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Después de una semana de estar recluida en la casa veraniega del Conde Di Tella, Victoria había aprendido la rutina a la que tendría que acostumbrarse si quería seguir viva. Todas las mañanas, el Conde salía al gimnasio, regresaba alrededor del mediodía con un periódico en las manos, o fumando un puro y a menudo ambas cosas. Por las tardes, después de la comida, el Conde le platicaba sobre su familia: su abuelo el fundador de la organización en los años 50, su hija Alexandra que estudiaba en Londres, su difunta esposa, etc. etc.

Ocasionalmente, Daisy la tarántula, aparecía acompañando al Conde en sus conversaciones. Conversaciones, en las que casi siempre, Victoria se limitaba a escucharlo como si se tratará de su terapeuta, otras, asentía o se limitaba a contestar “sí” y “no”. Al Conde le gustaba la música de cámara, los

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