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Capítulo II: Atrapado

Fabiola dio un paso más cerca de él; mientras Adair suspiraba por poder alejarse cuanto antes -   iré a visitar a tu madre luego, ojalá pudiera verte allá también.

Adair mostró una sonrisa relajada - haré lo posible por estar ahí - dio un paso atrás, doblando su torso hacía la calle - por ahora tengo cosas que hacer.

Estaba a punto de marcharse cuando la joven de repente soltó - ¡ah, es verdad! - Adair se sorprendió por el repentino entusiasmo - Don Nicolás te ha estado buscando desde la mañana - los ojos oscuros de Adair se ampliaron cuando vio a Fabiola alzar una mano en el aire; al mismo tiempo que subía la otra para colocarla alrededor de su boca mientras gritaba - ¡Don Nicolás!, ¡Don Nicolás!.

Adair dirigió la vista hacia el lugar al cual Fabiola gritaba. Recordó sutilmente el nombre de Nicolas cuando su madre lo despertó por la mañana. En ese momento supo que estaba perdido. “M****a”, pensó; en tanto un viejo canoso caminó hacia ellos. Su estatura era baja y su espalda estaba ligeramente encorvada. Una barba incipiente moteada de blanco cubría sus mejillas; pero, a pesar de las canas, aún denotaba tener mucha energía, mucha más que la que Adair aparentaba tener.

En ese pueblo pequeño era común que la mayoría de la gente se conociera. A pesar de que Adair nunca había conversado con ese viejo, sabía quien era y a qué se dedicaba. El viejo llegó a unos pasos de distancia. Su voz profunda y ligeramente ronca se escuchó - Adair, Adair - dijo mientras analizaba su rostro - tu madre habló por ti y tú como un niño malagradecido no te presentas ante mi.

La presencia de ese señor era imponente y segura. Adair se encontró incómodo. No se atrevió a responder a la ligera. El viejo siguió hablando - Pero olvidemos la tardanza de hoy - hizo una pausa antes de barrer sus ojos por todo el frente de Adair - yo realmente necesito ayuda en mi taller, la fuerza de un hombre joven me servirá con las cosas difíciles para mi. Dime… - fijó su vista en sus ojos - ¿crees que puedes ayudarme?.

Adair sintió que esos ojos profundos lo atravesaban; mientras esperaba una respuesta. Acorralado en una esquina donde, por un lado las palabras de su madre lo impulsan y por el otro la presencia del viejo lo presionaba a aceptar. Sintiendo el peligro rotundo respirándole en la nuca. Rígidamente Movió la cabeza - ¡de acuerdo! - se obligó a decir.

La voz ronca respondió - muy bien - ese señor era alguien que emanaba el respeto que las personas debían tenerle. Provocando cierto temor a la gente que se enfrentaba a él - entonces vamos - comenzó a caminar sin esperar más. Sin siquiera molestarse en asegurar que Adair seguía sus pasos. En ningún momento miró hacía atrás.

Por otro lado, sin esperar por un segundo llamado, Adair enseguida lo siguió. Llegaron a un taller de herrero. Los metales colgaban por todas partes; mientras las herramientas se encontraban dispersas en la mesa y el suelo. La puerta que daba a la calle era grande y se mantenía abierta la mayor parte del tiempo para que los clientes entrarán. Adair se quedó parado antes de entrar al taller; en tanto el viejo se acercaba a una esquina y tomaba una bata de tela gruesa colgada sobre el perchero.

Giró el cuello para donde Adair estaba. Provocando escalofríos en todo su cuero cabelludo - Ven y toma uno de estos, protegerán tu cuerpo y tu ropa.

Adair suspiró internamente. Pensando en la oportunidad perfecta para escapar. Tomó la bata con una mano. La tela era tan gruesa que el peso bajó su brazo ligeramente. Pasó el cordón por su cuello; para luego, amarrar las pitas tras su espalda. La prenda era azul; pero el uso la había dejado con manchas café junto en medió de su vientre. Con un olor a aceite difícil de soportar. El humor de Adair se terminó de alterar. No le interesaba el trabajó y aún así se vio obligado a colocarse ese traje largo, molesto y pesado que parecía un vestido a la altura de sus rodillas.

Realmente era perezoso; pero internamente se encontraba frustrado al no encontrar nada que de verdad le fascinara hacer. Cada tarea era un fastidio para él y era incluso más fastidioso el hecho que todo el mundo quisiera obligarlo a ser como ellos. Cuando se dio la vuelta, el viejo estaba agregando leña a una pequeña chimenea. Adair se cruzó de brazos, observando tranquilamente como Nicolás rozaba un fósforo tras otro sin conseguir que encendieran. Con una rodilla en el suelo, se inclinaba hacía la leña cada vez que creía que podía encender el fuego; sin embargo, el fósforo solamente emitía una tenue chispa antes de volverse a apagar.

Adair ladeó la cabeza ligeramente, apoyando su peso en una sola pierna. Sus ojos negros eran tan vagos que no mostraban ni burla ni preocupación. Simplemente lo observó esperando que el viejo se olvidara de su presencia. Pero, justo cuando se relajó, Nicolás percibió su figura por el rabillo del ojo. Con el ceño fruncido, se puso de pie y lanzó un objeto hacia Adair.

Tomado por sorpresa, Adair apenas logró reaccionar para agarrarlo. Subió una mano a su nuca; a la vez que analizaba la cajetilla de fósforos en sus dedos. La colocó cerca de su oído y la movió para verificar el contenido. Dándose cuenta que estaba casi vacía.

-¿puedes encenderlo? - habló gravemente, como si quisiera dirigir su ira hacia Adair. Espero un momento. Al no recibir respuesta alguna, su ceño se frunció más, haciendo que las arrugas se amontonaran en su frente dándole un aspecto aún más viejo - Apresúrate, ven aquí - sin dudar, Adair llegó casi corriendo; pues, ese señor infundía cierto temor en él - Enciéndelo - caminó a un lado, dejando libre el paso a la chimenea.

Adair se apoyó sobre una rodilla frente a los leños dispersos. Si bien era un completo vagabundo, había aprendido a encender una fogata en esas tardes que perdía el tiempo junto al río. Así que, acomodó la leña antes de abrir la cajetilla de fósforos. El cartón se sentía un poco húmedo en sus dedos; lo cual, complicaba las cosas. Solamente quedaban cinco fósforos. Probó con uno; pero la pólvora se desgastaba antes de encender. Eligió uno más consistente, acercó las manos hasta estar a sólo unos centímetros de la leña. Luego, rápidamente frotó la punta y como un rayo lanzó el fósforo con llama al centro de los palos donde se amontonaban las púas de los troncos astillados.

La llama poco a poco se expandió sobre las astillas; mientras Adair la cubría con nuevos leños. Después de asegurar que había encendido bien. Se levantó. Tendió la cajetilla a Don Nicolás, diciendo - Están húmedos, así no funcionarán.

La mirada seria de Nicolás se posó sobre sus ojos aburridos a simple vista - No eres tan inepto - al escucharlo, una ceja de Adair crispó - no perderé mi tiempo contigo después de todo - metió la cajetilla en su bolsillo antes de decir - creí que sólo podría usar tu fuerza como algo bueno; pero ya que puedes hacer esto me beneficia.

Adair mostró una sonrisa burlona como si no le importaran esas palabras que iban teñidas de despreció hacia él; aunque, después de todo ya sabía que tenia esa imagen frente a todos. Por lo tanto, no le molestaba en lo absoluto.

-¿Cuántos años tienes? - el viejo inclinó la cabeza para poder ver el rostro del joven.

Colocando las manos detrás de su nuca. Dirigió sus ojos hacia abajo antes de responder tranquilamente - veinte.

Nicolás frunció el ceño - Ya eres bastante mayor - luego, preguntó - ¿Éste es tu primer trabajo?.

Adair tomó aire para luego sacarlo en un suspiro; en tanto hablaba - Se podría decir que sí - dejó caer la cabeza a un lado, como si fuera a dormirse en cualquier momento.

Nicolás sacó la mano del bolsillo. Le dio la espalda y levantó una mano, llamándolo; pero Adair no movió su postura. Aun lado de la chimenea había grandes bloques de hierro apiñados - Cuando el horno esté lo suficientemente caliente, tomarás uno de estos y lo arrojaras al fuego - Nicolás señaló los objetos; mientras miraba a Adair.

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