Leone Bellini arrojó violentamente el teléfono móvil, este chocó contra la gruesa pared y se hizo añicos. Pedazos quedaron desperdigados aquí y allá.
Sentía una furia desbordante gestándose en su interior, le temblaban y le sudaban las manos a tal grado que parecían las manos de un anciano aquejado de Parkinson. Finalmente, y tras decidir que aquella rabia no le ayudaba en nada, uso una vieja técnica de relajación: Inspiraba hondo y retenía el aire contando hasta cinco, después lo expulsaba en una bocanada rápida. Repitió cinco veces y sus nervios comenzaron a sosegarse. Sabía que era necesario estar tranquilo y con la cabeza fría para planear algo a la altura de las circunstancias. Rosella ya se había burlado de él lo suficiente para ganarse una muerte horrenda, no sin antes padecer una buena dosis de tortura y sufrimiento.
Ella e
El regreso a Paris estuvo plagado de contratiempos. Para empezar, el despegue había demorado casi sesenta minutos, un pronóstico de mal tiempo parecía ser el causante. Una vez en el aire, la turbulencia, aunada a un estruendoso concierto de truenos y rayos había inquietado a Rosella, que por lo general acostumbraba a dormir o a disfrutar una buena lectura cada vez que viajaba, esta vez, sin embargo, se limitó a mirar a través de la ventanilla, preguntándose si aquello no era un mal augurio. La luminosidad de los rayos parecía hallarse tan inquietantemente cerca que a Rosella le recordó una vieja historia sobre los jinetes del apocalipsis: Estos llegaban montados en rayos, anunciando el fin del mundo.Al mal tiempo, se sumó el hecho de que las cuentas bancarias de ambos se hallaban finalmente en números rojos; tenían lo suficiente para regresar, pero si no buscaban alguna manera de ganars
El Conde Di Tella estaba viendo uno de sus programas favoritos por televisión: se trataba de un documental sobre animales prehistóricos. Desparramado en el sofá, parecía un hombre de esos que miran futbol los domingos, esa clase de aficionados a los que no les importa nada que no tenga que ver con un grupo de hombre corriendo tras un balón, y esos, que, por lo general, no tienen ningún sentido del decoro. El Conde tenía la camisa desabotonada, los pies descalzos encima de una pequeña mesa de vidrio y un vaso de whisky en la mano (cosa rara) Había dormido demasiado y aún sentía los efectos residuales de la hipersomnia. La cabeza le picaba y se rascaba cada tanto de forma desesperada. Pronto iría a darse un baño y la incomodidad desaparecería, al menos eso era lo que pensaba. No es que tuviera muchas ganas de estar levantado mirando televisión y esperando que el baño estuvie
El cuarto era oscuro, no había corriente eléctrica y había solo unas cuantas velas que ofrecían una iluminación francamente ridícula. A siete metros de profundidad, y con un espacio sumamente reducido, la claustrofobia estaba apoderándose de Rosella. Estaba sobre una suave cama matrimonial con las extremidades atadas a cada extremo, parecía la víctima de alguna clase de juego sexual perverso que conservaba tan solo su ropa interior puesta. Miró de un lado a otro tratando de reconocer el lugar en el que se encontraba, pero fue en vano.— ¿Te gusta este lugar, querida? – preguntó una voz que parecía venir de las paredes. Era la voz de Leone Bellini.Rosella se removió inquieta, trató de zafar los brazos, pero no consiguió más que reforzar sus ataduras.— Es in&uacu
— Están en Isola, eso fue lo que dijo papá – Alexandra estaba sentada en las escaleras del apartamento que compartía con Michael en Roma. Usaba una blusa ombliguera que resaltaba un diminuto piercing.Sebastián Costa estaba sentado en el sofá individual, vestía una remera desteñida y pantalón de mezclilla. Había estado escuchando atentamente la historia de Alexandra y le dio las gracias después de que ella hubo terminado de hablar. Sabía que debió haber sido muy doloroso para ella haber contado a su padre de los abusos que había sufrido por parte de su hermano mayor, esto, en opinión de Costa, además de un acto valiente, era digno de admiración.Michael llegó con las bebidas y dio una a Alexandra, una a su invitado y otra para él. Era jugo de manzana.— No es necesario que me acompañen
Doce horas después de que la policía llegará a la solitaria casa de Isola y de que la ambulancia recogiera a Michael gravemente herido, Leone Bellini estaba terminando de darse una ducha, silbó una vieja melodía mientras se afeitaba y salió vestido con un elegante saco color vino, unos pantalones de vestir negros y unos zapatos limpios y lustrosos. Caminó hasta una tienda de conveniencia cercana, tomó una canastilla y la llenó de toda clase de cosas: latas de atún, agua embotellada, pan tostado, dulces, cigarrillos y sus yogurts favoritos.— Dame esa botella – dijo Leone al dependiente cuando estaba pagando la cuenta.El chico tomó una botella de vodka barato y lo agregó a la lista de cosas por pagar.Leone pagó la cuenta, agradeció al dependiente con una parca sonrisa y salió cargado tres pesadas bolsas, arrancó su auto
Rosella estaba en lo alto de un peñasco, no hacia frio y la sensación de hambre voraz había desaparecido. Contempló unos segundos el cielo, donde podían verse una cantidad infinita de estrellas, que iluminaban el cielo con la intensidad de miles de fuegos artificiales. Rosella bajó la mirada y vio que tenía puesta una túnica blanca. Contempló sus pies descalzos y tanteó el amuleto debajo de su ropa. Brillaba y emitía el mismo calor reconfortante de siempre.Abajo, la vastedad del paisaje era asombroso, las praderas resplandecían con vida propia y una fresca lluvia caía y hacia florecer los verdes y extensos campos. En el cielo brillaban dos lunas diminutas y muy bellas que decoraban el cielo nocturno como si fueran los ojos de un gigantesco dios que mirará su creación desde un punto lejano del universo; fue entonces, cuando supo que estaba en un mundo que no era su mundo.
Lucas Valdés escuchaba con creciente repulsión el plan de Leone Bellini. Estaban en un restaurante, y Lucas sentía que, de un momento a otro, devolvería la comida que tanto había disfrutado; aquello de lo que hablaba Leone Bellini era absurdo y enfermo a la vez, y para colmo, ni siquiera se trataba de un encargó del todopoderoso Conde Di Tella.— Lo siento, Leone, no puedo ayudarte – dijo Valdés. Sacó su billetera y pagó la cuenta dejando una modesta propina. No esperó que el hombre al que había servido durante tantos años respondiera, e impulso su silla de ruedas a la salida, se deslizo en la rampa para discapacitados y dio las gracias a un empleado que le sostuvo amablemente la puerta para que pudiera salir.— Gracias – dijo al chico, que asintió con una franca sonrisa.Lucas se dirigió a su automóvil aparcado detrás del resta
— “Camina por los pasillos hasta llegar a un espacio amplio, tan grande como una sala de estar, la reconocerás por el sonido del agua que proviene del río en el exterior” – Costa se despertó recordando esta frase una y otra vez. Había visto a Rosella en sueños tal como había sucedido en ocasiones anteriores y ella le había dicho como llegar hasta el lugar donde Leone la mantenía cautiva. Parecía una locura, pero así había sucedido, todo este tiempo había visto toda clase de proezas supuestamente hechas por el amuleto Dragón y su mente racional se había negado a aceptar completamente que fuera en verdad algo mágico, pero ahora, el amuleto parecías ser, paradójicamente, su última oportunidad. Debía rescatar a Rosella, y debía hacerlo soló. Alexandra y Michael habían ofrecido su ayuda sin