó cargada de los rayos del sol, que se filtraban tímidamente entre los grandes ventanales del estudio de Gabriele, el lugar olía a óleo fresco, había pinceles de distintos tamaños que descansaban en un tarro de vidrio, y varias telas en proceso que cubrían las paredes como testigos presentes de su trabajo.Gabriele estaba sentado en un sillón cómodo junto a un ventanal, con un café entre las manos, mientras frente a él, en una silla cercana, Damián lo observaba con los codos apoyados en las rodillas y una expresión de seria curiosidad.—Así que... —empezó Damián, dejando flotar las palabras en el aire —¿te vas a quedar aquí, por él?Gabriele se llevó el café a los labios.—No es sólo por él —respondió después de un momento. —También es por mí.Se sentía aturdido, como si hubiese estado flotando en esa frontera borrosa entre el sueño y la vigilia toda la noche, pensando en Luciano, en su relación, en el reloj que seguía envuelto en una pequeña caja negra sobre su escritori
Luciano había citado a Gabriele en su apartamento, a las nueve en punto, Gabriele llegó al edificio, su corazón latía muy de prisa. Entró al ascensor privado y presionó el botón del piso doce. El ascensor, tranquilo y sofisticado, lo llevó directo al apartamento de Luciano. Cuando las puertas se deslizaron hacia los lados, Gabriele lo vio: Luciano estaba de pie junto a los grandes ventanales panorámicos, hablando por teléfono, bañado por la luz de la ciudad nocturna. Al notar su llegada, Luciano le hizo una seña para que se acercara, Gabriele caminó hacia él, todavía con el corazón desbocado, apenas estuvo a su alcance, Luciano le tomó el rostro con una mano y lo besó en la boca, sin decir una palabra, luego, con una sonrisa leve, le indicó que se sentara.Gabriele lo observaba callado, lleno de orgullo. Su novio era un hombre maduro, atractivo, de presencia imponente. Hoy, Luciano vestía un traje azul oscuro y una camisa blanca abierta en el cuello, sin corbata, irradiaba un estilo
A la mañana siguiente, Gabriele despertó solo en la habitación, se incorporó lentamente, parpadeando contra la luz suave que se filtraba por las cortinas. El lado de la cama donde debería estar Luciano estaba vacío y frío. Con un suspiro, se levantó, se dio una ducha rápida y bajó a la cocina en busca de algo para desayunar, mientras abría la nevera distraídamente, su celular vibró.Era un mensaje de Luciano:"Cariño, tuve que salir temprano. Tenía una reunión a las 8 a.m.Te amo.”Gabriele esbozó una sonrisa cálida, sintiendo que, aunque Luciano no estuviera físicamente allí, su presencia lo envolvía de un modo especial y constante. Acarició el teléfono con los dedos mientras escribía:“También te amo, cariño”.Gabriele salió del apartamento de Luciano con el rostro iluminado por una alegría genuina. Se sentía realmente feliz, ligero, como si el mundo entero le perteneciera. El resto del día, Gabriel se sumergió en su estudio, había planeado verse con Damián más tarde, pero este es
La tarde en Milán estaba bañada en una luz suave, perfecta para una boda de verano. Gabriele había regresado después de cuatro años en Roma, donde había dedicado su tiempo a estudiar arte, explorando y perfeccionando su pasión en la vibrante capital italiana. Caminaba entre los invitados, con una sonrisa brillante en su rostro mientras saludaba a familiares y amigos. Su hermana mayor, Amalia iba a casarse esa noche, y todo estaba preparado para un evento que sería recordado durante mucho tiempo. La decoración, las risas, el murmullo de las conversaciones, el tintineo de las copas de champán: todo parecía formar parte de una celebración perfecta.Pero en medio de todo eso, cuando Gabriele pasó cerca de un grupo de invitados, algo en su interior cambió. No fue el suave susurro de las conversaciones ni la música que llenaba el aire. Fue una mirada, una presencia que lo hizo detenerse en seco. En un rincón, entre las sombras de las columnas de mármol, los ojos de Gabriele se encontraron c
Esa noche, mientras la algarabía del baile llenaba el ambiente con risas y música, Gabriele se encontraba perdido en sus pensamientos. No podía apartar la imagen de Luciano Vannicelli de su mente: su mirada penetrante, su actitud distante y, sobre todo, la sensación de que algo en él era completamente inalcanzable.Recordaba claramente las últimas palabras de Luciano cuando, de forma abrupta, se despidió de él:"Disculpa, pero tengo que irme ya. Buenas noches."Esas palabras, tan frías, tan directas, retumbaban en su mente. Gabriele no entendía cómo un encuentro tan fugaz pudiera haberlo marcado de esa manera. ¿Qué había detrás de esa actitud reservada? ¿Por qué lo atraía tanto un hombre que claramente no deseaba ser atrapado?Con un suspiro profundo, se cruzó de brazos y miró hacia la puerta por donde Luciano había desaparecido. Sabía que lo que sentía no era solo una chispa pasajera; había algo más, algo más profundo que lo llamaba.Decidido a despejar sus pensamientos, Gabriele sac