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GABRIELE
GABRIELE
Por: J SANCHEZ
Encuentro Inesperado

La tarde en Milán estaba bañada en una luz suave, perfecta para una boda de verano. Gabriele había regresado después de cuatro años en Roma, donde había dedicado su tiempo a estudiar arte, explorando y perfeccionando su pasión en la vibrante capital italiana. Caminaba entre los invitados, con una sonrisa brillante en su rostro mientras saludaba a familiares y amigos. Su hermana mayor, Amalia iba a casarse esa noche, y todo estaba preparado para un evento que sería recordado durante mucho tiempo. La decoración, las risas, el murmullo de las conversaciones, el tintineo de las copas de champán: todo parecía formar parte de una celebración perfecta.

Pero en medio de todo eso, cuando Gabriele pasó cerca de un grupo de invitados, algo en su interior cambió. No fue el suave susurro de las conversaciones ni la música que llenaba el aire. Fue una mirada, una presencia que lo hizo detenerse en seco. En un rincón, entre las sombras de las columnas de mármol, los ojos de Gabriele se encontraron con los de un hombre alto, vestido elegantemente, con una mirada tan penetrante que pareció atravesarlo. Era Luciano Vannicelli, Ceo de Vanniccelli Group, una empresa multinacional que lleva su apellido, símbolo de su éxito profesional, poder y control. Luciano era un hombre de 35 años cuya presencia desafíaba todo lo que lo rodeaba. De una belleza rotunda, su atractivo no se limitaba solo a lo físico, sino que se extendía a una personalidad enigmática que cautivaba a todos aquellos que se cruzaban en su camino

El corazón de Gabriele dio un vuelco, y por un momento, el bullicio de la boda desapareció por completo. El mundo se desaceleró, como si solo existiera él y ese hombre desconocido que lo observaba fijamente.

Luciano, al sentir la mirada de Gabriele fija en él, no pudo evitar observar al joven con una intensidad abrumadora. Sus ojos, profundos y penetrantes, seguían cada movimiento del chico con una fascinación inquebrantable. Gabriele, era un joven de 21 años cuya belleza parecía sacada de una pintura renacentista. Estudiante de arte, su pasión por la creatividad era tan profunda como su vulnerabilidad emocional. Su presencia era cautivadora, con rasgos delicados que reflejaban la dulzura y el idealismo que definía su carácter.

Gabriele un poco nervioso por la intensidad del momento, decidió acercarse e intentar iniciar una conversación. El magnetismo de Luciano lo había cautivado desde el primer instante. Luciano emanaba una energía única, una especie de misterio que lo envolvía por completo, como si su ser estuviera marcado por un aura poderosa, imposible de descifrar. Cada uno de sus gestos parecía llevar consigo una sombra de secretos no revelados. Gabriele, quien por lo general era reservado y mantenía distancia de los desconocidos, sintió una extraña atracción que lo impulsaba a acercarse. Sin pensarlo, sus pasos lo guiaron directamente hacia Luciano. Al estar cerca de él, no pudo evitar sonreír nerviosamente.

“Hola, creo que no hemos sido presentados. Soy Gabriele.

Luciano lo miró fijamente, una ligera sonrisa asomando en sus labios. No era una sonrisa cálida, sino una calculada, como si estuviera evaluando cada palabra, cada movimiento de Gabriele.

—Luciano Vannicelli. Un placer. —Su mirada no dejaba de ser intensa, como si estuviera observando algo más allá de lo que Gabriele podía ver.

—Estaba buscando a un amigo... Pero parece que me he desviado del camino. Dijo Gabriele algo nervioso, mirando a su alrededor.

Luciano observó su nerviosismo con interés, como si eso fuera un detalle más a añadir a la imagen que ya se estaba formando en su mente. No estaba acostumbrado a que las personas se comportaran así, especialmente en su presencia. La juventud de Gabriele, su aparente inocencia, lo desconcertaba.

—No es fácil encontrar el camino en un lugar tan lleno de gente. Aunque, debo admitir, no me sorprende que hayas venido a buscarme.

Luciano exhaló con fastidio mientras recorría el cuerpo de Gabriele con la mirada. Era siempre lo mismo, coincidencias falsas, miradas insistentes y conversaciones que comenzaban con un interés disfrazado de admiración o casualidad. Sabía perfectamente lo que buscaban. No era su compañía, ni su personalidad. Era su dinero. Su apellido.

Gabriele, atónito por su respuesta, se quedó en silencio por un momento. ¿Cómo podía ser tan seguro de sí mismo? ¿Tan... engreído? A pesar de todo, algo dentro de él queria seguir con la conversación.

—¿Crees que me acerqué a ti a propósito?

Luciano dejó escapar una risa falsa.

—Eso creo. —Su tono era desafiante.

Luciano quería fingir que no notaba las intenciones ocultas de Gabriele, solo para ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar.

Gabriele desvió la vista un segundo antes de obligarse a sostenerle la mirada.

—No te des tanta importancia.

Luciano arqueó una ceja, dio un paso más cerca, desdibujando la distancia entre ellos.

—Oh, vamos… —murmuró, con una voz tan peligrosa como encantadora—. Entonces dime, ¿por qué estás tan nervioso?

Gabriele sintió cómo su pulso se aceleraba, pero no iba a darle el gusto de verlo dudar. Se cruzó de brazos, fingiendo una seguridad que no terminaba de sentir.

—No estoy nervioso. Solo me irrita tu arrogancia.

Luciano ladeó la cabeza, como si estudiara cada matiz en su expresión.

—En ese caso, ¿fue el destino el que te trajo hasta mí?

Gabriele tragó saliva y exhaló despacio, negándose a ceder ante el juego de Luciano.

—Tal vez estábamos destinados a encontrarnos. — Respondió Gabriele, con una voz más suave de lo que había anticipado, pero con una firmeza oculta en ella que, aunque casi imperceptible, lo sorprendió a sí mismo

—No creo en el destino, pienso que es solo una ilusión.—Dijo Luciano.

Gabriele no sabía qué más decir. Una parte de él quería dar un paso atrás, alejarse de ese hombre, pero algo más, una fuerza inexplicable, lo retenía allí, incapaz de irse.

—¿Entonces, definitivamente no crees en el destino? — Preguntó Gabriele con un ligero encogimiento de hombros.

Luciano lo observó durante un largo segundo, sus labios se curvaron en una sonrisa que parecía algo traviesa.

—No soy de los que creen en cosas como el destino. Pero... a veces, las cosas suceden. Y hoy, por alguna razón, nos encontramos. —Respondió en un tono burlón.

Gabriele sintió un nudo en el estómago. No sabía por qué, pero Luciano, su presencia fría y distante, lo atrapaba más que cualquier otra cosa. 

Luciano lo miró con curiosidad, un brillo sutil apareció en sus ojos, como si disfrutara de esa confusión que se formaba en Gabriele, permaneció en silencio, como si estuviera contemplando otra pregunta

Finalmente, se inclinó levemente hacia él, su rostro apenas a unos centímetros del de Gabriele.

— ¿Y tú, Gabriele? ¿Crees en el destino? —. Pregunto con un susurro cargado de burla.

Gabriele sintió cómo su corazón latía más rápido por la cercanía de Luciano. Él si creía en el destino, pero no sabía cómo respondería esa pregunta. Dejó escapar un suspiro y bajó la mirada por un momento, como si buscara las palabras correctas en su interior.

—El destino... Siempre he tenido una relación extraña con esa palabra. A veces pienso que hay algo más allá de nuestras decisiones, algo que nos guía sin que lo entendamos del todo.

Luciano finalmente estaba seguro que Gabriele, con su aire ingenuo y orgulloso, parecía verdaderamente interesado en él, pero no por lo que podía ofrecerle. Había en su mirada una curiosidad auténtica, una necesidad de conocerlo sin esperar nada a cambio.

— Si creemos que todo está predestinado, ¿cómo podemos saber si realmente estamos eligiendo? — Pregunto Luciano.

— Tal vez el destino no sea una fuerza que predestine nuestras vidas, sino algo más... algo que solo podemos ver en retrospectiva.—Dijo Gabriele.

Luciano aparto ligeramente su mirada de Gabriele, su expresión ahora era más relajada, aunque su mirada seguía siendo intensa y calculadora.

—Eso es... interesante. —Respondió, con una sonrisa leve.

Luciano sintió que este joven parecía  ver más allá de la persona que era en su interior. Por primera vez en mucho tiempo, Luciano sintió una mezcla de molestia y fascinación.

El bullicio de la boda parecía desvanecerse alrededor de ellos, y por un momento, Gabriele se olvidó de todo lo que lo rodeaba. Solo existían ellos dos, de pie en medio de la multitud, con una conexión inexplicable flotando entre ellos.

De repente, el teléfono de Luciano vibró. Al mirarlo, frunció el ceño, claramente irritado. Leyó el mensaje con rapidez, y al terminar, guardó el teléfono con un gesto de desagrado.

—Disculpa, pero tengo que irme ya. Buenas noches. —dijo Luciano, interrumpiendo el momento, con una ligera sonrisa en los labios.

Gabriele observo como Luciano se alejaba lentamente, su figura desvaneciéndose en la penumbra de la fiesta. Una oleada de inquietud y anticipación lo envolvió. No sabía si lo que acababa de suceder había sido real o si todo era parte de un sueño. Lo único que sabía era que este encuentro fugaz con ese hombre lo había impactado más de lo que podría haber imaginado.  Y aunque su mente estaba llena de preguntas, había una sola certeza: no podía dejar de pensar en Luciano Vannicelli.

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