‘’…esa mañana fuimos felices. Bebimos café negro sin azúcar, como yo siempre lo he tomado, como ella aprendió a beberlo desde que empezamos a querernos. Hojeamos el libro amarillo con diez mil números, cogimos uno al azar y lo marcamos. Seguimos con éstas bromas estúpidas… las llevamos de rutina. Como esas pequeñas memorias que uno recolecta para no perderse en la nada, para que el agobio del mañana no borre a quien amamos.…’’
En eso y más pienso mientras invierto mis últimos pasos. Camino hacia la silla eléctrica; ahí todo acabará.
La sensación se le parece a la de aquella noche, pero ahora no hay luces ni confusiones. O las hay, pero no rojas ni azules, y de la incertidumbre… ¿qué les digo? De tanto buscar respuestas uno se acostumbra a no encontrarlas.
Estoy cerca de morir. ¿Por qué he de sorprenderme? Si yo fui quien decidió estar aquí.
Todos hemos pensado en nuestro último día. Los miedosos lo callan, pero seguro se imaginan postrados en una cama, con la esposa siempre fiel y los hijos llorándole en una esquina. Los escépticos se preocupan más por dejarle buenas historias al muerto que por cuidarle una sana despedida, pero igual y se ven caídos de un infarto, de una pulmonía o de simple vejez… como si esto último fuera una enfermedad.
¿Qué dicen de los valientes? Esos que no le sacamos la vuelta a la huesuda y hasta la invitamos a bailar.
Nosotros gustamos hablar de ella y nos emocionamos imaginándonos desenlaces de película, sabiendo que a cero de cada diez se les cumple el capricho.
A mí me lo cumplió, sin embargo. Moriré como siempre quise, pero no es como lo imaginé.
Mientras el policía me amarra a la silla, yo no intento zafarme. Al contrario, añoro que la enciendan. En el ventanal hay mucha gente, incluso periodistas clandestinos que se harán millonarios al grabar mi último quejido.
No me quejo. Siempre quise ser el centro de atención y hasta de muerto lo lograré. El problema es que nadie de los que están aquí siente algo por mí, y eso duele.
No hablo de amor. Eso es mucho pedir. Hablo de odio o de reproche, pero del verdadero, no de éstas poses dignas de falsos ofendidos.
Fingen odiarme porque así lo dicta la naturaleza. Soy el blanco perfecto para desahogar frustraciones y apagar indiferencias. Me odian para no pensar en lo jodida que está su vida.
¿Quién no odia a Julio Nassar?
Que sencillo resulta decirlo sin saber cómo estuvieron las cosas.
No los culpo. Yo tampoco entiendo cómo está el rodeo y también me odio.
A diferencia de ustedes, mi odio es real. Odio cada fibra de mi ser y de mi no ser. Odio el momento preciso en el que decidí convertirme en lo que soy.
¿O acaso no fue mi decisión?
Un crujido me incomoda el cuerpo y lo hace temblar. Pronto olvido que soy de carne y hueso… el dolor me hace olvidar. Caigo rendido en gritos desarticulados mientras me esfuerzo en no acabar con los ojos en blanco. Los quiero bien abiertos, mas no perdidos. No ante la mirada sedienta del nido de hipócritas que disfrutan con la entrega.
Muero. Muero rápidamente pero de forma lenta. Lenta para ellos y lenta para mí. Para ellos, porque aunque les gusta verme sufrir quieren botarme de sus días. Saber que Julio partió del mundo como ellos sabiamente lo predijeron. Anhelan volver a sus miserables vidas y morirse de la nada. Yo, al menos, muero de algo. Algo que no entiendo ni entenderé, pero de alguna forma tiene que ver con ella. Con el amor. Con el amor de ésta vida que se apaga lentamente. Lento, para mí, porque me duele el alma. Ni las descargas eléctricas me sanan. Sigo preguntándome por ti, cariño. ¿Dónde estás, Sophía? ¿Dónde dejaste nuestro último beso?
Hay una mujer en el fondo. Supongo que es rubia o de piel muy clara, mas no logro distinguirlo. Su nombre es Rocío. No sé por qué lo sé, pero lo sé. Se acerca a mí y yo intento saludarla, mas no lo consigo. Grito; mi voz no sale. Me agito sin recordar algo de lo vivido, y sin embargo, sé que he vivido más allá de estas memorias cortadas y mundo borroso. Espera un momento. De pronto cambio de vista y me vuelvo un tercero. Veo a mi madre llorar de alegría mientras Rocío deposita en sus manos una bola de carne blanca.¿Soy yo? ¿Este es mi nacimiento?Fue mi nacimiento. Han pasado cinco años desde entonces. ¿Saben lo frustrante que es verte crecer sin poder hacer algo al respecto? Ver que das tus primeros pasos y te golpeas en cualquier esquina es molesto, porque aún de muerto sientes dolor. Eres esa pequeña
Tengo trece años e ilusiones de adulto. Pero no de esos adultos ejemplares, sino del corte rebelde, que van peleados con la decencia y con las reglas; aves de paso en un mundo de eternos soldados. Me gusta la música, aunque no estoy muy convencido de qué opina ella sobre mí. Igual le rasco cual alma hiriente a esa Fender que papá me regaló a inicios de curso.La escuela va bien, aunque no tanto como en años anteriores. Los maestros dicen que soy muy distraído; no hallo forma de contradecirlos. Sin embargo, en algo se equivocan. Apuestan porque mi destino será uno sin emociones ni aventuras. Sin éxitos ni fracasos. Juran que seré uno más que vivirá del salario regular por no ser tan inútil, pero lejos de un puesto de ensueño por no ser un genio. El futuro de todos, seguro imaginan, pero mis mentores van más allá. Piensan que seré un fr
Tengo dieciséis años. Sé que papá morirá cuando yo tenga dieciocho, pero Julio vivo no lo sabe. Por eso camina por las calles de esta ciudad creada para soñar sin escuchar al corazón.Yo hablaría y le pediría que arreglara las cosas con Julio el grande, que mamá no nos perdonaría tal apatía, pero no puedo. Somos uno mismo, mas la muerte y la vida no son amigas. No nos permiten ser amigos.Entonces he de narrarles lo que vivo día con día. Comparto un pequeño departamento con Cristian, un amigo que conocí hace un año en un curso de cortometraje. Él toca la batería y yo la guitarra. Tenemos buenos recuerdos del Grunge: era jamás vivida pero siempre sentida. No podemos ocultar la influencia en nuestros intentos de melodías, y ni hablar de las letras. De esas me encargo yo
Lo hicimos toda la noche. Como la noche anterior y las de la semana pasada. Como ha sido desde que la conocí y de eso ya han pasado dos años. El café negro nos acompaña, damos gracias por coincidir en el placer. Nancy juega con mi cabello; le gusta enredar sus dedos en él y verme a los ojos. Confirma que no hay otro con acceso a su cintura y senos redondos. A mí me gustaría decir lo mismo. Jurarle que ella es la dueña de mis caricias, de los besos de medio día y de esas noches de ensayo inexistente. He de conformarme con la mentira y ella debe dar gracias por creerme.A decir verdad, nada va mal. Soy yo quien se empeña en estar en el mismo canal, en brindarnos una exclusividad nunca pedida. A ella le da igual. Me es fiel porque no ha gustado de otro hombre. Si gusta se lía, si se lía no ha de haber problema porque así lo pactamos desde el principio.—No estoy para una relac
En una calurosa mañana de abril la veo sentada frente al amplio ventanal de nuestra recamara y no puedo no escribirle una canción. Trabajo en ella cuando se me acerca y en tono acabado me dice…—Tenemos que hablar.El corazón se me acelera; puedo sentirlo latir y es raro que eso suceda. Desde que morí he padecido todo tipo de dolor, incluyendo emociones extremas, mas no se me movía el corazón.Ahora se mueve como compensando dieciocho años de ausencia.—¿Qué pasa?El teléfono suena; lo ignoro.Nancy permanece en silencio y agacha la mirada. Cuando se dispone a hablar, vuelven a llamar.Intento desconectarlo, pero los nervios me traicionan. Levanto la boci
El tiempo avanza sin ofrecer tregua. Tengo veintiún años, más dinero en el banco del que creí ganar en treinta vidas y he aprendido a distinguir las intenciones de la gente sin necesidad de conocerla.La muerte de papá alimentó mi lado creativo. Me veo escribiendo de lunes a domingo música distinta; una clara evolución del género que me llevó a tan extraño cielo.Sin embargo, contrario a como imaginan, nada va bien.…Lo que voy a contarles ocurrió una semana después del fallecimiento de papá…—Ya no quiero estar contigo. Lo siento, pero la situación me rebasó.—¿La situación?—La fama, el tener que estar alerta 24/7 y ni hablemos de los celos. ¿Cre
Aparezco en otro lugar y con la memoria desarmada. Sé que estoy muerto y que me llamo Julio Nassar. Sé que un duelo pasional me condenó a la silla eléctrica con tan sólo veintisiete primaveras en el bolsillo, pero no hay otros datos. Solo la extraña convicción de que llevo tiempo en el rodeo y que me ha tocado presenciar el mundo desde un plano castigado.¿Tuve familia?Supongo que sí. De lo contrario no sentiría un nudo en la garganta cuando veo a esa niña pelirroja de la mano de su madre, bajo protección de un padre que bien pondría el pecho a la bala con tal de salvar a su hija de cualquier ataque.¿Por qué habría de salir lastimada? ¿Por qué siento que la conozco?Mi cabeza se parte
Me aferro a lo que queda del escocés e intento disfrutarlo como si fuera el último de los tragos. Sé que no es así, que he de morir de una forma más dramática (no menos miserable) cuatro años más tarde, enamorado de una mujer cuyo nombre descubriré en algún sueño.Estoy acompañado de una linda morena. Intento besarla y me corresponde, pero algo en su mirada indica lo contrario. Encuentro indiferencia mientras se deja morder el labio inferior. Le resto importancia hasta que se vuelve insoportable.—¿Qué sucede?—Perdón.El mismo cuento de siempre. La chica que me obliga a quererla para luego reprocharme tal cariño. Sería sencillo si lo dijera tal cual. Si el perdón no viniera acompañado de excusas de segunda mano, yo aceptaría la derrota y seguiría triunfando. Pero no. Han de inyectarle misterio y se