Falso Amor Del Italiano
Falso Amor Del Italiano
Por: Kleo M. Soto
EPÍGRAFE

LYNETTE

—¿Estás segura de qué no vas a tener mayor problema con pagar todo el dinero que le pediste prestado a tu jefe? 

La pregunta de mi madre me saca de mi ensimismamiento, si ella supiera lo que realmente está pasando, le da un infarto, por lo mismo, estos ocho y casi nueve meses, me he alejado de ella, al menos físicamente, porque seguimos manteniendo buena comunicación mediante llamadas y mensajes de texto. 

Le he hecho pasar dinero para que pague por sus estudios, procurando hablar con el doctor a distancia, para que me diga qué tal va mi madre. Admito que los pronósticos no pintan bien, aunque no pierdo la esperanza de que pronto exista un donante cercano, hemos esperado tanto en la lista, que conforme avanzamos, siento que vamos tocando un pedazo de cielo. 

—No te preocupes, todo va bien —miento, sintiendo como el remordimiento me golpea el rostro como una bofetada invisible. 

Mi madre guarda silencio, después de un par de segundos, escucho que suelta su suspiro lleno de exasperación por no poder ayudarme con los gastos. 

—Siento ser una carga para ti —dice. 

—No lo eres. 

—Escucha, cariño, sé que…

De pronto dejo de escuchar lo que me tiene que decir, una fuerte punzada en el estómago me deja muda, toco mi redondo vientre y respiro hondo, no sé si es niña o niño, ya que una de las cláusulas del contrato que firmé con Alan Soto, establecía que no tenía el derecho de saber el sexo del bebé, no soy idiota, sé lo qué conlleva tener un embarazo subrogado, aún, así, solo me hubiera gustado saber si es niño. 

—¿Me estás escuchando, Lynette? —insiste mi madre con su típico tono de voz chillón. 

—Sí, mamá, tengo que colgar —me apresuro a decir. 

Sin darle tiempo de poner como excusa el que ya casi no nos vemos. 

—Pero… 

No espero, en cuanto cuelgo, un fuerte gemido cargado de dolor, se desliza por mis labios, cierro las manos en dos perfectos puños, tengo miedo, no tengo a nadie a mi lado que me oriente o que trate de convencerme de que todo estará bien, nada, estoy sola en esto, reviso mentalmente las semanas, las contracciones con más fuertes y consecutivas. 

—Joder —susurro con impaciencia. 

Sin perder más tiempo, saco de mi bolso el celular, con manos temblorosas y la boca seca, marco el número de Alan Soto, no responde, llamo a su abogado; Fabricio Curtin, quien me responde de inmediato. 

—Lynette. 

—¡Ya va a nacer! —exclamo justo cuando el dolor se intensifica. 

—Sabes qué hacer, te veo en el hospital, trataré de llegar a tiempo. 

—¿No estás aquí? —realizo una mueca. 

—No, salí por un asunto de un cliente, me temo que llegaré en dos horas. 

Eso no ayuda mucho, él no sabe el dolor por el que estoy atravesando, y tampoco es que pretenda que todo el tiempo pretenda que me ve como un ser humano y no como una incubadora de bebés. 

—Está bien —susurro. 

—Tranquila, me comunicaré con el hospital para que te atiendan bien. 

Y diciendo esto, me cuelga, no es tiempo de llorar o esconderme como si fuera una niña pequeña, por ello, agarro la maleta que ya había preparado con anticipación hace tres semanas, y salgo de la habitación, como puedo bajo los peldaños de las escaleras con sumo cuidado, hasta que al momento de pisar el último escalón de mármol blanco, siento que algo se rompe dentro de mí. 

Desciendo la mirada y me encuentro con un charco de agua, la fuente se me ha roto, mi andar es como el de los patos, para cuando salgo, tomo un taxi que no tarda en llevarme al hospital, pago y solo puedo recordar la cara de susto que se ancló en su rostro. 

Me llevan a una habitación donde me preparan hasta que sin poderlo evitar, una vez estando dentro de la sala de partos, la doctora que está a cargo, me dice que tengo la suficiente dilatación, y que llego el momento de pujar. 

—Vamos, tú puedes —me alienta. 

Al momento de hacerlo, siento que me parto en dos, esto no son chispas de dolor, no, es más bien una corriente eléctrica que te recorre todo el cuerpo, recorriendo por tu espina dorsal, las lágrimas se me acumulan en los ojos, pujo con todas mis fuerzas, aferrándome a las sabanas de la camilla. 

He planeado tanto esto, el dolor no se compara ni poco, con el miedo que me ahoga y hace que de un momento a otro me atragante con la misma bocanada de aire que tomo,

—¡Esto va mal! —grita la doctora de pronto. 

Ella dice que el parto no va avanzando, el pitido de una de las máquinas me pone en alerta. 

—No va a poder ser por parto natural —exclama una enfermera ayudante. 

—¡No quiero cesárea! —arguyo con miedo—. ¡Tiene que ser un parto natural! 

Esa era otra cuestión parte del contrato, por ello, Alan se aseguró de que yo tuviera todo lo necesario para que así sea.

Esta vez es terror lo que corre por mis venas. Presa de un nuevo pánico, me remuevo inquieta, las lágrimas brotan a mares de mis ojos, empapando y dejando todo un reguero por mis mejillas, grito desesperada al tiempo que los dolores me vuelven a atacar, esta vez con más furia que antes. 

Agarro las sabanas con fuerza descomunal, inhalando y exhalando, no espero a sus instrucciones, el corazón está a nada de salirse de mi pecho.

—Nosotros no podemos decidir, es la naturaleza —niega la doctora. 

—Una vez más, por favor —sollozo con el alma cayendo al suelo.

La doctora y la enfermera cruzan una mirada y asienten, me dan un par de instrucciones, pujo una, dos, tres veces, hasta que la doctora me dice que ha visto la cabeza, sigo pujando hasta que el llanto del bebé inunda toda la sala. 

—¡Lo has hecho bien! —me dice la doctora—. Es…

No la escucho, los oídos me retumban, mi respiración se acelera, estoy tan agotada, que solo veo lo que sucede como si fueran imágenes borrosas del pasado. La doctora parece decirle algo a la enfermera, no escucho nada, no entiendo qué es lo que pasa, pero de lo que si me doy cuenta, es que en un descuido, por su parte, y en menos de tres segundos, al tiempo que ellas intercambian palabras. 

Se acerca otra enfermera, una que las estaba asistiendo, saca una jeringa y me inyecta algo, intento preguntarle qué es, no puedo, porque enseguida, siento que mi cuerpo se adormece, todo se vuelve oscuro a mi alrededor, y me hundo en un profundo sueño sin saber de nada más. 

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