LYNETTE
Un destello de emociones atacan mi vientre, me congelo al instante en el que aquel hombre de cabello castaño, con destellos rubios y ojos verdes, me dice aquellas palabras, por un segundo tardo en reaccionar, le miro, estoy segura de que es el mismo hombre que nos metió a mi bebé y a mí, en el baño del avión, cuando esos matones me atacaron, aún tengo la mejilla roja por la bofetada que recibí.
—Gracias —logro articular.
Noto que relaja el cuerpo, es como si hubiera estado a la defensiva, pero se ha dado cuenta de algo, cuando dirijo mi mirada en dirección de lo que atrapa la suya, me doy cuenta de que es hacia mi bebé. Lo que me hace apretujarlo contra mi pecho.
—Se han equivocado de equipaje —habla sin darme tiempo de decirle lo mismo.
—Sí.
—Lynette Finn —dice mi nombre con un grosor en su voz que me eriza la piel, aunque su mirada permanece apacible.
—Necesitamos hablar, ¿puedo pasar un momento? —inquiere con cautela.
Mi primer instinto de supervivencia es decirle que no, ya que lo conozco, sin embargo, sus ojos denotan una mirada rotunda, por lo que asiento lento, haciéndome a un lado para que pueda pasar.
—Seré claro contigo…
Sus palabras, como su voz, se ven suspendidas debido al sonoro y casi irritante timbre de su celular, el cual, por más intentos que haga de ignorarlo, termina tensando la mandíbula de una manera dolorosa y atiende, alejándose un par de metros de nosotros.
En mis brazos, Malek se remueve inquieto, el tipo se encuentra a espaldas, con la mirada fija en algún punto a las afueras cuando se asoma por la ventana con permisividad. Mi cerebro comienza a maquinar todas las maneras en las que esto no se siente bien, así que opto por la que me parece más impulsiva, aunque me mantiene a salvo.
Agarro mis cosas con sumo cuidado de no hacer ruido, y salgo de la habitación del hotel, camino a toda prisa hasta girar a mi izquierda, yendo por un corredor más angosto, los nervios no me permiten pensar con claridad, el miedo corre por mis venas, mezclado con un disparo de adrenalina. Localizo el elevador, presiono el botón varias veces, hasta que la voz de aquel hombre llama mi atención y me hace dar un respingo.
—¡Lynette! —exclama con ojos embravecidos.
Insisto hasta que las puertas se abren, lo sabía, ese tipo debe estar demente, además, puede ser un hombre mandado por el padre de mis hijos, lo que hace que tanto las piernas como las manos, me tiemblen hasta el punto de llegar a ser como gelatinas.
—¡Detente!
Presiono de nueva cuenta el botón, aumenta la velocidad, pero las puertas se cierran en sus narices, alcanzando a escuchar solo una maldición. Malek, comienza a llorar y lo tengo que arrullar, es un bebé tranquilo, sin embargo, es como si la voz de aquel hombre lo hubiese alterado.
—Estaremos bien, mamá, no dejará que nada malo te pase —le susurro suavizando el tono de mi voz, y dándole un pequeño beso en la coronilla.
Llegando al primer piso, salgo disparada hacia la salida, estoy llegando, esquivando a los huéspedes que van subiendo a sus respectivas habitaciones, cuando tiran de mi brazo con demasiada fuerza, me cubren la boca y me llevan hasta detrás de uno de los muros que separan la recepción, de la zona de descanso.
—No hagas ruido —me dicen al oído.
El mismo hombre me tiene envuelta entre sus brazos, su fuerza es tanta, que es como si intentara protegernos de algo, como si nos conociera. Me remuevo inquieta.
—Observa —dice.
Levanto la mirada y me asomo un poco con su ayuda, notando que cinco hombres vestidos de traje negro y corbata roja, pero eso no es lo que me llama la atención y hace que el ácido estomacal se me suba por la garganta, sino, el hecho de que vayan armados. Abrazo con más fuerza a mi hijo, quien inevitablemente comienza a llorar.
Cosa que delata a los hombres, se detienen e intentan localizar la dirección del sonido del llanto.
—Joder —dice a mis espaldas el hombre.
Me sostiene con fuerza del brazo, hay demasiada gente, lo que nos ayuda a escabullirnos hasta que me pide que comience a correr, provocando que la maleta se me resbale de las manos.
—¡Andando!
No entiendo nada, no obstante, corro por supervivencia y porque claramente esos hombres son enviados por el padre de mis hijos, llegamos a la salida, donde nos dirigimos a un auto oscuro, blindado, nos subimos y enseguida arranca, varios impactos de bala chocan contra nosotros, grito y mi bebé comienza a llorar a todo pulmón. El hombre pisa el acelerador de manera que nos vamos alejando, el corazón me late con frenesí, me siento como en una película de terror.
El tipo sigue manejando hasta que comienza a descender la velocidad, arrullo a mi bebé, poco a poco se queda quieto pero despierto.
—¿Está bien? —me pregunta de la nada.
—¿Qué? —abro los ojos como platos.
—El bebé, ¿se encuentra bien? —aprieta el volante con demasiada fuerza.
—Sí —respondo con cautela.
Omito la intención de preguntarle si viene de parte del padre de mis hijos, nos salvó, así que eso queda descartado.
—¿A dónde vamos? —estoy temblando y un escalofrío recorre mi espina dorsal.
No me responde, parece inmerso en sus propios pensamientos, intento buscar mi móvil para llamar a Daniela, no lo encuentro y comienzo a ponerme más nerviosa, la respiración me falta, necesito un respiro.
—¿Puedes detener el auto? —sueno abatida.
—No —se limita a responder.
—Por favor, en verdad lo necesito —mi ansiedad acelera mis palpitaciones.
Él me mira de soslayo por un segundo, parece pensárselo hasta que sale del carril principal para orillarse, apagando el motor del auto. No dudo en abrir la puerta, salir y comenzar a respirar con profundidad. Desde que comenzó todo esto, he tenido algunos ataques de pánico, en donde las piernas y los brazos me hormiguean, y la falta de aire hace que mi sistema de vaya por el acantilado.
—¿Qué te sucede? —pregunta el hombre saliendo del auto.
No puedo responderle, solo me alejo un par de metros, Malek comienza a llorar de nuevo, por lo que lo mal de la situación, lo que acaba de pasar, estar en la nada con un extraño que sabe mi nombre y que nos ha salvado, ahora con el llanto de mi hijo, no ayudan en nada, estoy a punto de romper en llanto junto con él, por cuestionarme si podré protegerlo del peligro, cuando un par de brazos me lo arrebata.
—Tranquila, yo me hago cargo —dice el mismo hombre.
Me quedo en blanco cuando noto que al momento de cargarlo se queda callado mi bebé, solo hace un par de sonidos con sus labios. Detallo la escena y algo se remueve en mi pecho. Él lo mira como si fuera la más hermosa creación del universo entero, lo ve como yo lo miro.
—Eres fuerte —le susurra a mi bebé—. Eres idéntico a tu hermano.
Me giro lentamente y le miro, procesando lo que acaba de decir.
—¿Cómo sabes? —mi voz tiende de un hilo.
Intento ir por mi hijo, no obstante, él da un paso atrás y sus ojos se oscurecen.
—¡Responde! —exclamo presa del pánico—. Dame a mi bebé, por favor.
El ansia de que Malek esté de nuevo entre mis brazos, hace que me vaya sobre él y le arrebate a mi hijo de sus brazos.
—No es el lugar adecuado para hablar.
—¡No pienso ir a ningún lado con usted! —ahora soy yo quien comienza a retroceder.
Quiero que me deje en paz, quiero poner a salvo a mi bebé, y estoy a nada de volver a salir corriendo, sin embargo, el hombre relaja los hombros y mete ambas manos en los bolsillos de sus pantalones.
—Tengo que poner a salvo al bebé —sus ojos adquieren un color sombrío.
—¿Por qué lo harías? ¿Quién eres?
Se queda callado y en menos de un pestañeo, merma el espacio que nos separa y me devuelve al auto por la fuerza.
—¡No quiero, suélteme! —bramo destilando rabia e incertidumbre.
En cuanto me mete, pone los seguros y arranca el auto, rápido, y por seguridad, me coloco el cinturón de seguridad, reviso que mi hijo esté bien, parece estar tan absorto en su propio mundo, que cuando sus ojos verdes se anclan en los míos, al tiempo que balbucea, el aire se me corta y todo el mundo desaparece, solo somos los dos.
—¿Por qué me haces esto? —le pregunto al hombre—. Ni siquiera sé quién eres.
Silencio.
Me remuevo inquieta sobre el asiento, dándome cuenta de que se trata de uno de esos carros demasiado costosos. El tiempo pasa y mientras más nos alejamos de la zona del hotel, más comienza a darme pánico, cuando por fin aparca, admiro que se trata de una casona al estilo gótico, cubierta con paredes de mármol blanco y algunas gárgolas por los costados de la propiedad, dándole un aire aún más funesto.
—Bajemos —sisea por lo bajo.
No tengo más opciones, aunque corriera, esta es una de esas zonas en las que los vecinos se encuentran a miles de kilómetros, con manos temblorosas, cuidando y aferrándome a lo que más amo, bajo de coche, el atardecer comienza a descender hasta que le sigo a la entrada, una vez dentro, las puertas se cierran con un estruendo que hace que mi bebé despierte y quiera llorar.
—Señorita Lynette Finn.
Volteo hacia atrás al reconocer la voz de aquel hombre, comprobando que se trata de Fabricio Curtín, el abogado de Alan Soto, el padre de mis hijos.
—¿Qué hace usted aquí? —frunzo el ceño—. ¿Alan está aquí también?
No creí que sintiera tanto temor al pronunciar ese nombre, mis ojos de pronto se llenan de lágrimas y la barbilla como la voz me tiemblan.
—¿Quiere matar a mi bebé? No lo haga, por favor, no le deje hacerlo, nació débil, pero se está recuperando, los doctores dijeron que estaba sano, no le falta nada —el aliento se me atasca con el contacto de la mano del hombre que me trajo, al intentar tirar de mi brazo.
—¿Crees que Alan Soto, el padre de tus hijos, intentó matarlo? —me estudia receloso.
—Sí —musito.
—Se equivoca —habla el abogado, cruzando una mirada extraña con el desconocido—. Alan Soto solo es un seudónimo que usó el verdadero padre de los gemelos, como protección. Él no sabía que habían sido gemelos, fue un error mío y de la enfermera en turno, de cualquier forma, es cierto que los bebés corren grave peligro, pero ahora que están aquí, en Italia, cerca de su padre, todo estará bien.
Intento llevar bien y procesar cada una de las palabras que me han dicho, si Alan Soto no existe como tal…
—¿Quién es el padre de mis hijos entonces? —arguyo.
Ambos hombres vuelven a hacer contacto visual, entonces, el hombre que me trajo a la fuerza, de dos zancadas firmes, se acerca hasta mí, me pierdo en sus ojos verdes, los mismos de…
—Mi nombre es Brent White, soy el verdadero padre de los gemelos —una sonrisa juguetona curva sus labios—. Y vengo a proponerte otro contrato, esta vez con el triple de ganancia de lo que te pagué por tener a mis hijos.
Retrocedo hasta que mi espalda golpea la pared, trago grueso y miro de hito en hito, sintiéndome débil ante estos dos hombres que tienen pinta de ser monstruos.
—¿Qué clase de trato? —logro articular.
Entonces el señor Brent, borra todo atisbo de sonrisa de su rostro, y responde a lo que ha sido la cosa más loca e irreal que he escuchado que alguien me diga.
—Cásate conmigo.
LYNETTE —Uno de los grandes beneficios que tendrás, es que podrás estar cerca de los gemelos —finaliza con simpleza. Me congelo cuando Brent me cuenta sus planes, se quiere casar conmigo porque no está dispuesto a hacer lo que su padre le demanda, no me habla mucho de su empresa familiar, tampoco sobre su familia, hasta ahora, solo sé que tiene un padre, el abogado me hace leer las cláusulas den trato en caso de ser firmado por voluntad. —Mi cliente, el señor White, por hacerle este favor de comuna cuerdo, está dispuesto a dejar que permanezca en la vida de los gemelos, por el resto de sus vidas, es decir, podrán ir a visitarla a los Estados Unidos, pasarán vacaciones y veranos juntos, luego ellos tendrán que regresar a Italia, siempre sabrán que usted es su madre —añade Fabricio. No dejo de remover mis manos, sigo pensando que esto debe tratarse de una pesadilla, o de un mal rato. —Lo que me pide… no puedo, es decir… —Piénsalo —me interrumpe Brent—. Te estoy dando la opor
BRENTT Para cuando salgo de la ducha, son las dos de la mañana, hace mucho que no duermo en esta casa, la cual, está a mi nombre, una de las pocas propiedades que llegué a rescatar de mi madre, cuando obtuve la mayoría de edad. Ha estado tan fuera del mapa de la pirámide de la mafia, que es casi inexistente para ellos. Solo una persona sabe de ella, mi padre, el hombre que no ha dejado de intentar comunicarse conmigo, solo para molestar con lo mismo y con su cumpleaños. Me quedo con las palabras que me dijo Fabricio. “Ella no es una mujer de la mafia, se la van a comer viva” “Tu padre, la Orden y la Cosa Nostra, no la van a aceptar” “No le hagas eso a la pobre mujer, no juegues sucio, porque ella no es como las mujeres con las que te has aventado un polvo de una noche” Y la última, la que hace que me respire con dificultad. “Recuerda esto, madre por subrogación o no, es la verdadera madre de tus hijos, no es tanto una sustituta, esto es real, lo que intentas hacer” Me paso el
LYNETTEVer los documentos en persona y decirlo son dos cosas muy diferentes, en cuanto le dije a Brentt que aceptaba ser su esposa, tiró de mí y me llevó directamente a su despacho, donde solo tuvimos que esperar alrededor de cinco minutos para que Fabricio entrara por la puerta y nos diera los documentos. Él parecía estar ansioso por hacerlo, ya que sin leerlo ni nada, solo puso sus firmas, yo, por el contrario, traté de leer lo más que pude para evitar malos entendidos, al final, el carraspeo constante del abogado y las miradas asesinas del padre de mis hijos, terminé por firmar todo de mala gana. Y ahora estaba aquí, frente a ellos, escuchando lo que me tienen que decir con respecto a los temas y cláusulas del documento ya firmado. Son cosas tan banales y al mismo tiempo absurdas, como el que no pueda decir nada incoherente cuando estemos frente a sus amigos, socios y empresarios importantes. En pocas palabras, quieren una muñequita que se esté portando bien, de maravilla. —¿Ha
NARRADOR OMNISCIENTEHoras antes, bajo el frío manto de la mañana, aterrizaba Zair, en Italia, un sitio que le causaba cierta amargura como delicias en la memoria, miró por todos lados como si estuviera esperando algo, o a alguien, cruzó una de las avenidas para llegar a la otra acera, sacó su móvil y esperó paciente los tres primeros timbres, hasta que una voz femenina al otro lado de la línea le respondió. —Ya estoy aquí —dijo con aire fresco. A su alrededor pasaban unas italianas que se lo comían con la mirada, después de todo, a ellas les encantaba tontear con los extranjeros, y Zair era un hombre apuesto. —Me temo que no podré ir por ti al aeropuerto —dijo su amiga. Estaba casi seguro de que en estos momentos escarpia haciendo un puchero que le haría conseguir lo que quisiera, un sucio juego que a ella le funcionaba con todos los hombres, menos con él. —No te preocupes, me hospedaré en un hotel —sugirió él, mirando la hora que marcaba su reloj de mano. Esperó un par de segu
BRENTTHace más de dos horas que Lynette llegó, me mostró el anillo que le gustó y luego se puso roja cuando se le salió decir, que le gustó porque le diamante verde, como ella le llama, que es más bien una esmeralda, le recordaba al color de mis ojos, al darse cuenta de lo que acababa de decir, cambio porque se trataba del color de ojos de mis hijos, lo cual es lo mismo, ya que los heredaron de mí. Algo que he descubierto de ella es que es una mujer extraña, leal, y cariñosa con los gemelos, cosa que agradezco, al principio, luego de que Fabricio me lanzará las cosas legales por las que ella podría apelar y hasta quitar, llegué a la conclusión de que no era esa clase de mujer. Estoy bajando las escaleras, cuando me llega una notificación de un correo, se trata de uno de los detectives privados que contraté para que la siguieran, pese a que se nota que no es una mujer que te pueda traicionar o apuñalarte por la espalda, tengo mis precauciones. En cuanto abro el correo, me quedo quie
LYNETTEMe congelo de manera inmediata, en especial porque esta gente no parece ser lo que esperaba, en cuanto las palabras de Brent, brotan de su garganta deslizándose por sus labios como agua, sus rostros parecen distorsionarse de manera inusual, es como si ahora, miles de pares de ojos estuvieran solo sobre mí. Hay juicio en sus miradas, odio y hasta cierta repulsión con solo estar compartiendo el mismo aire conmigo. El padre de Brentt se marcha lanzándole dagas de fuego por los ojos, y él se queda estático, quiero ir con mis hijos, sin embargo, su padre les dice que se los lleven y él tira de mi brazo con cautela, volteo a verlo, abro la boca para cuestionarlo, no obstante, sus ojos van en dirección de un mujer hermosa, alta, de cabello castaño y ojos azules, quien va ataviada con un vestido entallado color rojo sangre, ligeros diamantes adornan la parte de su escote en forma de corazón, y no puedo evitar sentirme incluso un poco intimidada. Ella es mil veces más hermosa que yo,
LYNETTECuando miro a Brentt, me aparto instintivamente de Zair, recordando las cláusulas del trato y deseando que no vaya a malinterpretar esta situación. —Brentt —arguyo.Sus ojos se anclan en mí, me observa con estudiado recelo hasta que con la mirada comprendo que quiere que me coloque a su lado, trato de mantener la calma, aliso la falda de mi vestido y voy hacia él, en cuanto lo hago, rodea mi cintura baja con una mano atrayéndome hacia su cuerpo. La mejillas me arden y mi corazón no deja de latir con fuerza, es cuando me doy cuenta de que mi ataque de pánico ha llegado a su fin. —Él es Zair Kaegan, el doctor que me atendió después del parto —trato de explicar—. También un viejo amigo de mis años escolares. Me quedo en silencio un par de segundos antes de seguir con las presentaciones. —Zair, él es… —le miro y trago grueso—. Mi marido y padre de mis hijos, Brent White. La hostilidad que hay entre los dos es insaciable, si las miradas mataran, ellos ya estarían más que muert
LYNETTEMis mejillas arden cuando me doy cuenta de que estoy completamente desnuda ante el padre de mis hijos, quien me mira de arriba abajo sin ningúna expresión en su rostro, trato de pensar en qué piensa pero sinceramente agarro rápido la toalla y cubro mi cuerpo desnudo. —No hay nada interesante que ver —espeta de repente. Me muerdo el labio inferior, ¿quién se cree para decirme esas cosas? Intento pensar con claridad, aunque mi cuerpo sigue temblando ante la idea de que sea el segundo hombre en la vida que me ha visto desnuda. —¿Qué haces aquí? —aclaro mi garganta cuando recupero la voz. —Solo vine a informarte algo —su actitud cambia a una más hostil. Bajo la mirada, recordando que no estoy frente a cualquier hombre, sino, a uno que es el líder de una de las mafias más peligrosas que he investigado, hay en el mundo. —¿No puedes esperar a que me cambie? —pregunto con cautela. —No —es rotundo. Me le quedo viendo solo un par de segundos hasta que asiento lento. Él recarga s