Un pequeño calendario en la recepción captó mi atención. El lujo del lugar casi me cegaba; era como si estuviera dentro de un palacio. A pesar de llevar años viviendo rodeada de opulencia, mi corazón seguía arraigado a los viñedos de mi infancia. Allí, con mi abuela, aprendí que la tierra no necesita brillar para ser valiosa. El calendario marcaba la segunda semana del mes. Suspiré. Ya habían pasado dos semanas desde el incidente con Daylon. Dos semanas desde que le pedí el divorcio, desde que vi a Mia, desde que apareció ese tal Félix con su sonrisa enigmática. Nada había mejorado desde entonces. Bueno, mentira: mi paciencia para soportar silencios incómodos había subido de nivel. Y después de ese casi beso que le intenté dar a Daylon… Ugh. Recordar cómo me rechazó de forma tan evidente me revolvía el estómago. Desapareció como siempre, y yo volví a mi vida de trabajo, reproches y una soledad demasiado ruidosa en el apartamento. Miré la bastilla de mis shorts de pijama como si fue
Mientras las preguntas invadían mi ser, Frank tomaba su café tranquilamente en silencio, como si hubiera notado mi sorpresa ante la situación anterior, movía nerviosa mis manos y la necesidad de escapar se volvió cada vez más. —¿Cómo está tu padre? —preguntó Frank de repente, rompiendo el hilo de mis pensamientos. Lo miré, confundida. —Bien, supongo… —respondí, aunque el tono de su pregunta no cuadraba con la conversación. —Debe ser difícil para ti, ¿no? —agregó, con una expresión que mezclaba simpatía y pesar. —¿Difícil qué? —mi voz salió en un susurro cargado de confusión. Frank soltó un suspiro y miró al suelo por un momento, como si estuviera reflexionando. —Ya sabes, su desaparición. Fue un golpe duro para Evelyn y, bueno, imagino que para ti también. ¿Qué? Mis ojos se llenaron de lágrimas. —¿Desaparición? ¿De quién hablas? Frank levantó la vista y me dio una sonrisa que parecía mezclar nostalgia con una especie de determinación. —Tu padre, por supuesto. J
Me removí en el cómodo sillón negro de la oficina de Daylon, aún medio dormida. El frío del aire acondicionado me hizo estremecer, recordándome que seguía en pijama. Abrí los ojos con pesadez y parpadeé un par de veces. No había ruido, pero el silencio no era tan reconfortante como esperaba.De golpe, me senté al recordar que no estaba en mi habitación. Miré a mi alrededor; la oficina de Daylon estaba impecable, como siempre, pero no había ni rastro de él. Me quedé un momento quieta, esperando que el mareo de levantarme tan rápido se disipara. Aún llevaba su saco sobre los hombros. Por un segundo, ese detalle me hizo sentir extrañamente cálida, pero enseguida lo descarté. No era el momento para sentimentalismos.Me puse de pie y me moví por la oficina, explorando el espacio como si fuera la primera vez que lo veía. Dejé el saco sobre el respaldo de su silla y me acerqué al escritorio. Las carpetas y papeles estaban perfectamente alineados, como si reflejaran la obsesión de Daylon por
Caminaba desesperada de un lado a otro en medio de la sala de mi apartamento, con mi mente enredada en el caos que Felix acababa de revelar. Mis pasos eran rápidos, erráticos, mientras trataba de juntar las piezas de todo. Al otro lado de la sala, Mia escribía frenéticamente en su computadora, haciendo que Félix repitiera partes clave, aunque cada palabra parecía arrancarle un gemido de dolor por la golpiza que había recibido.—¡Me estás mareando! ¡Siéntate ya! —dijo Mia, dejando sus anteojos sobre la mesa y mirándome con severidad.Me dejé caer en el sillón, luchando por calmar mi respiración.—A ver… Déjame entenderlo bien… —Dibujé un esquema imaginario con mis manos, intentando darle forma al torbellino en mi cabeza—. Me estás diciendo que mi madre y Sofía tienen un plan para deshacer este matrimonio falso, pero que no tuvieron nada que ver con el contrato inicial. Eso fue cosa de mi padre y el padre de Daylon.Félix asintió.—Y según esto, si el contrato se rompe, Sofía tiene la i
Tras un silencio pesado en la sala, roto solo por el suave tecleo de Mia en su laptop, el aire parecía cargado. Ella, absorta, escribía frenéticamente todo lo que acabábamos de discutir, como si el acto de registrar cada detalle pudiera darnos alguna ventaja.Había demasiadas preguntas que aún no tenían respuesta.¿Por qué Felix estaba tan alterado la primera vez que nos vimos? ¿Cuándo se enteró de mi matrimonio falso con Daylon? ¿Qué tenía contra mí? ¿Y mi abuela...? ¿Acaso nunca lo fue? James, Sofía, Any y Karl... ¿Por qué mintieron sobre Daylon y Sofía? ¿Félix estaba detrás de todo esto? ¿Cómo sabía siempre dónde estaría? ¿Y Frank?Las preguntas se acumulaban en mi cabeza como una tormenta, cada una golpeando más fuerte que la anterior. Mi mente, al borde del colapso, solo podía aferrarse a un pensamiento: necesitaba respuestas. Pero ahora, lo único que sentía era un enojo visceral, incontrolable.De repente, el sonido del código de la puerta resonó en la sala.—¡Mierda! Es Daylon
El silencio en el auto era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Daylon apretaba el volante con tanta fuerza que pensé que en cualquier momento lo iba a arrancar. Después de 45 minutos de viaje, su expresión seguía igual de sombría, como si aquella llamada le hubiera volado los pensamientos.Aparcó en el estacionamiento con un giro brusco, respiró hondo y salió del auto. Rodeó el vehículo con pasos firmes y abrió mi puerta.—Gracias —murmuré mientras bajaba.Mia también salió y le dedicó una sonrisa educada. Nos adelantamos hacia la entrada, donde mis padres recibían a cada invitado con una sonrisa que, a mis ojos, siempre se veía demasiado ensayada.Daylon me alcanzó en pocos pasos, y lo primero que hice fue quitarme su saco. No iba a arruinar mi vestido con semejante atentado a la moda.—Dámelo adentro —susurró con seriedad.Rodé los ojos, pero tomé su mano con cuidado. Mis padres ya nos miraban, así que no quedaba otra opción.—¡Hijos míos! —exclamó mi madre con su tono ens
Una melodía comenzó a sonar en violín. ¿Era necesario tanto romanticismo en medio del caos mental que estaba viviendo? Honestamente, parecía una escena de película donde en cualquier momento alguien se declararía. O moriría.—Vamos al baño —susurró Mia en mi oído.Asentí y me levanté del asiento. Daylon me lanzó una de esas miradas suyas, entre curiosidad y sospecha.—Iré al baño —dije, como si necesitara permiso. Él solo me miró en comprensión, aunque su ceño fruncido decía otra cosa.Mia y yo nos adentramos en la mansión, recorriendo el enorme pasillo hasta llegar al baño.—Se ven lindos juntos —comentó Mia de repente, mirándome fijamente.—Basta, Mia. No me metas más ideas en la cabeza —suspiré, mirándome en el espejo.—¿Te gusta? —sonrió con diversión.—No —respondí automáticamente.—Si tú lo dices… —se retocó el cabello con una sonrisita sospechosa.—Pues debería —interrumpió una voz desconocida.De golpe, la puerta de un cubículo se abrió.—¡AAAAAH! —Mia y yo gritamos al unísono
Sentía sus labios moverse con más seguridad, como si el tiempo se hubiera detenido y lo único que existiera fuera este beso. El sonido húmedo y rítmico de nuestros labios se mezclaba con la sensación de sus manos firmes en mi cintura, acercándonos más, como si intentara tatuar en mi piel la idea de que esto estaba pasando de verdad. Mis brazos ya estaban aferrados a su cuello, y aunque el aire se me estaba agotando, no quería separarme. Pero mi cuerpo no pensaba lo mismo. Me aparté un instante, jadeando. —Pero dijiste que no íbamos a cruzar esta línea —murmuré, mis labios aún rozando los suyos, con una sonrisa burlona. Él apenas se alejó. —Cállate, no lo arruines. — Y sin darme tiempo a responder, me volvió a besar. Su forma de besar era desesperante... pero deliciosamente desesperante. Tenía ese ritmo controlado, lento pero intenso, que contrastaba con mi urgencia. Cada vez que intentaba apresurarlo, él bajaba la velocidad con precisión, jugando con mi impaciencia. Su lengua rec