Inicio / Romance / Fingir hasta que funcione / Capítulo tres: Rutinas Silenciosas
Capítulo tres: Rutinas Silenciosas

Desde hace un año y medio, mi vida ha sido un ciclo predecible. Entre manejar los asuntos de Min Wines y soportar el vacío de este apartamento, he aprendido a existir sin esperar nada. La rutina me mantiene ocupada y, sobre todo, me distrae. Pero cada vez que cruzo esta puerta, el peso de lo absurdo vuelve a caer sobre mí.

Desde que me dieron el puesto de supervisar proveedores y hablar con ellos prácticamente no hago más que eso. Mi padre decidió que era el puesto perfecto para mí.

Mi falso matrimonio se basa en en público, somos solo rumores. El matrimonio privado entre nuestras familias fue un escándalo contenido; nadie sabe más que lo básico: "Unimos fuerzas para el bien de las empresas". Eso es todo lo que hemos permitido que el mundo vea. Y en las galas y reuniones donde debemos aparecer juntos, no somos más que embajadores de una alianza empresarial. Nada más.

Ojalá fuera tan sencillo como para no tener que vivir con él pero mi abuelo debe creer que tengo un matrimonio, sino, la herencia que tanto desean mis papás no se las dará si se entera que es falso.

Aunque agradezco que la única vez que tengo que fingir que tengo un matrimonio es solo cuando hay reuniones familiares o viajes, los demás días es todo más tranquilo.

Hoy, como siempre, el apartamento está vacío. Daylon no está aquí, y, por supuesto, tampoco lo espero. Se supone que vivimos juntos, pero nuestras vidas apenas se cruzan. Por mí, está perfecto.

Dejo mi bolso sobre el sofá y me saco los tacones. Enciendo la luz de la cocina, solo para descubrir que la despensa está tan vacía como el resto del lugar. "Genial", pienso. Ni siquiera el asistente que Daylon contrató se molesta en reabastecer este espacio.

Mientras caliento un poco de agua para té, mi mente divaga hacia el inicio de esta farsa. En los días posteriores a la boda, intenté ser... razonable. Supuse que, ya que estábamos en esto juntos, al menos podríamos llevarnos bien.

Flashback: Dos semanas después de la boda

Era una noche tranquila. Había decidido que una cena en casa podría aliviar un poco la tensión. Cociné algo sencillo pero delicioso: pasta casera con salsa de tomate, ensalada y un vino tinto de Min Wines. No esperaba milagros, pero al menos quería que pudiéramos hablar como dos personas normales atrapadas en una situación anormal.

Daylon llegó puntual, como siempre. Su presencia llenaba el lugar con esa energía fría e impenetrable que parecía parte de su personalidad.

—¿Qué es todo esto? —preguntó, mirando la mesa cuidadosamente arreglada con una mezcla de curiosidad y sospecha.

—Es una cena. Pensé que podríamos... no sé, intentar ser menos incómodos el uno con el otro.

Se quedó en silencio, observando la mesa y luego a mí. Finalmente se sentó, pero no tocó la comida.

—Aprecio el gesto, pero creo que estás confundida.

Mi sonrisa se congeló.

—¿Confundida?

Él entrelazó las manos sobre la mesa, su postura impecable como siempre.

—No somos amigos, Lylah. Esto es un contrato, nada más. Fingimos en público porque es lo que se espera de nosotros, pero no necesito que hagas esfuerzos para que esto sea... agradable.

—¿Perdón? —pregunté, sintiendo cómo mi paciencia se desmoronaba.

—Esto no es personal. Simplemente creo que mientras más límites tengamos, más fácil será para ambos.

No pude evitar reír, una risa seca y sarcástica que salió sin permiso.

—Entonces, ¿ni siquiera intentaremos llevarnos bien? ¿Solo vamos a ignorarnos?

Daylon se encogió de hombros, con esa indiferencia calculada que parecía ser su marca personal.

—Exactamente.

Esa fue la última vez que intenté algo con él. A partir de ese momento, adopté su misma actitud fría. Si él quería límites, yo los acepté. Y desde entonces, nuestras interacciones se han reducido a lo estrictamente necesario.

Presente: Un año y medio después

El sonido de la puerta abriéndose me arranca de mis pensamientos. Daylon entra, impecable como siempre, con un portafolio en una mano y su teléfono en la otra. No me mira, ni siquiera parece notar mi presencia.

—Hola —digo por cortesía, aunque en realidad no espero una respuesta.

—Hola —responde, su tono cortante pero no necesariamente grosero. Solo seco.

Lo observo mientras deja sus cosas en la mesa del comedor y se quita el saco. Su rutina es tan mecánica como la mía. No cruzamos palabras más allá de lo estrictamente necesario, pero es un alivio. Fingir ser una pareja feliz en eventos familiares ya es suficientemente agotador; no necesito seguir actuando aquí.

—¿Tienes alguna reunión esta semana? —pregunta de repente, sin mirarme. Está revisando unos papeles, como siempre.

—Una con los proveedores el miércoles. ¿Por qué?

—Debemos asistir juntos a la gala de beneficencia el viernes. —Lo dice como si estuviera notificando la hora de llegada de un paquete.

—Perfecto —respondo, tan fría como él. No hay emoción en mi voz, porque no la siento.

El silencio vuelve a caer entre nosotros, y aprovecho para levantarme y dirigirme a mi habitación. No tengo interés en prolongar esta interacción. Pero antes de que cruce la puerta, su voz me detiene.

—Asegúrate de estar lista a las siete. No me gusta esperar.

—Tampoco a mí. —Mi tono es igual de seco, aunque me aseguro de sonreír de forma sarcástica antes de desaparecer detrás de la puerta.

Las habitaciones grandes siempre me abruman, y aunque este lugar era un apartamento, bien podría pasar por una mansión en miniatura. Las luces tenues, perfectamente posicionadas en cada rincón, y la decoración minimalista en tonos blancos hacían que todo pareciera aún más vasto. El piso de mármol brillaba tanto que podía verme reflejada en él. Era irónico, ¿no? Un lugar tan perfecto que se sentía vacío.

Mi habitación, sin embargo, era un refugio sencillo dentro de tanto exceso. Seguía el mismo estilo: paredes blancas, muebles modernos y una cama enorme que parecía diseñada para recordarme lo sola que estaba. Las almohadas perfectamente alineadas y el pequeño mueble junto a la cama completaban la imagen de una habitación de hotel de cinco estrellas.

Pero el baño... ese era otro nivel. Más que un baño, parecía una galería de arte: espejos gigantescos con bordes bañados en oro, grifería que brillaba como si nunca hubiera sido tocada, y un diseño tan lujoso que me daba ganas de quedarme ahí para siempre. Era mi lugar favorito en el apartamento. Allí no había espacio para el silencio incómodo ni para los pensamientos que me perseguían. Solo estaba yo y mi reflejo.

Tras una ducha larga, más para despejar mi mente que para limpiarme, salí con el cabello húmedo y envuelta en una toalla. Pensar en cómo mi vida había cambiado se había vuelto un hábito agotador. Mi mente siempre regresaba al mismo punto: cómo todo esto había empezado y cómo no parecía haber un final a la vista.

Aunque, si era honesta conmigo misma, a veces me sorprendía pensando que quizás no era tan malo. Casarme con alguien como Daylon tenía sus ventajas... ¿no?

Él era, después de todo, todo un cliché andante: guapo, atractivo, con un porte que hacía que la gente se detuviera a mirarlo. A sus treinta años, parecía más joven, pero tenía esa mezcla perfecta de madurez y confianza que atrapaba a cualquier mujer. Caballeroso, educado, impecable... un material de esposo perfecto.

Claro, excepto conmigo.

Me puse mi pijama de Chanel, fina y cómoda, perfecta para encajar en este escenario de película de lujo. Me dejé caer en la cama con sus sábanas blancas impecables, acomodando mi cabeza en una almohada que parecía hecha de nubes. Me arropé, esperando que el frío no se colara entre las rendijas de mi pensamiento.

El techo blanco, liso y vasto, se convirtió en mi nueva obsesión. Mis ojos seguían su superficie mientras mi mente divagaba.

A veces me pregunto si esto terminará pronto. Si algún día podré volver a mi vida real.

Pero luego recuerdo la verdad.

Esta es mi vida real.

Y es agotador.

El sonido del celular me arrancó del sueño. Abrí los ojos lentamente, entrecerrándolos por la luz que reflejaba en las paredes blancas. Frustrada por el despertar tan abrupto, alargué la mano hasta el pequeño mueble al lado de mi cama y, sin mirar, tomé el teléfono.

¿Quién puede ser a esta hora? pensé, mientras apartaba el cabello de mi rostro con movimientos torpes.

7:00 a.m. Demasiado temprano como para que mis ojos quisieran cooperar y mantenerse abiertos.

Abrí la pantalla y lo que vi me hizo quedarme helada.

189 llamadas perdidas de "Mamá".

Fruncí el ceño. Mi madre nunca era tan insistente. A lo mucho, enviaba mensajes breves para preguntar cómo iba todo. Mi padre igual. Esto era raro, muy raro.

El celular volvió a sonar, esta vez con un tono insistente que me taladró los oídos. Llamada entrante: "Mamá".

Solté un suspiro, más preocupada que molesta, antes de deslizar el dedo para contestar. Algo había pasado, lo presentía.

—¿Se puede saber por qué no atiendes el celular? ¡Es urgente, niña! —La voz alterada de mi madre me sacó de mi letargo como un balde de agua fría.

—Hola, mamá. Estoy bien, gracias. ¿Y tú? —respondí con un tono seco, intentando mantenerme tranquila.

—¡Escúchame bien! Tenemos problemas. Estamos en problemas.

—¿Ah, sí? —dije, suspirando, aunque un ligero nerviosismo comenzaba a filtrarse en mi voz.

—Anoche intentaron secuestrar a tu padre.

La noticia me golpeó como una bofetada.

—¿¡Qué!? ¿Está bien? ¿Qué pasó? ¡Voy para allá ahora mismo! —Mi corazón comenzó a latir con fuerza, y un sudor frío se apoderó de mis manos. Sentí un vacío profundo en el estómago, como si hubiera caído al abismo.

—Él está bien, Lylah. Pero lo importante aquí es que... —hizo una pausa que me erizó la piel— nos han negado la mitad de la herencia.

—¿Qué?

—¡Sí! Tu abuela dejó estipulado que la otra mitad le pertenece a tu hijo.

¿Mi hijo? Parpadeé varias veces, intentando procesar lo que acababa de decir.

—¿Perdón? ¿Eso es lo importante ahora? ¿Mi papá casi es secuestrado y lo único que te preocupa es la herencia? —dije, alzando la voz, incrédula.

—¡Claro que es importante! —espetó ella—. La empresa está al borde de la quiebra, Lylah. ¡Y tu esposo tampoco está ayudando mucho con su parte!

—¿Disculpa? —Me levanté de la cama de un salto, con el teléfono todavía en altavoz—. ¿La empresa? ¿Eso es lo que importa? ¿No mi padre, no nuestra seguridad, sino cuánto dinero puedes conseguir?

—¡Por supuesto! ¿O crees que vivirás de aire? Es descortés que solo nos dejen la mitad cuando tú podrías...

—¡Descortés es mentirle a mi abuelo para intentar robar lo que no nos corresponde! —La rabia subió por mi garganta como fuego.

—Pues apúrate a darle un nieto y problema resuelto.

Me quedé en silencio, sin saber si reír o llorar. Finalmente, solté con la voz entrecortada:

—¿Sabes qué? Ya he tenido suficiente de esto. No voy a tener un hijo solo para cumplir tus expectativas.

—Por eso nunca le vas a gustar a nadie, Lylah. Siempre tan terca, tan egoísta. ¡Una decepción como siempre!

Sus palabras me atravesaron como un cuchillo. Las lágrimas comenzaron a correr antes de que pudiera controlarlas.

—Tengo que ir a trabajar. Adiós. —Colgué antes de que pudiera responder.

Las lágrimas no se detuvieron. Salí de la cama y caminé hacia la cocina, intentando recuperar el aliento. Todo en mi cabeza giraba: las palabras de mi madre, el peligro al que se había enfrentado mi padre, la absurda obsesión por la herencia.

Mientras llenaba un vaso con agua, sentí que alguien me miraba.

—¿Estás bien? —Una voz profunda e imponente rompió el silencio.

Volteé y vi a Daylon, sentado en el sillón de la sala. Llevaba pantalones de pijama y una camiseta negra ajustada que destacaba sus brazos tonificados.

—S-sí —dije, aunque mi voz sonó temblorosa.

No hizo preguntas. Se levantó, apagó el televisor y caminó hacia mí. De su bolsillo sacó un pañuelo, que me ofreció sin decir una palabra.

Lo tomé, apretándolo entre mis manos mientras intentaba secarme las lágrimas.

—Gracias.

—No te lo di para que te calmes. Si necesitas llorar, hazlo. Llora desconsoladamente si es lo que te hace falta.

Sus palabras, tan simples, se sintieron como un abrazo. Y lo hice. Me derrumbé, cubriendo mi rostro con el pañuelo mientras sollozaba sin control.

sentí su mirada sobre mí.

—Lloras tierno. —Su comentario inesperado vino acompañado de una ligera sonrisa, la primera que le había visto.

Era extrañamente atractivo, pero no dije nada. Simplemente lo observé en silencio.

—Debo ir a trabajar. Descansa un poco, supongo. —Se enderezó y regresó a su habitación.

Lo vi desaparecer y luego miré el pañuelo en mis manos. ¿Qué demonios acaba de pasar?

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP