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Capítulo Cinco: "La gala del beso"

Me miré al espejo y quedé sorprendida. El maquillaje era tan sutil que parecía no llevar nada, pero me veía... distinta, más refinada. Suspiré, cansada y un poco vencida tras más de ocho horas de arreglos interminables. Entre maquillaje, peinados y pruebas de vestidos, me preguntaba si valía la pena. Yo habría preferido comer tranquila, tomar una siesta y arreglarme por mi cuenta en 30 minutos. Mucho más eficiente.

Pero no. Según mi madre, esto era “necesario” para verme más atractiva. En realidad, era porque Sofía lo hacía.

El vestido negro que el estilista había elegido para mí era demasiado casual para el evento.

—La señora Evelyn eligió este vestido para usted —dijo el estilista, sonriendo orgulloso.

—No me lo pondré. Usaré este. —Le mostré un vestido negro largo, con un escote en la espalda que terminaba poco antes de la cadera. Por delante era completamente cerrado, ajustado hasta el cuello, lo que me hacía lucir estilizada y sofisticada. Caía hasta los talones, pero con tacones altos sería perfecto.

El estilista tragó saliva. —Creo que eso no será posible. La señora quiere que sus hijas lleven colores similares a los de ella, por el tema de las fotos y todo.

—No me preocupa, yo nunca salgo en las fotos familiares. Menos en eventos como este. —Le di la espalda, llevando mi vestido hacia el probador, lista para ponérmelo.

Mientras subía el vestido, reflexionaba. ¿Por qué debía asistir como representante de Min Wines y no simplemente como la hija del empresario más importante del mundo? Aunque, sinceramente, prefería mantener cierta distancia de ese título. Desde la muerte de mi abuela, apenas aparezco en fotos; lo único que importa es mi nombre. Muy diferente a Sofía, que disfruta de la atención pública.

Cuando me miré al espejo, no pude evitar sonreír. Me veía increíblemente bien. Qué lástima que nadie especial pudiera apreciarlo esta noche. Estas galas siempre eran iguales: aburridas y llenas de rostros que intentaban impresionarse unos a otros.

Eché un vistazo a mi celular: 6:55 p.m. Era hora de salir. Por supuesto, Daylon no vendría a buscarme. Nos veríamos directamente en la entrada, como siempre.

Salí del probador, recogí una pequeña bolsa negra de Louis Vuitton, y comprobé que mi celular y maquillaje estuvieran adentro. En la sala, los estilistas estaban guardando sus cosas. Samy me miró con admiración.

—Te ves preciosa. Suerte esta noche —dijo con una sonrisa.

—Gracias. —Intenté devolverle una sonrisa genuina antes de dirigirme al ascensor.

Uno de los choferes me esperaba. Me abrió la puerta del auto con un gesto cortés, mientras otro tomaba mi bolso para facilitarme subir. Una vez dentro, me lo devolvió y cerró la puerta con cuidado. Las ventanas blindadas subieron lentamente, aislándome del mundo exterior.

Durante el trayecto, mi celular vibró con un mensaje de mi madre:

"No quiero shows. Compórtate a la altura de la empresa y sigue las órdenes de tu esposo."

Rodé los ojos. Como si alguna vez hubiera armado un “show”. Mi modus operandi siempre era el mismo: sentarme en silencio, beber un poco de vino y esperar a que la noche terminara.

—Hemos llegado, señorita. El señor Pohl está en la entrada esperándola —anunció el chófer.

Inspiré profundamente. La puerta del auto se abrió, revelando un hombre elegante que extendió su mano para ayudarme a bajar. El aire frío de la noche me golpeó, y por un momento desee que el auto me hubiera llevado a comprar golosinas en lugar de aquí.

Miré alrededor. Gente vestida de manera impecable, con copas de vino en las manos, charlaba animadamente. A lo lejos, un enjambre de periodistas se apretaba detrás de micrófonos y cámaras, ansiosos por hacer preguntas.

Subí al pequeño estrado donde esperaban los periodistas. Las luces de los flashes me cegaron.

—¿Cómo va la empresa tras los rumores de quiebra? —preguntó alguien de HBZ, acercándome un micrófono con brusquedad.

—La empresa está completamente bien. No hay amenazas de las que preocuparse y estamos muy lejos de una quiebra —respondí, sin expresión.

—¿Es cierto que la unión con Pohl Holdings salvó a Min Wines? —preguntó un joven con gafas.

—Así es. La unión fue estratégica y muy exitosa —mentí con una sonrisa.

—Hay rumores de un casamiento entre ambas familias. ¿Es esto cierto? —preguntó una periodista que parecía más interesada en la chisme que en la verdad.

—No me compete hablar de la vida personal del señor Pohl —respondí firme, avanzando hacia la entrada principal.

Cuando finalmente crucé la puerta del evento, un suspiro de alivio escapó de mis labios. Pero antes de que pudiera procesar el lugar, alguien me tomó del brazo con fuerza.

—Llegas tarde —gruñó Daylon, sus cejas fruncidas en una expresión que mezclaba enojo y frustración.

—Pensé que era temprano —respondí con sarcasmo, forzando una sonrisa.

—No estoy para tus juegos de niña. Esta noche no debe haber rumores, especulaciones ni errores. Eres mi socia, ¿entendido? —dijo con un susurro helado que me hizo apretar los dientes.

Asentí, sintiendo mi cuerpo arder de ira. Quería gritarle, pero en lugar de eso, me saqué de su agarre y respiré hondo.

—Vayamos a saludar. —Su tono cambió y me ofreció su brazo, ahora más tranquilo. Lo tomé, dejando que la frialdad de su porte contrastara con mi sonrisa educada.

Nos acercamos a un par de organizadores que nos recibieron con sonrisas amplias.

—¡Señor Pohl! —dijo uno, extendiendo la mano entusiasta.

—Un placer estar aquí, señor Thomas —respondió Daylon con cortesía, estrechándosela.

—Ella es mi esposa, Anastasia.

—Encantada —respondí, estrechando la mano de la mujer.

—¿Ella es tu esposa? —preguntó Thomas, señalándome con asombro.

Antes de que Daylon pudiera responder, me adelanté:

—No, no. Soy su socia en Min Wines. —Sonreí, intentando sonar casual.

—Ah, ya veo. Pensé que finalmente habías traído a tu esposa.

—A ella no le gustan estos eventos. Siempre busco su comodidad. No quiero que se sienta presionada —dijo Daylon con una facilidad que casi me hizo creerle.

El señor Thomas sonrió. —Qué romántico. Parece que tu esposa es tu debilidad.

—Lo es. —La respuesta de Daylon fue un susurro cargado de significado, y en el instante en que sus ojos se encontraron con los míos, algo dentro de mí se desmoronó. Fue como si todo lo que intentaba mantener a raya se soltara de golpe, un nudo en el pecho que no pude ignorar. La intensidad de su mirada me hizo temblar, aunque intenté ocultarlo.

Aparté la vista, mis pensamientos hechos un caos.

"No lo vuelvas a hacer, Daylon. No mires así."

Me mordí el labio, intentando enfocar mi atención en otra cosa. Pero mientras lo veía continuar la conversación, un pensamiento fugaz cruzó mi mente:

"El pañuelo en la cocina... y ahora esto. Dios, Daylon, una más y te beso."

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