— ¿Cómo fue que fingiste tu muerte ante el Conde? – preguntó Rosella a Costa mientras conducían por la larga avenida. Akane les esperaba ya y les había dicho que prepararía unos platillos exquisitos.
Costa rio.
— No fue algo planeado, al menos no todo. Cuando Victoria me dijo que esos no eran los hombres que el Conde había contratado para matarnos, y después de que ella muriera, decidí que no me importaba si vivía o moría. En ese momento, para mí la vida ya no tenía sentido. Así que la tome en mis brazos y entramos al bungalow. Pedí a uno de los chicos que estaba con nosotros que trajera uno de esos chalecos que todavía tenían puestos los cadáveres. Me lo puse y esperé a que ellos llegaran. Sabía que buscarían allí, y no me equivoqué, pues paso poco tiempo hasta que finalmente el hombre aparec
La increíble habilidad de Derek para localizar personas podría compararse fácilmente y, sin demasiadas desventajas, a las de un sabueso entrenado. Le tomó relativamente poco tiempo dar con el hotel donde la mujer de Leone Bellini se hospedaba. Cuando la localizo, pensó de inmediato notificarlo, pero decidió esperar a tener noticias más jugosas. Por suerte para él, la espera no se prolongó demasiado, pues cuando la mujer salió del hotel antes del anochecer, lo hizo acompañada de un hombre, y no cualquier hombre. Derek sentía que estaba viendo un cadáver andante cuando vio a Sebastián Costa. Este, caminaba de la mano con la mujer y Derek tuvo que contener el impulso de avisar inmediatamente a Leone. Primero debía estar seguro de que se trataba de él mismo sujeto que había seguido hasta México, hacía ya algún tiempo. Comparó el
El estilo de vida oriental suele estar asociado al bienestar y al confort. La sencillez de la decoración japonesa atrae a mucha gente y Rosella no era la excepción. La casa de Akane reflejaba sencillez y elegancia, pero, sobre todo, buen gusto. En lugar de las persianas clásicas tan comunes en occidente, la casa tenía una puerta corredera de madera y papel llamada “shoji”, está, permitía que la luz solar calentará suavemente la habitación. Un jarrón hueco que contenía hermosas flores violáceas y blancas decoraba cada uno de los rincones de la sala de estar. Las ventanas de la casa estaban confeccionadas con planchas de madera y cristales correderos. Había una ventana abierta situada frente al jardín, por donde se colaba un poco de la fragancia de las flores. Dos enormes lámparas en forma hexagonal colgaban del techo, emitiendo una luz blanca tenue y discreta. El &uacut
Leone Bellini arrojó violentamente el teléfono móvil, este chocó contra la gruesa pared y se hizo añicos. Pedazos quedaron desperdigados aquí y allá.Sentía una furia desbordante gestándose en su interior, le temblaban y le sudaban las manos a tal grado que parecían las manos de un anciano aquejado de Parkinson. Finalmente, y tras decidir que aquella rabia no le ayudaba en nada, uso una vieja técnica de relajación: Inspiraba hondo y retenía el aire contando hasta cinco, después lo expulsaba en una bocanada rápida. Repitió cinco veces y sus nervios comenzaron a sosegarse. Sabía que era necesario estar tranquilo y con la cabeza fría para planear algo a la altura de las circunstancias. Rosella ya se había burlado de él lo suficiente para ganarse una muerte horrenda, no sin antes padecer una buena dosis de tortura y sufrimiento.Ella e
El regreso a Paris estuvo plagado de contratiempos. Para empezar, el despegue había demorado casi sesenta minutos, un pronóstico de mal tiempo parecía ser el causante. Una vez en el aire, la turbulencia, aunada a un estruendoso concierto de truenos y rayos había inquietado a Rosella, que por lo general acostumbraba a dormir o a disfrutar una buena lectura cada vez que viajaba, esta vez, sin embargo, se limitó a mirar a través de la ventanilla, preguntándose si aquello no era un mal augurio. La luminosidad de los rayos parecía hallarse tan inquietantemente cerca que a Rosella le recordó una vieja historia sobre los jinetes del apocalipsis: Estos llegaban montados en rayos, anunciando el fin del mundo.Al mal tiempo, se sumó el hecho de que las cuentas bancarias de ambos se hallaban finalmente en números rojos; tenían lo suficiente para regresar, pero si no buscaban alguna manera de ganars
El Conde Di Tella estaba viendo uno de sus programas favoritos por televisión: se trataba de un documental sobre animales prehistóricos. Desparramado en el sofá, parecía un hombre de esos que miran futbol los domingos, esa clase de aficionados a los que no les importa nada que no tenga que ver con un grupo de hombre corriendo tras un balón, y esos, que, por lo general, no tienen ningún sentido del decoro. El Conde tenía la camisa desabotonada, los pies descalzos encima de una pequeña mesa de vidrio y un vaso de whisky en la mano (cosa rara) Había dormido demasiado y aún sentía los efectos residuales de la hipersomnia. La cabeza le picaba y se rascaba cada tanto de forma desesperada. Pronto iría a darse un baño y la incomodidad desaparecería, al menos eso era lo que pensaba. No es que tuviera muchas ganas de estar levantado mirando televisión y esperando que el baño estuvie
El cuarto era oscuro, no había corriente eléctrica y había solo unas cuantas velas que ofrecían una iluminación francamente ridícula. A siete metros de profundidad, y con un espacio sumamente reducido, la claustrofobia estaba apoderándose de Rosella. Estaba sobre una suave cama matrimonial con las extremidades atadas a cada extremo, parecía la víctima de alguna clase de juego sexual perverso que conservaba tan solo su ropa interior puesta. Miró de un lado a otro tratando de reconocer el lugar en el que se encontraba, pero fue en vano.— ¿Te gusta este lugar, querida? – preguntó una voz que parecía venir de las paredes. Era la voz de Leone Bellini.Rosella se removió inquieta, trató de zafar los brazos, pero no consiguió más que reforzar sus ataduras.— Es in&uacu
— Están en Isola, eso fue lo que dijo papá – Alexandra estaba sentada en las escaleras del apartamento que compartía con Michael en Roma. Usaba una blusa ombliguera que resaltaba un diminuto piercing.Sebastián Costa estaba sentado en el sofá individual, vestía una remera desteñida y pantalón de mezclilla. Había estado escuchando atentamente la historia de Alexandra y le dio las gracias después de que ella hubo terminado de hablar. Sabía que debió haber sido muy doloroso para ella haber contado a su padre de los abusos que había sufrido por parte de su hermano mayor, esto, en opinión de Costa, además de un acto valiente, era digno de admiración.Michael llegó con las bebidas y dio una a Alexandra, una a su invitado y otra para él. Era jugo de manzana.— No es necesario que me acompañen
Doce horas después de que la policía llegará a la solitaria casa de Isola y de que la ambulancia recogiera a Michael gravemente herido, Leone Bellini estaba terminando de darse una ducha, silbó una vieja melodía mientras se afeitaba y salió vestido con un elegante saco color vino, unos pantalones de vestir negros y unos zapatos limpios y lustrosos. Caminó hasta una tienda de conveniencia cercana, tomó una canastilla y la llenó de toda clase de cosas: latas de atún, agua embotellada, pan tostado, dulces, cigarrillos y sus yogurts favoritos.— Dame esa botella – dijo Leone al dependiente cuando estaba pagando la cuenta.El chico tomó una botella de vodka barato y lo agregó a la lista de cosas por pagar.Leone pagó la cuenta, agradeció al dependiente con una parca sonrisa y salió cargado tres pesadas bolsas, arrancó su auto