Tengo dieciséis años. Sé que papá morirá cuando yo tenga dieciocho, pero Julio vivo no lo sabe. Por eso camina por las calles de esta ciudad creada para soñar sin escuchar al corazón.
Yo hablaría y le pediría que arreglara las cosas con Julio el grande, que mamá no nos perdonaría tal apatía, pero no puedo. Somos uno mismo, mas la muerte y la vida no son amigas. No nos permiten ser amigos.
Entonces he de narrarles lo que vivo día con día. Comparto un pequeño departamento con Cristian, un amigo que conocí hace un año en un curso de cortometraje. Él toca la batería y yo la guitarra. Tenemos buenos recuerdos del Grunge: era jamás vivida pero siempre sentida. No podemos ocultar la influencia en nuestros intentos de melodías, y ni hablar de las letras. De esas me encargo yo. Ahí grito lo que usualmente callo e inyecto solos de guitarra cuando la lengua se pasa de la raya. No vaya a ser que me ponga a llorar ante nuestra pequeñísima audiencia y eche todo a perder.
Decidimos mudarnos a esta loca ciudad al poco tiempo de conocernos. Él tiene familia por acá y yo muchas ganas de respirar aires nuevos; de andar por calles igual de llenas pero con gente diferente. Papá aceptó con un ligero movimiento de cabeza y una sonrisa bohemia que, recuerdo bien, a mamá le fascinaba. Entonces ignoré los detalles, pero de muerto no pude no verlos… no pude no sentirlos. Sentí su melancolía y su frustración (porque el hijo se le iba y quizás sabía que no volvería a verlo). Pero también su emoción. Se vio en mí. Julio chico y Julio grande se hicieron uno mismo en aquella charla de café y panecillos. El grande revivió el momento en que abandonó la isla y palmeó al hijo en su aventura. En el abandono del país que testigo fue de su más grande dolor. Julio el grande huyó de la dictadura de Fidel, Julio el chico escapó de una historia amarga que de a poco se convierte en sombra.
Los primeros días en la gran ciudad no fueron cosa fácil. Cristian había ido varias veces como turista, incluso algunas de sus visitas fueron de semanas y meses, pero no es lo mismo. Entonces sabía que volvería; hoy volver sería un fracaso.
Para mí es distinto. Soy turista y residente a la vez. Me permito conocer y que me conozca ésta sucursal de la locura, donde bien todos traen la cólera tatuada de A a Z, mas no puedes no sentirte agusto. No puedes no desear acabar aquí tus días.
Llegamos con la idea de probar suerte en la industria musical.
En algún bar de Nuevo León nos encontramos con una persona que nos habló de lo cambiado que estaba el gremio. Dijo que la ciudad para soñar estaba ávida de latinos melancólicos, esos que hacen apología de la tristeza con solo colgarse una guitarra de segunda mano y gritar hasta que la garganta no pueda más. La fórmula sirvió mucho en los ochentas e inicios de los noventas, mas entonces no había aliciente latino. Decidimos intentarlo y hoy estamos acá.
Estoy parado a las afueras de un café; es invierno. El habla y mi cuerpo temblorino lo delatan. Adentro está Cristian. Un hombre de cincuenta y pico de años se le acerca; yo interrumpo mi cigarrillo porque el rostro me parece conocido. Me acerco lo suficiente, pero alguien interrumpe mi camino.
Se disculpa en un inglés malogrado y le salvo la vergüenza contestándole en nuestra lengua.
—¡Qué alivio encontrarme con un paisano!
Me abraza y yo me incomodo, aunque su belleza en algo ayuda.
Es pelirroja y de rostro fino. Mirada inquieta y cuerpo delgado.
—¿No te gusta la ciudad?
—Claro. Lo que no me gusta es la gente, ¿sabes? Va fría y seria todo el tiempo. Les falta color, ¿sabes? O un amor. O energía. O algo que les motive al levantarse de la cama, porque estos tipos bien acomodados lo tienen todo resuelto, ¿sabes? Perdona que hable tanto, llevo meses guardando el español para mis charlas con el espejo. Extrañaba mucho este pedacito de México.
No me molesta que hable (incluso tolero su muletilla). Lo que odio es su forma de pensar.
Cuando estás bien acomodado… cuando todo lo tienes resuelto, ¿para qué quieres color, amor, energía o algún motivo al levantarte de la cama? ¿Qué mayor motivo que seguir siendo feliz? Porque así es la vida para ellos. Su agobio consiste en encontrar una forma distinta de sonreír.
Cristian sale de la tienda y yo volteo para despedirme de la niña, pero ya no está. Qué fastidio. En verdad tenía ganas de discutir un poquito con ella y terminar de averiguar si sus ojos eran verdes o color miel.
—Esta noche debutamos.
—¿De verdad?
—¿Recuerdas al tipo del aeropuerto?
Entonces mi mente se iluminó.
El hombre de cincuenta y pico que creí reconocer antes de toparme con la chica, era el chofer que nos recogió cuando llegamos. Dijo que conocía a gente que podría interesarse en nuestra música. Todos dicen eso, bien para alimentar el sueño o para decir algo (casi siempre para decir algo). Rara vez es cierto. Esa gente que podría interesarse en nuestra música, simplemente no existe.
Sin embargo, en esta ocasión resulto ser real.
El tipo es muy amigo del dueño de los bares más populares de la zona, nos consiguió una prueba aquella noche.
Me veo sonriendo, abrazando a Cristian, deseando que nuestras vidas no vuelvan a ser las mismas. El Julio vivo ignora que así será. Porque estamos a punto de perder nuestra infravalorada intimidad. Tocará ser estrellas de Rock en patio ajeno; pioneros de un nuevo arte que dejará muchos muertos, empezando por el vocalista/guitarrista de ese dueto regiomontano.
Poco a poco recupero la memoria. Y mientras más recuerdo más quiero olvidarlo. Sé que moriré, mas no es eso lo que me preocupa, sino el camino que me llevará hasta la huesuda.
Ahora recuerdo que morí queriendo morir. Que me fui de este mundo porque ya no quería seguir así.
¿Así cómo?
Dicen que el diablo fue el ángel de la música, y no puedo contradecirlo. Esa sensación de locura que nos invade de pies a cabeza no tiene nombre. Ese boleto a un mundo mejor donde le cantas a la tristeza sin sentir temor, no puede ser real. No puede ser divino. No es algo normal. Por eso me transformo mientras la gente me ve con tremendo escepticismo, como preguntándose de dónde salió este flacucho ojeroso que no se cansa de gritar y rascarle a la guitarra, que hace música de un ruido sin ritmo y amenaza con romper los paradigmas del cuarto arte.
Esa noche fue inolvidable. No por dejar sin voz a la gente, tampoco por descubrir el impacto que podíamos ocasionar en un público acostumbrado a la perfección; el éxito del defecto, sino por esa niña de la primera fila, cuarta mesa. Una pelirroja que nació para ser alguien en mi vida.
—¿Cómo te llamas?
—My name is Nancy. Nancy Spungen.
—¿Acaso no tienes respuestas normales?
—¿Qué es normal?
—Me rindo. Me llamo Julio Nassar.
Extiendo mi mano y le rozo la mejilla.
No es la presentación más normal del mundo, pero ella parece no tenerle mucho aprecio a las cosas normales.
—Un gusto, Nasser. En verdad me llamo Nancy —ríe.
Se le empapa el rostro de un rojo sin igual.
—Nassar.
—Vuelve a corregirme y te olvidas de mí.
La amenaza es real. Ni de muerto ni de vivo entiendo su volátil cambio de humor. Ni su lógica. Ni nada de lo que uno considera normal en una persona. Definitivamente esta niña me va a marcar. No es que mi memoria recuerde que esa noche lo hicimos como dos enfermos, que al amanecer me di cuenta de que ella no quiere nada serio porque no sabe ni quién es. Nada de eso. Eso viene después. Sé que me va a marcar porque a pesar de que conozco el cuento quiero que me lo lea. Se me antoja escucharlo salir de sus pequeños y regordetes labios rojos.
—¿Bueno, bueno? ¿Mr. Nasser se encuentra por ahí? ¿No? Ok. ¿Algún chico con voz y tamaños para besar a esta caliente y borracha pelirroja?
La besé. No por miedo a que alguien aceptara su oferta (o quizás sí), pero de manera diferente. Sin la pasión imaginada ni el calor acostumbrado. La besé suavemente y dejé que mis manos reposaran en sus mejillas. Alguna manía se estaba formando en ellas.
No sé si duramos horas, minutos o segundos en ese mundo color de rosa, pero acabé destrozado. Aniquilado porque un presentimiento de que veíamos las cosas de diferente manera me invadía el alma. Lo curioso es que de muerto no me dieron ganas de gritarme que no lo hiciera, que no la besara porque acabaría con el corazón hecho pedazos.
¿Entonces?
Entonces nada.
Hay misterios que ni de muertos logramos descifrar.
Lo hicimos toda la noche. Como la noche anterior y las de la semana pasada. Como ha sido desde que la conocí y de eso ya han pasado dos años. El café negro nos acompaña, damos gracias por coincidir en el placer. Nancy juega con mi cabello; le gusta enredar sus dedos en él y verme a los ojos. Confirma que no hay otro con acceso a su cintura y senos redondos. A mí me gustaría decir lo mismo. Jurarle que ella es la dueña de mis caricias, de los besos de medio día y de esas noches de ensayo inexistente. He de conformarme con la mentira y ella debe dar gracias por creerme.A decir verdad, nada va mal. Soy yo quien se empeña en estar en el mismo canal, en brindarnos una exclusividad nunca pedida. A ella le da igual. Me es fiel porque no ha gustado de otro hombre. Si gusta se lía, si se lía no ha de haber problema porque así lo pactamos desde el principio.—No estoy para una relac
En una calurosa mañana de abril la veo sentada frente al amplio ventanal de nuestra recamara y no puedo no escribirle una canción. Trabajo en ella cuando se me acerca y en tono acabado me dice…—Tenemos que hablar.El corazón se me acelera; puedo sentirlo latir y es raro que eso suceda. Desde que morí he padecido todo tipo de dolor, incluyendo emociones extremas, mas no se me movía el corazón.Ahora se mueve como compensando dieciocho años de ausencia.—¿Qué pasa?El teléfono suena; lo ignoro.Nancy permanece en silencio y agacha la mirada. Cuando se dispone a hablar, vuelven a llamar.Intento desconectarlo, pero los nervios me traicionan. Levanto la boci
El tiempo avanza sin ofrecer tregua. Tengo veintiún años, más dinero en el banco del que creí ganar en treinta vidas y he aprendido a distinguir las intenciones de la gente sin necesidad de conocerla.La muerte de papá alimentó mi lado creativo. Me veo escribiendo de lunes a domingo música distinta; una clara evolución del género que me llevó a tan extraño cielo.Sin embargo, contrario a como imaginan, nada va bien.…Lo que voy a contarles ocurrió una semana después del fallecimiento de papá…—Ya no quiero estar contigo. Lo siento, pero la situación me rebasó.—¿La situación?—La fama, el tener que estar alerta 24/7 y ni hablemos de los celos. ¿Cre
Aparezco en otro lugar y con la memoria desarmada. Sé que estoy muerto y que me llamo Julio Nassar. Sé que un duelo pasional me condenó a la silla eléctrica con tan sólo veintisiete primaveras en el bolsillo, pero no hay otros datos. Solo la extraña convicción de que llevo tiempo en el rodeo y que me ha tocado presenciar el mundo desde un plano castigado.¿Tuve familia?Supongo que sí. De lo contrario no sentiría un nudo en la garganta cuando veo a esa niña pelirroja de la mano de su madre, bajo protección de un padre que bien pondría el pecho a la bala con tal de salvar a su hija de cualquier ataque.¿Por qué habría de salir lastimada? ¿Por qué siento que la conozco?Mi cabeza se parte
Me aferro a lo que queda del escocés e intento disfrutarlo como si fuera el último de los tragos. Sé que no es así, que he de morir de una forma más dramática (no menos miserable) cuatro años más tarde, enamorado de una mujer cuyo nombre descubriré en algún sueño.Estoy acompañado de una linda morena. Intento besarla y me corresponde, pero algo en su mirada indica lo contrario. Encuentro indiferencia mientras se deja morder el labio inferior. Le resto importancia hasta que se vuelve insoportable.—¿Qué sucede?—Perdón.El mismo cuento de siempre. La chica que me obliga a quererla para luego reprocharme tal cariño. Sería sencillo si lo dijera tal cual. Si el perdón no viniera acompañado de excusas de segunda mano, yo aceptaría la derrota y seguiría triunfando. Pero no. Han de inyectarle misterio y se
La charla pasa a segundo término. ¿Quiénes somos? ¿Cómo llegamos hasta aquí? Son preguntas que no vale la pena responder. O quizás sí, pero antes debemos saber por qué tardamos tanto en coincidir.Su aparición en mi vida merecía hora estelar. Debía llegar con alfombra roja y en día festivo. Nuestro primer suspiro precisaba mucho más que esta rara mezcla entre lágrimas y alaridos.Dicen que uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo pierde, y ella me hizo ver que tenía nada y que perdía mucho. Que iba engañado por este laberinto de mundos inexistentes. Ella fue lo primero real que la vida me regaló.Sé que pronto mataré a alguien. O desapareceré a alguien. O algo así. Pero por un momento me permito sonreí
La perdí. La perdí para siempre, y lo peor es que sigue aquí. Vive pegada al largo ventanal; se aferra a la lluvia, al sol, a la noche, a la niebla, a donde sea que la lleve su gran tristeza.¿Saben cuál es la peor de las culpas? Esa que no sabemos de dónde vino. Porque te pierde pero te deja un mapa sobre la mesa. Un mapa que no entiendes, y es ahí donde nos juega chueco don destino.—¿Hasta cuándo?—Lo siento. Sé que debí contarte antes, pero..—¿Hasta cuándo dejarás de jugar a ser Dios?—¿A qué te refieres?—Uno es responsable de sus actos, no de la condena. Esa le toca al de arriba. Llevas días sin soltar una palabra. ¿Hasta cuándo, Julio?Es increíble. Inossa acaba de escuchar a un asesino y aún así quiere quedarse.—Tú
Martes, cuatro de la tarde. Julio Nassar está desaparecido.En algún lugar de Monterrey, una chica de melena alborotada reposa sobre los pies de Nassar. Lleva las muñecas abiertas de par en par; bañando el suelo de un rojo amargo que se burla de Julio.Hace meses coincidieron en un concierto. La niña de tan sólo quince años era fan de su música; él admiraba sus carnes frescas y mirada inocente. La mezcla perfecta; receta del diablo.—¿Cómo te llamas?—Dulce.La carita se le puso roja como tomate. Julio se entregó a la ternura y la invitó a cenar. Pudo ser directo, ahorrarse el rodeo y acostarse con ella, si quería, en pleno concierto. Pero no. Merecía un mejor guión.Llegaron a una pizzería de dudosa reputación que se hallaba en el centro. Julio conocí