Me miré al espejo y quedé sorprendida. El maquillaje era tan sutil que parecía no llevar nada, pero me veía... distinta, más refinada. Suspiré, cansada y un poco vencida tras más de ocho horas de arreglos interminables. Entre maquillaje, peinados y pruebas de vestidos, me preguntaba si valía la pena. Yo habría preferido comer tranquila, tomar una siesta y arreglarme por mi cuenta en 30 minutos. Mucho más eficiente.
Pero no. Según mi madre, esto era “necesario” para verme más atractiva. En realidad, era porque Sofía lo hacía. El vestido negro que el estilista había elegido para mí era demasiado casual para el evento. —La señora Evelyn eligió este vestido para usted —dijo el estilista, sonriendo orgulloso. —No me lo pondré. Usaré este. —Le mostré un vestido negro largo, con un escote en la espalda que terminaba poco antes de la cadera. Por delante era completamente cerrado, ajustado hasta el cuello, lo que me hacía lucir estilizada y sofisticada. Caía hasta los talones, pero con tacones altos sería perfecto. El estilista tragó saliva. —Creo que eso no será posible. La señora quiere que sus hijas lleven colores similares a los de ella, por el tema de las fotos y todo. —No me preocupa, yo nunca salgo en las fotos familiares. Menos en eventos como este. —Le di la espalda, llevando mi vestido hacia el probador, lista para ponérmelo. Mientras subía el vestido, reflexionaba. ¿Por qué debía asistir como representante de Min Wines y no simplemente como la hija del empresario más importante del mundo? Aunque, sinceramente, prefería mantener cierta distancia de ese título. Desde la muerte de mi abuela, apenas aparezco en fotos; lo único que importa es mi nombre. Muy diferente a Sofía, que disfruta de la atención pública. Cuando me miré al espejo, no pude evitar sonreír. Me veía increíblemente bien. Qué lástima que nadie especial pudiera apreciarlo esta noche. Estas galas siempre eran iguales: aburridas y llenas de rostros que intentaban impresionarse unos a otros. Eché un vistazo a mi celular: 6:55 p.m. Era hora de salir. Por supuesto, Daylon no vendría a buscarme. Nos veríamos directamente en la entrada, como siempre. Salí del probador, recogí una pequeña bolsa negra de Louis Vuitton, y comprobé que mi celular y maquillaje estuvieran adentro. En la sala, los estilistas estaban guardando sus cosas. Samy me miró con admiración. —Te ves preciosa. Suerte esta noche —dijo con una sonrisa. —Gracias. —Intenté devolverle una sonrisa genuina antes de dirigirme al ascensor. Uno de los choferes me esperaba. Me abrió la puerta del auto con un gesto cortés, mientras otro tomaba mi bolso para facilitarme subir. Una vez dentro, me lo devolvió y cerró la puerta con cuidado. Las ventanas blindadas subieron lentamente, aislándome del mundo exterior. Durante el trayecto, mi celular vibró con un mensaje de mi madre: "No quiero shows. Compórtate a la altura de la empresa y sigue las órdenes de tu esposo." Rodé los ojos. Como si alguna vez hubiera armado un “show”. Mi modus operandi siempre era el mismo: sentarme en silencio, beber un poco de vino y esperar a que la noche terminara. —Hemos llegado, señorita. El señor Pohl está en la entrada esperándola —anunció el chófer. Inspiré profundamente. La puerta del auto se abrió, revelando un hombre elegante que extendió su mano para ayudarme a bajar. El aire frío de la noche me golpeó, y por un momento desee que el auto me hubiera llevado a comprar golosinas en lugar de aquí. Miré alrededor. Gente vestida de manera impecable, con copas de vino en las manos, charlaba animadamente. A lo lejos, un enjambre de periodistas se apretaba detrás de micrófonos y cámaras, ansiosos por hacer preguntas. Subí al pequeño estrado donde esperaban los periodistas. Las luces de los flashes me cegaron. —¿Cómo va la empresa tras los rumores de quiebra? —preguntó alguien de HBZ, acercándome un micrófono con brusquedad. —La empresa está completamente bien. No hay amenazas de las que preocuparse y estamos muy lejos de una quiebra —respondí, sin expresión. —¿Es cierto que la unión con Pohl Holdings salvó a Min Wines? —preguntó un joven con gafas. —Así es. La unión fue estratégica y muy exitosa —mentí con una sonrisa. —Hay rumores de un casamiento entre ambas familias. ¿Es esto cierto? —preguntó una periodista que parecía más interesada en la chisme que en la verdad. —No me compete hablar de la vida personal del señor Pohl —respondí firme, avanzando hacia la entrada principal. Cuando finalmente crucé la puerta del evento, un suspiro de alivio escapó de mis labios. Pero antes de que pudiera procesar el lugar, alguien me tomó del brazo con fuerza. —Llegas tarde —gruñó Daylon, sus cejas fruncidas en una expresión que mezclaba enojo y frustración. —Pensé que era temprano —respondí con sarcasmo, forzando una sonrisa. —No estoy para tus juegos de niña. Esta noche no debe haber rumores, especulaciones ni errores. Eres mi socia, ¿entendido? —dijo con un susurro helado que me hizo apretar los dientes. Asentí, sintiendo mi cuerpo arder de ira. Quería gritarle, pero en lugar de eso, me saqué de su agarre y respiré hondo. —Vayamos a saludar. —Su tono cambió y me ofreció su brazo, ahora más tranquilo. Lo tomé, dejando que la frialdad de su porte contrastara con mi sonrisa educada. Nos acercamos a un par de organizadores que nos recibieron con sonrisas amplias. —¡Señor Pohl! —dijo uno, extendiendo la mano entusiasta. —Un placer estar aquí, señor Thomas —respondió Daylon con cortesía, estrechándosela. —Ella es mi esposa, Anastasia. —Encantada —respondí, estrechando la mano de la mujer. —¿Ella es tu esposa? —preguntó Thomas, señalándome con asombro. Antes de que Daylon pudiera responder, me adelanté: —No, no. Soy su socia en Min Wines. —Sonreí, intentando sonar casual. —Ah, ya veo. Pensé que finalmente habías traído a tu esposa. —A ella no le gustan estos eventos. Siempre busco su comodidad. No quiero que se sienta presionada —dijo Daylon con una facilidad que casi me hizo creerle. El señor Thomas sonrió. —Qué romántico. Parece que tu esposa es tu debilidad. —Lo es. —La respuesta de Daylon fue un susurro cargado de significado, y en el instante en que sus ojos se encontraron con los míos, algo dentro de mí se desmoronó. Fue como si todo lo que intentaba mantener a raya se soltara de golpe, un nudo en el pecho que no pude ignorar. La intensidad de su mirada me hizo temblar, aunque intenté ocultarlo. Aparté la vista, mis pensamientos hechos un caos. "No lo vuelvas a hacer, Daylon. No mires así." Me mordí el labio, intentando enfocar mi atención en otra cosa. Pero mientras lo veía continuar la conversación, un pensamiento fugaz cruzó mi mente: "El pañuelo en la cocina... y ahora esto. Dios, Daylon, una más y te beso."Después de aquel prometedor suceso, dejé de actuar como si fuera Miss Universo saludando a todos. Cuando las preguntas incómodas cesaron, escapé hacia el jardín. Allí, mesas redondas, pequeñas pero altas, salpicaban el espacio. Me llegaban justo a la altura adecuada para apoyar los brazos. En el centro de cada mesa había un arreglo floral de rosas, y desde mi lugar podía admirar la enorme casa beige de tres pisos, que se erguía como un laberinto donde sería fácil perderse entre tantas habitaciones y rincones secretos.El jardín brillaba con delicadas luces decorativas. Una mesa buffet exhibía canapés variados y, por supuesto, botellas de vino de nuestra marca por doquier. En mi mesa había espacio apenas para dos copas. No era lugar para sentarse; el ambiente del evento invitaba a permanecer de pie, luciendo los elaborados atuendos.Serví mi primera copa de vino y la bebí rápidamente, sin importarme si alguien me veía. El sabor impecable me recordó las palabras de mi abuela: "Un buen v
Escuché cómo alguien se levantaba de un mueble que crujió bajo su peso. El sonido de unos zapatos negros acercándose lentamente me heló la sangre. En la penumbra, solo se vio el humo de un cigarrillo siendo aplastado con fuerza por un zapato.Un hombre alto, fuerte, vestido con un traje oscuro, emergió de las sombras. Me recargué en la puerta, con la esperanza desesperada de que alguien viniera a abrirla. La respiración se me fue, el aire me faltaba. ¿Qué clase de broma es esta? Pensaba, rogando que todo terminara pronto.—¿Q-quién eres? —logré articular, el miedo nublando mi voz.—Shhh, las preguntas las hago yo, bonita —dijo él con una calma aterradora, acercándose hasta quedar a mi lado. Se inclinó levemente, y una mano fría recorrió mi rostro. Cerré los ojos al contacto, deseando que se detuviera, que el tiempo retrocediera.Mis piernas temblaban, incapaces de sostenerme, mientras un agujero vacío se formaba en mi estómago. No quiero sentir esto, no quiero estar aquí.Su mano, f
Desperté con el cuerpo adolorido, como si la tragedia de la noche anterior hubiera dejado marcas más profundas de las que podía ver. Mi cabeza era un torbellino; el shock había pasado, pero ahora quedaba un enjambre de pensamientos caóticos. Necesitaba respuestas, muchas. ¿Quién era él? ¿Cómo sabía tanto? ¿Cómo había entrado a la gala? ¿Y por qué tenía la extraña sensación de que esto no terminaba ahí? Las preguntas se acumulaban como un nudo en mi garganta, pero algo en mi interior me detenía. Esto era mío. Un secreto que debía resolver sola.El ardor punzante en mi clavícula me arrancó de mis pensamientos. Miré la pequeña herida; seguía roja, aunque menos que ayer. "Nada grave", me dije, aunque sabía que dejaría una cicatriz. Suspiré y tomé mi celular. Había un mensaje de Mia."Te veo en el viñedo. Necesito verte y hablar de todo esto."Sonreí. Mia, mi mejor amiga y, siendo realistas, mi única amiga. Nos conocimos cuando teníamos cinco años, en la mansión de mi abuela, entre las viñ
Mientras hablábamos de nuestras vidas fuera de esta "misión", que en realidad parecía más un episodio de Pistas de Blue, era evidente que a Mia le apasionaban estos casos y que de verdad me cuidaba. Yo, por mi parte, solo quería respuestas... y un divorcio.El camino se volvió más estrecho y el pavimento desapareció por completo, dejando solo tierra y raíces que hacían que el auto se tambaleara. A lo lejos, se distinguían dos pequeñas casas de concreto, discretas y rodeadas de un campo lleno de rosales. Las linternas que adornaban el lugar comenzaban a encenderse con el atardecer.Estacionamos el auto en un terreno polvoriento. Maldecí al salir y ver cómo el polvo había ensuciado mis botas.— No hay señal aquí —dijo Mia con frustración, alzando su celular como si con eso fuera a captar algo.— Bueno, supongo que podemos preguntar a alguien. —Sonreí, intentando aligerar el ambiente.Mia me lanzó una mirada que decía "no me hace gracia".Nos acercamos a la pequeña reja que rodeaba las c
Daylon se despertó mucho más tarde de lo que hubiera querido. La gala de la noche anterior había sido un interminable desfile de conversaciones sobre negocios, copas de vino y propuestas que parecían más interesantes con cada botella vacía. Sin embargo, lo que seguía rondando en su mente no era el éxito de la velada, sino la repentina desaparición de Lylah después de su incómoda charla en el jardín.Se frotó el rostro, todavía sintiendo los efectos del cansancio acumulado, y caminó hacia la ducha. Necesitaba un cambio de aires. Tal vez visitar el apartamento que compartía con Lylah podría devolverle algo de control en esta situación. El agua fría lo despertó de golpe, pero no logró despejar la imagen que tenía grabada en la mente: Lylah en aquel vestido oscuro, perfecta, con ese deseo de guardarla en un cajita y no permitir que nadie la viera.—Qué tóxico —murmuró con una risa nerviosa, y luego se disculpó mentalmente consigo mismo.Se vistió con rapidez: una camisa negra ajustada y p
No me di cuenta en qué momento había caminado tan rápido. La oscuridad a mi alrededor parecía cerrar el camino, y lo único que veía eran sombras confusas y árboles que se alzaban como gigantes."Batería baja."—¡Mierda! —exclamé al ver cómo la linterna del celular se apagaba, dejándome bajo la tenue luz de la luna.Suspiré frustrada, mirando hacia adelante. Había caminado un buen rato, pero las luces que recordaba simplemente ya no estaban. Avancé unos pasos más, solo para encontrarme en un pequeño claro rodeado de árboles. Miré atrás y me encontré con más arbustos y ramas retorcidas."¿Por aquí no pasan carros, verdad?" pensé, sintiendo cómo el frío me calaba hasta los huesos.—¡Maldita sea! Me perdí —dije en voz alta, esperando que reconocerlo me diera algún tipo de solución.Saqué mi celular y confirmé lo peor: la batería estaba completamente agotada.—¿Y ahora qué voy a hacer? —grité al vacío, intentando calmar el miedo que comenzaba a asomar.De repente, un arbusto se movió, y un
Después de soltar la épica frase “quiero el divorcio”, caminé hacia mi Corvette estacionado lejos de la pequeña multitud, con pasos firmes y rápidos. La oscuridad de la noche parecía querer tragarme, pero no me importaba. Mia me seguía en silencio, sus pasos tan apurados como los míos. —Lylah... —susurró, apenas audible. Me detuve frente a la puerta del copiloto, mientras ella caminaba hacia la del conductor. La miré sin emoción, las lágrimas aún secándose en mis mejillas como cicatrices mal disimuladas. —Es que… —murmuró, bajando la mirada al suelo como si las palabras pesaran demasiado. —Dilo de una vez. —Mi tono seco dejaba claro que no tenía paciencia para rodeos. —El auto no enciende… —confesó, con una mueca entre tristeza y vergüenza. Genial. Lo que faltaba. Rodé los ojos, limpiándome el rostro apresuradamente, como si la escena dramática de hace unos minutos hubiera sido un mal ensayo. —Tranquila, ahorita llamo para que nos manden otro. —Mia sacó su celular y empezó a es
Un pequeño calendario en la recepción captó mi atención. El lujo del lugar casi me cegaba; era como si estuviera dentro de un palacio. A pesar de llevar años viviendo rodeada de opulencia, mi corazón seguía arraigado a los viñedos de mi infancia. Allí, con mi abuela, aprendí que la tierra no necesita brillar para ser valiosa. El calendario marcaba la segunda semana del mes. Suspiré. Ya habían pasado dos semanas desde el incidente con Daylon. Dos semanas desde que le pedí el divorcio, desde que vi a Mia, desde que apareció ese tal Félix con su sonrisa enigmática. Nada había mejorado desde entonces. Bueno, mentira: mi paciencia para soportar silencios incómodos había subido de nivel. Y después de ese casi beso que le intenté dar a Daylon… Ugh. Recordar cómo me rechazó de forma tan evidente me revolvía el estómago. Desapareció como siempre, y yo volví a mi vida de trabajo, reproches y una soledad demasiado ruidosa en el apartamento. Miré la bastilla de mis shorts de pijama como si fue