— Es un gusto verla tan recuperada, doctora Greco
El Conde apareció en el amplio espacio que era el comedor, la vajilla relucía a través de la alacena, el sol de la mañana se colaba por las ventanas cuyas cortinas de una tela tan suave como el pelaje de un oso de peluche estaban levantadas. En el Comedor, Victoria Greco estaba terminando el desayuno; se le veía mejor, la palidez de su rostro se había ido para dar paso a su color habitual: un tono sonrosado y terso.
— Espero que haya dormido bien, doctora y espero también que me tenga una respuesta respecto a mi generosa oferta.
Victoria levanto la vista de su plato vacío y miro con ojos interrogantes al Conde. Unos ojos enrojecidos que delataban que no había podido descansar y que seguramente había llorado hasta secar sus glándulas lagrimales.
— Doctora, por favor, — dijo el conde en tono sereno y despreocupado — No llegaremos a ningún lugar si usted se mantiene sin decir palabra. Sería una lástima qu
Rosella Bellini dibujaba a la luz del sol de la tarde. Su improvisado caballete se tambaleaba si ejercía demasiada presión, así que cada trazo debía hacerlo con más cuidado del habitual. La habitación estaba impregnada con un aroma a frutas cítricas; ella prefería el aroma de lavanda, pero el de frutas cítricas estaba bien, combinaba perfectamente con la vista de la calle que ella dibujaba. En el barrio costero de Ocean Beach, la avenida del Mar ofrecía vistas privilegiadas a la costa. Sumergirse en su mundo, el mundo del dibujo, la acuarela y la gama de colores, le brindaba una especie de refugio; se sentía a salvo cuando tenía un lápiz en mano: infinitas posibilidades frente a ella en cada hoja en blanco. Rosella había dibujado con precisión la avenida del mar, tanto que si tuviera color casi podría tomarse como una fotografía. Se quedó contemplando su trabajo, tratando de mejorarlo aún más, como un artista que no queda nunca conforme con el resultado, hizo algunos borrone
El oficial Ezequiel Martínez estaba sentado en su patrulla. Hacía días que la ciudad estaba en calma y no había tenido casi nada de acción, estaba harto de estar revisando constantemente su correo electrónico, su cuenta de Facebook y demás redes sociales sin nada bueno que ver en realidad. De cualquier forma, casi nadie que no fuera su molesta exesposa le enviaba mensajes.Había pasado una semana desde su conversación con el hombre que se identificó como Leone Bellini, una conversación difícil, pues Ezequiel había pasado la mitad del tiempo pidiendo que le repitiera más despacio las cosas. Bellini hablaba un español muy torpe y poco fluido, aun así, el oficial (comandante para sus compañeros) Martínez se las arregló para captar las cosas importantes que aquel hombre tenía que decirle.Después de aquella conversación,
El Conde Di Tella entró por tercer día consecutivo en el cuarto de huéspedes (así lo llamaba él, aunque no era precisamente eso) Llevaba consigo nuevamente a su peluda mascota, pues había comprobado, para su propia satisfacción, el temor que la tarántula infundía en su huésped. La tarántula, de la especia Grammostola Rosea era una hembra que había adquirido en una de sus andanzas por Sudamérica y aunque la especie era excesivamente común, incluso para los novatos con los arácnidos, a él, le gustaban las cosas sencillas, dóciles y que sirvieran para sus propósitos, en el caso de la araña, su mascota, y en el caso de la doctora Victoria Greco, una carnada, una jugosa carnada. Victoria Greco estaba sentada en el pequeño sofá individual que estaba al fondo de la habitación, parecía cómoda, reclinada apaciblemente con los brazos descansando en el apoyabrazos. Tenía los ojos cerrados, pero los abrió cuando se percató de la presencia del Conde. - ¿Qué tal,
Hacia una hora que el Boeing 777 de Alitalia había arribado a Roma después de una escala en el aeropuerto Charles de Gaulle en Francia. Leone Bellini aún se encontraba en las inmediaciones del aeropuerto internacional Leonardo da Vinci comprando algo de pizza en un pequeño local. “Pizzeta De Pisa” decía el escaparate del pequeño comercio.Aunque sentía el estómago vacío y los intestinos se le revolvían como gusanos en anzuelo, necesitaba probar alimento. El tiempo pasado en México no le había sentado demasiado bien, pues, durante su estancia desarrolló una alergia a los incipientes mariscos que él y Derek comían casi todos los días; si fueron deliciosos en un inicio, pero pronto se tornaron aburridos e intolerantes al paladar.— Leone, ¿estás seguro de que veremos pronto a Sebastián? – dijo la muchacha tra
El dueño del bar “El Monje Loco” era un hombre sesentón, de mediana estatura y gafas de montura de carey que fumaba empedernidamente mientras contaba en su oficina las fructíferas ganancias del día. Uno de sus pasatiempos favoritos eran las apuestas, como hombre experimentado rara vez perdía una apuesta grande que afectara su bolsillo. Desde baraja española, peleas de gallos, peleas de box, cualquier cosa era buena mientras implicará dinero. Esa noche, sin embargo, mientras fumaba uno de sus cigarros baratos y contaba el dinero en su oficina, el empleado de la barra irrumpió de pronto.— Tenemos un canario – dijo el muchacho con atuendo de mesero.Efraín Velásquez, el portentoso dueño, levantó la vista, apenas lo suficiente para mirar al muchacho y de inmediato volvió la atención al fajo de billetes que contaba.— Dile que espere, voy e
El día del combate entre Andy Ruiz Jr. y Anthony Joshua había llegado. Desde una de las mesas al fondo del “Monje Loco”, él hombre identificado como Adán Vega miraba la pantalla sin perder detalle en el combate, por momentos estaba tan absorto mirando, que su cerveza había comenzado a parecer más un vaso de chocolate caliente. El chico que lo había recibido hace una semana se encontraba en la barra, conversando animosamente con algunos clientes. Ocasionalmente en el lugar había muchas mujeres, maduras y jóvenes, pero en esta ocasión estaba casi completamente abarrotado de hombres, algunos quizá de verdad interesados en el combate por mero espíritu deportivo y competitivo, otros, en cambio, estaba allí, por las cuantiosas apuestas que se celebraran en el local, propiedad de Efraín Velásquez.Después de un tercer round difícil y poco favorable para
El sol brillaba con intensidad a través de las acolchadas nubes. En algún lugar se escuchaba el sonido del agua caer, gota a gota, se iba entretejiendo una melodía que parecía acariciar los tímpanos. La amplia pradera era como una alfombra verde, uniforme, y perfectamente bien distribuida a lo largo de la superficie. Rosella iba vestida con una larga túnica blanca que le llegaba casi hasta los talones, se miró las palmas y el dorso de las manos, las acercó a su rostro e inhaló. Un aroma como de pétalos de rosa inundo sus narinas, realizó una segunda inspiración, sintiendo como el dulce aroma se colaba hasta sus pulmones.Se miró los pies y pudo notar que estaba descalza, por lo que tomó unos segundos para mover los dedos y sentir el cosquilleó que le hacia la hierba en los dedos. La hierba era húmeda y refrescante, y una sensación de frio reconfortante le rec
Después de una semana de estar recluida en la casa veraniega del Conde Di Tella, Victoria había aprendido la rutina a la que tendría que acostumbrarse si quería seguir viva. Todas las mañanas, el Conde salía al gimnasio, regresaba alrededor del mediodía con un periódico en las manos, o fumando un puro y a menudo ambas cosas. Por las tardes, después de la comida, el Conde le platicaba sobre su familia: su abuelo el fundador de la organización en los años 50, su hija Alexandra que estudiaba en Londres, su difunta esposa, etc. etc.Ocasionalmente, Daisy la tarántula, aparecía acompañando al Conde en sus conversaciones. Conversaciones, en las que casi siempre, Victoria se limitaba a escucharlo como si se tratará de su terapeuta, otras, asentía o se limitaba a contestar “sí” y “no”. Al Conde le gustaba la música de cámara, los