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Silencio Entre Nosotros

De regreso a casa, Gabriele, atrapado por una mezcla de nerviosismo y desbordante emoción, decide finalmente preguntarle a Luciano algo que ha estado guardando en su interior.

—¿Alguna vez has sentido una atracción especial por un hombre? —Preguntó Gabriele, con un titubeo en su voz, mientras sus ojos buscaban en los de Luciano una pista, una señal que lo guiara a entender lo que él mismo no lograba comprender.

Luciano permaneció en silencio, con un rostro inexpresivo. Al principio, Gabriele pensó que quizá no había escuchado bien, o que Luciano necesitaba unos segundos para procesar la pregunta, pero conforme los segundos se alargaban, la falta de una respuesta se volvió más clara. Era como si la pregunta de Gabriele no tuviera el menor impacto sobre él.

¿No tienes nada que decir? —Gabriele murmuró, casi en un susurro.

Luciano lo miró fijamente, sus ojos eran tan intensos como siempre.

—Nada que decir, Gabriele. —Finalmente, su voz salió  sin emoción alguna.

La respuesta de Luciano y la ausencia de cualquier tipo de reacción en este hombre, hizo entender a Gabriele algo que no quería aceptar: para Luciano, él  no significaba nada.

A lo largo de su vida, nunca ha experimentado el amor de una manera real o correspondida, a los 15 años, cuando comenzó a ser consciente de su atracción por otros hombres, sintió algo especial pero inalcanzable por un actor. Sin embargo, eso fue solo un amor platónico, algo lejano e idealizado. No ha tenido una pareja, ni siquiera ha dado un beso, y la idea de una relación verdadera le resultaba ajena ahora, casi como si fuera un sueño imposible.

La fascinación que sentía por Luciano era ridícula, no sabía cómo manejar  esos sentimientos que lo arrastraban cada vez más.

Gabriele notó de que habían llegado a su casa. Sin pensarlo mucho, abrió la puerta del coche, pero antes de bajarse su mirada se detuvo en Damián, quien estaba sumido en un sueño profundo, ajeno por completo a todo lo que había sucedido. Con un suspiro pesado, le dio un toque en el hombro, despertándolo.

Luciano se quedó allí, inmóvil, sus ojos fijos en él, sin hacer el más mínimo intento de detenerlo.

—No quiero volver a cruzarme en tu camino. —Dijo Gabriele con voz  firme.

Luciano no dijo nada. Su rostro permaneció inmutable, como si sus palabras no significaran nada. Era como si él fuera incapaz de comprender el alcance de lo que había causado.

Gabriele, sintiendo que cualquier palabra adicional solo sería un eco al vacío, dio media vuelta y comenzó a alejarse. Con cada paso, la imagen de los ojos de Luciano lo seguían, como una sombra persistente.

Al día siguiente, el sol comenzaba a asomarse tímidamente por la ventana, tiñendo de luz suave la habitación de Gabriele,  un  punzante dolor de cabeza lo despertó, en ese momento se arrepintió de inmediato por haber bebido tanto la noche anterior. Con dificultad, se levantó y se dirigió al baño, buscando alivio en el agua caliente que, al caer sobre su piel, le ofreció un respiro momentáneo.  Su mente no pudo evitar regresar a lo sucedido anoche, se sintió estúpido, Luciano no era para él, no lo había sido nunca. Ese hombre no era gay y había quedado claro que sus sentimientos no eran correspondidos. Ya no podía seguir perdiendo el tiempo con esa fantasía. Decidió que era hora de salir, conocer a nuevas personas, y dejar atrás lo que había sentido por Luciano, quería borrarlo de su mente de un solo golpe.

Tras una larga ducha, aún con la sensación de dolor, bajó a la planta baja, esperando encontrar algo de comer. Al llegar a la cocina, escuchó voces y pensó que sus padres tenían visita. Sin embargo, al entrar, vio a Damián sentado en la mesa y no pudo evitar sonreír.

—¿Te quedaste toda la noche aquí o qué? —bromeó, dejando caer su cuerpo en la silla frente a él—. Aunque no me sorprende, siempre fuiste un fanático de los desayunos de mamá.

La madre de Gabriele, con una sonrisa, exclamó:

—Buenos días, cariño. Espero que hayas descansado bien. Aquí tienes tu desayuno, y no discutas con tu amigo.

—Hola, mamá, gracias —respondió Gabriele, sonriendo suavemente mientras miraba el desayuno: huevos revueltos esponjosos con mantequilla, pan tostado con mermelada de frambuesa y una taza humeante de café.

La madre de Gabriele se despidió con un beso en la frente y un “Nos vemos luego”, antes de salir de la casa, dejando a los dos chicos solos.

—¿Estás seguro de que estás bien? Te vi mal anoche —dijo Damián, mirándolo preocupado.

—No te preocupes... he decidido olvidarme de Luciano —dijo Gabriele, con tono decidido.

—Luciano es un tipo complicado, Gabi. No es fácil leerlo.  Me alivia escuchar eso, alejarte de él es cuidar de ti mismo.

—Tienes razón, Damián. Ya no quiero seguir complicándome la vida con Luciano. Es hora de dejarlo atrás y centrarme en algo más.

Después de un desayuno tranquilo, Damián, observando la expresión pensativa de su amigo, le propone algo que sabe que podría animarlo: ir de compras. Gabriele dudó un momento, pero luego aceptó. Quizá un cambio de escenario, algo tan simple como ir a una tienda, podía ayudarle a despejar la mente.

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