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Capítulo dos: El Matrimonio del Silencio

El salón estaba decorado con elegancia, pero la atmósfera era tan fría como un día de invierno en las montañas. La música suave y el murmullo de los pocos invitados no podían ocultar la tensión que colgaba en el aire como una nube oscura.

Cuando era pequeña, siempre me imaginé una boda enorme, algo sofisticado pero a mi estilo, claro, y al de mi esposo, pero esto... esto era una humillación en toda regla. Mi madre se encargó de toda la decoración y, aunque tenía buen gusto, todo estaba tan anticuado. Incluso las flores parecían haber salido de un libro de historia.

Si pudiera hablar con mi yo de hace un año, jamás creería que hoy,

es el día de mi boda.

De una boda falsa.

Eran pocos invitados, a lo mucho unas 20 personas. Entre ellos, mi abuelo con su nueva esposa (una mujer que no podía recordar el nombre por más que intentara), algunos de mis primos, y los demás... bueno, seguro eran conocidos de Daylon.

Solo sabía su nombre porque mi padre no dejó de repetirlo. Aún no lo había conocido en persona. Cuando entré en aquel apartamento que su madre nos obsequió, estaba solo. Las habitaciones estaban separadas, y agradecí que fuera así. Al menos no tendría que verlo al despertar... ni al dormir. Desde ese día jamás se presentó, aunque he visto algunas fotos de él en internet. Parece que tiene una obsesión con posar exactamente igual en todas, como si hubiera descubierto su ángulo perfecto.

Pasé mi mano por el gran vestido, que parecía más apretado de lo normal, aunque debo reconocer que era un vestido blanco sencillo pero exquisito. Estaba de pie junto al altar improvisado, mirando mi reloj de pulsera por quinta vez en diez minutos.

Había pasado una hora desde que llegué, y mis pies dolían por los tacones. Afortunadamente, no había medios de comunicación para atormentarme más. Había escuchado que él puso esa condición, y más tarde se lo agradecería.

Mientras tanto, los pocos asistentes de la ceremonia se acercaban a preguntarme por qué todo era tan repentino, y yo solo podía fingir una sonrisa y explicarles cómo "el amor verdadero no necesita tiempo, sino decisiones claras". Ya casi podía recitar mi propio guion.

Un minuto más, y la humillación más grande de mi vida estaba a punto de suceder. Todos estaban nerviosos porque, claro, el "novio" no aparecía. Incluso una de mis tías se acercó y, con una sonrisa de madre sabia, me dijo:

“No vale la pena esperar a alguien que no está dispuesto a llegar temprano el día de su boda”.

Tenía toda la razón, pero ¿cómo le explicaba que no podía irme, aunque lo deseara tanto?

— No puedo creerlo... — susurré, ajustándome el velo con una mezcla de nerviosismo y enojo.

A mi lado, Lucas Chang, un socio de alto nivel de Min Wines y su acompañante en esta farsa, intentaba calmarme.

— Relájate, Lylah, llegará. Es Daylon Pohl. ¿Cuándo has oído que no cumple con su palabra?

Lo fulminé con la mirada. ¿Acaso se hacía o no recordaba que nunca lo había visto? Pero era cierto, Daylon Pohl era reconocido por su puntualidad, inteligencia y, según las redes, por ser una especie de dios en los medios. Un hombre responsable, siempre impecable en su apariencia.

— ¿Y eso me tranquiliza? Él no llega tarde, Lucas. Lo hace a propósito para dejar claro que tiene el control. — Miré a sus padres, que tenían una expresión mezcla de temor y enojo.

— Bueno, pasemos a la sesión de fotos. — Mi madre anunció, eufórica, como si estuviera celebrando un éxito. — Parece que ocurrió un accidente en el camino y están retrasando el tráfico.

En serio, ¿tráfico en un bosque? ¿En medio de la nada? No pude evitar reírme. Al menos la comedia de esta situación era digna de un guion de película.

— Vamos por aquí, te llevaré a tu sesión. — El amable fotógrafo me extendió su mano para guiarme fuera del altar y hacia otro salón alejado de los invitados.

Ya no aguantaba más. Mis pies dolían y el peinado recogido que me habían hecho me estaba dando un dolor de cabeza monumental.

— Siéntate aquí. — Me pidió el fotógrafo, señalando un sillón blanco con arreglos florales. En la pared, unas letras cursivas decoraban el ambiente: “Our Wedding”.

Mis pies sintieron un alivio instantáneo al sentarme. El fotógrafo comenzó a tomar fotos, y yo estaba en la misma pose, completamente estática. No me apetecía sonreír.

De repente, las puertas se abrieron con un estruendo, haciendo que mi corazón se acelerara. El fotógrafo dejó de tomar fotos y se puso recto, adoptando una postura firme.

Un hombre de traje impecable entró con pasos firmes. Daylon Pohl. Alto, imponente y frío como una tormenta de invierno. Su cabello corto, peinado y brillante, unos ojos rasgados y oscuros, dejando ver un leve brillo. Bastante atractivo, debo admitir.

Daylon se dirigió hacia mí sin siquiera mirar a los fotógrafos.

— Salgan todos de aquí. — Ordenó, con una voz autoritaria. Una vez que estuvo frente a mí, me miró con expectación, esperando que me levantara.

Solo lo miré fijamente. No iba a levantarme, no después de toda esta espera.

Extendió un sobre hacia mí.

— Lee esto antes de que sigamos. — Dijo, con una voz tranquila pero cortante.

Era un contrato. Las palabras estaban tan cuidadosamente escritas en un tono formal que parecían burlarse de mí.

*"Condiciones del Matrimonio" — leí.

1. Este matrimonio será estrictamente un acuerdo público.

2. No interferirás en mi vida personal ni profesional.

3. Bajo ninguna circunstancia revelarás detalles de nuestra relación.

3.1 Queda prohibido dar información a los medios de comunicación sin antes consultarme.

4. Este matrimonio se disolverá en cuanto la situación de nuestras familias sea estable.

Sentí que la sangre me hervía. Miré a Daylon, que me observaba con una expresión imperturbable.

— ¿Esto es una broma? — Pregunté, en voz baja.

— No, es una garantía. — Respondió, con una leve inclinación de cabeza. — Quiero que ambas familias salgan beneficiadas, pero no planeo mezclar más nuestras vidas de lo necesario.

Se ajustó el moño negro que apretaba su cuello, y no pude evitar notar la firmeza en su postura.

Apreté los dientes y me levanté rápidamente.

— ¿Y qué hay de lo que yo quiero?

Daylon inclinó un poco la cabeza, como si estuviera considerando mi pregunta, y luego, sin ninguna expresión en su rostro, respondió:

— No soy tu padre, niña. No cumplo caprichos. Aparte, si quisieras algo distinto, no estarías aquí.

La indignación me recorrió, pero antes de que pudiera responder, habló de nuevo.

— No hace falta que hagamos este show, solo firma el contrato y no tendremos que caminar por el altar. — Miró hacia la puerta que llevaba a los invitados.

Respiré hondo. El contrato temblaba ligeramente en mi mano. Era absurdo, insultante, pero también sabía que no tenía opción. Me extendió un bolígrafo, lo agarré al instante, firmé y, sin pensarlo más, me dejé caer en el sillón nuevamente. Estaba dispuesta a quitarme los horrendos tacones.

Él me observaba en silencio. Luego me extendió una pequeña caja negra.

— Tienes que usarlo. — Dijo, con la voz más fría que nunca.

Era el anillo.

Lo ignoré por completo y, mirando hacia la salida, decidí caminar hacia allí. Tomé la falda de mi vestido entre mis manos, con la esperanza de irme.

Pero con rapidez, su mano agarró la mía, deteniéndome.

— No pensé que debía hacerlo yo. — Sacó el anillo de su estuche y lo pasó por mi dedo hasta que encajó perfectamente.

Me quedé sin fuerzas y lo miré fijamente, pero él ya se había dado la vuelta y caminaba rápidamente hacia la salida. La puerta se cerró detrás de él y, en ese instante, las lágrimas comenzaron a salir.

Yo no deseé casarme así.

Mi frustración y desesperación me hicieron darme por vencida. Solo tenía que seguir adelante. Al menos todo esto acabaría cuando las empresas mejoraran. Eso, al menos, era algo que me motivaba a seguir.

La puerta se cerró detrás de Daylon, dejándome allí, en un completo silencio. Durante unos segundos, el sonido de mis propios latidos fue lo único que podía escuchar, retumbando en mis oídos.

El fotógrafo, que había permanecido en silencio todo el tiempo, pareció darse cuenta de que la situación era aún más incómoda de lo que él había anticipado. Con una sonrisa nerviosa, comenzó a sacar algunas fotos, como si eso pudiera aliviar la tensión del momento.

— Uh… podrías… — comenzó a decir, pero se detuvo cuando vio que no estaba en ánimo de posar. — No, no te preocupes. Tal vez… tal vez mejor esperemos un poco más, ¿sí?

Me limité a asentir, sin ganas de hablar.

De repente, mi madre entró al salón, con una expresión aún más entusiasta de lo normal, como si no estuviera al tanto de lo que realmente ocurría.

— ¡Querida! — exclamó, alzando las manos con gran entusiasmo. — ¡Me parece que todo va de maravilla! ¿Estás lista para salir? ¡Las fotos van a quedar tan bien!

Mi madre no parecía percatarse de la tensión en el aire. Yo solo la miré, sin poder articular palabra, mientras mis pensamientos se amontonaban a gran velocidad. ¿Por qué me estás haciendo esto, mamá?

De alguna manera, mi mente hizo una pausa momentánea. ¿De qué manera las fotos podían mejorar este circo?

Antes de que pudiera responder, la puerta del salón se volvió a abrir. Esta vez, no era Daylon.

Era Lucas Chang, entrando con la energía de alguien que acababa de dar un discurso de motivación a un grupo de ejecutivos estresados. Sus ojos, normalmente fríos, brillaban con algo más, como si estuviera intentando mantener la calma en un mar de caos. Al menos eso me daba algo de consuelo.

— ¿Cómo va todo? — Preguntó en tono jovial, mirando hacia mi madre.

— Todo bajo control. — Dijo ella con una sonrisa tan grande que casi me dio dolor de cabeza. — Todo es solo cuestión de tiempo, ya lo verás.

Lucas frunció el ceño, observándome detenidamente.

— Lylah, ¿estás bien? — Su tono cambió, volviéndose más suave, casi como si estuviera preocupado por mí.

No respondí de inmediato. Mis ojos se movieron hacia el contrato que aún tenía en mis manos, la ira burbujeando dentro de mí. Sabía que el matrimonio era un acuerdo, un simple acuerdo público, pero…

— ¿Sabes qué es lo peor de todo esto? — Susurré, finalmente rompiendo el silencio.

Lucas se acercó un poco más, inclinándose hacia mí, mientras mi madre salía para supervisar la llegada de los invitados, dándonos algo de privacidad.

— ¿Qué es lo peor? — Preguntó, mirándome con cierta curiosidad.

— Lo peor es que todo esto está siendo decidido por otras personas. Y la gente sigue pensando que esto es lo que yo quiero. — Me reí, pero no de forma alegre. Mi risa sonaba más como un llanto reprimido. — Y lo peor de todo, Lucas, es que tengo que fingir que esto sí es lo que quiero. ¿Quién diría que me gustaría un matrimonio de fachada?

Lucas me miró como si intentara leerme, y por un segundo, se quedó en silencio.

— Lylah, no eres la única atrapada en esto. — Dijo finalmente, y aunque sus palabras eran amables, no pude evitar sentir que había algo más detrás de ellas. — Todos estamos un poco… atrapados.

Me giré hacia él con una sonrisa que no era más que una mueca amarga.

— No te preocupes, Lucas. Ya sé que el que está realmente atrapado es Daylon. — Mi tono era tan mordaz que incluso me sorprendió a mí misma. — Un hombre que no tiene que preocuparse por nada en el mundo. Él es el que está ganando, no yo.

Lucas guardó silencio, observando mi frustración. Fue en ese momento cuando me di cuenta de lo mucho que estaba a punto de explotar.

El reloj marcaba las tres de la tarde, y todavía no sabíamos si Daylon se dignaría a aparecer. La ceremonia de la "boda" seguía sin él. Una vez más, me encontré mirando el contrato, esperando que todo terminara lo antes posible.

En la mesa de los invitados, mi abuelo parecía sumido en una conversación animada con su nueva esposa, mientras los demás intentaban aparentar normalidad. Aunque el ambiente estaba tenso, era una especie de "fiesta de etiqueta" que seguía su curso.

Pero todo cambió cuando un hombre irrumpió en el salón. Era otro socio de Min Wines, pero con una actitud mucho más relajada que la de Daylon.

— ¡Vaya, Lylah! ¡Qué placer verte! — Exclamó el hombre, un tanto alto, con cabello rubio y una sonrisa amplia. — ¿Cómo te sientes en tu gran día?

Era uno de los pocos que sabía cómo agregar humor a la situación. Pero lo que hizo fue absolutamente inapropiado: me dio un fuerte abrazo, con tanta emoción que casi me tiró al suelo.

Lucas se acercó rápidamente y le hizo una seña al hombre para que se detuviera.

— Brad, por favor, no es el momento para… — Lucas trató de decir, pero Brad no le prestó atención.

— Venga, ¿qué pasa? ¡Es una boda! — Dijo Brad, con la energía de un hombre que estaba viendo un partido de fútbol más que presenciando una ceremonia. — ¡Vamos a celebrar!

Yo, por supuesto, no tenía ni la menor gana de celebrar, pero la ocurrencia de Brad me sacó una ligera risa. Fue un suspiro que se sintió como un pequeño escape, algo que rara vez encontraba en medio de todo esto.

— Bueno, al menos alguien tiene algo de entusiasmo. — Me burlé, no muy convencida de mis propias palabras.

Lucas, por fin, comenzó a relajarse un poco también. Y, por unos segundos, me sentí menos sola.

Más tarde, mientras todos se acomodaban para la cena, mi madre se acercó nuevamente a mí, sonriendo como si todo fuera perfecto.

— ¿Qué opinas del banquete? — preguntó, señalando la mesa llena de platos lujosos y una selección de vinos caros.

A pesar de la presión, no pude evitar pensar en la ironía. Estaba en una "boda" falsa, pero la comida era de lujo.

— Lo único que falta es que Daylon venga a dar su discurso de boda y todo sea un cuento de hadas. — Dije, con una sonrisa forzada. — Pero no tengo mucho que celebrar.

Mi madre, sin embargo, no entendió la ironía en mi tono.

— ¡Claro que lo haremos! ¡Lo que importa es que todo está bien organizado!

Solo me limité a sonreír, resignada. Mi boda, aunque falsa, era más una puesta en escena que otra cosa. Pero sabía que, por el momento, no podía hacer más que seguir la corriente.

Y eso era exactamente lo que iba a hacer. Seguir adelante, incluso si eso significaba caminar por un altar vacío, esperando que la próxima escena de esta obra que llamábamos "boda" me ofreciera alguna salida.

El salón estaba lleno de una calma calculada. Las conversaciones entre los invitados fluían en un tono suave, casi como si cada palabra estuviera medida para evitar romper el equilibrio de la velada. A pesar de los murmullos educados y las risas ocasionales, sentía la presión como un peso invisible.

Había perdido la cuenta de cuántas sonrisas forzadas había repartido desde que comenzó la cena. Mi mandíbula dolía y mi paciencia estaba al borde de la extinción. El vestido comenzaba a sentirse como una trampa, el corsé apretado impidiendo que respirara con normalidad.

La puerta principal se abrió con un leve chirrido. Las conversaciones se detuvieron por un instante, y todos los ojos se volvieron hacia la figura que entraba al salón. Era Daylon Pohl, impecable como siempre. Su presencia era tan firme y autoritaria que no necesitaba pedir atención; la exigía con cada paso que daba.

Cuando llegó a mi lado, se inclinó levemente y me ofreció su brazo.

— Levántate. Vamos a saludar. — Su voz era baja, pero su tono dejaba claro que no estaba pidiendo permiso.

Lo miré, intentando descifrarlo. Finalmente, dejé el tenedor a un lado y me levanté, colocando mi mano sobre su brazo con una sonrisa que más parecía un reflejo automático

Mientras caminábamos entre los invitados, noté lo perfectamente calculadas que eran sus palabras. Cada cumplido, cada saludo, todo parecía sacado de un guion que él había memorizado hace mucho tiempo. Por mi parte, intenté mantenerme a la altura, pero mi paciencia comenzaba a agotarse.

Nos detuvimos frente a un pequeño grupo donde Sofía estaba hablando con unos amigos de la familia. Su risa ligera y su manera de hablar siempre habían sido encantadoras, pero esta vez, la noté diferente.

Daylon no dijo nada, pero sus ojos se dirigieron a Sofía con un leve brillo. Fue un gesto breve, un segundo como mucho, pero suficiente para que yo lo notara. ¿En serio? ¿Esto está pasando?.

Regresamos a la mesa y mi mente solo tenía un pensamiento. Escapar

—Espero que te acostumbres rápido a esto —le dijo en voz baja.

—¿A qué? ¿A ser una actriz sin paga? —respondió Lylah, sin molestarse en mirarlo.

Él soltó un ligero suspiro, como si fuera un profesor resignado con un estudiante terco.

—No tienes que disfrutarlo. Solo cumplir con tu parte.

Me levanté casualmente, dirigiéndome a los baños,entre a un cubículo y encendí mi celular

no habían pasados ni seis horas y ya estaba harta poco después de un intento en vano de quitarme el vestido, salí discretamente por la puerta de emergencia.

Camine por el abultado césped y recordé que estaba descalza desde hace rato, corrí lo más rápido que pude para llegar a mi auto.No había forma de que soportara más de esa noche.

El camino se hizo rápido, las calles solas y rectas pero sobre todo el sentimiento del día hicieron que todo pasara más rápido.

Al llegar al apartamento vacío, apagué mi celular y me dejé caer en el sofá, todavía con el vestido puesto.

Respire hondo, dejando que el silencio la envolviera. Finalmente, solté una risa amarga mientras miraba el techo.

—Felicidades, señora Pohl. Has sobrevivido a la peor boda de tu vida.

Y con eso, me quedé dormida, como si el apagón emocional fuera la única forma de recuperar algo de paz.

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