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El dueño del bar “El Monje Loco” era un hombre sesentón, de mediana estatura y gafas de montura de carey que fumaba empedernidamente mientras contaba en su oficina las fructíferas ganancias del día. Uno de sus pasatiempos favoritos eran las apuestas, como hombre experimentado rara vez perdía una apuesta grande que afectara su bolsillo. Desde baraja española, peleas de gallos, peleas de box, cualquier cosa era buena mientras implicará dinero. Esa noche, sin embargo, mientras fumaba uno de sus cigarros baratos y contaba el dinero en su oficina, el empleado de la barra irrumpió de pronto.

— Tenemos un canario – dijo el muchacho con atuendo de mesero.

Efraín Velásquez, el portentoso dueño, levantó la vista, apenas lo suficiente para mirar al muchacho y de inmediato volvió la atención al fajo de billetes que contaba.

— Dile que espere, voy e

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