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Capitulo cuatro: "Pensamientos"

¿Qué tiene de importante ir a una gala de beneficencia? Desde pequeña me lo he preguntado cada vez que estas galas llenaban nuestras agendas. Al final, no eran más que una farsa. En mi mundo, el dinero es la verdadera magia; controla todo y a todos.

En mi familia, no había abrazos de cumpleaños, pero siempre estaba el último juguete de moda esperándome. No existían palabras motivacionales ni muestras de cariño, pero jamás faltó el celular más caro del mercado. Era una transacción constante: cosas en lugar de emociones. Bueno, casi constante... Mi abuela era la excepción.

Ella moldeó una parte de lo que soy. Aunque sabía que con un chasquido de dedos podía tener lo que quisiera, su voz resonaba siempre en mi mente: "Si lo obtienes tan rápido, ¿cómo sabrás si realmente lo estás disfrutando?"

Era la mejor jefa, hermana, madre y abuela. Su sabiduría, tan sencilla como profunda, tenía algo único. Pero la vida no siempre permite que compartas tu esencia con el mundo entero, y eso, según ella, era hermoso. "Lo mejor de ti se queda con quienes más amas."

Mientras me arreglaban el cabello, Samy, como el maquillista se había presentado, hablaba con entusiasmo sobre cómo había empezado a trabajar desde pequeña. Estaba sentada frente a un enorme espejo rodeado de luces blancas que casi me cegaban, intentando prestar atención.

—Y ahora, ¡mírame! ¡Peinando celebridades! —exclamó con una sonrisa mientras deslizaba la plancha por un mechón de mi cabello negro.

—Qué increíble... —respondí con admiración fingida, maldiciéndome mentalmente por no haber escuchado ni la mitad de su historia. Me había perdido entre mis pensamientos otra vez.

Aún era temprano, pero mi madre, con su obsesión por la perfección, había enviado a los estilistas desde el amanecer. Según ella, esta gala podría cambiarlo todo: medios de comunicación, entrevistas, rumores. En su mente, todo giraba en torno a una idea absurda: "Ojalá que en esta gala Daylon se anime por fin a presentarte como su esposa."

Siempre la misma cantaleta. Antes de cada evento, mi madre parecía obsesionada con este tema. Por mi parte, solo rezaba para que a Daylon no se le ocurriera mencionar nada. Aunque técnicamente cualquiera podía buscarme en internet, de mí no había casi información: apenas mi nombre, y me alegraba por ello.

Mis padres solían decir que nunca destaqué, como mi hermana Sofía. Ella era la favorita, la que brillaba, la ganadora de premios internacionales, la modelo perfecta. Yo, en cambio, era... solo yo.

No me acomplejaba mi físico; nunca lo hizo. Lo que me dolía eran las palabras de mis padres, esos comentarios sutiles que dejaban cicatrices invisibles. Al final, mi autoestima no se trataba de mi apariencia, sino de mis capacidades. ¿Es eso posible?

Samy continuaba trabajando en mi cabello con destreza, alisando mechón tras mechón.

—Todavía queda un buen rato —dijo con una risa nerviosa al notar mi impaciencia.

Sí, un día muy largo... pensé, observándome en el espejo.

Y así, entre conversaciones a medias, pensamientos perdidos y las expectativas de una madre obsesionada con el éxito, comenzaba otra noche que prometía ser igual de agotadora que las anteriores.

Mientras tanto, en otro lugar, el sonido de las puertas del ascensor anunciaba la llegada de Daylon. Las puertas se abrieron, revelando su figura impecable, vestido con un traje azul marino que contrastaba con la frialdad de su rostro. Su andar era firme, como si el peso de las responsabilidades no le afectara, aunque todos sabían que ese rostro imperturbable era solo una máscara.

—Buenos días, señor. Aquí está el contrato que necesita para hoy —dijo una mujer de unos 28 años, entregándole una carpeta mientras caminaba a su lado.

Daylon tomó la carpeta con su mano izquierda sin detenerse.

—Dentro viene un bolígrafo especial para la firma. Es importante usar esa tinta, o el contrato será rechazado —añadió la mujer, esforzándose por mantener la compostura.

Él asintió brevemente, sin dedicarle más atención de la necesaria.

—Señor, la junta de hoy ha sido cancelada por la gala. ¿Desea que notifique algo importante a los asistentes? —preguntó James, su asistente de confianza, mientras lo seguía por el pasillo.

—No. Asegúrate de que los detalles de la gala estén en orden y que la seguridad sea estricta. Nadie sin invitación debe entrar —respondió sin detenerse, su tono cortante pero eficiente.

Cuando llegó a su oficina, cerró la puerta, se desabrochó el saco y se dejó caer en su silla. Tomó la carpeta del contrato y la abrió, pero su concentración se desvió cuando un recuerdo lo asaltó: la imagen de Lylah llorando días atrás. Era una escena que no podía borrar de su mente. Nunca la había visto tan frágil, y ese recuerdo le provocaba un incómodo nudo en el pecho.

Dos golpes en la puerta lo trajeron de vuelta a la realidad. Antes de que pudiera responder, Noah Lee entró con su usual aire despreocupado. Su atuendo, un traje negro sin corbata y la camisa abierta lo suficiente como para dejar entrever su musculatura, contrastaba con el rigor de la oficina.

—¿Y esa cara tan seria? —preguntó Noah, cerrando la puerta tras de sí con una sonrisa burlona—. ¿No vas a saludarme como se debe?

—¿Qué haces aquí? —replicó Daylon, apoyándose en el respaldo de su silla.

—Llegué hace dos días. Y no podía dejar pasar la oportunidad de verte antes de la gala. Además, ya sabes que siempre hago entradas dramáticas.

—Podrías aprender a tocar la puerta antes de entrar.

—¿Y perderme tu expresión de fastidio? No, gracias —respondió Noah, soltando una carcajada mientras se sentaba frente al escritorio de Daylon.

—¿Y ella? —preguntó Noah, de repente más serio—. ¿Cómo está?

Daylon frunció el ceño. —Hace días que no la veo.

—¿Sigues quedándote en el apartamento de la empresa?

—Ya sabes por qué. Mi trabajo no me permite ir a casa con regularidad.

Noah se recostó en la silla y lo miró con interés. —Debe ser complicado para ella, ¿no? Estar casada con alguien tan frío y ausente.

—¿A qué vienes, Noah? —Daylon ignoró el comentario, sin querer entrar en detalles.

—A ver si por fin esta noche anuncias quién es tu esposa. Ya sabes, todo el misterio con ella...

—No voy a hacerlo. Eso solo la expondría innecesariamente y no quiero lidiar con reclamos.

—Curioso. Dices que no te importa, pero a veces hablas de ella como si realmente lo hiciera —comentó Noah con una sonrisa, desafiándolo.

—Es lástima, solo siento lástima por ella.

—Claro, lástima. Entonces, ¿por qué reaccionaste como un loco cuando supiste cómo unos proveedores la trataron?

Daylon lo fulminó con la mirada, pero no respondió de inmediato.

—Es una cuestión de protección.

Noah rió, divertido. —¿Y desde cuándo eres el protector de nadie? Admítelo, te importa más de lo que quieres aceptar. Es linda, inteligente, torpe de una forma adorable... y esa sonrisa, vamos, hasta yo lo noto.

El ceño de Daylon se frunció aún más.

—Noah...

—¿Qué pasa? ¿Estás celoso? —preguntó Noah, levantando las manos en señal de inocencia—. Tranquilo, no tengo interés en tu esposa, aunque... admito que tiene un encanto único.

—No vuelvas a hablar de ella de esa manera —respondió Daylon con un tono más bajo pero cargado de advertencia.

Noah se echó a reír. —Eres un caso perdido.

Antes de que Daylon pudiera replicar, un par de golpes en la puerta interrumpieron la conversación.

—Disculpe, señor, vengo por el contrato —dijo la asistente desde el umbral.

—Adelante. —La voz de Daylon recuperó su tono firme y profesional.

La mujer entró con cuidado y se inclinó levemente al acercarse al escritorio. Daylon le entregó el contrato, pero antes de que ella se retirara, le recordó algo.

—Señor, también necesito el bolígrafo que le di.

Daylon abrió el cajón, sacó el bolígrafo dorado y se lo entregó.

—Gracias, señor —dijo ella con una sonrisa discreta antes de salir.

Ya en el pasillo, la mujer miró el bolígrafo detenidamente. Confirmó que el diminuto foco rojo seguía encendido y lo guardó rápidamente en su bolsillo antes de alejarse con pasos apresurados.

Dentro de la oficina, Noah observaba a Daylon con una mezcla de curiosidad y diversión.

—¿Nos vemos esta noche? —preguntó Daylon mientras se levantaba para abotonarse el saco.

—Por supuesto. No me perdería la gala por nada.

Se despidieron con un apretón de manos y un breve abrazo.

Cuando Noah se fue, Daylon quedó solo en su oficina, todavía inquieto por las palabras de su amigo. Noah siempre lograba sacarlo de su zona de confort emocional, pero ahora no tenía tiempo para lidiar con esas ideas. Había demasiado en juego, y la gala prometía ser un evento lleno de sorpresas... algunas, quizás, peligrosas.

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