Stefano miró por milésima vez la pantalla de su celular, como si con eso consiguiera que el mensaje que tanto había estado esperando por fin llegara. Condujo como un loco por las calles de Londres, sin atender a los semáforos, al tráfico o al peligro de un accidente.
Finalmente su auto se detuvo frente a uno de los pequeños chalets de estilo victoriano que había en las afueras de la ciudad. Le había jurado a Bells que jamás iría a buscarla allí, pero tenía veinte años, era impulsivo y hacía más de tres días que no sabía nada de ella.
Quizás el abusivo de su padre finalmente le hubiera quitado el celular. Quizás hubiera enfermado de nuevo, como era tan usual últimamente… o quizás simplemente no quisiera hablar con él después de la pelea que habían tenido por irse a vivir juntos.
Él estaba listo para sacarla de su casa en ese mismo instante, aunque tuviera que retrasar la universidad por un tiempo, pero Bells no estaba lista, y Stefano no podía entender que prefiriera quedarse con una familia que la maltrataba.
Sintió la fuerza de su puño chocando contra la madera vieja de la puerta.
—¡Bells! —gritó sin importarle que fueran las once de la noche y que todas las luces de aquella casa estuvieran apagadas—. ¡Bells! ¡Contesta!
Se preparó para la ira de su padre y el escándalo de su madre, pero en cambio solo fue la vecina chismosa de al lado la que asomó la cabeza por una ventana de su propia casa.
—Oiga joven, ahí no hay nadie…
Stefano sintió que todas las fuerzas lo abandonaban.
—¿Cómo que no hay nadie? ¿Dónde están?
—Se fueron todos… se llevaron todo…
¿Cómo que «se llevaron todo»?
Sin medir las consecuencias, embistió la puerta con uno de sus hombros y toda la fuerza que tenía, haciendo saltar la cerradura y astillando la madera.
—¡Oiga, no puede hacer eso! ¡Voy a llamar a la policía…! —fue todo lo que escuchó mientras irrumpía en la casa con precipitación.
No quedaba un solo mueble, ni una cortina… ¡nada! Recorrió habitación por habitación mientras maldecía, pero en aquella casa no quedaba ni un solo rastro de Bells o de a dónde podían habérsela llevado… ¡Porque se la habían llevado…! ¿Verdad?
¡Bells no podía haberse ido por su propia voluntad! ¡Bells lo amaba! ¡Ellos se amaban!
¡Tenía que encontrarla! ¡Tenía que…!
Antes de que sus pies alcanzaran la puerta, sus ojos se posaron sobre un papel que se distinguía sobre la chimenea del salón principal. Y ese solo pequeño pedazo de papel convirtió el mundo perfecto de Stefano Di Sávallo en un infierno.
«Se que vendrás a buscarme y quizás pienses que me obligaron a marcharme, pero no es así. Fue lindo intentarlo contigo, pero aunque tú no puedas verlo ahora, yo sí sé que no soy la mujer para ti. Te deseo toda la felicidad que no tendrías conmigo.
Bells».
Stefano sintió como si de nuevo tuviera cuatro o cinco años y viera alejarse el auto de su madre, abandonándolo por cuarta o quinta vez... en algún momento había dejado de contarlas.
Las mujeres tenían una capacidad especial para amarlo por poco tiempo. ¿Por qué se había atrevido a creer que Bells sería diferente? ¿Qué lo amaría para siempre, como él había estado dispuesto a amarla?
—¡Maldita! —murmuró arrugando el papel entre sus dedos.
Doce años después…—Esa fue, indiscutiblemente, la boda más rara a la que he ido en mi vida.Stefano rio ante aquel comentario de Fiorella y Ale se volvió desde el asiento del copiloto para responderle:—Es la única boda a la que has ido en tu vida, niña.Eran las tres de la madrugada y Stefano conducía de regreso al hotel donde se estaban quedando en Génova para la boda de su prima Mía y Giordano Massari. En el auto frente a él iban sus tíos Marco y Helena con cinco de sus hijos, mientras Stefano llevaba a los dos restantes: Ale, el mayor de los siete, y Fiorella, la menor.—Ya, no molestes a tu hermana —regañó a Ale, pero la verdad era imposible no burlarse de la boda—. Además, tiene razón. Los Massari no se veían muy contentos.—¡Claro que no estaban contentos! —se burló Fiorella—. ¿No viste al novio corriendo por todo el puerto para que no lo dej… deja… dej…?Stefano ajustó el retrovisor para verla mientras Ale se giraba y de repente empezaba a golpear su brazo.—¡Para! ¡Para! —se
Stefano cerró los ojos mientras recostaba la cabeza brevemente en el sofá de su oficina. En las últimas cuarenta y ocho horas no había dormido en absoluto, y prefería no hacerlo si eso significaba que iba a soñar de nuevo con ella.No entendía por qué, pero desde el episodio de Fiorella pensaba cada vez más en ella. Podía parecer estúpido pensar tanto en una mujer que no veía desde hacía más de diez años, pero Isabella Valenti, Bells, había sido la segunda mujer que había marcado la vida de Stefano Di Sávallo con su abandono y en aquel punto ya era más una obscura obsesión que cualquier otra cosa, porque tal como había mujeres a las que un hombre podía amar para toda la vida, también había mujeres a las que se podía odiar hasta el infinito y más allá. Y ese era el caso de Bells.Escuchó dos toques rápidos en la puerta y vio a Ale asomar la cabeza con una expresión aún más cansada que la suya. Todos estaban así, la desesperación de aquella familia no tenía límites.—¿Alguna noticia?
Si era posible que la rabia se pudiera palpar, definitivamente Stefano debía estar proyectando la suya de una manera increíble, porque Kiryan pasó a su lado para ir a ponerse entre él y la mujer.Stefano la miró a los ojos, ya no era una niña. Llevaba el cabello natural, largo y ondulado, sin las mechas azules que le gustaba llevar cuando era casi una chiquilla. Los lentes de pasta oscura acentuaban las líneas suaves de su rostro y había tanta madurez y seriedad en ellos que parecía que de la chiquilla de la que Stefano se había enamorado no quedaba nada.Llevaba un top blanco y un pantalón a la cadera, ancho y vaporoso, del mismo color. También iba descalza, parecía una costumbre de aquel sitio ¿o Zeynek no les pagaba suficiente como para que se compraran unos maldit0s zapatos?—Al parecer el caballero entró a robar —dijo Kiryan parándose a su lado y cruzándose de brazos, pero antes de que Stefano pudiera decir una palabra, Bells se le adelantó.—El caballero no es un ladrón —murmuró
Bells se apoyó en la mesa que tenía más cerca en cuanto el ascensor se puso en movimiento, y no habían pasado ni cinco segundos cuando Kiryan apareció en su campo de visión. Puso entre sus manos una copa de vino tinto y la obligó a beber.—Kiryan…—¡Vamos, no seas niña! —la regañó el ruso con cariño—. No me des problemas.Bells puso los ojos en blanco y se terminó la copa de vino de un tirón, limpiándose los labios con el dorso de la mano mientras Kiryan la envolvía en un grueso chal.—¿Mejor? —preguntó mientras acariciaba arriba y abajo sus brazos para que entrara en calor.Bells asintió, sentándose sobre la mesa, y su rostro se convirtió en una máscara de tristeza.—¿Entonces ese es tu Stefano? —indagó Kiryan con curiosidad—. Esperaba que fuera más interesante.Bells lo golpeó en un brazo, riéndose. Sí, definitivamente Stefano había cambiado mucho, pero estaba muy lejos de no ser interesante. Por un segundo ella había sentido que todas las mariposas que había tratado de matar por añ
—Buenos días —saludó cortésmente el italiano mientras entraba al laboratorio, y Bells levantó la cabeza con un estremecimiento.—Buenos días —murmuró en respuesta.—Los análisis. —Fue todo lo que dijo Stefano mientras ponía la carpeta frente a ella y la veía revisar los papeles uno por uno.A veces arrugaba el ceño, a veces negaba, hasta que se detuvo por más tiempo en uno de ellos y su rostro se convirtió en una máscara de horror.—¡Kiryaaaan! —gritó la muchacha con urgencia mientras se giraba hacia la vitrina y empezaba a sacar suplementos médicos como si él no existiera—. ¡Kiryan!El ruso entró corriendo con más cara de concentración que de enojo, conocía cada pequeña inflexión en el tono de su voz, y aquellos dos gritos eran de absoluto miedo.—¡En la mesa! —señaló ella con ansiedad y el ruso se lanzó sobre los análisis, dejándola hacer lo que hacía sin molestarla.Sus ojos vagaron por la tabla de resultados mientras Stefano se inclinaba hacia adelante, preocupado.—¡Maldición! ¿D
Decir que a Stefano le molestaba la presencia del ruso era poco, pero más que eso le molestaba la forma solícita y preocupada con que se dirigía a Bells. ¡Para empezar le encendía la sangre que la llamara Bells, solo él podía llamarla así, y para rematar le molestaba el contacto invasivo y permanente que tenía con ella, como si siempre tuviera que estarla tocando por alguna parte!—¿Puedo pasar? —La voz de la muchacha lo sacó de sus pensamientos y Stefano se apoyó en el escritorio de su despacho.—Claro —aceptó viendo cómo Bells entraba a la habitación—. ¿Podrías cerrar la puerta, por favor? No quiero que mis tíos se enteren de lo que vas a decirme.En parte era eso y en parte era que quería probar qué tanta privacidad podía tener con ella.—Creo que ellos deberían estar presentes, finalmente son los padres de Fiorella, ellos son los que deben decidir si aceptan el tratamiento o no.—Entiendo, pero ahora mismo no sabemos ni siquiera si hay un tratamiento, ¿verdad? —preguntó Stefano co
Era extraño verla salirse de sus cabales, pero en las últimas cuarenta y ocho horas todo se había descontrolado para Bells. Kiryan podía entender su frustración, a él también le había agradado mucho la niña, pero no podía permitir que se siguiera estresando de aquella manera.—¡Hey! Tienes que controlarte —la regañó después de verla lanzar otra bola de papel contra la pared más cercana—. No puedes seguir así.—¡Es que no entiendo qué sucede! ¡Hemos hecho todos los estudios! ¿Cómo es que no logro encontrar lo que tiene? —dijo ella desesperada—. ¡Maldit@ sea, soy una mujer inteligente, tengo dos doctorados, no puede ser que no me sirvan para nada!Kiryan puso los ojos en blanco y sonrió.—Pero Bells, hiciste un gran avance en poco tiempo. Al menos ya sabes todo lo que Fiorella no tiene…—De lo único que estoy segura es que esto fue una mutación del cromosoma masculino… tengo que llamar a Stefano.Kiryan suspiró con molestia, se cruzó de brazos y negó con impaciencia.—No me gusta lo que
Stefano se quedó paralizado por un segundo, un solo segundo antes de echar a correr detrás del ruso. Lo vio entrar a una habitación tan blanca como todas las demás y sentar a la muchacha al borde de algo que parecía una bañera. Le quitó la ropa apurado, dejándola solo con el pequeño negligé que llevaba debajo de la ropa de trabajo y la metió en la bañera, abriendo el chorro de agua fría.—¡Maldición, maldición! —gruñó furioso cuando vio que su piel se ponía de un rosa más vivo.—¿Qué es lo que pasa? ¿Qué tiene? —preguntó Stefano adelantándose.—Fiebre —siseó Kiryan abriendo una puerta cercana y el italiano vio que era una nevera. Sacó un par de bolsas enormes de hielo y las rasgó, echándolas apurado sobre el cuerpo de la muchacha.—¿Fiebre? Pero... ¿no se la puedes quitar con una pastilla como a todo el mundo?—¡Seguro, Di Sávallo! ¡Solo estoy haciendo esto por mi profundo amor al drama! ¿no te jode? —espetó el ruso mientras acomodaba todo aquel hielo sobre Bells—. ¡Todo esto es culpa