Con los días transcurriendo, Gabriele se encerró en su estudio, perdiéndose en el lienzo. Sin embargo, algo irónico comienza a suceder: Luciano no deja de aparecer en sus pinturas. A pesar de su esfuerzo por no pensar en él, su rostro sigue surgiendo en cada trazo, en cada pincelada. Gabriele se siente atónito, incluso algo alarmado por el grado de obsesión que comienza a desarrollar por este hombre. Siente que está cruzando una línea peligrosa, la sola idea de estar enamorado le aterra, y se pregunta si está perdiendo el control de su corazón y de su mente.
Esa misma noche, Gabriele sintió el impulso de salir de su aislamiento, como si el peso de sus cavilaciones lo estuvieran asfixiando. Decidió reunirse con algunos amigos y dirigirse a un restaurante, buscando desconectarse de la tempestad emocional que lo consumía.
Pero al llegar, algo lo detuvo en seco. Justo ahí, en una mesa cercana, estaba Luciano. Su presencia lo golpeó como un relámpago, Gabriele sintió un cambio inmediato en la temperatura de su cuerpo, como si todo lo que había estado tratando de ocultar durante estos días emergería de golpe. En un reflejo casi automático, apartó la mirada con una frialdad fingida, como si, al hacerlo, estuviera enviándole un mensaje claro a Luciano: Ya no le importaba, ya no se sentía atraído por él, le daba igual verlo o no, asi que eligió ignorarlo. Se sentó con sus amigos, tratando de encajar en la conversación, de recuperar la normalidad. Cada palabra que escuchaba se perdía en un ruido lejano, mientras sus pensamientos permanecían atrapados en Luciano. La distancia física no bastaba para alejar la sensación de que Luciano seguía allí, invadiendo su mente, como una sombra que se negaba a desaparecer.
—¿Todo bien, Gabi? — pregunta Damián.
—Estoy bien, de verdad. No te preocupes. ¿Qué vamos a pedir, chicos? Respondió Gabriel.
Damián sabía que Gabriele no estaba bien. La presencia de Luciano sorprendió a Gabriel, y Damián al darse cuenta de esto, comprendió que su amigo estaba claramente afectado, asi que decidió no decir nada más.
Las opciones del menú parecían mezclarse en su mente, y la usual diversión de escoger un plato se sentía como una rutina más que una elección. Después de unos momentos de indecisión y algunos comentarios rápidos sobre lo que cada uno prefería, finalmente llegaron a un acuerdo.
Gabriele miró el plato frente a él con una mezcla de distracción, la comida había llegado rápidamente, una combinación de sabores que, normalmente, le habría resultado agradable, pero hoy parecía casi irrelevante. Los fideos al dente, bañados en una salsa suave de tomate con albahaca fresca, contrastaban con las pequeñas bolitas de mozzarella que al morderlas, liberaban una suavidad cremosa.
A su alrededor, las voces de sus amigos fluían con naturalidad, pero Gabriele no podía evitar la sensación de que no querer esta allí. Cada vez que sus ojos se deslizaban hacia la mesa donde Luciano estaba, un nudo se formaba en su estómago. La presencia de Luciano, aún sin intercambiar palabras se cernía en el ambiente, constante, como un manto sombrio que se extendía sobre él, y lo mantenía anclado en un lugar donde ni la comida ni las pláticas podían alcanzarlo.
Luciano estaba rodeado de varios socios en una mesa privada, inmerso en una animada charla, Gabriele, desde su asiento observaba en silencio, esperando una mirada. Sin embargo, Luciano, con su habitual indiferencia lo ignoró por completo. Parecía completamente ajeno a su presencia, sumido en su mundo, como si Gabriele no estuviera allí. Ni un solo gesto, ni un cruce de miradas, nada que indicara que siquiera lo había notado.
Gabriele de repente, escuchó a Damián mencionar que quería presentarle a un amigo, un curador de arte.
—Gabi, quiero presentarte a alguien muy especial. Este es Marco Ceravolo, un curador de arte con el que he tenido el placer de colaborar en varias ocasiones. —Damián hizo un gesto hacia el hombre que estaba junto a él, un hombre de apariencia refinada, con una presencia que no pasaba desapercibida.
Marco extendió su mano con una sonrisa cálida.
—Hola, Gabriele. He escuchado mucho sobre tu trabajo. —dijo.
Gabriele, algo sorprendido estrechó su mano, sintiendo una mezcla de nerviosismo y curiosidad.
—Hola, Marco. No sabía que Damián hablara tanto de mí —respondió, con una sonrisa tímida.
—He visto algunas fotos de tus cuadros Gabriele, y debo decir que tu estilo tiene algo único. Creo que encajaría perfectamente en una exposición de arte que estamos organizando. —Marco continuó, sus ojos reflejaban un brillo de entusiasmo genuino.
—¿De verdad? —Gabriele no podía evitar mostrar su sorpresa. Nunca imaginó que algo así pudiera ocurrir en tan poco tiempo.
—Sí —confirmó Marco—. Será una exposición con los pintores más destacados de Italia, y en la muestra habrá tres invitaciones exclusivas para artistas emergentes con verdadero talento.
—Es... es increíble! —dijo Gabriele, con una mezcla de asombro y emoción—. Por supuesto que me encantaría participar. ¿Qué debo hacer?
El curador sonrió ampliamente, complacido con la respuesta de Gabriele.
—Me alegra mucho escuchar eso —dijo con un tono cálido—. Lo primero que necesito es ver más de tu trabajo. Si tienes algunas piezas listas, podemos organizar una reunión y discutir los detalles. La selección final dependerá de la calidad y cómo encajan con la temática de la exposición.
Gabriele con un brillo en sus ojos que desprendía un destello de éxtasis y plenitud, agradeció a Marco por brindarle una oportunidad tan única.
—No sé cómo agradecerte, Marco. Esto es más de lo que soñé.—Continuó—Tengo varias piezas que creo podrían encajar bien con lo que buscas.
—Perfecto Gabriele, y no tienes que agradecerme. Lo has logrado gracias a tu dedicación y talento.—Dijo Marco.
Gabriele continuó hablando con el curador, sumido por completo en las palabras que intercambiaban que no tuvo espacio ni tiempo para pensar en Luciano. La idea de participar en la exposición lo envolvió por completo, llenando su mente con una sensación renovada. Marco hablaba con pasión sobre los detalles del evento: la selección de los artistas, la temática, la oportunidad de mostrar su arte al mundo, y cada palabra caía sobre Gabriele como una chispa que encendía su creatividad. Cuando la conversación llegó a su fin, Marco se despidió. Gabriele aún no se lo creía, estaba tratando de procesar todo lo que acababa de suceder. Desbordaba felicidad.
Finalmente Gabriele salió del restaurante con sus amigos, sintió un impulso fugaz de voltear hacia la mesa de Luciano, pero lo contuvo de inmediato. No quería verlo, no quería que sus ojos lo delatarán ni lo arrastraran de nuevo a ese rincón de Insensibilidad . En cambio, apretó los labios y siguió adelante, sin mirar atrás.
Una semana después, el curador de arte visitó el estudio de Gabriele para ver su trabajo de cerca. Al observar los cuadros, se muestra visiblemente impresionado por su talento, destacando lo único y maravilloso de su estilo, examina con atención cada obra analizando meticulosamente las técnicas y los detalles que lo hacen destacar. La pintura de Gabriele no sigue un patrón convencional; su estilo es profundamente personal, una fusión entre lo emocional y el realismo expresivo. En cada obra, hay una intensidad palpable que emana del lienzo, como si las emociones del artista se derramaran en cada trazo y cada color.— ¡Vaya! Este trabajo tiene algo tan… fascinante. Las capas, la textura. ¿Cómo logras este efecto tan profundo? Preguntó el curador. — Uso una técnica mixta que combina óleo y acrílico. Pienso que la mezcla de ambos les da una profundidad única a mis cuadros. Respondió Gabriele con una voz claramente emocionada.— Impresionante, estoy de acuerdo contigo, el óleo da esa se
Quince días después de aquel encuentro en el restaurante, la imagen de Luciano aún rondaba en la mente de Gabriele como una marca insistente en su cabeza que se negaba a desvanecerse. Por más que intentaba olvidarlo, su recuerdo se aferraba con la obstinación de una obsesión creciente.Esa tarde, su amigo Damián lo invitó a una exposición de fotografía. Gabriele aceptó sin expectativas buscando distraerse, pero el destino siempre caprichoso, tenía otros planes. Entre luces tenues y figuras atrapadas en el tiempo, sus ojos se encontraron inesperadamente con los de Luciano.Bastó un instante, un destello de reconocimiento rasgó el espacio, Iluminándolo con una tensión sofocante. Gabriele, atrapado entre el orgullo y un caos interior, apartó la mirada con rapidez, aferrándose a la ilusión de que, si no lo veía, tampoco tendría que enfrentarlo, fingió no haberlo visto. Fingió que su corazón no acababa de traicionarlo.Damián, ajeno a la tormenta interna de su amigo, continuaba hablando so
El restaurante estaba envuelto en un estilo elegante, con luces cálidas que acentuaban el rojo profundo del vino y el brillo dorado de los cubiertos. Gabriele cruzó la puerta con paso firme. Llevaba una camisa de lino perfectamente entallada, el cuello abierto justo lo suficiente para sugerir confianza. Su cabello, cuidadosamente peinado, y el leve aroma a vainilla y lavanda que lo envolvían, atrajeron más de una mirada. Pero él solo buscaba una.La encontró enseguida.Luciano estaba en una mesa junto al ventanal, con una copa de vino en la mano y la mirada anclada en ella, su expresión se congeló apenas lo vio, como si algo se le hubiera quedado atrapado en el pecho.Gabriele sonrió. Que guapo, pensó.—Llegas justo a tiempo —dijo Luciano, poniéndose de pie. Su voz sonaba un poco más baja de lo habitual.—Hoy estás… radiante.—Gracias —respondió Gabriele mientras se sentaba.Luciano llamó al camarero con un leve gesto y luego, sin dejar de observarlo, dijo:—Deberías probar los tagliol
La ciudad brillaba con luces intermitentes mientras el coche deslizaba su silueta por las avenidas nocturnas, como un susurro entre los edificios dormidos. Las farolas lanzaban destellos dorados sobre el parabrisas y los reflejos danzaban sobre el capó como fantasmas de un mundo que no les pertenecía. Afuera, la vida seguía su curso indiferente, pero dentro del coche, todo estaba en pausa, suspendido, expectante.El silencio entre ellos era complicado, pero no incómodo. Había algo en esa quietud que hablaba por sí sola, una tensión que no necesitaba palabras para existir. Luciano mantenía las manos firmes en el volante y de vez en cuando lanzaba miradas fugaces a Gabriele, como si necesitara asegurarse de que realmente estaba ahí, sentado a su lado después de todo lo dicho en la cena. Aún podía escuchar el eco de sus risas, disimuladas entre los platos vacíos, los brindis nerviosos, y las palabras que se esquivaban por miedo a decir demasiado.Gabriele miraba por la ventana, pero no ve
Una semana después, el cielo se teñía de tonos ámbar y anaranjados cuando Gabriele bajó de su coche frente a la casa de su hermana, Amalia. Llevaba una botella de vino en la mano, un regalo improvisado y en su rostro, el intento de disimular una emoción que le bailaba por dentro. Su corazón latía con un ritmo inesperado, como si supiera lo que lo esperaba al otro lado de la puerta.—¡Gabriele! —exclamó Amalia al recibirlo con un abrazo cálido. — Estás más flaco, ¿estás comiendo bien?—No seas exagerada —respondió él, sonriendo.Al entrar, no pasaron ni diez segundos antes de que lo viera, Luciano estaba ahí, de pie junto a Alessandro, sosteniendo una copa, vestido con elegancia casual, irradiando esa presencia enigmática que Gabriele conocía tan bien. Sus ojos se encontraron de inmediato y aunque Gabriele intentó mantener la compostura, la sonrisa que le nació fue inevitable. Sus mejillas se tiñeron de rojo mientras el recuerdo de su primer beso lo golpeaba como una ráfaga.—Hola Lucia
La noche llegaba a su fin, después de despedirse de Luciano Gabriele se encentraba incapaz de dormir, los recuerdos del beso en el auto invadían su mente en su cuarto, todo era un caos. No el tipo de caos que se ve, sino ese que se siente como una tormenta bajo la piel.Tendido en su cama con los ojos fijos en el techo, Gabriele se removía una y otra vez entre las sábanas, cerraba los ojos solo para volver a recordar los labios de Luciano, el roce de sus manos, el fuego suave pero imparable que se había encendido en ese beso.Se llevó una mano al pecho, le dolía, literalmente. Como si algo dentro de él se hubiera roto o quizás, como si algo hubiera nacido.—Me estoy enamorando… —susurró en la oscuridad.Una confesión sin testigos, que solo escuchó la soledad de su habitación, pero era real, irrefutable y muy abrumadora.La madrugada pasó lenta y cuando por fin llegó la mañana, el sol encontró a Gabriele sentado en su estudio, frente a un lienzo a medio terminar, tenía el pincel en la m
La respiración de Gabriele se volvía más rápida y errática mientras observa la galería que lo rodeaba, un lugar como un eco suave, apenas contenido por las paredes de mármol blanco y las luces doradas que iluminaban las obras. Gabriele recorría con la mirada cada rincón del salón, pero en realidad no estaba viendo nada, sentía cómo su corazón se agitaba como si cada golpe fuera una advertencia, estaba rodeado de su familia, de algunos viejos amigos, de curadores importantes y de artistas a los que había admirado durante años. Pero su mente, su cuerpo entero, solo podían concentrarse en una cosa, la ausencia de Luciano.El lugar era magnífico, techos altos, música tranquila, copas de vino en manos pulcras, sus cuadros colgaban entre otros tan impactantes como los suyos y, sin embargo sentía que no podía respirar. Había soñado con este momento desde que era un niño, exponer allí, entre los grandes, ser parte de ese mundo casi inaccesible. Pero ahora que estaba ocurriendo, sentía que alg
El restaurante se alzaba como un santuario del lujo discreto en una de las calles más elegantes de la ciudad, las luces colgaban del techo como luciérnagas cautivas, y la música de fondo era un piano solo de Chopin, que apenas rozaba el oído. La mesa larga, en el centro del salón reservado estaba rodeada por rostros que Gabriele conocía bien, su madre, su padre, Amalia, Alessandro, algunos amigos cercanos y por supuesto Luciano.Luciano sentado frente a él, hablaba con soltura, con esa naturalidad que a veces parecía tan distante, pero que en ese momento fluía con calidez y cercanía, Gabriele lo observaba de reojo mientras bebía de su copa, sintiendo que algo dentro de él se derretía lentamente. Su voz era segura, pausada, y cada vez que se dirigía a sus padres, lo hacía con respeto, pero sin perder esa chispa que lo volvía misterioso.—He estado pensando en una colaboración con el estudio que su familia dirige —dijo Luciano, mientras movía su copa entre los dedos. — Algo ambicioso, q